Por: Esteban Wood
Hace tiempo que existe pleno consenso en que los principales esfuerzos de las políticas públicas sobre drogas deben estar enfocados en la prevención, considerando niveles, públicos objetivo y especificidades contextuales. Aplicando la lógica, sin disminuir la demanda de sustancias psicoactivas, tanto legales como ilegales, resultará imposible afectar la oferta. También hay acuerdo en ubicar a la evidencia científica y empírica como centro de toda intervención en este campo. Así lo recomiendan la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS). El debate, en la actualidad, se centra en qué tipos de programas de prevención y estrategias de intervención son más efectivos en términos de impacto.
Por su alcance, penetración, fácil acceso y capilaridad, las campañas preventivas a través de los medios masivos de comunicación siempre han sido herramientas predilectas para los técnicos y los tomadores de decisión. Pero, ¿son los spots, los mensajes audiovisuales y los afiches callejeros verdaderamente efectivos al momento de prevenir? ¿Puede un posicionamiento público de un Estado frente al uso indebido de drogas definirse en términos de mayor o menor cantidad de campañas preventivas mediáticas?
Lo que antes parecía una verdad incuestionable sobre la efectividad de estas intervenciones, hoy presenta ciertas debilidades. La principal de ellas es la imposibilidad de determinar fehacientemente la rentabilidad de una campaña de prevención pública masiva en términos de costo-beneficio. Porque al momento de saber si todo el gasto estatal ha servido de algo, las mediciones de los efectos concretos no abundan. Y una política pública no medible no puede ser considerada política pública.
Sin embargo, el principal reclamo ciudadano ante acontecimientos públicos en los que el consumo de drogas es común denominador es que no existen campañas preventivas en los medios de comunicación. En momentos en los que Fleco y Male reaparecen como estandarte de la supuesta inacción del Estado en este campo, adhiero a lo expresado días atrás por Alberto Andalor, secretario de Prevención de Adicciones del Gobierno de la provincia de La Rioja: “La prevención es un proceso, no es un impacto. Y no se puede estar viviendo de impactos, porque la sociedad llega un momento en que no quiere saber más del tema”.
Queda claro que si es por hablar de campañas oficiales en medios masivos y vía pública, durante los últimos años podríamos enumerar diversas acciones que desmitifican la idea de la ausencia de acciones. Por ejemplo, campañas de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) como “En esto no queremos ser campeones” (2006), “El bicho te quema” (2008), “Hablemos” (2009), “Responsabilidad compartida” (2012) o “El Paco te mata” (2014) se suman al recorrido iniciado en el verano de 1990 con “Sol sin drogas” (repetida en 1995 con Diego Armando Maradona), “Fleco y Male” (1997) y “Maldita cocaína” (2000), entre otras.
La debilidad, en todos estos casos, fue la falta de articulación de esos esfuerzos en un plan de prevención estratégico a mediano y largo plazo, y una acción segmentada con mirada federal como fruto de un amplio consenso entre actores. Sin decisión política, resulta inviable el sostenimiento en el tiempo de estas iniciativas. Y si lo que se buscó fue el efecto por sobre la campaña en sí, las acciones inevitablemente quedan diluidas en la historia como repercusión mediática. Posiblemente “Maldita cocaína” sea el mejor ejemplo de lo que implica apuntar a un efecto y no a un proceso.
Sobre el fracaso general de las campañas de prevención del consumo, cabe citar al reconocido especialista Hugo Míguez: “No había que hacer campañas, como si los caminos a recorrer desde la prevención en salud fueran los mismos que los de la mercadotecnia. Es mucho más complejo: el objetivo debería haber sido devolver el sentido de las cosas, y eso era territorio de la educación y no del marketing preventivo”. Para Míguez, el problema es haber estereotipado la adicción desde los mensajes publicitarios, sin haber reprochado la normalización del consumo y la tolerancia social a estas prácticas.
En tiempos en los que existe sobreabundancia de información sobre las drogas y sus efectos, quizás lo más inteligente sería abandonar de una buena vez el concepto de riesgo disuasorio para pasar a un activismo social que retome la idea de responsabilidad compartida, eje de aquella efímera campaña de Sedronar en la que los protagonistas no eran actores de casting, sino verdaderos ejemplos de cambio social frente a la problemática.
Dice José Larralde que el perdón se inventó para aliviar la conciencia y seguir bufando honestidad. En perspectiva, las campañas de prevención de drogas en medios masivos de comunicación estarían ocupando un papel similar en nuestro imaginario colectivo. Frente a una ciudadanía que suele reaccionar, iracunda, ante los embates del marketing noticioso, pero que ante la dilución del tema drogas y adicciones de la agenda informativa vuelve al blindaje, a su apatía y su hermetismo, debemos apelar a estrategias de sensibilización con mirada de largo plazo.