Hace veinte años llegó a la Argentina el primer cultivo genéticamente modificado (GM), auspiciado por promesas de bienestar para la población: la soja Roundup Ready (RR) de Monsanto. Dos décadas después, las promesas siguen aumentando y los transgénicos no han cumplido ninguna de ellas, pero degradan la biodiversidad del suelo y la alimentación en el país.
Se suponía que la tecnología volvería más sencillos, seguros y eficientes los sistemas alimentarios y agrícolas, que eran la clave para alimentar al mundo y además combatir el cambio climático. Nada de esto ocurrió. Argentina ha llegado a ocupar el tercer lugar entre los países con más obesidad infantil de América Latina; el 29,4% de su población sufre sobrepeso y uno de cada tres adolescentes tiene problemas de obesidad. Los agricultores, por su parte, no logran con este modelo hacer frente a las consecuencias del calentamiento global como las sequías y las inundaciones.
Pero, en cambio, el uso de herbicidas, encabezado por el glifosato, aumentó de manera exponencial: en 1995 se utilizaron en Argentina 42 millones de litros de herbicidas. En 2011 la cifra alcanzó los 252 millones. Muchos yuyos silvestres (considerados malezas) se multiplicaron y desarrollaron tolerancia a este producto químico. De esta manera, en los últimos veinte años, los costos de la agricultura química aumentaron entre cuatro y cinco veces por hectárea. Continuar leyendo