Psicología de una larga relación

Mientras nuestros estadistas y próceres, con algunas excepciones, como Sarmiento, Zeballos y Alberdi, focalizaban su visión internacional en la pujante y poderosa Europa del siglo XIX, los mandos políticos del Brasil del Imperio portugués y luego la monarquía brasileña independizada de la metrópoli, pusieron siempre parte de su atención en esa ex colonia británica que conformaría los EEUU. Quizás por el histórico vinculo de Portugal con Inglaterra y de esta última, en una relación amor y odio, con sus ex dominios en América del Norte, las tierras brasileñas fueron más permeables a intuir o ver el fenómeno del ascenso del poder de Washington a escala hemisférica y luego a nivel mundial a comienzos del siglo pasado.

Ya a principios del 1900, el gran Canciller y ajedrecista de la política exterior de Brasil, el Barón de Río Branco, formulaba algunas de las directrices de la política de inserción regional e internacional de su país. En la visión del Barón, el desafío era equiparar y superar a la ascendente potencia argentina que, de la mano de una elite política con visión, la inserción virtuosa en el mercado como proveedor de materias primas al Imperio británico y receptor de grandes inversiones portuarias y ferroviarias de los ingleses, así como la llegada de millones de inmigrantes laboriosos de Europa, haría que Buenos Aires pasara a ser la capital de la principal potencia sudamericana para 1910.

Habría que esperar a mediados del siglo XX para que el PBI brasileño equiparase el argentino, para ser hoy cuatro veces más grande. La forma propuesta por Río Branco para concretarlo era tener un vínculo fuerte y privilegiado con los EEUU, pero sin que ello derivase en la vía libre a la intromisión lisa y llana de Washington en la zona así como tampoco motivar conflictos bélicos a gran escala con Buenos Aires. La decisión de Brasil de estar del lado de Gran Bretaña, Francia y los EEUU contra Alemania en la Primera Guerra Mundial y su participación directa en la Segunda Guerra Mundial junto a EEUU en Italia y en la concesión de bases en la costa sudamericana para que la Armada americana pudiese operar mejor contra los submarinos alemanes, fue parte de esa orientación. Vis a vis la neutralidad argentina en ambas guerras y algunas que otras simpatías hacia el Eje germano-italiano.

 

Una recorrida por la literatura politológica e histórica sobre la postura Argentina post 1945 muestra diversos autores que exploran las razones por las cuales nuestro país “no se subió” al tren de la hegemonía americana. Si bien dista de ser el propósito de este artículo abordar en detalle las razones, muy exhaustivamente abordadas por Carlos Escudé en sus escritos de la décadas de los 80 y 90, también es interesante ver como existe una corriente historiográfica en Brasil que se pregunta los motivos por lo cual su país “fue bajado” de ese tren post 45. Básicamente, por el menor interés de Washington en América Latina luego Segunda Guerra y su foco de atención en la contención a la URSS en Europa y Asia. Habrá que esperar a la revolución cubana en 1959 para que el temor de la penetración comunista y la difusión del foquismo guerrillero llevara a la superpotencia a retomar una agenda activa o “gran estrategia” en la zona, tal como la articuló a comienzos de los años 30 cuando existió la percepción de una penetración nazi-fascista en la entonces poderosa Argentina y en el Sur de Brasil. Cabe preguntarse si la reciente y creciente penetración comercial y económica de China, activará este mecanismo en Washington, pero esto es tema para otro artículo.

 

Para la década del 50, pensadores geopolíticos brasileños buscaban la forma de darle textura teórica a la relación con los EEUU. De ahí, en ámbitos militares y diplomáticos surgió el concepto de “barganha leal” de Golbery do Couto e Silva, o el intento de establecer un acuerdo implícito o explícito por el cual Washington delegaba la gestión del día a día de Sudamérica al Brasil y este ultimo garantizaría el núcleo duro de los intereses de seguridad de las barras y estrellas. Pero de hecho, ello jamás se concretó. Quizás por el viejo y siempre válido concepto que afirma que las grandes potencias no delegan el poder, solo lo ejercen o lo pierden.

Esta búsqueda de una relación estrecha y privilegiada con los EEUU seguiría y se profundizará en los 60 y en especial a partir del golpe de 1964. A comienzos de la década siguiente, Henry Kissinger, desde su posición clave en la política exterior del presidente Richard Nixon, hizo la famosa referencia a Brasil como “Estado llave” en América Latina. Esto, parecía ser el preludio de la concreción en los hechos de la deseada “barganha leal”. Pero la evolución posterior dio por tierra con esa expectativa. Washington seguía focalizando su interés en la Guerra Fría con los soviéticos, en abrir una puerta diplomática con la China de Mao crecientemente enfrentada a Moscú y en navegar las turbulentas aguas económicas posteriores a la crisis del petróleo de 1973 y la competencia económica de nuevos gigantes como Alemania y Japón.

Por ello, los años 70 comenzarían a mostrar un lento proceso de alejamiento hacia posturas más autonomistas, pero nunca contestatarias o erráticas (pasar de alineamiento a confrontación como la Argentina). Un Brasil que ya se sentía ganador de la carrera hegemónica que tuvo con la Argentina durante fines del siglo XIX y el XX, así como marginado del acceso a la tecnología nuclear estadounidense y afectado crecientemente por el proteccionismo comercial del mundo desarrollado, asumiría una estrategia que combinaría relaciones constructivas con Washington con espacios de debate y disputa así como el intento de consolidar su propia influencia al sur del Canal de Panamá.

La combinación de democracia estable (década del 80), economía estable (a partir de los 90) y boom de los precios de las materias primas que exporta el país (de 2003 en adelante) así como un liderazgo carismático y pragmático como el de Lula Da Silva y la institucionalización del PT y la izquierda del país como fuerza seria y realista, le daría renovadas fuerzas y espaldas a la aspiración de Brasilia de ser el interlocutor privilegiado del mundo en general y con los EEUU en particular en lo atinente a nuestro región. La aspereza de la relación de los países bolivarianos con la superpotencia, si bien nunca interrumpiendo la exportación de más de un millón de barriles diarios de Venezuela a la “potencia imperialista”, y la progresiva y persistente deterioro de la relación argentino-americana del 2005 en adelante, acrecentaba aun más la idea del Brasil como el país que combinaba masa crítica de poder y pragmatismo. Esa realidad, fue y es hábilmente utilizada por diplomacia de los herederos del Barón de Río Branco.

En este escenario, el caso Snowden y la difusión del espionaje de la NSA, una de las 14 agencias de inteligencia de EEUU y dotada de un presupuesto de 50 mil millones dólares, que tienen a Brasil, México y Colombia como los países latinoamericanos más vigilados (un verdadero golpe al ego del eje castrista-bolivariano) se da en momento en donde la presidencia de Dilma Rousseff enfrenta varios desafíos con vistas a su reelección. A las manifestaciones populares que se dieron meses atrás en Río, San Pablo y otras ciudades reclamando por la corrupción y la baja calidad de los servicios públicos, se le sumó la deserción de algunos sectores del PT hacia nuevas formaciones opositoras y la presencia de Lula merodeando y generando versiones sobre si pretende postularse a un nuevo mandato. Todo ello combinado por un enfriamiento de la economía en el 2013, lo cual parecería continuar en los próximos dos años así como un ascenso de la inflación al 6 por ciento anual; considerada amenazante y alta ya para los operadores económicos y amplios sectores de la sociedad.

Por todo ello, el caso Snowden le brinda a Rousseff una bandera para recuperar voluntades e intención de voto (hoy cercana al 35-36 por ciento) luego de haber llegado a tener 70 por ciento de imagen positiva el año pasado. Como comentábamos en un pasado artículo desde esta columna, todos los países dentro de sus capacidades económicas, tecnológicas y humanas llevan a cabo espionaje, contra espionaje y desinformación sobre otros Estados. Aun aquellos que por su subdesarrollo no lo pueden hacer a gran escala, tienden a concentrarse en inteligencia interior. Tanto sea respetando o no los marcos legales. Ni qué decir cuando se trata de no democracias o de democracias delegativas y no republicanas. Por ende, el levantar la voz en el caso Snowden tiene tanto de legítimo como de útil actuación. Por esas vueltas e ironías del destino, a pocas horas del reciente y duro discurso de la primera mandataria brasileña en Naciones Unidas, regresaba al Brasil un submarino de guerra de ese país que había pasado los últimos largos meses en maniobras, sólo reservadas para aliados, con la Armada americana en aguas internacionales. Al mismo tiempo, el gobierno de Obama daba el ok a transferir tecnología sensible de los aviones de combate F18 si Brasilia se inclinaba por comprar 36 de ellos en lugar de hacerlo a competidores franceses y sueco-británicos. También, otras voces diplomáticas y políticas en Brasil, en un sutil off the record, afirmaban que pasado el fragor de la tensión se concretaría una nueva cumbre Obama-Rousseff y que Brasilia usaría esta “cuenta pendiente” de Washington con la potencia sudamericana para buscar erosionar o quebrar la “amistosa negativa” de EEUU de dar el ok para que Brasil sea uno de los nuevos miembros con poder de veto en una futura reforma del Consejo de Seguridad de la ONU junto a otros como Alemania, Japón e India. En el mismo sentido, afirman que este pataleo más que justificado es además un modo con el que la elite brasileña se decide a transmitirle a sus pares americanos que esta es una relación que debe ser más valorada, cuidada y no vista como algo dado. En otras palabras, ser tratados y jerarquizados como una potencia internacional en toda su dimensión. Aun en sus enojos, los Estados Unidos del Brasil (como se denominó oficialmente el país entre 1889 y 1968) no pierde de vista su viejo sueño de un vínculo estrecho, de mutuo respeto y estratégico con su ex homónimo del Norte.

Guerra civil en Siria: caso testigo para la agenda de los derechos humanos

Una de las características básicas del sano y acelerado desarrollo en la agenda internacional de la problemática de los derechos humanos post Segunda Guerra Mundial y mucho más aún a partir de fines de la década de los 60 y comienzos de los 70 ha sido buscar superar las típicas visiones etnocéntricas, nacionalistas y xenófobas que sólo miraban la problemática de la violencia que afectaba a un segmento o grupo afín para dar lugar a otras en donde gana más espacio el ser humano como sujeto a derechos y a obligaciones sin importar su origen, es decir, “los derechos universales del hombre”.

Desde ya, la temática de los derechos humanos ha convivido y convive con agendas e intereses de los Estados. Ya una mente estratégica como la de Henry Kissinger los incorporó en la mesa de diálogo y negociaciones con los soviéticos en Helsinsky en 1975, asumiendo que con ello inoculaba un virus de acción lenta pero segura sobre el totalitarismo comunista. No casualmente uno de los epicentros de las ONG dedicadas a este tema tienen su asiento en los EEUU o son financiadas por fundaciones de esa superpotencia, incluyendo muchas de ellas que impulsan posturas de izquierda y críticas a muchas políticas de Washington y sus aliados.

La miopía selectiva de regímenes de uno o otro extremo ideológico ha sido siempre un clásico. Es decir, usar la temática humanitaria como arma “contra el otro” y obviarla o relativizarla cuando el que transgrede es “propia tropa” real o percibida. Mas allá de ello, es evidente que en las ultimas décadas la conciencia y penetración del debate sobre los derechos ha ido incrementándose y consolidándose. La hipocresía y el calculo frío sigue pero convive con un fenómeno que ha adquirido fuerza real. Tan es así, que los Estados y los factores de poder no pueden cuestionarlos o repudiarlos abiertamente. En todo caso, los distorsionan, buscar manipularlos a su favor o se llaman al silencio.

El uso de lo que parece ser una sustancial neurotóxica letal como el gas sarín por parte de fuerzas del régimen de Bashar Al Assad en Siria contra un barrio de Damasco y la consiguiente muerte de miles de civiles, sin olvidar los 100 mil que ya han muerto en la guerra civil y los 2 millones de refugiados, ponen en el centro de la escena esta tensión entre los intereses políticos y cálculos ideológicos y la agenda humanitaria. En estas situaciones, algunos por ignorancia y otros directamente por conveniencias políticas más o menos relevantes, tienden a poner en el foco del debate la próxima ofensiva militar a escala limitada (quizás semejante a la Desert Fox que Bill Clinton ejecutó contra Irak en 1998) y no la masacre que se viene en dando en tierra siria hace dos años y ni qué decir el uso de armas de destrucción masiva contra civiles.

De más está decir que la operación no pasará por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidad, dado el latente veto ruso y muy probablemente chino. No obstante, dado que el conflicto armado en Siria tiene como uno de los factores centrales el dominio que desde hace décadas ejerce la minoría alawita por sobre la gran mayoría sunnita que vive en el país y siendo los sunnis la gran masa crítica de la orientación religiosa que dentro del Islam existe, seguramente una sustancial cantidad de países árabes y musulmanes respaldarán, y varios de ellos participaran abiertamente, en una acción de Washington y varios aliados de la OTAN. Por ello, mostrar el próximo choque militar como una muestra de islamofobia será por demás difícil.

Cabe recordar que varios países sudamericanos han tomado un camino de liderazgo en temas de derechos humanos, como herencia de la violencia política de la década de los 70. En este escenario, será por demás importante ver hasta qué punto estos Estados están a la altura de las circunstancias frente a las atrocidades que acontecen en territorio sirio.

Una característica básica de la agenda de los derechos es no dejarse guiar por “peros”, como podría ser que la violencia gubernamental en Siria está legitimada por la resistencia a imperialismos externos como supuestamente querrían ejercer los EEUU y sus socios. Más aún cuando esta superpotencia ha sido más que reticente a intervenir en estos dos años de masacres. Una Sudamérica o parte de ella que enfáticamente busca legítimamente mostrarse como tierra de progresismo y sensibilidad humanitaria vis a vis el neoliberalismo del pasado o el autoritarismo aun anterior, debería sopesar hasta qué punto demuestra que el énfasis manifiesto en temas humanitarios no es algo selectivo y sujeto a cálculos mezquinos de naturaleza política, económica e ideológica.

En el caso de priorizar este cinismo, que tanta veces se atribuye a las grandes potencias por sobre lo trascendente que representa el derecho humanitario, se le hará un flaco favor a la coherencia y solidez argumental tan noblemente predicada en nuestra región y en las respectivas políticas domésticas.

¿Choque de civilizaciones o “intracivilizaciones”?

Veinte años atrás, el sobresaliente y recientemente fallecido politólogo Samuel Huntington escribía uno de sus artículos mas taquilleros y con impacto mas allá del mundo académico: ”El choque de civilizaciones“. Como siempre polémico, punzante, afirmaba que superada la Guerra Fría ganada por los EEUU y Occidente, los conflictos de las décadas por venir tendrían un fuerte condimento ligado a las variables culturales y religiosas. Variables siempre presentes en la vida del hombre y de los Estados, pero que el los siglos recientes habían pasado un poco al costado de la mano de las ideologías y los nacionalismos.

En esta hoja de ruta que nos ofrecía Huntington, las lineas de toque entre el mundo occidental y las zonas dominadas por el Islam y por la tradición confusiana en Asia deberían ser miradas y tratadas con particular atención. No casualmente, mientras escribía ese ensayo existía una violenta guerra en la zona de los Balcanes, en la puerta de Europa, en donde se masacraban bosnios musulmanes, croatas católicos y serbios ortodoxos.

Continuar leyendo