Quiso el destino que este convulsionado mes de enero, me sorprendiera del otro lado del Rio de la Plata. Le puedo asegurar –amigo lector- que para mi será tristemente inolvidable por un hecho que le contaré al final de esta columna. Cuestiones personales al margen, tal vez como pocas veces en los últimos años, pueblo y gobierno Uruguayos asisten hoy abrumados a las inexplicables sagas mañaneras que tienen como primer actor a nuestro Jefe de Gabinete y como actores de reparto a sus circunstanciales acompañantes frente al micrófono.
Siendo el Uruguay un país cultural, económica y geográficamente tan próximo a Argentina, es lógico que la coyuntura nacional inevitablemente lo involucre. Desde un temporal causado por el clima hasta el actual tsunami en el que nuestras autoridades están sumiendo al país y a la región.
No obstante que esta situación de interdependencia es totalmente asumida por la sociedad uruguaya, hay un aspecto de nuestra particular realidad que resulta muy interesante de analizar; me refiero a la manera en que se aprecia la situación cuando quien la analiza se asume totalmente como víctima de la misma sin derecho a voz ni voto.
Como todos sabemos, las emisiones radiales y televisivas argentinas penetran el territorio charrúa con la misma facilidad con la que un pez nada a su antojo por las aguas del Río de la Plata sin distinguir fronteras. Es así que las emisiones de los “maléficos” comunicadores de la corporación mediática se reciben con la misma claridad con la que lo hacen los esclarecidos pensadores de la TV pública. Siendo así que argentinos y argentinas en tránsito podemos seguir “gozando” de cada detalle de nuestra particular forma de vivir la vida.
Pero el dial uruguayo ofrece entre la cadena del desánimo y la apología del modelo, distintas versiones informativas locales que permiten al argentino que lo desee, asomarse a la desafiante aventura de ponerse en la piel del ciudadano uruguayo que intenta comprender el errático derrotero argentino, el que sin solución de continuidad cada (más o menos) diez años, castiga brutalmente a nuestra población y salpica irremediablemente al resto de la región.
Un denominador común parece haberse adueñado de la opinión pública y publicada de nuestros vecinos por estos días: el desconcierto total y absoluto. Políticos, economistas, hombres de negocios, comerciantes y hasta choferes de taxi o encargados de edificios lamentan con la misma intensidad los lógicos trastornos que nuestra arritmia política y económica les origina, como el impredecible futuro al que nuestros dirigentes han condenado a nuestro país.
Hace un par de días un profesional uruguayo me comentó con absoluta simpleza e ingenuidad: “Bueno, si todos los males de los argentinos se deben a las maniobras de un grupo mediático ¿por qué no lo cierran y ya?; si pudieron expropiar YPF que era española, ¿por qué no hacerlo con Clarín que es argentino?”
Este simple ejemplo , es sólo uno de una larga cadena de situaciones que se dan a diario cuando miles de espectadores locales, observan a un señor que cada mañana anuncia alguna cosa, para tal vez anunciar la contraria al día siguiente o inclusive en la tarde del mismo día.
La larga lista de interrogantes que la estupefacta sociedad uruguaya se formula, incluye entre otras cuestiones: ¿cómo es posible que el otrora “granero del mundo” hoy mida con cuentagotas míseros cupos de exportación?; ¿por qué nuestras exportaciones cárnicas se encuentran literalmente por debajo de las del propio Uruguay?; ¿por qué, siendo uno de los países más ricos de la región, estamos una vez más al borde del colapso sin que las razones parezcan ser otras que la impericia de quienes manejan el timón de la Nación?
¿Cómo puede hacer un vecino oriental para digerir términos tales como Mercosur, Unasur, confraternidad rioplatense o simplemente sentirse hermanos o al menos vecinos de una administración que parece hacer lo imposible por dañarse a si misma y a quienes la rodean?
De la mano de nuestras emisoras televisivas, de nuestros políticos y de nuestros expertos opinólogos , en Uruguay intentan comprender cómo es eso de que el dólar negro sube por presión del narcotráfico (previo entender que es el dólar negro); por qué escuchan a un ministro anunciar que el sistema bancario internacional está conspirando contra la democracia argentina; cómo es que la Presidente viaja tres días antes a una cumbre internacional pero se vuelve antes porque le duele la espalda; sin éxito, indagan acerca del porqué a sus familiares radicados en nuestro país se les cobra un impuesto para ir de visita al Uruguay, siendo que integramos el mismo mercado común. Se devanan la cabeza intentando descubrir por qué, luego de tanta incitación a la estigmatización del accionar de las fuerzas armadas, ahora un general investigado por un presunto crimen durante la dictadura, toma el micrófono para anunciar que se lo está persiguiendo a él y a la Presidente….
No pueden, no conciben, no entienden nada de nada de lo que nos pasa. Temen por nosotro, porque nuestro fracaso es inevitablemente el de ellos. Y sólo atinan a vislumbrar un oscuro desenlace. Pero si hay algo que les resulta superlativamente incompresible por encima de cualquier otra cosa , es de qué se ríen nuestros funcionarios cada mañana cuando toman el micrófono para anunciar un nuevo paso al frente en el camino al desastre.
PD: Con el permiso de editores y lectores, dedico esta columna a mi lectora más leal y a mi crítica más severa; a mi madre Graciana, que llegó a este suelo uruguayo de la mano de sus hijos y se fue al cielo de la mano de Dios. Un pedacito de mi partió con ella.