Lecciones de Mendoza para el país

El domingo, los mendocinos votamos en una elección muy positiva para el radicalismo. Recuperamos la gobernación después de ocho años, obtuvimos la mayoría en las cámaras legislativas y pasamos de gestionar cinco intendencias a gobernar diez de los dieciocho departamentos.

Cuando miramos lo que sucedió en Mendoza a la luz de lo que había sucedido en otras provincias durante los meses previos, hay algunas particularidades que quienes deseamos que Argentina cambie, tenemos que mirar.

Primera lección, al cambio, cuando es mayoritario, no lo frena nadie. Alfredo Cornejo soportó que inclinaran la cancha desde el minuto cero con un clientelismo grosero que inundó las calles y un Gobierno provincial que quiso instalar el miedo al cambio con un aparato de comunicación que lanzó mentira tras mentira durante meses. Ni con todo eso pudieron vencer al deseo de cambio y a la estrategia de la unión.

Segunda lección, el deseo de cambiar de la sociedad, necesita como la otra cara de la moneda, el valor de la unidad. La dirigencia política de Mendoza, supo interpretar ese deseo de cambio con audacia y valor, creando un espacio de unidad convocado desde el radicalismo que contó fuerzas políticas con trayectorias distintas, pero igual de comprometidas con la necesidad de darle otro rumbo a la provincia.

Tercera lección, la alternancia política garantiza calidad democrática. Mendoza goza de alternancia política, desde el regreso de la democracia, contado el gobierno que iniciará Alfredo Cornejo, tuvo cinco administraciones justicialistas y cuatro radicales.

En Mendoza no hay reelección del gobernador y en consecuencia no hay barones del poder, no hay familias feudales y la provincia no tiene dueños. Con mayor o menor popularidad, cualquier ex gobernador, es un ciudadano más que puede caminar por la calle.

Alfredo Cornejo lo resumió ayer en una frase ilustrativa: “Que un gobernante tenga miedo a perder el poder es muy bueno para la democracia”. En Mendoza, pasa eso desde el 83: el día que asume, el gobernador sabe que tendrá que irse en cuatro años, y eso es muy bueno para los mendocinos.

Cuarta lección, después de la competencia, la madurez y la convivencia. Ayer hubo un gesto poselectoral que es digno de ser resaltado. Luego de una campaña francamente dura, con muchos debates públicos pero también con decenas de golpes bajos, y a doce horas de conocido el resultado, el gobernador electo Alfredo Cornejo invitó al actual gobernador Paco Pérez a desayunar a su casa para conversar sobre los seis meses que tendrán por delante antes del traspaso del poder.

Este último gesto reúne mucho de lo que queremos para el país: diálogo, convivencia, respeto y ante todo, entendimiento. Hace mucho que los argentinos no nos entendemos entre nosotros y eso nos ha llevado a ir escuchándonos cada vez menos y tratándonos casi como extraños. Ahí, en ese desayuno en la casa de Alfredo Cornejo, hay mucho de lo que necesita el país.

La elección en Mendoza fue maravillosa para los argentinos que queremos cambiar, no solo por el resultado contundente y porque los radicales recuperamos una gobernación importante, fue trascendental porque además del resultado, pusimos a prueba una estrategia.

En Mendoza nos unimos los que queremos el cambio, lo hicimos con la convicción de que era necesario para la provincia y también con la legitimidad de una mayoría social que pedía a gritos cambiar.

Una sin la otra, no hubiera funcionado. La unión sin una mayoría social, no habría sido suficiente, y la mayoría social sin unión política, habría terminado en frustración.

La enseñanza para los radicales de todo el país y para los argentinos que desde nuestra convicción trabajamos todos los días para el cambio, está clara: si estamos unidos, no hay quien pare el cambio, no hay trampa que nos frene, no hay manera que nos corran del camino y no hay continuidad posible.

La diplomacia populista

En los años 70, la Argentina, aislada de buena parte del mundo occidental por la violación de los derechos humanos, recostó sus relaciones exteriores y el comercio internacional, en un movimiento que la dictadura creyó una genialidad estratégica, sobre la Unión Soviética.

Cuarenta años después, la Argentina, sospechada entre los países democráticos, dueña de una colección de conflictos evitables con los Estados vecinos, y poseedora de larga lista de demandas en la Organización Mundial del Comercio (OMC) por medidas ilegales en la materia, cayó en el mismo error.

Así, como en aquella época fue la Unión Soviética, por estos años los elegidos han sido Angola, Azerbaiján, Rusia, Irán y China. Muchos de esos acuerdos son pintorescos, porque sencillamente no tienen más efecto que el publicitario. Otros son graves por lo que transmiten, y allí podemos inscribir esos abrazos amistosos con Putin, tal vez el líder global más cuestionado en estos momentos. Pero el caso de China, es especialmente grave, por lo que muestra, por lo que esconde y por lo que proyecta.

Las causas de esta decisión tienen sorprendentes coincidencias con aquellos acuerdos de hace 40 años. Un gobierno que niega su aislamiento, que compra batallas ajenas y que planifica su política exterior en base a dos variables: la necesidad –que tiene cara de hereje-, y la ideologización –un condicionante que pone anteojeras y saca de la vista buena parte de la realidad-.

El Gobierno, preso de la desesperación por el peso de sus propios errores en la economía y encerrado en su ideologización inútil, fue a China a rogar por yuanes y volvió con una parva de compromisos, ventajas comerciales y concesiones con aroma a colonialismo que permiten a los inversores chinos, gozar de prerrogativas a las que no pueden acceder los capitales argentinos.

A los chinos, solo les interesa abastecerse de materias primas, y está muy bien. El problema es que encuentran de este lado del mostrador, en la Casa Rosada, defensores de sus mismos intereses, que con tal de salir de la coyuntura, entregan con moño nuestros recursos naturales.

Esta es una relación perniciosa para el país. Basta mirar a Angola y Nigeria para proyectar las consecuencias, o revisar nuestra propia historia, para encontrarnos con lo que puede ser nuestro futuro. Nunca un acuerdo de esta naturaleza logró equilibrar balanzas comerciales y promover el desarrollo.

Los acuerdos con China van en el sentido contrario. Quienes los firmaron se preocuparon más por abrir la puerta a convenios específicos por área para que los funcionarios puedan, con total discrecionalidad, identificar proyectos y definir los mecanismos de recepción y uso de fondos, que por establecer beneficios para los emprendedores y trabajadores argentinos.

El acuerdo deja tres certezas. Primero, si un inversor chino quiere venir a la Argentina, traer sus trabajadores, máquinas y procesos, extraer minerales y volver a China sin siquiera comprar un tornillo o contratar un obrero en el país, puede hacerlo. Segundo, si un funcionario argentino quiere establecer convenios específicos fuera del escrutinio público, puede hacerlo. Tercero, esto no le hace ningún bien al país. La Argentina debe formar parte de las corrientes de la producción y el comercio mundial, pero debe hacerlo sin afectar a inversores y trabajadores argentinos. 

La economía mundial tiene vínculos cada vez más estrechos, que desdibujan fronteras y estandarizan procesos. La estrategia de los gobiernos atentos a los cambios en el escenario internacional implica aprovechar esas oportunidades, diversificar sus vínculos y ampliar mercados.

Lejos de ello, el kirchnerismo nos deja otro ejemplo de inserción desventajosa en un mundo que ofrece oportunidades para los gobiernos capaces y hace tropezar con las mismas piedras a quienes no leen la historia ni proyectan el futuro.

 

Argentina tiene que volver a ser moderna

El 26 de junio de 1884, hace 130 años, se sancionó una de las leyes más importantes de la historia argentina, la ley de educación primaria conocida como 1420, que guió la educación de millones de argentinos. La escuela primaria tiene por objeto favorecer el desarrollo moral, intelectual y físico de todo niño. La educación debe ser obligatoria y gradual. La obligación escolar comprende a todos los padres de los niños en edad escolar.

Gratuidad y obligación de la enseñanza, el reconocimiento de la diversidad de cultos, la construcción de jardines de infantes y el compromiso de construir miles de escuelas, esa ley sancionada en una Argentina que estaba en plena construcción social y cultural, fue moderna e inclusiva y constituyó un desafío para un Estado que cumplió con creces el objetivo y que hizo del argentino uno de los pueblos más instruidos del mundo.

Ese mismo día, pero siete años después, se constituía uno de los primeros partidos políticos modernos de América Latina. Nacía la Unión Cívica Radical. Compuesta principalmente por jóvenes, muchos de ellos los primeros en sus familias que accedieron a educación, hijos y nietos de inmigrantes, constituyeron un movimiento social imparable aglutinado en torno a la reivindicación por los derechos civiles y la decisión de no acordar con un régimen que negaba la igualdad de derechos políticos a sus ciudadanos.

Esa generación de jóvenes dirigentes políticos fue protagonista de uno de los períodos de progreso más importantes de Argentina: un extraordinario crecimiento económico, la asimilación de millones de inmigrantes, un importante crecimiento cultural y la disposición política de medidas estratégicas como la creación de YPF, la reforma universitaria y el impulso al desarrollo de los ferrocarriles marcaron una época de oro para el país.

Recordar hitos en la historia del país carece de sentido si se lo hace de memoria o solo para la memoria. De recuerdos no vive el hombre y tampoco prospera un país. Pero mirando y recordando se aprende. Y el 26 de junio es una fecha ideal para tomar inspiración y recuperar aspiraciones. Argentina alguna vez fue moderna y tiene con qué volver a serlo.

Hoy, en 2014, un 50% de los chicos no termina la secundaria en nuestro país. Hoy, en el siglo XXI, hay un 9% menos de estudiantes en las escuelas públicas que hace diez años. Hoy y ahora, el rendimiento de los estudiantes argentinos es menor que el de los chicos que estudiaron en los primeros años de este siglo.

Pero estos datos duros, que nos cachetean sin piedad, contrastan con un mar de oportunidades. El campo argentino produce más del doble de soja que hace diez años, los yacimientos de Vaca Muerta multiplican por 40 nuestras reservas de gas, y por 10 las de petróleo. Una quinta parte del litio que hay disponible en todo el mundo está en Argentina, y el litio es un mineral fundamental para la industria del siglo XXI. Finalmente, en un mundo preocupado por el agua, Argentina es el 17° país con más reservas de aguas subterráneas del mundo.

Tenemos recursos naturales estratégicos, y no solo eso: nuestra población es joven, la mayor parte de los argentinos tienen edad de estudiar y trabajar, producir, innovar y crear. A diferencia de muchos países de Europa por ejemplo, no tenemos una población vieja, sino que contamos con una enorme oportunidad demográfica de desarrollarnos antes de envejecer.

Argentina está en las puertas de la oportunidad más grande de su historia. No de los últimos años, de su historia. Pero aunque las oportunidades lleguen, si los hombres y mujeres que habitamos este país no las aprovechamos, veremos pasar otro tren y en donde hay esperanza habrá una nueva frustración.

Mirar para atrás sirve para darnos impulso. Este 26 de junio, además de recordar a aquellos argentinos visionarios de la 1420 y a aquellos ciudadanos comprometidos y convencidos de 1891, tomemos de ellos el coraje y la voluntad de cambiar.

Cambiemos, innovemos y emprendamos un camino distinto. Argentina puede progresar. La cultura de la decadencia no es un impedimento cuando un país decide avanzar. Depende de nosotros tomar la decisión y aprovechar esta nueva oportunidad.

Mucho más que el futuro de un fiscal

Un fiscal abre una investigación, avanza según lo estipula la ley, dispone medidas fundamentales y descubre pruebas claves para resolver la investigación. Esa información afecta intereses del Gobierno y entonces éste decide apartarlo de la causa y juzgarlo por un inexistente mal desempeño.

Esta saga puede ser perfectamente el hilo de una historia que se desarrolla en un absolutismo monárquico, pero no, pasa en la Argentina del siglo XXI.

La causa contra Campagnoli pone a nuestra sociedad de espaldas a uno de sus pilares fundamentales: la organización republicana del Estado. Republicana porque ningún líder o grupo ostenta la totalidad del poder público; por el contrario, hay tres poderes con responsabilidades y facultades diferenciadas que se sopesan entre sí.

Algo está fallando. Un poder presiona a otro, aborta una investigación y manda un mensaje elocuente: conmigo no.

El futuro de Campagnoli es algo más que el futuro de una persona. En su causa se juega algo más que el futuro de un individuo. Se pone sobre la mesa la independencia de poderes para luchar contra la corrupción.

Acá no se trata de un fiscal. Se trata de la Constitución, la República, la igualdad ante la ley y la posibilidad real de que haya Justicia.

La cuestión es el mensaje: si a Campagnoli lo corren por investigar, ¿quién se va a animar a hacerlo ahora? Es una actitud que busca sembrar miedo  y crear zozobra entre quienes tienen que aplicar la ley.

Los días que estamos viviendo son fundamentales para entender dónde estamos parados como país. Una investigación firme avanza cuestionando el accionar del vicepresidente, un fallo de la Corte ordena a la ANSES a pagar fallos judiciales a favor de jubilados que sufren día a día las dilaciones y el desentendimiento de los funcionarios y un fiscal es acusado por hacer su trabajo sin reparar en los vínculos de los investigados con el poder.

Tenemos muchos desafíos como sociedad, un sistema educativo declinante, una economía deprimida y una violencia creciente en hechos de inseguridad. Ninguno de estos temas prioritarios para la Nación podrán ser afrontados sin una República fuerte e incuestionable.