¿Existe la posibilidad de un BRICSA?

‎Uno de los objetivos históricos de la persistente y ordenada diplomacia brasileña a lo largo del siglo XX ha sido insertar al país en los mecanismos institucionales de mayor visibilidad y gravitación del sistema internacional. Ello la llevó a apartarse de opciones de neutralidad durante las dos Guerras Mundiales. Pasando a integrar la fallida Liga de las Naciones, que se confirmaría como un pato rengo post-1918 dada la reticencia de la gran potencia estadounidense a comprometerse en su consolidación.

Lo mismo sucedería finalizada la conflagración contra el nazi-fascismo en 1945 de la mano de las Naciones Unidas. Un Brasil beligerante junto a los aliados desde 1942 fue la rendija por la cual durante las décadas posteriores y, en especial cuando Brasilia se comenzó a sentir con espaldas más anchas en lo político y económico en los años 60 y 70, para aspirar a ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Espacio de élite reservada para las potencias triunfadoras de la gran conflagración y para la China comunista de Mao a partir de 1972-73, cuando Washington decide jugar su “carta china” y usufructuar las tensiones de Moscú con su ex aliada Pekín.

A comienzos de esa misma década, el todopoderoso titiritero de la política exterior americana, Henry Kissinger, hizo su famoso comentario sobre Brasil como “Estado llave” en América Latina. Parecía haber llegado el esperado momento de la dirigencia brasileña de ser el “sub hegemón” de la zona sur del hemisferio americano en un esquema de consulta, respeto, garantías mutuas y ciertos márgenes de maniobra cara a cara con la Casa Blanca.

Los meses y años posteriores demostrarán que ese click tan esperado se retrasaba y no llegaría. Washington restringía la venta de tecnología nuclear a Brasil y el proteccionismo sobre exportaciones de materias primas hacia su mercado seguían y se acentuaban. Para peor, la crisis del petróleo del 73 y luego del 79 impactaban de lleno en un territorio brasileño inmenso pero carente en ese entonces de pozos con la capacidad de respaldar la expansión económica del país. El mazazo final seria la crisis de la deuda externa detonada en 1982, cuando la tasa de interés de referencia de la Reserva Federal alcanza su máximo para neutralizar la inflación de dos dígitos en EEUU pero al mismo tiempo tornar impagable la plata dulce contraída por diversos países emergentes a mediados y fines de los 70.

El “milagro económico” de 1964 a 1973 quedaba atrás y se entraba en una larga etapa de dos décadas de bajo crecimiento y alta inflación. El único consuelo era que el rival regional por el liderazgo, la Argentina, tenía un escenario igual o peor con el agregado de la guerra y postguerra de Malvinas. Así como un sistema político en donde ni militares ni peronistas ni radicales lograban darle gobiernos estables desde 1955 en adelante. En cambio, pese a sus limitaciones y tropiezos, los uniformados del Brasil gestionaron ininterrumpidamente entre 1964 y 1984, y en líneas generales continuaron una política económica desarrollista iniciada por gobiernos democráticos ya en la década de los 50. Nada más distantes que las idas y vueltas de la Argentina. En otras palabras, no era tanto que Brasil hiciese las cosas bien, su vecino del sur las hacía peor.

Aún así, ciertos elementos le seguirían dando a Buenos Aires interesantes activos de negociación, tal como su desarrollo en materia nuclear, de vectores misilísticos de uso dual y satélites, como también el marcado desinterés en Washington de poner todas las fichas en un solo casillero de la ruleta. La política exterior encarnada por Guido Di Tella en los 90, más allá de sus histrionismo y frases provocadoras, entendió perfectamente esto.

Los años 90 le darían a Brasil un atributo importante en su consolidación cómo aspirante a esa categoría. El denominado Plan Real en1993 viabilizaría una estabilización de sus variables macroeconomicas y control de la inflación. El impacto de la crisis económica rusa a finales de esa década fue capeada exitosamente por Brasil con la ayuda del FMI y un rol activo y cooperante de la administración Clinton. Pese a ello, el Real tuvo de devaluarse aportando un tiro de gracia a la ya agonizante Convertibilidad del tipo de cambio en la Argentina.

La historia posterior es más que conocida: al colapso económico y político de nuestro país en el 2001, le sucedería el ascenso de la izquierda del PT en Brasil de la mano del entonces ya tanta veces candidato fallido a la Presidencia Lula Da Silva. Esta “institucionalizacion” de sectores que usualmente habían visto la política desde la oposición y priorizando lo clasista o lógica politica agonal o de confrontación, estaban ahora en la cúspide del poder. Un sindicalista pragmático cómo Lula no dudo en continuar las sanas políticas macroeconómicas de su antecesor Fernando Henrique Cardoso, así como una política exterior prudente y de buena sintonía con las grandes potencias en general, y con los EEUU en particular.

Para el 2003-2004, otro factor inesperado entraba en la escena. El boom de los precios de las materias primas que exportaban nuestros países, en especial soja, carnes y minerales. Brasil podía comenzar a combinar, luego de décadas, baja inflación, altos ingresos por exportaciones y crecimiento económico. Este círculo virtuoso le permitirá incorporar al equivalente a la población argentina, unos 40 millones de habitantes, al consumo de niveles de capas medias bajas y medias. Dándole forma a un portentoso mercado interno que se combinó con las grandes demandas de alimentos y materias primas por parte de China, India y otros emergentes. Con ese marco, la Presidencia del Brasil no dudo en apostar fuerte a un intenso lobby internacional junto a Alemania, Japón, India y Sudáfrica para lograr una reforma en el Consejo de Seguridad de la ONU y, en especial, en lo referido a las bancas permanentes con poder de veto.

Para el 2005, ya era evidente que ni los EEUU, ni China ni Francia y el Reino Unido tenían consenso básicos para viabilizar estos cambios. A partir de ese momento, Brasilia comenzó a poner el foco en darle forma político-estratégica-diplomática a una sigla inventada por fondos de inversión de los EEUU para colocar bonos en mercados dinámicos a comienzo del siglo XXI, o sea BRIC: Brasil, Rusia, India y China. En un primer momento, Moscú, Pekín y Nueva Delhi no se mostraron muy interesadas, dado que dos de ellas ya tenían su plazas aseguradas en la mesa chica del Consejo de Seguridad, y los herederos de Ghandi contaban con un poderoso arsenal nuclear y una naciente relación preferencial con los EEUU, paí, que comenzaba a verlos como protagonistas claves para la futura, lenta y paciente contención a la ascendiente China.

Sin duda, Brasil era y debía ser el más preocupado y ocupado en darle carne y forma a esa categoría financiera especulativa de BRIC. Así, con la paciencia y método que caracteriza a la diplomacia verdeamerilla, y aprovechando la imagen y carisma mundial de Lula, Brasilia dio importantes pasos para impregnarle contenido a ese acrónimo inventado en Wall Street. En la misma sinfonía, la diplomacia del gobierno de Lula -en especial su brillante y carismático ex Ministro de Defensa, Nelson Jobim- llevó a cabo también un incansable esfuerzo para ir dando forma a un espacio sudamericano: el UNASUR, que marcaba una línea imaginaria que cruzaba a la altura del Canal de Panamá.‎ Un regreso al viejo sueño de cogestion del hemisferio.

De esa línea hacia arriba, el “patio trasero” del hegemón estadounidense y hacia el sur, la presencia de una potencia regional prudente garantizaría un marco de seguridad y estabilidad a intereses nacionales vitales de Washington. El bolivarianismo de Hugo Chavez y su estrecha alianza con el régimen cubano, paradojicamente arriba de la línea geográfica imaginaria, fue de gran utilidad para este inteligente proyecto geopolítico brasileño. Para complementarlo y facilitarlo, la Argentina, tras la Cumbre de Mar Del Plata en 2005, comenzaba a perder la posibilidad de tener la cintura suficiente para moverse hacia Washington o Brasilia según fuese conveniente (Cabe recordar que, luego de ese acalorada cumbre de Presidentes que dio por tierra, con justas razones económicas, con el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), Lula se encargo de invitar al presidente George W. Bush a pasar unos días en su residencia privada en Brasil).

A casi una década de esos eventos, que luego tendrían nuevos capítulos cómo el allanamiento de un avión militar de los EEUU en Ezeiza, se produce en julio del año pasado en Brasil la cumbre de los países de los BRICS (la S por la recientemente agregada Sudáfrica). Potenciada por el paso por la Argentina por unas horas del mandatario ruso y el chino, y la esperanza más o menos justificada de poder apoyarse en los recursos financieros de estos Estados cómo forma de poder tomar distancia del “pérfido capitalismo internacional”.

Luego de algunas versiones cruzadas y malentendidos, quedó en claro que la Argentina no sería invitada a sumarse a los BRICS cómo miembro pleno sino como observadora junto a todos los restantes países del UNASUR durante la cumbre en la ciudad de Fortaleza. Si en algo Brasilia no tiene un lógico interés es en sumar a Buenos Aires a este espacio, por el cual ha hecho un gran esfuerzo para constituirlo cómo un escenario donde sobresalir claramente sobre todo el resto de la región y posicionarse como una de las potencias del mundo multipolar. Siempre recordando que dentro de la sigla BRICS conviven países que aún apuntas parte de sus misiles nucleares uno contra otro, o sea China y la India, u otros dos que los une transitoriamente el balancear el mega poder norteamericano, pero que a ojos vistas pueden volver a tener serias tensiones cómo lo tuvieron a lo largo de su historia y aun cuando ambas eran comunistas en la guerra soviético-china de 1969.

Nuestro país está en óptimas condiciones de sacar provecho de ese mundo emergente, siempre que no se asuma al mismo como un atajo o mecanismo para revanchas o jueguitos para la tribuna. Cabría repasar los estudios y análisis sobre lo no tan fácil y barato que ha resultado para Venezuela y Ecuador algunos “préstamos blandos” chinos que han tenido en diversos casos como garantías de pago las reservas petroleras de estos países.  En eso, hay mucho que aprender del Brasil y su capacidad de darle un espacio importante de autonomía a su política exterior de los enredos y necesidades estéticas ideológicas que plagan las políticas domésticas. Sabiendo que no contamos con sus capacidades materiales pero sí de algunos activos que aún nos permiten sentarnos en la mesa con los grandes jugadores.

Un vínculo clave

Una de las premisas básicas del milenario Realismo afirma que los Estados no tienen amistades sino intereses, los cuales son cambiantes dependiendo las relaciones de poder y amenazas percibidas en cada momento de la historia. Un saber convencional basado en hechos sólidos suele remarcar la histórica constructiva relación de Brasil vis a vis con los EEUU. Situación que se remonta al siglo XIX y que se extendió, consolidó y llegó a su cúspide entre 1940 y principios de la década de los 70.

Tanto los gobiernos monárquicos cómo luego los de la República -y ni que decir Getulio Vargas para comienzos de la Segunda Guerra Mundial o el gobierno militar brasileño que toma el poder en 1964- no dudaron en estar del lado de Washington en diversos momentos claves, ya sea las dos grandes conflagraciones mundiales del siglo pasado y uno de los tramos más calientes de la Guerra Fría entre 1946 y entrada la década del 60. La estrategia de largo plazo impulsada de manera clara e impecable a principios del 1900 por el entonces canciller, el Barón de Río Branco, se basaba en articular una relación estrecha y cooperativa con los EEUU cómo forma de apuntalar al Brasil en su búsqueda de superar a la potencia sudamericana de ese momento. O sea, la Argentina.

Cabría recordar que recién en 1955 la economía de nuestro gigantesco vecino logró equiparar el PBI argentino. De manera sutil, Río Branco buscaba lograr ese vínculo especial pero al mismo tiempo era muy prudente y cuidadoso de no generar una escalada militar en el Cono Sur y en especial con la poderosa Argentina. Su idea era crear un curso de acción sostenido en el tiempo que derivaría en poder desplazar a los rioplatenses como principal actor de la región sin que por ello se produjese un desembarco activo y hegemónico de Washington en la zona.

A mediados del siglo pasado, desde las escuelas geopolíticas y diplomáticas del Brasil se impulsó la idea de un “trato leal” entre Río de Janeiro (luego Brasilia) y la Casa Blanca. Consistía en una parcial pero no por ello menos amplia delegación de las responsabilidades “hegemónicas” de la superpotencia en sus confiables aliados brasileños. Mas aún después de las fuertes tensiones existentes entre Buenos Aires y Washington por la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial y el posterior “Braden o Peron”. Todo ello, combinado por una recurrente inestabilidad política que se acentuará en la Argentina desde 1930, así como la fuerte erosión del poder politico-militar y ni que decir económico del Reino Unido a nivel global y en su condición de socio clave de nuestro país.

Las ahora tan mencionadas y actuales lógicas de “stop and go” y periodos de alta inflación y bajo crecimiento o directamente recesión (estanflación), erosionaban de manera lenta pero constante la diferencia de poder de Argentina vis a vis con el Brasil. La inestabilidad política y económica no se lograba alcanzar ni con gobiernos radicales, peronistas o militares. Ergo, sin esa gobernabilidad de largo plazo nuestro país pasaría ser visto por la élite decisoria de Brasilia como un Estado que había perdido definitivamente la carrera por la primacia regional de manera nítida al promediar los años 70.

En ese mismo momento, el entonces secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger hizo su famosa referencia al Brasil cómo “Estado llave” o clave. No obstante, esas agradables palabras se veían acompañadas por fuertes restricciones a la venta de tecnología nuclear de uso civil a  los brasileños y un creciente proteccionismo comercial de los EEUU. Ello, iría generando un gradual y poco estridente giro de la política exterior del Brasil y de su gobierno militar hacia una más orientada a buscar canales de interacción más fluidos con otras potencias ascendentes en ese momento como Alemania, Japón, etc. El ascenso en las capacidades materiales y simbólicas brasileñas se consolidarán entre los 80 y el presente siglo.

En esa tres décadas se irán sumando y combinando estabilidad democrática, luego control de la inflación y estabilidad macroeconomica en los 90 y finalmente, el boom de los precios de las materias primas cómo hierro, soja y petróleo y la llegada al poder de la izquierda con Lula y su demostración de moderación, prudencia y eficiencia en el manejo de la economía.  En este escenario de un Brasil con más recursos materiales y simbólicos que nunca, sin olvidarnos el ser elegido para organizar el Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos, y una superpotencia norteamericana afectada por la crisis financiera en Wall Street del 2008 y el trauma de dos guerras largas y sangrientas cómo Irak y Afganistán, es lógico que las tendencias neoautonomistas iniciadas por Brasil casi 40 años atrás tomasen más fuerza. Mas aún cuando los EEUU no ve la zona sudamericana cómo una zona clave y caliente para su seguridad nacional como las regiones Asia-Pacífico, Medio Oriente y Golfo Pérsico.

En este escenario los gobiernos bolivarianos fueron interpretados por la Casa Blanca de los últimos tres presidentes como una liturgia folclórica molesta más que como una amenaza a sus intereses vitales. No es para menos, cuando se asume el rol clave de los dólares entregados día a día desde EEUU a Venezuela por la venta de, ahora mismo, casi un millón de barriles diarios de petróleo (a más de 100 dólares cada uno), un Ecuador de Correa que convive sin mayor trauma con una economía con el dólar como moneda circulante y una Nicaragua que tiene un acuerdo de Zona de Libre Comercio con los EEUU. Así las cosas, la superpotencia no tuvo mayor inconveniente en contar con Brasil como un estabilizador y contenedor de conflictos en la zona. Las crecientes tensiones de Buenos Aires con Washington en los últimos años no hicieron más que potenciar esa parcial y condicionada “delegación”. Cualquier observador informado e interesado entre los decisores de los EEUU vería claramente el doble juego brasileño, o sea, consolidar su relación con los bolivarianos y por ende incrementar las retóricas anti norteamericanas en el sur de América Latina y al mismo tiempo mostrarse cómo garante de que los mismos no cruzarán algunas líneas rojas.

La escalada de conflicto, violencia y muertes en la Venezuela de los últimos meses no hacen más que poner en riesgo este juego inteligente, sencillo y pendular. Un desmadre de la situación en ese país caribeño y la continuidad y acentuación de la polarización y del deterioro económico (con una inflación esperada en torno al 60% anual)  y social, dejaría al Brasil en una difícil posición. La paciencia americana, y de amplios sectores sociales y políticos de América Latina, puede agotarse si la diligencia brasileña no asume que el liderazgo tiene beneficios pero también costos y que la situación venezolana requiere algo más que un nuevo capítulo del juego pendular y ya casi rutinario con Washington y Caracas. La Presidenta Rousseff ha dado algunas señales de haber comenzado a entender que zanahorias sin palos no será la mejor forma de poner en caja la situación en la tierra del difunto Chavez.

Una Venezuela signada por muertos y deterioro acentuado de algunas prácticas democráticas básicas es claramente una de las líneas rojas. Una de esas, que un pretendido estabilizador confiable cómo Brasil, no puede permitir que se traspasen. El proceso de diálogo entre el oficialismo y la oposición que tendrán a cargo los enviados de Bogotá, Quito y la misma Brasil así como los buenos, y claves,  oficios del Vaticano, será quizás la última oportunidad para evitar un trauma mayor para la región. El fracaso en encauzar en parte la explosiva situación política y socioeconomica (y quizás aun dentro mismo de sectores militares que no concuerdan con un exceso de injerencia cubana ni con muertes civiles) y una Brasilia más propensa a resguardar al gobierno de Maduro que a ser un interlocutor válido y confiable para todas las partes, tendría dentro del misma vida política de la potencia sudamericana un grave costo para el PT y la izquierda oficialista brasileña. Un sector que por no poder y, en muchos casos, también por un sabio y prudente no querer, dista de buscar emular a sus pares bolivarianos en el manejo de la economía, relación con el mundo y prácticas republicanas. Es por ello que un libero cómo Lula da Silva, ya no atado, a la responsabilidad de ser Presidente, podría y debería ser un sostén de Rousseff en este esfuerzo. A riesgo, de no lograrlo, de serios costos para el Brasil en general y para el Partido creado por el en particular.

Brasil votará economía, ruptura con aliados y nacionalismo 2.0

Un Brasil que disfruta de una tensa calma luego de las masivas manifestaciones de mediados del presente año, ya comienza a calentar los motores para el proceso electoral del 2014. En él se definirá la reelección o no de la actual presidenta Dilma Rousseff. Hasta las movilizaciones, la reelección era considerada poco menos que un trámite sencillo. No obstante, el impacto del descontento multiplicado por los medios de comunicación masiva y las cada vez más protagónicas redes sociales derivaron en una caída de la popularidad de la mandataria del 65 % al 30 %. Para luego volver a crecer a cifras entre 35 y 40 %.

Asimismo, en el frente económico, la devaluación del real fue muy fuerte hasta agosto, rondando un 20 % y se detuvo en los últimos meses por la masiva intervención del Banco Central. Para ello, se usaron 55 mil millones de dólares (un 15 % del total de reservas y una vez y media todas las reservas del Banco Central argentino, que están en 35 mil millones). La principal preocupación del Brasil es controlar su inflación, que llegó al 6,5 anual hace unos meses y que por acción de las autoridades monetarias cerraría el año en 5,82, con un estimado de 5,84 en el 2014. Décimas por abajo del techo del 6 % anual que el equipo económico de Lula y luego de Rousseff establecieron para contar con una economía sana y estable.

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Psicología de una larga relación

Mientras nuestros estadistas y próceres, con algunas excepciones, como Sarmiento, Zeballos y Alberdi, focalizaban su visión internacional en la pujante y poderosa Europa del siglo XIX, los mandos políticos del Brasil del Imperio portugués y luego la monarquía brasileña independizada de la metrópoli, pusieron siempre parte de su atención en esa ex colonia británica que conformaría los EEUU. Quizás por el histórico vinculo de Portugal con Inglaterra y de esta última, en una relación amor y odio, con sus ex dominios en América del Norte, las tierras brasileñas fueron más permeables a intuir o ver el fenómeno del ascenso del poder de Washington a escala hemisférica y luego a nivel mundial a comienzos del siglo pasado.

Ya a principios del 1900, el gran Canciller y ajedrecista de la política exterior de Brasil, el Barón de Río Branco, formulaba algunas de las directrices de la política de inserción regional e internacional de su país. En la visión del Barón, el desafío era equiparar y superar a la ascendente potencia argentina que, de la mano de una elite política con visión, la inserción virtuosa en el mercado como proveedor de materias primas al Imperio británico y receptor de grandes inversiones portuarias y ferroviarias de los ingleses, así como la llegada de millones de inmigrantes laboriosos de Europa, haría que Buenos Aires pasara a ser la capital de la principal potencia sudamericana para 1910.

Habría que esperar a mediados del siglo XX para que el PBI brasileño equiparase el argentino, para ser hoy cuatro veces más grande. La forma propuesta por Río Branco para concretarlo era tener un vínculo fuerte y privilegiado con los EEUU, pero sin que ello derivase en la vía libre a la intromisión lisa y llana de Washington en la zona así como tampoco motivar conflictos bélicos a gran escala con Buenos Aires. La decisión de Brasil de estar del lado de Gran Bretaña, Francia y los EEUU contra Alemania en la Primera Guerra Mundial y su participación directa en la Segunda Guerra Mundial junto a EEUU en Italia y en la concesión de bases en la costa sudamericana para que la Armada americana pudiese operar mejor contra los submarinos alemanes, fue parte de esa orientación. Vis a vis la neutralidad argentina en ambas guerras y algunas que otras simpatías hacia el Eje germano-italiano.

 

Una recorrida por la literatura politológica e histórica sobre la postura Argentina post 1945 muestra diversos autores que exploran las razones por las cuales nuestro país “no se subió” al tren de la hegemonía americana. Si bien dista de ser el propósito de este artículo abordar en detalle las razones, muy exhaustivamente abordadas por Carlos Escudé en sus escritos de la décadas de los 80 y 90, también es interesante ver como existe una corriente historiográfica en Brasil que se pregunta los motivos por lo cual su país “fue bajado” de ese tren post 45. Básicamente, por el menor interés de Washington en América Latina luego Segunda Guerra y su foco de atención en la contención a la URSS en Europa y Asia. Habrá que esperar a la revolución cubana en 1959 para que el temor de la penetración comunista y la difusión del foquismo guerrillero llevara a la superpotencia a retomar una agenda activa o “gran estrategia” en la zona, tal como la articuló a comienzos de los años 30 cuando existió la percepción de una penetración nazi-fascista en la entonces poderosa Argentina y en el Sur de Brasil. Cabe preguntarse si la reciente y creciente penetración comercial y económica de China, activará este mecanismo en Washington, pero esto es tema para otro artículo.

 

Para la década del 50, pensadores geopolíticos brasileños buscaban la forma de darle textura teórica a la relación con los EEUU. De ahí, en ámbitos militares y diplomáticos surgió el concepto de “barganha leal” de Golbery do Couto e Silva, o el intento de establecer un acuerdo implícito o explícito por el cual Washington delegaba la gestión del día a día de Sudamérica al Brasil y este ultimo garantizaría el núcleo duro de los intereses de seguridad de las barras y estrellas. Pero de hecho, ello jamás se concretó. Quizás por el viejo y siempre válido concepto que afirma que las grandes potencias no delegan el poder, solo lo ejercen o lo pierden.

Esta búsqueda de una relación estrecha y privilegiada con los EEUU seguiría y se profundizará en los 60 y en especial a partir del golpe de 1964. A comienzos de la década siguiente, Henry Kissinger, desde su posición clave en la política exterior del presidente Richard Nixon, hizo la famosa referencia a Brasil como “Estado llave” en América Latina. Esto, parecía ser el preludio de la concreción en los hechos de la deseada “barganha leal”. Pero la evolución posterior dio por tierra con esa expectativa. Washington seguía focalizando su interés en la Guerra Fría con los soviéticos, en abrir una puerta diplomática con la China de Mao crecientemente enfrentada a Moscú y en navegar las turbulentas aguas económicas posteriores a la crisis del petróleo de 1973 y la competencia económica de nuevos gigantes como Alemania y Japón.

Por ello, los años 70 comenzarían a mostrar un lento proceso de alejamiento hacia posturas más autonomistas, pero nunca contestatarias o erráticas (pasar de alineamiento a confrontación como la Argentina). Un Brasil que ya se sentía ganador de la carrera hegemónica que tuvo con la Argentina durante fines del siglo XIX y el XX, así como marginado del acceso a la tecnología nuclear estadounidense y afectado crecientemente por el proteccionismo comercial del mundo desarrollado, asumiría una estrategia que combinaría relaciones constructivas con Washington con espacios de debate y disputa así como el intento de consolidar su propia influencia al sur del Canal de Panamá.

La combinación de democracia estable (década del 80), economía estable (a partir de los 90) y boom de los precios de las materias primas que exporta el país (de 2003 en adelante) así como un liderazgo carismático y pragmático como el de Lula Da Silva y la institucionalización del PT y la izquierda del país como fuerza seria y realista, le daría renovadas fuerzas y espaldas a la aspiración de Brasilia de ser el interlocutor privilegiado del mundo en general y con los EEUU en particular en lo atinente a nuestro región. La aspereza de la relación de los países bolivarianos con la superpotencia, si bien nunca interrumpiendo la exportación de más de un millón de barriles diarios de Venezuela a la “potencia imperialista”, y la progresiva y persistente deterioro de la relación argentino-americana del 2005 en adelante, acrecentaba aun más la idea del Brasil como el país que combinaba masa crítica de poder y pragmatismo. Esa realidad, fue y es hábilmente utilizada por diplomacia de los herederos del Barón de Río Branco.

En este escenario, el caso Snowden y la difusión del espionaje de la NSA, una de las 14 agencias de inteligencia de EEUU y dotada de un presupuesto de 50 mil millones dólares, que tienen a Brasil, México y Colombia como los países latinoamericanos más vigilados (un verdadero golpe al ego del eje castrista-bolivariano) se da en momento en donde la presidencia de Dilma Rousseff enfrenta varios desafíos con vistas a su reelección. A las manifestaciones populares que se dieron meses atrás en Río, San Pablo y otras ciudades reclamando por la corrupción y la baja calidad de los servicios públicos, se le sumó la deserción de algunos sectores del PT hacia nuevas formaciones opositoras y la presencia de Lula merodeando y generando versiones sobre si pretende postularse a un nuevo mandato. Todo ello combinado por un enfriamiento de la economía en el 2013, lo cual parecería continuar en los próximos dos años así como un ascenso de la inflación al 6 por ciento anual; considerada amenazante y alta ya para los operadores económicos y amplios sectores de la sociedad.

Por todo ello, el caso Snowden le brinda a Rousseff una bandera para recuperar voluntades e intención de voto (hoy cercana al 35-36 por ciento) luego de haber llegado a tener 70 por ciento de imagen positiva el año pasado. Como comentábamos en un pasado artículo desde esta columna, todos los países dentro de sus capacidades económicas, tecnológicas y humanas llevan a cabo espionaje, contra espionaje y desinformación sobre otros Estados. Aun aquellos que por su subdesarrollo no lo pueden hacer a gran escala, tienden a concentrarse en inteligencia interior. Tanto sea respetando o no los marcos legales. Ni qué decir cuando se trata de no democracias o de democracias delegativas y no republicanas. Por ende, el levantar la voz en el caso Snowden tiene tanto de legítimo como de útil actuación. Por esas vueltas e ironías del destino, a pocas horas del reciente y duro discurso de la primera mandataria brasileña en Naciones Unidas, regresaba al Brasil un submarino de guerra de ese país que había pasado los últimos largos meses en maniobras, sólo reservadas para aliados, con la Armada americana en aguas internacionales. Al mismo tiempo, el gobierno de Obama daba el ok a transferir tecnología sensible de los aviones de combate F18 si Brasilia se inclinaba por comprar 36 de ellos en lugar de hacerlo a competidores franceses y sueco-británicos. También, otras voces diplomáticas y políticas en Brasil, en un sutil off the record, afirmaban que pasado el fragor de la tensión se concretaría una nueva cumbre Obama-Rousseff y que Brasilia usaría esta “cuenta pendiente” de Washington con la potencia sudamericana para buscar erosionar o quebrar la “amistosa negativa” de EEUU de dar el ok para que Brasil sea uno de los nuevos miembros con poder de veto en una futura reforma del Consejo de Seguridad de la ONU junto a otros como Alemania, Japón e India. En el mismo sentido, afirman que este pataleo más que justificado es además un modo con el que la elite brasileña se decide a transmitirle a sus pares americanos que esta es una relación que debe ser más valorada, cuidada y no vista como algo dado. En otras palabras, ser tratados y jerarquizados como una potencia internacional en toda su dimensión. Aun en sus enojos, los Estados Unidos del Brasil (como se denominó oficialmente el país entre 1889 y 1968) no pierde de vista su viejo sueño de un vínculo estrecho, de mutuo respeto y estratégico con su ex homónimo del Norte.

“La supremacía” Snowden y la inesperada consecuencia en América Latina

Como siempre, la realidad supera a la ficción, en este caso Los infiltrados (The departed), dirigida por Martin Scorsese en 2006 y protagonizada por Leonardo DiCaprio, Matt Damon y Jack Nicholson. La intriga diplomática desatada por la caso Snowden, el joven contratista que desarrollaba trabajos para la poderosa agencia de inteligencia electrónica NSA de los EEUU, y su posterior fuga a China y luego a Rusia, requiere de algunas consideraciones generales y finalmente una reflexión sobre su impacto en nuestra región latinoamericana.

- La hoy popular y masiva Internet era la “Intranet” del Departamento de Defensa de los EEUU hasta fines de la Guerra Fría.

-El servicio de GPS que usan millones de personas en sus autos, celulares, tabletas y botes es provisto por 12 satélites militares americanos.

- El cyberespacio es un campo de batalla más como lo han sido y son la tierra, el aire, el agua y el espacio. Por lo tanto, es un error o una simplificación confundirlo con algo meramente civil, social y/o comercial.

- Los EEUU hacen lo mismo que todo Estado, o sea inteligencia, contrainteligencia y desinformación. Pero con infinitas más capacidades y siendo la tierra de origen de la misma internet y de empresas como Google, Apple, Microsoft, Twitter, Facebook, Ikype, IBM, etcétera. Además esta superpotencia representa hoy el 25 % del PBI mundial y el 47 % del gasto militar mundial. Una agencia como la NSA, la mejor financiada de las 14 de inteligencia que conduce Washington, tiene un presupuesto equivalente a todos los gastos de defensa de una potencia europea. En otras palabras, más que una cuestión de voluntad se trata de una contundente capacidad. Si los otros Estados no espían más y mejor no es por superioridad moral, prudencia o bondad, sino por contar con menos recursos.

- La inteligencia de las comunicaciones está y estará presente en la política internacional. El “telegrama Zimmermann” de 1917 que los servicios británicos interceptaron (y “retocaron” para poner más nerviosos a los EEUU e inducirlos a entrar en la guerra) entre el embajador alemán en México y Berlín, la capacidad que la Marina americana tuvo para descifrar las comunicaciones japonesas en 1942 y con ello lograr la contundente victoria naval en Midway, y la apropiación por parte del Reino Unido del “código enigma” de las fuerzas alemanas son algunos ejemplos en este sentido.

- En la era de enemigos “sin código postal” como el terrorismo fundamentalista, los traficantes de tecnología sensible, el narcotráfico, etcétera, el espionaje y la inteligencia de las de comunicaciones pasa a ser más y más “interméstico” (la combinación de lo internacional y lo doméstico) por necesidad. Generando naturales tensiones con el cuerpo legal de derechos y garantías de los países libres.

- Muchos de los que critican a EEUU son gobiernos y regímenes que hacen inteligencia interna sistemática masiva. Dado que por ser países no democráticos o “democráticos” pero sin instituciones republicanas, lo hacen con amplios márgenes de maniobra.

- Cuba entendió que recibir a Snowden era una linea roja. El caso de este desertor pudo haber llegado a ser mal calibrado por los bolivarianos y aliados regionales, lo cual finalmente no sucedió dado que tanto por la negativa cubana como por los problemas para salir de Rusia, los ofrecimientos de asilo de Venezuela y otros no se concretaron.

- Los EEUU ven a los gobiernos bolivarianos como molestias y no como amenazas, más aún cuando Venezuela es el cuarto proveedor mundial de petróleo a la economía americana (1 millón de barriles diarios a más de 100 dólares cada uno) y con 14 mil gasolineras y dos grandes refinerías en el territorio de la superpotencia. El involucrarse en este caso de espionaje habría sacado a Caracas y sus aliados de este listado de molestias y regímenes pintorescos, para colocarlos en amenazas de la seguridad nacional, situación que Chávez siempre evitó más allá de la dureza e ingenio de su retórica.

- El material robado por Snowden y dado a conocer en la prensa internacional muestra cómo en lo que respecta a América Latina el foco de atención de la NSA fueron países de muy buenas relaciones políticas y económicas con Washington, tal es el caso de México, Colombia y Brasil. Lo determinante fue su peso político y económico, más que la rudeza de las palabras y gestos. En tanto que los contestatarios bolivarianos ocupaban puestos más lejanos. En el caso de Brasilia, el gobierno de Rousseff ha marcado una postura firme pero prudente vis a vis a la Casa Blanca. Asimismo, y hábilmente, la diplomacia brasileña ha comenzado a articular un discurso en donde se mezcla la ofensa y el pedido de explicaciones por parte de la administración Obama con el histórico interés estratégico de contar con el visto bueno de los EEUU para sumarse como miembro permanente y con poder de veto al Consejo de Seguridad Nacional de las Naciones Unidas.

- En el 2004, Lula llevó a cabo una fuerte ofensiva para, junto a India, Japón y Alemania, lograr este objetivo. En ese entonces, el gobierno de George W. Bush dio a entender que sólo vería con buenos ojos sumar a Japón e India. Los vetos cruzados de China contra Japón y contra India así como de varios países europeos con Alemania dejaron el debate congelado. En lo que hacía a nuestra región, países como México, Argentina y Colombia dejaban en claro que no darían el visto bueno a esta aspiración de Brasilia.

- Por esa vueltas del destino, el caso Snowden, que tiene a nuestra región latinoamericana como un escenario marginal, podría revitalizar y descongelar en cierta medida esta aspiración brasileña no correspondida durante todo este tiempo por los EEUU. La presencia de regímenes bolivarianos no amistosos así como una relación más que deteriorada con la Argentina juegan a favor de Brasil.

¿Choque de civilizaciones o “intracivilizaciones”?

Veinte años atrás, el sobresaliente y recientemente fallecido politólogo Samuel Huntington escribía uno de sus artículos mas taquilleros y con impacto mas allá del mundo académico: ”El choque de civilizaciones“. Como siempre polémico, punzante, afirmaba que superada la Guerra Fría ganada por los EEUU y Occidente, los conflictos de las décadas por venir tendrían un fuerte condimento ligado a las variables culturales y religiosas. Variables siempre presentes en la vida del hombre y de los Estados, pero que el los siglos recientes habían pasado un poco al costado de la mano de las ideologías y los nacionalismos.

En esta hoja de ruta que nos ofrecía Huntington, las lineas de toque entre el mundo occidental y las zonas dominadas por el Islam y por la tradición confusiana en Asia deberían ser miradas y tratadas con particular atención. No casualmente, mientras escribía ese ensayo existía una violenta guerra en la zona de los Balcanes, en la puerta de Europa, en donde se masacraban bosnios musulmanes, croatas católicos y serbios ortodoxos.

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