El servicio de Tucumán a la república

El terrible escupitajo a la peor cara del kirchnerismo fue un servicio de Tucumán a la república.

No se trata solamente de un desafío ni de un acto de valentía o rebelión frente a un Gobierno con los peores métodos de sometimiento desde los abusos de los ingenios azucareros de principios del siglo XX, que fueron desde la esclavitud económica hasta la servidumbre sexual.

Se trata de indicar el camino que seguramente deberemos recorrer desde aquí a octubre, desde octubre al 10 de diciembre y luego a lo largo de los próximos cuatro años, quienquiera fuese el candidato ganador en las elecciones generales.

Tuve la suerte, o la desgracia, de anticipar este mecanismo que comenzó el lunes 24 en la nota que publicara en Infobae hace 3 semanas.

Allí hablaba de la necesidad de tomar la calle, no ya como un mecanismo de catarsis, sino como un resorte de poder, o para influir permanentemente en el poder.

Independientemente de que no es esperable que ni José Alperovich, ni Juan Luis Manzur, ni Daniel Scioli (ni Cristina, obviamente) hagan absolutamente nada para corregir el resultado de la elección tucumana, ni tampoco para mejorar el sistema de aquí a octubre, la instantánea reacción de la gente se va a entronizar como un sistema de plebiscito permanente que deberemos usar sin asco ni miedo. Continuar leyendo

¿Aux barricades?

Recientemente, Elisa Carrió anunció que si intentaban robarle los votos, “sacaría la gente a la calle”. Estaba anticipando la desesperación del Frente para la Victoria (FPV) ante la posibilidad de no ganar en primera vuelta, lo que lo condenaría a la derrota en segunda.

Como la diferencia entre el cielo y el infierno kirchnerista puede llegar a ser de solo cuatro o cinco puntos, la presunción de un fraude tiene fundamentos, en especial en las zonas del malón electoral del conurbano, donde para ser fiscal de la oposición se requiere por lo menos ser cinturón marrón de karate.

La profecía de Lilita puede llegar a proyectarse hacia después de las elecciones, cualquiera fuera el candidato ganador. Sobre todo teniendo en cuenta la conformación de las Cámaras, la cristinización del Ministerio Público y el descuartizamiento y la invasión K de la Justicia. Continuar leyendo

Argentina no es Grecia

Con motivo de la epifanía populista e irresponsable de Alexis “Zorba” Tsipras, que amenaza con borrar del mapa a Grecia con más eficiencia que la ira de Zeus, se ha incurrido en el recurso simplista de comparar a Grecia con Argentina.

Nada más lejano a la realidad. Argentina no es Grecia. Tiene políticos y gobernantes payasescos parecidos, no solo el kirchnerismo, para ser justos. Pero tiene mucho más corrupción empresarial que los helenos. Me refiero, además de a las industrias protegidas prebendarias, a los ladrones directos colgados del gasto público que robaron, roban y seguirán robando cientos de millones de dólares.

Basta poner un ojo en lo que está pasando en la industria del petróleo para retirarse asqueado por las negociaciones secretas y directas entre la mafia petrolera y el Estado, vía contratos anulados o incumplidos, y otras patrañas. Mafia privada, no ya YPF.

Mientras en Grecia se habla del enorme costo social de bajar los empleos públicos y las jubilaciones, entre nosotros se podrían obtener ahorros impresionantes si simplemente se echara a los buitres del presupuesto. Diferencia no menor. Continuar leyendo

Zannini, ¿un cátodo o un ánodo?

Es lugar común decir que la designación del candidato a vicepresidente del Frente para la Victoria (FPV) ha profundizado la polarización del electorado. Se recordará, o se googleará en este momento, que el término es una metáfora del proceso de la electrólisis, en el cual los iones negativos son atraídos por uno de los electrodos, el ánodo, y los positivos, por el cátodo.

No querría comprarme ese concepto de la profundización en términos del electorado en general. Para un no peronista el efecto electoral es neutro. No iba a votar por el justicialismo en ninguna de sus pieles, y esta designación solo aumenta su odio o su indignación. De modo que este dedazo únicamente refuerza la convicción, pero no cambia el peso del voto, ya que no se escruta la intensidad. Continuar leyendo

La República, trampa de Cristina para Macri

Tal como prometí en mi última nota en que me ocupé del optimismo mágico, querría que analizáramos la situación en que se encontraría el otro candidato, Mauricio Macri, si fuera electo presidente. (Suponiendo que pudiera superar la maniobra de pinzas múltiples que le está haciendo el kirchnerismo).

El obstáculo más evidente es que tendría ambas cámaras legislativas en contra. El Senado por una cuestión matemática y Diputados porque con cualquier resultado esperable se compondría más de un tercio de kirchneristas y afines y luego el otro peronismo, el radicalismo en todos sus formatos, el PRO, los socialismos y demás deudos.

Como ya hemos dicho, el arreglo de la deuda y toma de deuda nueva, el presupuesto, los impuestos, los tratados, la designación de jueces, los juicios políticos y muchas cuestiones que tienen que ver con la reducción del gasto pasan por el Congreso. Continuar leyendo

El valor de la palabra

Santiago Kovadloff terminó un reciente reportaje que se le hacía con esta frase: “Insistir, insistir, insistir, para que las palabras no se conviertan en basura”.

La frase excede el marco del asesinato del fiscal Nisman. Es un ataque no sólo al corazón del kirchnerismo, sino también a cualquier demagogia, a toda clase de deformación del pensamiento via la propaganda en cualquiera de sus formas.

En última instancia, es un ataque a la mentira, la manipulación, la perversidad y la dialéctica enfermiza, sea individual o colectiva.

La palabra es el símbolo mismo de la condición humana. Es lo que diferencia al ser humano de las demás especies. Es la base de la civilización, de la sociedad, de la inteligencia.

El peso de la palabra ha sido por siglos la base de las sociedades, de la justicia, del comercio, del progreso y del derecho de los pueblos.  Las religiones, las leyes, la educación, la cultura se basan en ella.  Y por supuesto, también las revoluciones, las protestas, las críticas, la libertad misma.

La palabra del filósofo es formadora de esperanza, de comprensión, de respeto por la existencia propia y del otro.

La palabra del periodista es defensora de derechos, de disensos y de libertades.

La palabra de la justicia es la red de contención de toda sociedad.

En términos personales, la palabra es esencial.  Un “te amo” tiene, o debiera tener, la fuerza del más solemne de los contratos.

El populismo, la demagogia, la política entendida como la toma y conservación del poder por el poder mismo, necesitan destruir el peso y el significado de la palabra, porque ella puede contener la verdad y la libertad.

Para esas deformaciones, es imprescindible alterar todos los significados, para poder crear esa irrealidad que se puede denominar el relato, el modelo, o de cualquier otro modo, pero que jamás es la verdad.

El kirchnerismo, muy en especial Cristina Fernández, se burla de la palabra, la deforma, la manipula, la devalúa y la trastroca hasta el autoengaño. La convierte en hipnosis, en apenas un truco, un espejismo, una autoreferencia, un insulto,  un espejo en el que lo que se refleja no se parece en nada a la realidad.

Atacar y despreciar el valor de la palabra es despreciar la condición humana. Por eso Kovadloff estalla en sollozos. Se siente agraviado y bastardeado como persona.

La palabra es la persona.  Insistamos inclaudicablemente en defender su valor, como el maestro Santiago. Lloremos sin dejar de luchar.

Trasladar las esperanzas para el 2016

¡Feliz 2016! Hace varios días que en mi cuenta de Twitter vengo posteando esta salutación. El significado es obvio. Por lo menos en los aspectos económicos, (de los políticos no me ocupo por ahora) no parece que 2015 vaya a ser un año que permita augurios esperanzados ni demasiados brindis.

Argentina es un país con escasa innovación y como tal, de escaso nivel de ventajas competitivas en sus productos. Depende entonces de dos clases de bienes para exportar: las materias primas, en las que no es formador de precios, y los productos industriales, en su mayoría fuertes demandantes de insumos importados y con precios internacionales que no permiten demasiada flexibilidad a la suba del precio.

Está claro que para los bienes agrícolas, el productor se verá fuertemente afectado por la suba de los costos internos y del lado de los ingresos, por un tipo de cambio con un peso muy sobrevaluado. Eso presagia menor actividad, y seguramente menores niveles de empleo.

En cuanto a los bienes manufacturados, como ya se está observando, han comenzado a reducirse las ventas porque los compradores del exterior, empecinados en no querer comprender las ventajas del modelo de redistribución con inclusión social, se niegan a pagar por nuestros productos más caro que lo que le cobra el resto del mundo por ellos. Esto también agregará desempleo a la ecuación.

Este doble escenario no tiene por qué sorprendernos. Un tipo de cambio retrasado y congelado reajusta siempre por desempleo. Ya lo vivió Menem al final de la convertibilidad, en definitiva un sistema de retraso cambiario frente al aumento del gasto.

Ocurre que los costos internos se componen exclusivamente de costo salarial, impuestos y costo del capital, o interés. Esa suma hay que divirla por el tipo de cambio oficial para obtener el costo de producción. Sin necesitar de estudios especiales, es fácil notar que con impuestos crecientes, (incluyo inflación) costo salarial generoso y escaso crédito barato, el costo de producción será muy alto en pesos, y al dividirse por un tipo de cambio falsamente barato, la producción nacional será muy cara en términos internacionales.

Cualquier otro país devaluaría, o permitiría una devaluación, aunque fuera como medida cortoplacista. La experiencia nos dice que eso no pasará aquí. Nos hemos transformados en especialistas en “no hacer lo que hay que hacer”. Un paso aún más adelante que “hacer lo que no hay que hacer”.

Además de que luego de tanto atraso, de tanto gasto y de tanta emisión una devaluación pondría presión sobre la inflación, hoy falsamente controlada, (es un decir) el gobierno quiere ganarle al mercado. El resultado en el corto plazo es previsible: no habrá devaluación, por lo menos en la medida conveniente.

Como tampoco bajará el gasto, (ni siquiera dejará de subir), ni se ampliará el crédito a tasas razonables, ni bajarán las presiones salariales, y además se prevé subir las cargas sociales y ventajas laborales, la ecuación se alterará necesariamente para peor. El desempleo tomará características preocupantes.

En un año electoral, con un gobierno populista, sería irreal pensar en un plan integral para bajar la inflación, el gasto y los impuestos, lo que hace también impensable una devaluación sin sufrir serias consecuencias.

Nada que no hayamos dicho todos varias veces en los últimos meses, pero que hay que volver a decir para explicar que 2015 será, en el mejor de los casos, otro año en blanco.

Algunos colegas respetables sostienen que 2016 también será duro porque allí se deberá practicar el ajuste que ahora se elude irresponsablemente. Pero ese ajuste contendrá una esperanza que es imposible de concebir y soñar en 2015.

Todo este panorama estará fuertemente matizado por la imposibilidad de importar, dada la mala situación de reservas, lo que agravará la recesión y el desempleo. La amenaza de aumentar el valor de las indemnizaciones en nuevas leyes en estudios, puede precipitar despidos y conflictos.

Aún cuando no fuese la solución ideal, un gobierno sensato trataría de conseguir divisas auténticas para incorporarlas a las reservas, y aún para (desesperadamente) poder pagar insumos vitales. También descarto que se vaya a ir por ese camino.

A estas penurias sumémosle las que devendrán del juicio perdido con los holdouts y sus correlativas, y de otros que perderemos, más sanciones adicionales que recibiremos.

Esto, matizado por nuevas leyes vengativas de parte del ejecutivo, a veces con propósitos más o menos claros y despreciables, y otras veces de pura venganza, simplemente.

A menos que algún psicólogo de renombre me explique que se ha encontrado un súbito tratamiento contra las psico y socipatías que parecen afectar al gobierno, perdónenme si no tengo la suficiente hipocresía para desearles felicidades en un año que ya se que será penoso para el país y su gente.

Permítanme entonces trasladar el augurio y las esperanzas a 2016.

¿Bajarán los impuestos en el 2016?

Estamos pensando post-K en las últimas notas, como recordarán. Fijamos objetivos de mediano plazo, hablamos del cepo y del gasto.  A la derecha de la pantalla están los tres artículos, Señor, si tiene ganas.

Ahora llegamos a lo que usted realmente le importa. Lo que va a tener que pagar de impuestos.

Hagamos un pido para aclarar lo que entendemos por impuestos:

-A las ganancias

-A los bienes personales

-IVA

-Recargos de importación en todas sus formas

-Retenciones y otros recargos de exportación

-A las transacciones bancarias

-Gabelas nacionales, provinciales y municipales de toda clase

-Provinciales de Ingresos Brutos y similares

-Sellos

-Todos los que gravan facturas de servicios diversos

-Internos y otros a actividades o bienes específicos

-Cargas sociales patronales y aportes personales de cualquier índole

-ABL y similares.

-A la herencia en algunas provincias

-Y seguramente muchos otros ocultos o particulares que el lector padece. (Agregue la inflación, si quiere amargarse)

La carga que pesa sobre el ciudadano que trabaja y vive en blanco es la suma de todos estos gravámenes, que puede llegar a cualquier porcentaje, según como se analice.  Mi cálculo personal es que una persona que cobra un sueldo de 15,000 pesos, está pagando impuestos equivalentes al 65% de sus ingresos, como mínimo.

Lamento decirle que muy difícilmente un nuevo gobierno vaya a bajar este nivel de impacto sobre su economía. (Bueno, no insulte, sólo le cuento, no se la agarre conmigo)

Seguramente se intentará corregir barbaridades, como en el impuesto a las ganancias el aplanamiento de las escalas y el cobro a las empresas sobre ganancias inflacionarias, pero eso no cambiará la carga total a soportar por la economía.

La razón es bastante simple: no bajará el gasto total en valores absolutos.  Ninguno de nuestros políticos quiere, ni puede, ni sabe hacerlo.  Ni siquiera la sociedad lo quiere en serio. Todo esto parece oponerse a lo que yo mismo he escrito aquí sobre el gasto. No es así. Escribo sobre lo que se debe y puede hacer. No soy responsable de la conducta, inconducta, corrupción, estupidez o incompetencia de los gobernantes.

Como en el caso del gasto al que financia, lo máximo que se intentará será utilizar un supuesto crecimiento para que la carga tributaria  relativa disminuya. Ese culebrón lo hemos visto muchas veces antes, con resultados siempre iguales. Es un error indignarse por esto solamente con los K, porque no ayudaría a comprender el problema en su total magnitud.

Ahora puede ser peor, porque si se intenta parar la emisión desenfrenada con que se está financiando parcialmente el gasto,  se deberá elevar los impuestos para reemplazar la emisión, lo que rayará en la alevosía.

Quienes propugnan un nuevo sistema impositivo tienen razón, por lo menos parcialmente. Pero si no se baja el gasto, la carga total será la misma. Y cuanto más alto sea el gasto, más difícil será la discusión sobre el sistema impositivo, que en definitiva determina siempre ganadores y perdedores.  Ni hablar cuando se introduzcan en la discusión las retenciones y la Coparticipación. Será lo más parecido a una pelea entre un Pitbull y un Rottweiler.

Con una masa brutal de desocupados reales, fruto de las sandeces económicas acumuladas y de un crecimiento poblacional laxo e irresponsable, faltan muchos años, aún con un buen plan, para que se creen empleos privados y otras condiciones que hagan bajar el gasto drásticamente, lo que no significa que no se deba empezar a dar ya esa lucha.

En términos de competitividad, debe recordarse que los impuestos son costos que presionan sobre ella, y consecuentemente requerirán mayores devaluaciones para adecuar los costos en dólares a los mercados mundiales.  Eso también es válido para el mercado de empleos, o de trabajo, que, aunque no nos demos cuenta, también está compitiendo globalmente.

Notará el lector que, contrariamente a mi hábito de proponer un camino para todo, no estoy intentando pergeñar un sistema impositivo ni dar lineamientos sobre su formulación. El tema requiere profundos estudios y una concepción política de la Nación que no se ha establecido. La Constitución Nacional, que debería sentar esas bases, es un caos ideológico como fruto de las reformas baratas del alfonsinismo y del menemismo, ampliado por los dislates de los nuevos códigos y leyes fundamentales de los últimos diez años.

Pero ya que tanto nos gustan los acuerdos políticos, pactos de la Moncloa y otras rimbombancias,  un pacto patriótico sería aquel en el que todos los partidos se comprometiesen  a debatir y aprobar, dentro de ciertas pautas prefijadas, un nuevo sistema de gastos, presupuestos, déficit y endeudamiento, estableciendo niveles máximos para cada uno,  y también preeminencias y prioridades. Ya hemos hablado de esto varias veces.

Ese acuerdo debería incluir imprescindiblemente las leyes de coparticipación, hoy desvirtuadas por una suma de desaciertos políticos, y por el apoderamiento de ciertos impuestos por parte del gobierno nacional, que así genera caja para manosear a los gobernadores e intendentes.

También podría lograrse un sistema impositivo menos desestimulante a la inversión, la creatividad, el esfuerzo y el riesgo como el actual, fruto de la improvisación, la urgencia y la emergencia.

Teóricos más prestigiosos que quien escribe han propuesto volcarse hacia un sistema más federal, donde la mayoría de los impuestos sean recaudados por las provincias, y la Nación retenga apenas el mínimo de impuestos para atender a su funcionamiento.

Habrá que recordarles que en 1853, con apenas 1,800,000 habitantes, hubo que sacrificar los principios federales defendidos por Alberdi en sus Bases,  y plasmar un sistema impositivo casi unitario. Ello, para permitir la unidad mínima para transformarse en Nación. ¿Es distinto hoy? Los conceptos fundacionales suelen ser muy buenos,  pero la democracia y las masas poblacionales no son fáciles de ignorar, aunque ninguna de las dos lleve la razón, necesariamente.

Cualquier cambio importante requiere liderazgos importantes. Y patrióticos. Ese es tal vez el más destacado ingrediente que deberíamos buscar en los políticos que elijamos.

Y ya que hablamos de patriotismo y de nuestro mayor adalid económico, el preclaro Juan Bautista Alberdi, no está mal recordar un párrafo de su Sistema Rentístico, que escribiera el mismo año de la Constitución Nacional:

“… la economía real que traerá la prosperidad a la Argentina no depende de sistemas ni de partidos políticos, pues la República, unitaria o federal (la forma no hace al caso), no tiene ni tendrá más camino para escapar del desierto y  del atraso, que la libertad concedida del modo más amplio al trabajo industrial en todas sus fuerzas (tierra, capital y trabajo), y en todas su aplicaciones (agricultura, comercio y fábricas)”

“En efecto, ¿quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza”.

“El trabajo libre es el principio de la riqueza”

 

Enero 2016: desenredando la madeja K

En mi nota anterior sugería que el nuevo gobierno debía fijarse un objetivo de país a 4 años vista, y proponía que esa meta fuera la reinserción – o inserción – en el comercio mundial. (Cliquee aquí si la quiere leer, Señora.)

La meta parece poco ambiciosa. Sin embargo, si se aplicase, el concepto sería, en mi opinión, revolucionario.

Pero ahora vamos a  los temas que a usted lo angustian y que son de corto plazo, urgencia o terapia intensiva, como quiera llamarles.

Cepo cambiario 

Este punto se divide en dos. La prohibición  y paralización del mercado de divisas, y el nivel del tipo de cambio. Justamente para no tener que devaluar ni perder reservas se creó – inútil y lamentablemente – este sistema. Debo decir que desecho todo intento de usar el tipo de cambio como ancla inflacionaria, en especial ante el nivel de circulante falso que se ha generado, lo que inhabilitaría cualquier solución. Continuar leyendo