Por: Ernesto Sanz
El domingo, los mendocinos votamos en una elección muy positiva para el radicalismo. Recuperamos la gobernación después de ocho años, obtuvimos la mayoría en las cámaras legislativas y pasamos de gestionar cinco intendencias a gobernar diez de los dieciocho departamentos.
Cuando miramos lo que sucedió en Mendoza a la luz de lo que había sucedido en otras provincias durante los meses previos, hay algunas particularidades que quienes deseamos que Argentina cambie, tenemos que mirar.
Primera lección, al cambio, cuando es mayoritario, no lo frena nadie. Alfredo Cornejo soportó que inclinaran la cancha desde el minuto cero con un clientelismo grosero que inundó las calles y un Gobierno provincial que quiso instalar el miedo al cambio con un aparato de comunicación que lanzó mentira tras mentira durante meses. Ni con todo eso pudieron vencer al deseo de cambio y a la estrategia de la unión.
Segunda lección, el deseo de cambiar de la sociedad, necesita como la otra cara de la moneda, el valor de la unidad. La dirigencia política de Mendoza, supo interpretar ese deseo de cambio con audacia y valor, creando un espacio de unidad convocado desde el radicalismo que contó fuerzas políticas con trayectorias distintas, pero igual de comprometidas con la necesidad de darle otro rumbo a la provincia.
Tercera lección, la alternancia política garantiza calidad democrática. Mendoza goza de alternancia política, desde el regreso de la democracia, contado el gobierno que iniciará Alfredo Cornejo, tuvo cinco administraciones justicialistas y cuatro radicales.
En Mendoza no hay reelección del gobernador y en consecuencia no hay barones del poder, no hay familias feudales y la provincia no tiene dueños. Con mayor o menor popularidad, cualquier ex gobernador, es un ciudadano más que puede caminar por la calle.
Alfredo Cornejo lo resumió ayer en una frase ilustrativa: “Que un gobernante tenga miedo a perder el poder es muy bueno para la democracia”. En Mendoza, pasa eso desde el 83: el día que asume, el gobernador sabe que tendrá que irse en cuatro años, y eso es muy bueno para los mendocinos.
Cuarta lección, después de la competencia, la madurez y la convivencia. Ayer hubo un gesto poselectoral que es digno de ser resaltado. Luego de una campaña francamente dura, con muchos debates públicos pero también con decenas de golpes bajos, y a doce horas de conocido el resultado, el gobernador electo Alfredo Cornejo invitó al actual gobernador Paco Pérez a desayunar a su casa para conversar sobre los seis meses que tendrán por delante antes del traspaso del poder.
Este último gesto reúne mucho de lo que queremos para el país: diálogo, convivencia, respeto y ante todo, entendimiento. Hace mucho que los argentinos no nos entendemos entre nosotros y eso nos ha llevado a ir escuchándonos cada vez menos y tratándonos casi como extraños. Ahí, en ese desayuno en la casa de Alfredo Cornejo, hay mucho de lo que necesita el país.
La elección en Mendoza fue maravillosa para los argentinos que queremos cambiar, no solo por el resultado contundente y porque los radicales recuperamos una gobernación importante, fue trascendental porque además del resultado, pusimos a prueba una estrategia.
En Mendoza nos unimos los que queremos el cambio, lo hicimos con la convicción de que era necesario para la provincia y también con la legitimidad de una mayoría social que pedía a gritos cambiar.
Una sin la otra, no hubiera funcionado. La unión sin una mayoría social, no habría sido suficiente, y la mayoría social sin unión política, habría terminado en frustración.
La enseñanza para los radicales de todo el país y para los argentinos que desde nuestra convicción trabajamos todos los días para el cambio, está clara: si estamos unidos, no hay quien pare el cambio, no hay trampa que nos frene, no hay manera que nos corran del camino y no hay continuidad posible.