La doble invisibilidad

Quizás por cuestiones culturales o del imaginario predominante, el consumo de sustancias psicoactivas suele asociarse a personas jóvenes. Asimismo, producto de esta construcción social, los estudios epidemiológicos y el foco de las políticas sobre drogas suele estar puesto en mayor medida sobre esta población. Pero tanto los datos como las intervenciones públicas relativas a las personas mayores y el uso de drogas son escasos. ¿Qué sabemos hoy del consumo de sustancias en esta franja etaria? ¿Qué sabemos de los patrones de consumo problemático o dependencia en adultos mayores en la actualidad? Poco, o más bien nada.

El último estudio de consumo en población general realizado por la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) data del 2010. Tomando como referencia el uso reciente de drogas (prevalencia mes) dentro de la franja de personas comprendida entre 50 y 65 años, se observa que el 1,1% dijo haber consumido tranquilizantes sin prescripción médica, porcentaje similar a la población de entre 25 y 34 años. Fuentes del Sindicato de Farmacéuticos y Bioquímicos de la Argentina ampliaban la mirada y estimaban que 9 de cada 10 adultos mayores de 65 años tomaban psicofármacos. Continuar leyendo

La prevención como proceso, no como efecto

Hace tiempo que existe pleno consenso en que los principales esfuerzos de las políticas públicas sobre drogas deben estar enfocados en la prevención, considerando niveles, públicos objetivo y especificidades contextuales. Aplicando la lógica, sin disminuir la demanda de sustancias psicoactivas, tanto legales como ilegales, resultará imposible afectar la oferta. También hay acuerdo en ubicar a la evidencia científica y empírica como centro de toda intervención en este campo. Así lo recomiendan la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS). El debate, en la actualidad, se centra en qué tipos de programas de prevención y estrategias de intervención son más efectivos en términos de impacto.

Por su alcance, penetración, fácil acceso y capilaridad, las campañas preventivas a través de los medios masivos de comunicación siempre han sido herramientas predilectas para los técnicos y los tomadores de decisión. Pero, ¿son los spots, los mensajes audiovisuales y los afiches callejeros verdaderamente efectivos al momento de prevenir? ¿Puede un posicionamiento público de un Estado frente al uso indebido de drogas definirse en términos de mayor o menor cantidad de campañas preventivas mediáticas? Continuar leyendo

El peligro de banalizar el consumo de cannabis

Resulta sumamente complejo determinar el impacto real que tienen los mensajes banalizadores y apologistas sobre el aumento en el consumo de marihuana en Argentina. Sin embargo, a partir de la variable percepción de riesgo y tolerancia social, es posible inducir una hipótesis en este sentido.

Corría el año 1994 cuando durante un show en La Plata, el músico Andrés Calamaro lanzó aquella famosa frase que derivó en una causa por “apología del delito”, con sobreseimiento en el 2005. La normativa siempre fue clara en este sentido: el artículo 12 de la ley 23.737 establece sanciones penales y económicas al que “preconizare o difundiere públicamente el uso de estupefacientes, o indujere a otro a consumirlos”. A veinte años de aquella frase, el imaginario social imperante en torno al consumo de marihuana ha vuelto casi ridículo establecer un castigo de este tenor. No obstante, el antecedente es válido para traer a debate los efectos nocivos que este tipo de mensajes asumen al ser canalizados por los medios masivos de comunicación, y su impacto sobre la población adolescente.

El Observatorio Argentino de Drogas de la SEDRONAR realizó hace algunos años un interesante diagnóstico sobre los índices de consumo de cannabis entre estudiantes de enseñanza media a lo largo de una década, junto con la evolución de la percepción de riesgo en dicha población. Mientras que la prevalencia en 2001 era del 3,5% y la percepción de “gran riesgo” era del 44%, la última estadística del 2011 reflejó una estrepitosa caída en la percepción de riesgo y un significativo aumento en el uso de esta droga ilícita: 10,4% de los estudiantes encuestados dijo haber probado marihuana al menos una vez en el último año, mientras que sólo el 16,6% creía que consumir cannabis implicara un “gran riesgo”.

La conclusión más contundente a la cual nos lleva el análisis comparativo realizado por la SEDRONAR es que a mayor tolerancia social y menor percepción de riesgo, mayor es el índice de consumo. En contrapartida, se entiende que es menor la probabilidad del consumo entre aquellos que consideran grave el consumo ocasional.

El dato más actual sobre uso de cannabis entre jóvenes se desprende del último relevamiento efectuado por el Observatorio de Políticas Sociales en Adicciones del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En tan sólo cuatro años la prevalencia de año del consumo de marihuana entre jóvenes escolarizados pasó del 12% (2011) al 21% (2014). Un incremento del 75%, explicado en gran medida porque los estudiantes porteños consideran de bajo riesgo fumar cannabis y por ciertos mensajes públicos que han aumentado la base de tolerancia social y han bajado la edad de iniciación.

Todas las sustancias legales e ilegales son de alto riesgo en el uso frecuente. Sin embargo, desde el punto de vista de la percepción de riesgo, la juventud es una población altamente vulnerable debido al predominio de un sentimiento de invulnerabilidad conjugado con la necesidad de demostrarse a sí mismos y a su entorno, la capacidad de desafiar la norma establecida.

La evidencia científica también es determinante en este sentido. Una reciente investigación del Hospital Clínic de Barcelona sugiere, a través de imágenes obtenidas mediante resonancia magnética, que quienes empieza a consumir marihuana antes de los 16 años presentan mayores cambios en la estructura cerebral, lo que podrían explicar un menor rendimiento escolar/laboral y el déficit de atención y memoria que suele detectarse en los usuarios de esta sustancia. El trabajo, cuyos resultados son todavía preliminares, se incorpora al caudal de investigaciones que echan por tierra la falsa creencia de que la marihuana es una droga blanda.

En materia de prevención, es lamentable que la comprensión del problema de las drogas, a la luz de los denominados factores de riesgo y factores de protección para el diseño de políticas públicas, increíblemente haya caído en desuso. La percepción de riesgo es una barrera subjetiva que en sus extremos se configura como un factor de protección o un factor de riesgo. Las personas en general toman decisiones en función de las consecuencias positivas que van a obtener y evitan las consecuencias negativas en base a la concepción que se tiene sobre determinada situación. Muchos riesgos se encuentran invisibles y son manipulados por diversos intereses, mediante la ampliación o minimización de aquellas potenciales situaciones riesgosas. El riesgo es socialmente construido y el individuo es quien lo percibe y valora. El problema (o no) del consumo de drogas encaja en esta definición.

Si ampliamos ambas fotos estadísticas anteriores y le agregamos nuevas variables a la hipótesis de partida, el aumento sideral en los índices de consumo de marihuana no debería sorprendernos. El fenómeno del consumo de sustancias psicoactivas puede ser comprendido desde diversas perspectivas. Pero abordarlo como un discurso social implica pensar cómo y en qué condiciones se produce el sentido que se le da al concepto, incluyendo la dimensión significante de los fenómenos sociales, las construcciones y definiciones subjetivas y los sistemas de valores presentes en una comunidad.

En la última década, la representación social predominante mutó de la criminalización a la banalización. Entendido de esta forma, es posible inferir que las ideologías y el discurso público con respecto a la marihuana tienen mucho que ver con la estadística citada previamente.

Recapitulando, en la última década tuvimos la lamentable irrupción de una revista que se comercializa en todos los puestos de diarios, con portadas de impacto en las que famosos y referentes prestan sus nombres para reforzar el concepto de “cultura cannábica”. Tuvimos un fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que sentó jurisprudencia al declarar la inconstitucionalidad del art.14 -segundo párrafo- de la ley 23.737, pero que mal comunicado a partir de la desafortunada invitación del ex juez Zaffaroni a tener “una macetita en todos los balcones”, construyó un nocivo halo de permisividad.

Tuvimos a lo largo de los últimos años masivas marchas pro-cannabis, con profusa cobertura mediática. Tenemos funcionarios, políticos y legisladores que militan abiertamente en favor de su legalización. Tenemos periodismo militante, vedetismo militante, y un rating desenfrenado que permite todo tipo de apologías en vivo y en directo, en un combo muchísimo más nocivo que la aislada frase de Calamaro en aquel recital platense de 1994.

Queda claro que en estos veinte años los tiempos han evolucionado, mucho. Con la irrupción de nuevos paradigmas, el florecimiento de cosmovisiones caducas, el cambio en las doctrinas jurídicas, la concepción ideologizada de la salud mental, las modificaciones normativas y los criterios subjetivos para interpretarlas y aplicarlas, todo en nuestra sociedad se ha vuelto más superficial, más líquido, más banal, más concesivo.

Los adalides de la marihuana han sabido leer este contexto y han sido los suficientemente astutos como para modelar cultura desde el discurso. Desactivar este andamiaje retórico llevará muchos años.

Discutamos proyectos, no discursos mediatizados

La mayoría de las teorías clásicas de la comunicación refieren a un proceso lineal de participación entre un emisor, un mensaje, un canal y un receptor, que puede fallar fácilmente debido a una gran variedad de factores externos denominados ruidos o interferencias. Con el transcurrir de los años, es notorio que el mayor impedimento para ponernos de acuerdo sobre el problema de las drogas es la mala y deficiente comunicación en torno a los diversos planteos existentes.

Hace tiempo que en materia de información sobre el fenómeno algo pasa entre el emisor y el receptor. El que emite no emite con sustento. El que recibe lo hace escuchando sólo una parte y descartando el resto. Un error en la elección del qué y el cómo, un filtro periodístico subjetivo y una interpretación final por parte del escucha que luego la transforma en feedback a través de las redes sociales. A esto se le suman multiplicidad de interferencias, gritos, lobbies, ideologías, intereses contrapuestos. Y la bola de inconsistencias comienza a crecer de manera exponencial, retroalimentando al show mediático, el fulbito tribunero, la milimétrica fracción de rating.

El debate público sobre drogas en Argentina es como la lata de sopa Campbell inmortalizada por Andy Warhol. Continuar leyendo