En los últimos años especialistas, gobiernos y medios de comunicación han colocado como tema de atención y preocupación el fenómeno del bullying u hostigamiento y agresión sobre algunos niños y jóvenes en las escuelas y otros ámbitos, enfatizando los desequilibrios existentes y generados tanto en el agresor como en el agredido.
Inseguridades, insatisfacciones, traumas, la búsqueda de ser aceptado y respetado, desestructuraciones de valores, etcétera, son citados entre otros tantos signos de bullying. Trasladándolo al plano de la política internacional y especialmente el ámbito latinoamericano, o sudamericano como la moda imperante suele preferir, se podrían detectar gobiernos que llevan a cabo políticas exteriores sobreactuadas y que en algunos casos podrían asemejarse al bullying. Si bien a diferencia de las relaciones interpersonales en estos casos se trata de estados con escaso poder a nivel global, mientras que los receptores de esas conductas suelen ser potencias económicas, políticas y militares de primer orden, aunque no siempre, como pueden dar fe paraguayos o uruguayos.
Los países autodenominados bolivarianos han sido destacados en esta materia. Sus choques verbales con Colombia, Perú, Chile, México y ni que decir con EEUU, Israel y Europa han sido un clásico. Desde ya una explicación básica se refiera al ADN de todo régimen populista, no dicho en un sentido despectivo sino como tipología ya desarrollada por el sociólogo Gino Germani más de medio siglo atrás, o sea la necesidad de enemigos externos como forma de consolidar el frente interno.
Esas retoricas virulentas, no obstante, no son lineales, sino que van y vienen y suben y bajan dependiendo de las circunstancias. Las óptimas relaciones que tuvieron Chávez y Uribe entre el 2002 y el 2007 o más recientemente Santos y Maduro, son un ejemplo de ello. Desde ya en muchos casos los “enemigos externos” cometen torpezas como la reciente no autorización de vuelo para el avión de Evo Morales en Europa, en tanto que países con políticas exteriores más sofisticadas y de largo plazo encauzaron con bajo perfil el pedido de disculpas de Bolivia por lo actuado sobre un avión perteneciente al Estado brasileño y poseedor de las garantías que no fueron al parecer debidamente respetadas.
Asimismo, la dureza verbal contra el “otro” no impide fluidos lazos comerciales, como la venta de 1 a 1.5 millones de barriles diarios de petróleo de Venezuela a los EEUU a un valor de 100 dolares o más por unidad. La reciente crisis diplomática por la imprudente actitud contra el mandatario boliviano derivó en que aparecieran en su defensa términos como “vieja Europa”, “neocolonialismo“, etcétera. Por una de esas paradojas de la historia, el termino “vieja Europa” fue una de las frases preferidas de la derecha neoconservadora de los EEUU pos 11 de septiembre de 2001, cuando potencias como Francia, Alemania y otras se negaron a respaldar la innecesaria invasión a Irak.
Una duda para cualquier estudiante recién iniciado en el estudio de las relaciones internacionales sería cómo los débiles pueden “patotear” a los poderosos, a un bajo o nulo costo aparente. Una respuesta inicial, pero no por ello menos explicativa, es por la marginalidad estratégica en los grandes temas geopolíticos y económicos que estos países de la región tienen a escala global y en la agenda más sensible de seguridad nacional de los EEUU y sus aliados europeos (que sumados dan cuenta de casi el 50 % del PBI mundial y poseedores de las dos reservas de valores básicas, dólar y euro, signos monetarios valorados y deseados aún por los regímenes más rebeldes y contestarios).
Un factor no menor que acompaña estas políticas de tonos ásperos y épicos es el convencimiento, y quizás muchas ganas de que sea así, de que el orden internacional está cambiando radical y aceleradamente. La bipolaridad de la Guerra Fría y la unipolaridad pos colapso soviético estarían dando lugar a un mundo multipolar donde países como China, Rusia, India, Brasil y aun Irán pasarían a tener la voz cantante. Síntomas en este sentido existen y no caben dudas, pero quizás no sea un fenómeno tan lineal y mecánico.
Basta leer los más reciente informes y estudios sobre las perspectivas chinas en el mediano y largo plazo. Nada potencialmente apocalíptico, pero sí un paño frío a los pensamientos voluntaristas. Aun así, los países bolivarianos han sabido tener el autocontrol para no pasar ciertas líneas rojas. Tal como lo explica en detalle el estudio liderado por Roberto Russell (Roberto Russell y Fabián Calle, “La ‘periferia turbulenta’ como factor de la expansión de los intereses de seguridad de Estados Unidos en América Latina”, en Crisis del Estado e intervención internacional, Monica Hirst (comp.), Edhasa, 2009) las turbulencias serias y amenazas a la seguridad nacional de las grandes potencias, y en especial a la principal, EEUU, generan políticas agresivas y activas por parte de esos poderes.
El ser santuario para el accionar del terrorismo internacional o de fuerzas especiales ligadas a Irán, el desarrollo de armas de destrucción masiva o ayudar activamente a que un Estado situado en una región clave (Irán en el Medio Oriente) lo haga, cortar abruptamente flujos de petróleo y energía, afectar pasos estratégicos para el comercio internacional, poner en riesgo claro y presente ciudadanos americanos, permitir el despliegue de armamento o tecnología estratégica y sensible de otra gran potencia (Rusia, China, etcétera) han sido evitados hasta el momento.
En este escenario, el bullying en la política exterior es aceptado y entendido como parte del folklore y tintes pintorescos propios de necesidades internas de estos gobiernos que se asumen, no sin cierta razón, como fundacionales. No de manera muy diferente, otro gran poder, en este caso espiritual, el Vaticano, ve cómo estos países combinan referencias al marxismo-leninismo, y la premisa comunista de “la religión como opio de los pueblos” con multiplicidad de misas y oraciones frente a sucesos políticos traumáticos. Ni que decir de contar con una imagen junto el nuevo y carismático Papa Francisco. Pragmatismo que no deja de ser un activo clave en política y una buena noticia para la estabilidad de la región.