Al concluir un camino que iba necesariamente a finalizar, el kirchnerismo le entregó la continuidad del manejo del Estado —y de la crisis que lo acosa— a los equipos comandados por Mauricio Macri, de Cambiemos —la alianza con Elisa Carrió y los radicales de Ernesto Sanz que se postuló como superación del centroderechista PRO. El uso del sintagma “le entregó” no tiene inocencia alguna, ya que dos años atrás no se podría haber avizorado la asunción de Macri al máximo poder del Estado. Sin embargo, el giro derechista a través de la presencia en el Gobierno k del desaparecedor César Milani, el represor Sergio Berni, los gobernadores feudalistas, el vicepresidente corrupto Amado Boudou, Aníbal Fernández, los acuerdos con Chevron, la devaluación kicillofista de 2014 y más lograron equiparar los programas de una y otra fracción, con el aditamento de que el grupo de Macri ofrecía “renovación” y cambio tras doce años de los Kirchner en el poder.
Por eso, el ímpetu de diferenciación que buscó Daniel Scioli los últimos diez días de campaña hizo que los militantes que habían declarado que lo votarían con un “broche en la nariz” el día previo a la elección señalaran que votaban a una versión rediviva de Ernesto “Che” Guevara, más o menos. La puesta en escena, sin embargo, no sirvió. Y se hubiera revelado como fachada más temprano que tarde. El programa de Gobierno de Macri y de Scioli eran similares en tanto el próximo Gobierno, ante el estado de bancarrota general y ante el hecho de que pasó el tiempo de realizar una “devaluación ordenada”, deberá (para organizar la crisis en función de los intereses sociales que defiende) devaluar, endeudarse y realizar un ajuste que afectará, principalmente, a las mayorías populares. Ese es el plan inmediato del Gobierno del presidente electo Mauricio Macri y el que hubiera aplicado —quizás más gradualmente— Scioli en caso de ganar. Continuar leyendo