Una visita que mira hacia el futuro

No obstante estar en el último año de su Gobierno, el presidente Barack Obama visita la Argentina en un gran momento de su gestión y en pleno dominio de sus atribuciones e iniciativas. Al anunciar su viaje autónomo a la Argentina, ofreció una extensa conferencia de prensa explicando que el nuestro es un país muy importante, con un potencial de cooperación bilateral mutuamente beneficioso que corresponde aprovechar. Es que Obama, como Matteo Renzi, François Hollande y otros, lee a la Argentina con la significación con que se la valora desde afuera y no con la óptica interna de nuestras rencillas mezquinas y limitantes que, desde el exterior, ni se consideran ni se entienden.

El hecho de que utilice tiempo de sus meses finales para encontrase con Mauricio Macri y sus colaboradores, en estos precisos momentos de cambios profundos en el continente y justamente luego de estimular la democracia en Cuba, reconoce varias conexiones y simbolismos. El primero tiene que ver con que fue precisamente un presidente argentino, Arturo Frondizi, quien en 1961 le señaló a John Kennedy la inconveniencia de aislar a Cuba del sistema interamericano, porque ello consolidaría una dictadura soviética y desencadenaría la ya anunciada ofensiva subversiva en toda América Latina, con consecuencias que, todavía hoy, no se han podido superar.

Consecuente con esa profética actitud, Argentina se opuso a la suspensión de Cuba de la Organización de Estados Americanos, por los motivos antes expresados a Kennedy y por afectar la unidad hemisférica que ha sido y es una postura irrenunciable de Argentina. Era presidente Frondizi y canciller Miguel Ángel Cárcano. Continuar leyendo

John Kerry, la OEA y la Argentina

América Latina se fue consolidando gradualmente durante el siglo XIX y comienzos del siglo XX sobre la base de seis principios, todavía celosamente vigentes. Estos son: a) igualdad soberana de todos los Estados; b) no intervención; c) integridad territorial; d) autodeterminación; e) solución pacifica de las disputas y f) respeto por el derecho internacional (Carlos Calvo). Las sucesivas Conferencias Panamericanas, a partir de 1899, fortalecieron esos principios, rechazaron el intervencionismo, sentaron prácticas humanitarias ejemplares como el asilo y convencieron a Estados Unidos de inaugurar la política del “buen vecino”, que llevó a una mayor cooperación y entendimiento dentro del Hemisferio. Pero fue la adopción de la Carta de la Organización de Estados Americanos, junto con el Tratado de Soluciones Pacíficas, y la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (Bogotá, 1948) lo que, al incorporar la democracia republicana y los derechos humanos, otorgó al sistema interamericano y a los países que lo integran una cohesión dentro de la unidad, que resultó ejemplar para el nuevo orden internacional posterior a la Segunda Guerra. En efecto, no sólo muchos de los principios del sistema interamericano fueron incorporados a la Carta de San Francisco, sino que la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre -redactada por juristas latinoamericanos y estadounidenses- es anterior a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

A partir de esos históricos momentos, el rol de la OEA, con sus luces y sus sombras, ha servido para demostrar que los países se asocian principalmente por dos motivos: las necesidades estratégicas derivadas de compartir un inmenso ámbito geográfico como el Hemisferio Occidental, es decir, América y las afinidades culturales e institucionales, reflejadas en los valores comunes como la democracia y los principios republicanos (Lagorio).

Continuar leyendo