Siria, más balas que votos

Los manuales de Ciencia Política, especialmente los destinados a analizar procesos electorales, distan de concebir una convocatoria a las urnas en plena guerra civil y con más de 160 mil muertos y más de 2 millones de refugiados. Pero eso es lo que sucede en estas horas en Siria.

La convocatoria formal a las urnas y sin competencia real ha sido una tradición en la Siria de los Assad desde que el padre de la dinastía tomara el poder por vía de un golpe militar encabezado por la Fuerza Aérea a fines de la década de los ’60. La recurrencia a coreografías electorales cómo ejercicio simbolico-legitimador es muy propia de la metodología empleada por la vertiente nacionalista árabe que se extendió a partir del ascenso al poder en Egipto de Nasser en los años 50, la toma del poder en la misma Siria y luego en Irak del Partido “pan árabe”, nacionalista, socialista y laico Baath. El único sobreviviente de esa experiencia luego de la caída del régimen iraqui en el 2003 es justamente Assad. Él mismo ganó sin contendientes reales sus dos elecciones anteriores por mandatos de 7 años. Esta es la primera vez que hay otros dos rivales, si bien poco conocidos y meramente simbólicos. Desde ya, solo se vota en las partes del país controladas por el gobierno. Se trata de usar el escrutinio para mostrar poder y algo de control territorial. No obstante, si bien Assad ha retomado hace algunas semanas la estratégica ciudad de Homs, Siria es aún un Estado fallido y colapsado y sin claros ganadores en esta guerra.‎

Por esos cruces tan propios del Medio Oriente de geopolítica, religión y etnias, la base de sustentación del régimen sirio en el último medio siglo ha sido la minoría alawita, un 10 por ciento de la población. Una vertiente muy minoritaria del Islam y emparentada cómo la corriente chiita que es solamente mayoritaria en Irán, que en su vertiente más fundamentalista toma el poder en 1979, e Irak. Esto sin duda es una de los nexos que unen tan fuertemente a Irán, Siria y las milicias chiitas de Hezbollah en el Libano.‎ Los alawitas están muy presentes en las filas militares y de seguridad del Estado sirio y cuentan con el respaldo de otras minorías que ven con temor el eventual ascenso al poder de la mayoría (poco más del 60 por ciento) sunnita. Corriente ampliamente hegemónica en los países musulmanes y en especial en enemigos de Assad como Arabia Saudita, Qatar y Turquía (si bien este último país busca también evitar que los kurdos presentes en Siria adquieran más poder y autonomía cómo ya lo han hecho en Irak).

Para una ampliación de información sobre este entramado de intereses e intrigas, sugerimos darle una mirada al artículo “Las razones del minimalismo de Obama” que publicamos en esta columna. Como complemento a lo allí vertido, cabría agregar que en el discurso del presidente Barack Obama en West Point de fines de Mayo comenzó a quedar claro que la administración demócrata está dispuesta a incrementar cautelosa pero claramente la asistencia en entrenamiento y armamento a las facciones más moderadas de la resistencia a Assad. La aparición de misiles antitanque estadounidenses del tipo Tow en manos de los rebeldes es solo el comienzo de ello. Quizás por esto mismo, Damasco no ha dudado en facilitar la llegada de ciertos “enemigos útiles” como las facciones fundamentalistas más extremas sunnitas ligadas a Al Qaeda para lograr el doble propósito de agudizar peleas internas con los rebeldes moderados así como mostrarle a EEUU y a Europa que ayudar a su caída solo daría un terreno fértil al terrorismo internacional. Ese juego de cooperar con un enemigo existencial de los alawitas y chiitas como es Al Qaeda ya se vio a partir del 2003 cuando esa organización utilizaba sin mayores trabas el territorio sirio para infiltrarse en Irak y atacar a las tropas americanas y sus aliados.

Por último, las elecciones que se desarrollan en estas horas distan de tener significación para lo que es clave hoy por hoy en Siria o sea el campo de batalla y el entramado de apoyos que uno y otro bando reciba.

La geopolítica de EEUU: del Nilo y el Éufrates al Ganges

A diferencia de las décadas pasadas en las que se desarrollaron otras escaladas bélicas en el Medio Oriente, en especial entre Israel y diversas coaliciones árabes, actualmente la región esta siendo cruzada por los vientos del choque entre laicos y fundamentalistas (en especial ligados a la Hermandad Musulmana en Egipto, Túnez y crecientemente en Turquía) y las escaladas de violencia de sunnitas vs. shiítas o sus “primo hermanos” alawitas. Siria es un fiel reflejo de ello, pero también ello es claramente visible en Irak, Pakistán y Bahrein. Todo ello condimentado, por una red transnacional de terrorismo como es Al Qaeda, cuyos dos primeros mandos son respectivamente un egipcio, Zawahiri, y su ascendente nuevo numero 2, el yemenita Nasir al Wuhaysi.

La presencia del grupo filo iraní Hezbollah en las operaciones militares de los alawitas de Assad en Siria contra los laicos y fundamentalistas sunnitas (la amplia mayoría en el país) muestra la complejidad y permeabilidad del escenario. En tanto, Irán avanza en la puesta en operaciones de centenares de nuevas y sofisticadas centrifugadoras para enriquecer uranio al 20% o más y en el montaje de un centro de lanzamiento cohetes espaciales y eventualmente misiles intercontinentales en Shahrud a 100 kms al NE de Teherán. Ya en enero pasado un cohete llevó un mono al espacio y lo regresó vivo a la tierra. Tecnología, esencialmente de uso dual, o sea civil y militar. Cualquier decisión de los EEUU y o Israel de operar militarmente dentro de los próximos 12 a 18 meses sobre el programa nuclear de Teherán deberá tener en cuenta una multiplicidad de impactos cruzados pocas veces vistos.

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Nuevo gobierno, pero mismo régimen en Irán

Una nueva etapa política comienza en Irán con la asunción del presidente Hasan Rohani. Una novedad con sustanciales atenuantes, dado que el poder político-religioso-militar del país sigue en manos del líder espiritual Khamenei, que desde 1987 rige los destinos de este ex imperio milenario. Rohani es asimismo un hombre de extrema confianza del líder y desde la década del 80 ocupó cargos por demás sensibles en el área de seguridad nacional. También tuvo a su cargo a comienzo del presente siglo las negociaciones nucleares con los EEUU y es recordado por haber “ganado tiempo” para que el programa avanzara, pese a las resistencias de la superpotencia y sus aliados. Su nuevo gabinete tendrá como ministro de Relaciones Exteriores a Mohammad Javad Zarif, un experimentado diplomático que negoció con EEUU un  tema de rehenes en el Líbano y la relación Teherán-Washington en Afganistán. Es también ex embajador en las Naciones Unidas y tiene un doctorado en la Universidad de Denver.

Trascienden sus canales de diálogo más que discretos con figuras como el vicepresidente norteamericano con Joe Biden y con el secretario de Defensa Chuck Hagel. Este nuevo ministro está ligado históricamente al ex presidente Rafsanjani, mandatario durante el período en donde se produjeron los ataques terroristas de 1992 y 1994 en Buenos Aires y con pedido de captura de Justicia argentina. Un peso pesado en la política y en la economía de Irán. También, Rouhani nominó a Mohammad Forouzandeh como jefe negociador del tema nuclear, e integró estos años -junto al actual presidente- el estratégico Consejo Supremo de Seguridad Nacional. También preside una poderosa fundación de caridad y ayuda social del Estado. Es un ex Guardián de la Revolución, la élite armada del régimen. Este equipo, de contar como se espera con el visto bueno de Khamenei, parece destinado a un póker decisivo y de alto nivel entre Teherán y Washington en materia nuclear. Los dos bandos saben que si no se llega a un acuerdo básico en los próximos 12 a 18 meses, la posibilidad de escalada militar se acentuará fuertemente, con un Israel que ha decidido por ahora darle tiempo a esa ventana de negociación y no adentrarse en un ataque unilateral. Viable en lo técnico, pero de altísimos costos en todos los frentes imaginables.

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