“Exigimos a los gobiernos de Francia, Portugal, Italia y España que presenten las disculpas públicas correspondientes, en relación a los graves hechos suscitados”, leyó el canciller boliviano David Choquehuanca durante la reciente reunión de mandatarios del Unasur convocada de urgencia en la ciudad de Cochabamba.
Los presidentes de Argentina, Bolivia, Ecuador, Surinam, Uruguay y Venezuela respaldaron esta declaración dirigida a Francia, España, Portugal e Italia para que se disculpen y den explicaciones por haber vetado el libre tránsito aéreo del avión del gobernante boliviano Evo Morales. De la enumeración de países, sobresale el bajo perfil de Brasil y la ausencia del tercer PBI de América Latina, después de Brasil y México, o sea Colombia, Chile y Paraguay. Se podría llegar a interpretar la actitud de Brasilia como un capítulo más del sencillo pero no por eso menos eficiente mecanismo de “organicémonos y vayan” por parte de la sofisticada diplomacia brasileña hacia los gobiernos bolivarianos y de la Argentina. El reciente reclamo de la Cancillería del Brasil para que se aclare la información brindada por el ex analista Snowden y difundida por medios de prensa británicos acerca de una masiva intercepción de comunicaciones brasileñas por parte de la inteligencia americana, no implicó adentrarse en la batalla verbal y gestual desarrollada por los países bolivarianos con los EEUU en torno a esta situación y los asilos políticos para el prófugo.
Al interés estratégico de Brasil, iniciado a comienzos de los años 70, de ganar márgenes de maniobra pero al mismo tiempo evitar confrontaciones abiertas con los EEUU, el ascenso de gobiernos bolivarianos y el progresivo deterioro de la relación argentino-estadounidense a partir del 2005 y acelerada en los últimos años, le ha resultado de gran utilidad. Mientras sus socios más declamativos de la Unasur se adentran cíclicamente en escaramuzas retóricas y hasta épicas con Washington, el gigante sudamericano mantiene activos y fluidos diálogos políticos, económicos y militares con la principal potencia mundial. En ella, hay conciencia entre sus decisores de esta legítima picardía brasileña pero no por ello no dejan de tomarla como un subóptimo aceptable. Siendo así, por no existir en la región un desafío estratégico-militar-ideológico que amenace la seguridad nacional de los EEUU. Los bolivarianos son vistos más como un fenómeno peculiar que como enemigos, categorías que en pasado se reservo para la Alemania nazi, la Unión Soviética, la China de Mao hasta su ruptura definitiva con Moscú. En la visión estratégica de la administración Obama, el desafío estratégico global de mediano y largo plazo pasa por China y la zona del Pacífico. No casualmente, para el 2020, el 70 % del poder naval americano estará en ese Océano. Ello no implica colocar mecánicamente a la China autoritaria en lo político y capitalista en lo económico en una categoría de nuevo imperio soviético y una Guerra Fría 2.0.
La fuerte interdependencia económica y comercial entre China y las potencias occidentales así como los desafíos demográficos, sociales y ecológicos que tiene por delante esta potencia asiática, la posicionan más en el rango que combina rivalidad con convivencia. A menor escala, el eje Irán-Siria-Hezbollah y Corea del Norte son vistas por Washington como amenazas de escala regional, es decir, limitadas. Los bolivarianos distan de estar dentro de estos grupos sensibles a los intereses estratégicos de los EEUU y sus principales aliados europeos, mediorientales y asiáticos. En todo caso, el líder regional de estos gobiernos con pretensiones refundacionales y revolucionarias, o sea Venezuela, nunca dejó de pertenecer del selecto grupo de uno de los cuatro principales proveedores de petróleo de los EEUU con un flujo diario desde 1999 de 1 a 1.5 millones de barriles de petróleo. En otras palabras, unos 350 mil millones de dólares (equivalente al PBI de la Argentina) que fueron de Washington a Caracas. Torrente de carburante que jamás fue interrumpido, aun en los peores momentos de tensión bilateral. Esa efervescencia retórica de los bolivarianos y el no cruce de ciertas líneas rojas son las que han viabilizado hasta ahora el juego de equilibrista y o titiritero de Brasilia.
En el momento en que Venezuela y sus aliados Bolivia y Ecuador traspasaran esos límites y comenzaran a ser vistas como funcionales a desafíos claros y presentes a la seguridad estadounidense y de sus aliados más cercanos, Brasil se vería obligado a cambiar su postura y a tener definiciones más taxativas con sus consecuentes costos vis a vis el eje occidental o el eje contestatario sudamericano. El rol protagónico que buscan tener los estados bolivarianos en el caso del prófugo estadounidense Edward Snowden parece ser una señal de alerta en este sentido. La situación de este analista es propia de una trama de película de espionaje de la Guerra Fría, en donde, en sus escalas en China y luego en Rusia -los dos mayores rivales estratégicos de Washington-, se cruzan agendas más que sensibles.
La propia decisión de Francia del socialista Hollande, España, Portugal a Italia (gobernada por un hombre proveniente del histórico Partido Comunista Italiano) de prohibir el sobrevuelo del avión de Evo Morales es un claro ejemplo de esta situación. El ofrecimiento de asilo que Nicaragua, Venezuela y Bolivia le han hecho llegar Snowden es una nueva vuelta de tuerca en un potencial cambio en el libreto de confrontación administrada entre ellos y Washington. Pocas dudas caben de que Brasilia estará más que interesada en que no se active una tradición histórica de la política exterior americana de los últimos 100 años: cuando se percibe que la región sirve de base para intereses y desafíos estratégicos de grandes potencias, la Alemania nazi 1933-45, y la Unión Soviética pos revolución cubana, Washington desarrolla estrategias asertivas, persistentes y de mayor coordinación entre sus múltiples agencias gubernamentales para neutralizar el riesgo. Un Brasil que busca su espacio en el tablero del poder mundial, pero con sus raíces bien instaladas en la órbita occidental, democrática-republicana y capitalista, poco tiene para ganar en un escenario de este tipo. El establishment político-empresarial y militar brasileño puede disfrutar al asistir a cierta reducción de los márgenes de maniobras de Washington en la región, pero distan de apadrinar confrontaciones abiertas y con riesgo de desmadre. Si a esto se suma la fuerza electoral que ha demostrado la oposición en Venezuela, el impacto inevitable de la muerte de un caudillo carismático como Chávez, la tensa convivencia entre el nacionalismo chavista y los procastristas marxistas leninistas y la posibilidad cierta que en el corto plazo en Brasil acceda al poder una coalición más centrista y desconfiada del chavismo-castrismo, se configura un escenario que debería incentivar a preservar sin radicales deterioros o desbarranques esta enemistad administrada entre los bolivarianos y los EEUU. Sin olvidar, que los dos políticos que encabezan las encuestas de opinión en la Argentina, Daniel Scioli y Sergio Massa, de llegar el poder probablemente desarrollarán una política exterior más semejante a la brasileña, o sea, no inclinar la cancha en demasía hacia ninguno de los lados y con ello minimizar los costos e incrementar los beneficios para Argentina en la disputas político-ideológicas entre los bolivarianos y la superpotencia.