No obstante estar en el último año de su Gobierno, el presidente Barack Obama visita la Argentina en un gran momento de su gestión y en pleno dominio de sus atribuciones e iniciativas. Al anunciar su viaje autónomo a la Argentina, ofreció una extensa conferencia de prensa explicando que el nuestro es un país muy importante, con un potencial de cooperación bilateral mutuamente beneficioso que corresponde aprovechar. Es que Obama, como Matteo Renzi, François Hollande y otros, lee a la Argentina con la significación con que se la valora desde afuera y no con la óptica interna de nuestras rencillas mezquinas y limitantes que, desde el exterior, ni se consideran ni se entienden.
El hecho de que utilice tiempo de sus meses finales para encontrase con Mauricio Macri y sus colaboradores, en estos precisos momentos de cambios profundos en el continente y justamente luego de estimular la democracia en Cuba, reconoce varias conexiones y simbolismos. El primero tiene que ver con que fue precisamente un presidente argentino, Arturo Frondizi, quien en 1961 le señaló a John Kennedy la inconveniencia de aislar a Cuba del sistema interamericano, porque ello consolidaría una dictadura soviética y desencadenaría la ya anunciada ofensiva subversiva en toda América Latina, con consecuencias que, todavía hoy, no se han podido superar.
Consecuente con esa profética actitud, Argentina se opuso a la suspensión de Cuba de la Organización de Estados Americanos, por los motivos antes expresados a Kennedy y por afectar la unidad hemisférica que ha sido y es una postura irrenunciable de Argentina. Era presidente Frondizi y canciller Miguel Ángel Cárcano.
Pero la particular relación entre Argentina y Cuba siguió con el tormentoso contubernio donde las dos dictaduras se protegieron recíprocamente en los años de plomo, hasta la implosión de la Unión Soviética. A partir de ese momento, aprovechando las intensas convergencias con Estados Unidos de ese período, la diplomacia argentina abogó tempranamente por el levantamiento del embargo, cuya única utilidad era excusar el atraso del socialismo de los hermanos Castro. Guido di Tella lo expresó en las Naciones Unidas y en reuniones bilaterales informales. El argumento se basaba en los acuerdos de Helsinki de 1975 entre Richard Nixon-Willy Brandt y Leonid Brezhnev, que atemperaron el muro que separaba el oeste del este en Europa y en el mundo (Canasta III, derechos humanos, cultura, información y comunicaciones).
No es casual entonces que el presidente Obama abra con energía una ventana de libertad en Cuba y luego venga a una Argentina vibrante, no sólo por la novedad que implica un nuevo Gobierno, sino también por la política de reinserción en el mundo global, pero con énfasis en la democracia occidental. Independientemente de Obama, su presencia coincide con el hecho redentor de que en el sur se ha iniciado una verdadera revolución de pueblos cansados del reeleccionismo que viola principios de la Organización de Estados Americanos (Cristina Kirchner, Rafael Correa, Evo Morales), así como de la corrupción estatal y sus clientes. Los episodios que se ventilan actualmente en nuestro país y en Brasil marcan, claramente, un antes y un después. Es que la corrupción es causa principal de la pobreza y la pobreza es la inequidad más grande que pesa sobre América Latina.
Los Gobiernos de Argentina y Estados Unidos decidieron que se enfocarán al futuro y no favorecerán que el pasado capture la visita. De allí que la agenda tenga que ver con flagelos globales como el terrorismo, el narcotráfico y también con el cambio climático, el comercio bilateral, la integración y, en particular, con el rol de Argentina como actor global importante. Eso se traduce en mayor presencia en Operaciones de Paz, no proliferación, un involucramiento realista en las consecuencias humanitarias de la guerra en Siria y en los arreglos con Irán. Si bien la corrupción estatal no aparece en la agenda, es claro que, para combatirla, también se necesita la cooperación de las grandes potencias y sus mecanismos financieros. Eso no lo ignoran Obama y sus colaboradores, que exploran el futuro junto con Argentina para dejar un legado de asociación cooperativa entre América, Europa y el Pacífico, basado en consensos que auguren un futuro más honesto.
En el año 2001, la entonces secretaria de Estado de los Estados Unidos, Madeleine Albright, le expresó al canciller argentino Adalberto Rodríguez Giavarini que los entendimientos argentino-norteamericanos habían sido el evento más relevante de la política latinoamericana en el siglo XX. Es posible y necesario aprovechar la visita del presidente Obama para recrear ese clima, porque una relación de recíprocas convergencias con el país más poderoso del mundo debe ser punto central de cualquier diplomacia madura.