La guerra en Gaza y un árbol que no debe tapar el bosque… en llamas

Promediaba el segundo mandato del Presidente George W. Bush, y su gobierno, caracterizado por tener más que estrechas relaciones con Israel, entraba en un áspero debate con el gobierno hebreo. El motivo: la exigencia de Washington de elecciones libres e inmediatas en los Territorios Palestinos y en especial en la Franja de Gaza. A los pocos meses, el resultado fue la victoria electoral de la organización Hamas, grupo sunita fundamentalista pero aun así con estrechas relaciones con el régimen chiíta de Irán y con la Siria de Al Assad. El mismo, firme aliado de los persas y de Hezbollah en el Líbano.

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Las razones del minimalismo de Obama

En los últimos meses el régimen de Assad en Siria ha logrado hacer retroceder a las diversas facciones rebeldes de varios puntos estratégicos. La mayoría de los analistas no duda ya en la posibilidad cierta que su caída no sea un tema de corto plazo y ni aun de mediano plazo para otros observadores. La decisión estadounidense de no proceder a un ataque militar sobre las fuerzas de Assad luego del comprobado uso de armas químicas sobre la población civil y optar por aceptar un proceso de desarme de las mismas, con el monitoreo de Europa, Rusia y funcionarios propios, fueron otra señal para una mayor supervivencia del Assad y su clan.

Desde sectores políticos, académicos y periodísticos en Washington se ha venido desarrollando un debate sobre hasta qué punto se está haciendo demasiado poco para revertir esta reconsolidacion del régimen. Una respuesta adecuada a estas posturas cruzadas deben tomar en cuenta un conjunto de variables y juegos dignos de películas de 007 o de Tom Clancy. Un ejemplo de ello es la insistente versión acerca que un vip de la red terrorista Al Qaeda, que residía en condición de “refugiado” en Irán desde hace años, fue autorizado a‎ salir del país  para trasladarse en Siria y sumarse al “combate” contra Assad, el cual paradojicamente es uno de los más estrechos aliados de Teherán.

¿Cómo podría explicar esta contradicción, que se encuentra acentuada por el hecho que Al Qaeda es sin duda una de las vertientes más extremistas de fundamentalismo sunnita, el cual dedica parte sustancial de su poder de fuego a atentar contra población de origen chiita, corriente minoritaria del Islam excepto en Irán e Irak? Evidentemente la potencia persa tendría interés de profundizar los embates entre sunnis moderados y sunnis fundamentalistas enemigos de Assad y, al mismo tiempo, emparentar a los rebeldes con redes del terrorismo internacional enemigas de Washington y las potencias occidentales. Esto lograría estigmatizarlos y alejarlos de la posibilidad de contar con masiva asistencia económica y militar desde esas potencias

Los recientes testimonios sobre uso de cloro por parte del régimen en varios ataques es otra muestra del no temor a una reacción norteamericana. A su vez, la Casa Blanca no parece tener apuro en una precipitada salida de Assad. La conflagración y desgaste entre sunnita y chiitas, y entre los mismos sunnis, no dejaría de presentar algunas ventajas y erigirse en un curso de acción compatible con un minimalismo en política exterior en esa zona. Los videos que muestran enfrentamientos letales entre grupos operativos de la milicia chiita libanesa Hezbollah, aliada de Assad y de Teherán, contra Al Qaeda son un claro ejemplo en este sentido. Ambas organizaciones, figuran en las agencias federales americanas como estructuras terroristas y enemigas.

Frente a esta conveniente realidad, la presidencia de Obama viene a encarnar también a un país fatigado por dos largas guerras cómo Irak y Afganistán, así como una sociedad que pide una mayor prioridad a la gestión de temas socioeconómicos internos luego de la crisis financiera y de créditos hipotecarios iniciada en el 2008. Asimismo, las minorías cristianas y alauitas moderadas y laicas que viven en Siria, que no dejan de tener voz en los medios de prensa americanos, temen a una hegemonía de la mayoría sunni y aun más a las facciones más fundamentalistas de los rebeldes. No obstante, tampoco es una opción para Obama el mostrarse como indolente frente a la situación, debiendo conciliar el hecho que varios aliados claves cómo Arabia Saudita y las monarquías del Golfo buscan acelerar la caída de Assad y su clan alauita al tiempo que otros como Israel prefieren un desgaste extremo del régimen, pero no necesariamente un colapso acelerado que derive en una situación anarquía y con la redes de Al Qaeda reinando en diversos feudos de lo que en el pasado fue el Estado sirio. Una postura semejante a la de Turquía, reticente a que un caos que derive en una mayor autonomía y poder de las minorías kurdas que viven en Siria y zonas adyacentes.

Ni que decir de Irak, cuyo gobierno de mayoría chiita pretende mantener al mismo tiempo buenas relaciones con Washington y con Teherán y ve como una amenaza el fin de la hegemonía de Assad. La frutilla del postre, o quizás el propio pastel, es el fuerte vínculo de Moscú con Damasco incluyendo multimillonarios contratos de armas y las facilidades navales que en la costa siria existen para la flota rusa. Todo ello es un contexto de aguda tensión de Putin con EE.UU. y Europa por la situación de Ucrania. Un ataque militar norteamericano a Siria no haría más que potenciar una posible escalada militar entre esas dos repúblicas de la ex URSS.

Frente a este panorama, el saber convencional en Washington parece ser dejar que se desgasten todos los bandos de la tragedia siria y al mismo tiempo abrir muy selectivamente un flujo de armas relativamente sofisticadas y asistencia para grupos sunnis moderados y de óptima relación con Jordania y otros actores confiables para Washington. La difusión de un par de videos en donde un rebelde muestra el uso de un misil antitanque de largo alcance TOW de fabricación estadounidense es un boton de muestra en este sentido. El matiz, y reflejo de lo antes mencionado, es que una mirada más atenta nos mostraría que el arma en cuestión es de los modelos más anticuados, data de 1990 y solo operativo para ser usado de día y en buenas condiciones climáticas, y al parecer provenientes de los arsenales de algunos de los aliados de EEUU en la región. Obviamente previa autorización de la Casa Blanca.

El interrogante es si este minimalismo no dejará de tener un impacto estratégico en la capacidad norteamericana de gestionar sus intereses de largo plazo en el Medio Oriente y hasta en zonas tan lejanas cómo la prioritaria Asia. Como consuelo queda el hecho que de llegar a buen puerto el acuerdo nuclear con Irán, de  continuar y consolidarse la revolución del shale gas y shale petróleo en suelo de los EE.UU. y la consiguiente menor dependencia de importaciones y las vulnerabilidades económicas y demográficas que presenta la renacida Rusia, en balance entre el debe y el haber para el poder americano distara de ser tan linealmente negativo cómo se asume hoy en ciertas esferas de pensamiento.

Colombia y el espectro del 11-S

Algunos de los escombros de las Torres Gemelas cayeron sobre las FARC.

El pasado 21 de diciembre, la prestigiosa periodista Dana Priest describió y analizó en detalle en un artículo publicado en The Washington Post algo que muchos imaginaban pero no lograban desentrañar en detalle: el rol central y activo de los EEUU en el debilitamiento de las guerrillas colombianas de las FARC durante la última década. Dos factores claves alteraron la reticencia de Washington a adoptar un rol más activo en esa guerra. El primero, el antes y el después producido por los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington, y la forma en que ese trauma derivó en una estrategia antiterrorista a escala global.

Dicha estrategia partía de la premisa según la cual -por razones tácticas, estratégicas o, en algunos casos, por engaño y trampa de algunas de las partes- las facciones fundamentalistas islámicas del terrorismo -la red Al-Qaeda en especial o aun la pro iraní Hezbollah y las fuerzas de élite iraníes o Quds- podrían establecer esquemas de cooperación con grupos ateos y marxistas como las FARC o, inclusive, con émulos de “cara cortada” sin otra ideología que el dinero y la buena vida, o sea, con narcos y pandillas latinoamericanas. Bajo esta premisa de “el peor de los escenarios posibles”, la guerra en Colombia contra las FARC y sus más de 20 mil combatientes (para ese mismo momento del 2001) dejó de ser un conflicto ajeno sobre el cual se intentaba interferir lo menos posible.

Desde los años 80, EEUU buscaba ayudar a Bogotá contra el narcotráfico, pero sin “meterse en el barro” del conflicto armado político ideológico que grupos como FARC y ELN planteaban a la democracia colombiana. Pero para cuando las torres gemelas caían en Nueva York, el primero de estos grupos armados llegaba a la cúspide de su poder y algunos de sus múltiples frentes se encontraban a 50 kilómetros de Bogotá (todo un símbolo, aunque ello no significara que pudieran tomar la ciudad o el poder). Los veteranos líderes farquistas ordenaban ataques que, en algunos casos, implicaban el uso de hasta 2.000 combatientes -es decir, el paso de tácticas de guerrillas a una verdadera guerra de movimiento casi convencional.

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Obama, el Congreso y la oportunidad de comenzar a bosquejar un nuevo consenso de política exterior

Durante el primer tramo de la década de los 70, en un contexto caracterizado por el traumático final de la guerra de Vietnam, el Poder Ejecutivo de los EEUU fue perdiendo márgenes de maniobra en cuestiones de “poderes de guerra” en manos del Congreso. Esa ecuación no fue sustancialmente alterada durante las décadas posteriores. Ni aún por caudillos del peso de R. Reagan en los ’80. Tampoco el fin de la Guerra Fría lo cambiaría radicalmente. El trauma de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 generaría un escenario en donde el presidente pasaba a tener fuertemente la iniciativa y los legisladores tenían escaso margen de maniobra para oponerse.

Ello se vio claramente en el amplio respaldo de senadores y diputados a la operación militar en Afganistán a fines del mismo año y la invasión a Irak en marzo  de 2003. Habrá que esperar varios años y traumas de sangre y fuego en territorio iraquí para que se fortalecieran las posturas criticas y el reclamo de rectificaciones por parte de los legisladores a la Casa Blanca. Esta fatiga guerrera fue cabalmente entendida por Obama en su campaña electoral del 2008 y en sus dos periodos presidenciales.

Ordenar y acelerar el retiro de la gran mayoría de las fuerzas militares americanas de Irak y el cronograma para hacer lo mismo de acá a fines del 2014 en Afganistán son claro ejemplo de ello, así como el relativo bajo perfil del Pentágono durante la guerra civil en Libia, vis a vis el fuerte activismo del Reino Unido y Francia. No obstante, lo relativamente poco hecho en Libia por parte de Washington fue clave para inclinar la balanza a favor de los rebeldes en los momentos mas críticos y finales del conflicto. La posterior guerra civil siria confirmó la doctrina Obama de intervenir lo mínimo y necesario en conflictos que no hagan al interés vital de la superpotencia.

Mientras las monarquías del Golfo Pérsico y la misma Turquía, todos países con mayoría de población islámica sunita al igual 3/4 de los sirios controlados por una minoría alawita más cercana al shiísmo de Irán y de Hezbollah en Líbano, aceleraban en todo lo posible la ayuda militar y logística a los opositores a Assad, la administración demócrata ponía paños fríos a los halcones que dentro y fuera de EEUU reclamaban una intervención más activa. Para los consejeros de Obama, qué mejor que tener un conflicto armado en donde archienemigos como Al Qaeda luchan a gran escala contra otros rivales de Washington como Assad y las milicias pro iraníes de Hezbollah.

Una destrucción mutua asegurada. No obstante, el uso puntual por parte del régimen de Assad de armas químicas denunciado por medios de prensa internacionales desde abril pasado, motivaron que el presidente americano anunciara una “línea roja” que sinceramente él no creía que alguna vez Damasco cruzaría de la manera en que lo hizo el pasado 21 de agosto. Es decir, lanzamiento de numerosos cohetes con gas sarín contra uno de los barrios de la ciudad, la muerte de 1500 personas y miles de afectados. La credibilidad de la principal potencia internacional, inmersa en una compleja partida de ajedrez con Irán por su programa nuclear, está en juego.

En un primer momento y luego de las evidencias acerca de que efectivamente se trató de armas químicas, Washington pareció inclinarse por un ataque puntual de unas 24 a 48 horas, en donde se abatirían alrededor de 50 blancos militares seleccionados usando misiles crucero de ataque a tierra del tipo Tomahawks III y IV lanzados desde 5 destructores Aegis y uno o más submarinos Ohio en el Mediterráneo, así como algún uso puntual de bombarderos estratégicos B2 y caza bombarderos furtivos F117.

Se trata de una operación con ciertas semejanzas con la Desert Fox que lanzó Clinton contra Irak entre el 16 y el 19 de diciembre de 1998. De manera sorpresiva y luego de rondas de consulta con su jefe de Gabinete y asesores de Seguridad Nacional, Obama decidió buscar el respaldo del Congreso. Inmediatamente los analistas comenzaron a subrayar cómo de esa forma el Poder Ejecutivo parecía orientado a repetir en cierta medida la lógica citada al comienzo de este artículo acerca del fortalecimiento del Poder Legislativo en tema de guerra y paz hace 40 años. A una semana de una resolución del Congreso en este sentido, todo parece indicar que más allá de ideologías, clichés y tentaciones de usos políticos internos por parte de algunos legisladores, el interés nacional primará y el presidente contará con el apoyo necesario.

Transitando un difícil sendero intermedio entre aquellos que postulan directamente la no intervención y aquellos que no quieren andar con chiquitas y directamente exigen el cambio de régimen político en Siria mediante un ataque sostenido y a gran escala, al parecer la postura que podría lograr un relativo consenso sería la de un ataque que degradara sustancialmente la capacidad militar del régimen y el compromiso de acelerar la ayuda militar y logística a las facciones rebeldes alejadas de Al Qaeda. Países claves dentro del Islam como Turquía y Arabia Saudita le darían el respaldo diplomático y militar a la operación. A diferencia de lo que se pensó en un primer momento cuando el Ejecutivo americano se inclinó a lograr un acuerdo con el Legislativo, todo parece indicar que el resultado final parece ser un ataque más contundente y ambicioso.

La Casa Blanca, conscientemente, puede comenzar a transitar la rearticulación de un consenso básico y necesario en materia de política exterior y seguridad nacional que EEUU en gran medida ha perdido de la mano de tres eventos fundamentales: la desaparición de un enemigo poderoso y claro como fue la URSS, la desafortunada guerra de Irak a partir de premisas no verdaderas y la crisis económica estallada en septiembre 2008 y la consiguiente tendencia más aislacionista que este tipo de situaciones genera.

Lograrlo o dejar marcado el camino para que se dé sería una de las mayores herencias de los 8 años de Obama, así como un factor central para gestionar el mix de palos y zanahorias que depara la relación entre EEUU e Irán por el programa nuclear de este último. Una ventana que en los próximos 12 a 18 meses puede derivar en paz o guerra, esta última de consecuencias estratégicas infinitamente mayores a la actual en Siria. Ni que decir de la utilidad de ese eventual nuevo consenso para gestionar el mix de rivalidad y cooperación con la ascendente superpotencia China.

Como proféticamente argumentaba el filósofo I. Kant en el siglo XVIII, las repúblicas tenderán a ser más eficientes para desarrollar su poder económico y militar e imponerse en parte sustancial de las contienda bélicas. Aun antes que él, N. Maquiavelo realizaba una afirmación semejante. Siglos después, los estudios estadísticos llevados a cabo en algunas de las más prestigiosas universidades del mundo de la mano de académicos de la talla de M. Doyle y B. Russett nos muestran que ello ha sido así: entre 1815 y fines del siglo XX, los regímenes políticos dotados de división de poderes y libertad política han triunfado en un 80% de las guerras en que han intervenido.

¿Choque de civilizaciones o “intracivilizaciones”?

Veinte años atrás, el sobresaliente y recientemente fallecido politólogo Samuel Huntington escribía uno de sus artículos mas taquilleros y con impacto mas allá del mundo académico: ”El choque de civilizaciones“. Como siempre polémico, punzante, afirmaba que superada la Guerra Fría ganada por los EEUU y Occidente, los conflictos de las décadas por venir tendrían un fuerte condimento ligado a las variables culturales y religiosas. Variables siempre presentes en la vida del hombre y de los Estados, pero que el los siglos recientes habían pasado un poco al costado de la mano de las ideologías y los nacionalismos.

En esta hoja de ruta que nos ofrecía Huntington, las lineas de toque entre el mundo occidental y las zonas dominadas por el Islam y por la tradición confusiana en Asia deberían ser miradas y tratadas con particular atención. No casualmente, mientras escribía ese ensayo existía una violenta guerra en la zona de los Balcanes, en la puerta de Europa, en donde se masacraban bosnios musulmanes, croatas católicos y serbios ortodoxos.

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La geopolítica de EEUU: del Nilo y el Éufrates al Ganges

A diferencia de las décadas pasadas en las que se desarrollaron otras escaladas bélicas en el Medio Oriente, en especial entre Israel y diversas coaliciones árabes, actualmente la región esta siendo cruzada por los vientos del choque entre laicos y fundamentalistas (en especial ligados a la Hermandad Musulmana en Egipto, Túnez y crecientemente en Turquía) y las escaladas de violencia de sunnitas vs. shiítas o sus “primo hermanos” alawitas. Siria es un fiel reflejo de ello, pero también ello es claramente visible en Irak, Pakistán y Bahrein. Todo ello condimentado, por una red transnacional de terrorismo como es Al Qaeda, cuyos dos primeros mandos son respectivamente un egipcio, Zawahiri, y su ascendente nuevo numero 2, el yemenita Nasir al Wuhaysi.

La presencia del grupo filo iraní Hezbollah en las operaciones militares de los alawitas de Assad en Siria contra los laicos y fundamentalistas sunnitas (la amplia mayoría en el país) muestra la complejidad y permeabilidad del escenario. En tanto, Irán avanza en la puesta en operaciones de centenares de nuevas y sofisticadas centrifugadoras para enriquecer uranio al 20% o más y en el montaje de un centro de lanzamiento cohetes espaciales y eventualmente misiles intercontinentales en Shahrud a 100 kms al NE de Teherán. Ya en enero pasado un cohete llevó un mono al espacio y lo regresó vivo a la tierra. Tecnología, esencialmente de uso dual, o sea civil y militar. Cualquier decisión de los EEUU y o Israel de operar militarmente dentro de los próximos 12 a 18 meses sobre el programa nuclear de Teherán deberá tener en cuenta una multiplicidad de impactos cruzados pocas veces vistos.

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