Bullying y política exterior

En los últimos años especialistas, gobiernos y medios de comunicación han colocado como tema de atención y preocupación el fenómeno del bullying u hostigamiento y agresión sobre algunos niños y jóvenes en las escuelas y otros ámbitos, enfatizando los desequilibrios existentes y generados tanto en el agresor como en el agredido.

Inseguridades, insatisfacciones, traumas, la búsqueda de ser aceptado y respetado, desestructuraciones de valores, etcétera, son citados entre otros tantos signos de bullying. Trasladándolo al plano de la política internacional y especialmente el ámbito latinoamericano, o sudamericano como la moda imperante suele preferir, se podrían detectar gobiernos que llevan a cabo políticas exteriores sobreactuadas y que en algunos casos podrían asemejarse al bullying. Si bien a diferencia de las relaciones interpersonales en estos casos se trata de estados con escaso poder a nivel global, mientras que los receptores de esas conductas suelen ser potencias económicas, políticas y militares de primer orden, aunque no siempre, como pueden dar fe paraguayos o uruguayos.

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Brasil frente a la escalada bolivariana-estadounidense

“Exigimos a los gobiernos de Francia, Portugal, Italia y España que presenten las disculpas públicas correspondientes, en relación a los graves hechos suscitados”, leyó el canciller boliviano David Choquehuanca durante la reciente reunión de mandatarios del Unasur convocada de urgencia en la ciudad de Cochabamba.

Los presidentes de Argentina, Bolivia, Ecuador, Surinam, Uruguay y Venezuela respaldaron esta declaración dirigida a Francia, España, Portugal e Italia para que se disculpen y den explicaciones por haber vetado el libre tránsito aéreo del avión del gobernante boliviano Evo Morales. De la enumeración de países, sobresale el bajo perfil de Brasil y la ausencia del tercer PBI de América Latina, después de Brasil y México, o sea Colombia, Chile y Paraguay. Se podría llegar a interpretar la actitud de Brasilia como un capítulo más del sencillo pero no por eso menos eficiente mecanismo de “organicémonos y vayan” por parte de la sofisticada diplomacia brasileña hacia los gobiernos bolivarianos y de la Argentina. El reciente reclamo de la Cancillería del Brasil para que se aclare la información brindada por el ex analista Snowden y difundida por medios de prensa británicos acerca de una masiva intercepción de comunicaciones brasileñas por parte de la inteligencia americana, no implicó adentrarse en la batalla verbal y gestual desarrollada por los países bolivarianos con los EEUU en torno a esta situación y los asilos políticos para el prófugo.

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Brasil: bienvenidos los ‘60

En momentos en que a nivel político está de moda hablar del “setentismo” y con el regreso de la música y la estética “Graduados” de los “ochentas” en Argentina, el gigante brasileño parece recibir a toda orquesta los “sesentas”. Más allá de que la historia no se repite, si bien algunas veces rima, ese cliché con algo de verdad hace referencia al ingreso, seguramente esporádico, pero definitivo, de una gran masa de clase media en la vida política y socioeconómica en Brasil.

Los ’60 serán recordados por la agitación de los hijos de la clase media en los países desarrollados, e incluso en la Argentina. La Ciencia Política comenzó a analizar y problematizar este fenómeno ya en aquellos momentos, comenzando por el gran Samuel Huntington y su ya clásica visión sobre la turbulencia que generaba y generaría la “brecha” entre las realidades cotidianas y las expectativas de esas crecientes capas medias. Una literatura, con correlatos de excepcionales politólogos como Martín Lipset y argentinos como Guillermo O’ Donnell, que pese a su casi medio siglo de antigüedad seguramente serán de interés para los tomadores de decisión y periodistas brasileños.

¿Cómo se llego a esto? ¿Cómo es que de un día para el otro la imagen del Brasil como país estable y de movimientos lentos y previsibles -un “país ballena” como suele decirle Mónica Hirst- pasa a pegar saltos y cabriolas más propias de la Argentina? Quizás una de las respuestas más articuladas y con anclaje en la historia sea enumerar y articular algunos aspectos claves: la estabilidad política del Brasil puede reconocerse como un activo (más aún si se la compara con la Argentina y otros de sus vecinos). Incluyendo el período de su régimen militar (1964-1984), el cual avanzó de manera sustancialmente ordenada para finalmente dar progresivamente mayores grados de apertura política y finalmente encarar una transición pautada con el poder político. Cabría sólo sobrevolar todos los cambios, giros, tragedias y colapsos que se dieron el la Argentina durante esas mismas dos décadas.

La llegada de la democracia brasileña nos mostrará que sólo uno de sus presidentes no pudo finalizar su mandato por razones que no fuesen de salud. Nos referimos al breve período de Fernando Collor de Mello. Seguramente, un mandatario que no terminó de entender cabalmente que la densidad institucional no daba para proyectos fundacionales y atropelladas como las que llevaron a cabo sus pares de países como la Argentina y Perú en los ’90. El comienzo de esa misma década combinaría la estabilidad institucional con la macroeconómica de la mano del Plan Real. La lluvia ácida de inflaciones de dos a tres dígitos anuales comenzaría a quedar atrás de la mano de un manejo más prudente de las cuentas fiscales y la deuda externa. El comienzo del siglo XXI le abriría la puerta, luego de varios intentos frustrados, al PT y su carismático Lula da Silva a acceder al poder. De esta forma la izquierda democrática y sus ramas sindicales y sociales se comenzaban a integrar definitivamente al establishment político. Con sus particularidades y estilos, pero con los pies definitivamente dentro del plato para ventaja de la estabilidad política del país en el futuro. Quizás esta misma realidad moderó en parte la ofensiva de la oposición más prudente sobre el debilitado Lula en aquellos complicados meses del 2004 y comienzos del 2005, en pleno escándalo por corrupción en el gobierno. Esa oportunidad no fue desaprovechada por el ex líder sindical y con el voto de los sectores populares y campesinos del noreste, que comenzaban a ser activamente asistidos con planes sociales, obtuvo su reelección y la era dorara sus años en el poder.

De manera casi simultanea a la llegada del PT a la presidencia, Brasil se vio ampliamente beneficiada por el boom de las materias primas que generaba el ingreso definitivo de las masas criticas de las poblaciones de China, India y en menor medida África en el consumo de alimentos, minerales, etc., multiplicando por 4, 5 y hasta 6 sus precios internacionales. Ese nuevo mundo, que también ha favorecido de lleno a nuestro país y sin el cual no se puede explicar el ciclo político argentino de los últimos 10 años, logró aportarle crecimiento y disponibilidad financiera al Brasil.

Para mediados de la pasada década, nuestro vecino y socio combinaba estabilidad política y económica, crecimiento y un liderazgo fuerte, y estaba dispuesto a no forzar el entramado institucional de la mano de una re-reelección. Consolidando una constante en la historia del Brasil moderno, el rechazo a visiones de hombres providenciales por encima de todo y de todos. Esta dinámica, así como la existente en la segunda potencia latinoamericana -México- y en la tercera -Colombia-, da un sentido bastante claro sobre hacia dónde se orientará Latinoamérica en los próximos lustros y décadas, bastante alejado de corrientes más épicas y de la excepcionalidad de las personas por sobre las instituciones, como se da en los países bolivarianos.

La foto del Brasil que nos quedaba de los últimos años es la validación popular al PT con la victoria de Dilma Rousseff, la elección de ese país para organizar eventos de la magnitud del Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos, fuerzas armadas crecientemente repotenciadas y respaldadas por el poder político, de izquierda paradójicamente, la visión en EEUU y en Europa acerca de una Brasilia como interlocutura clave, así como las mejoras masivas en materia socioeconómica. Esas 40 millones de personas que se sumaban a las capas medias eran lo más visible y contundente de ese éxito.

Para algunos, la agitación y malestar de las últimas semanas es un chispazo pasajero. Para otros, quizás una mayoría, el reflejo de serios problemas por venir que irán desdibujando los logros del Brasil. La nuestra es una postura intermedia y quizás más optimista. Regresando a los clásicos de la ciencia política que citáramos, no habría demasiado para sorprenderse pero la realidad es que uno vuelve a mirar esos libros cuando se dan de manera sorpresiva algunos de los fenómenos que ellos analizaron y anticiparon. Más allá de ello, el sistema político y la sociedad civil del Brasil tienen los cimientos suficientemente sólidos como para capear el temporal.

Si hace un año o menos muchos pecaban de idealistas con la dinámica en ese país, ahora no cabe cometer la misma equivocación en el sentido contrario. La existencia de un sistema de partidos sustancialmente fuerte, una macroeconomía sana, altos precios internacionales de los productos exportables, una fuerte y activo mundo empresarial privado y público, una política exterior pragmática y activa, un arraigado federalismo, una dirigencia política con capacidad de autocontrol frente a la punición del poder, justifican este cauto optimismo. En otras palabras, la suficiente mediación institucional para canalizar las expectativas y malestar. Ya nada será igual para el Brasil y habrá cierta “saudade” (melancolía) en algunos sobre ese país que hasta hace poco era la “niña bonita” del proceso de modernización en la región. Pero una mirada mas atenta pondrá en evidencia, más temprano que tarde, que los “sesentas tardíos” vienen a hacer más sustentables los cambios.