Homenaje a Sarmiento, un hombre de otra Argentina

Domingo Sarmiento fue, como señala su himno, un hombre polifacético, en el que convivían, al mismo tiempo, distintas personalidades que lo hicieron sin duda un personaje admirado y odiado al mismo tiempo. Admito situarme en el primer sector.

No obstante la coexistencia de esas facetas, es casi imposible hablar de alguna de ellas sin omitir una referencia a otra. ¿Maestro? No resulta factible sin vincularla a la del político y la de este sin relacionarla con la del militar, etcétera. ¿Jurista? No es posible sin acercarla a la figura del exilado, a la del autodidacta, al del individuo despojado de todo apetito crematístico, que sin embargo suponía (con acierto) que la nación tenía con él una deuda impaga.

Quizá de pocos compatriotas públicos existan tantas anécdotas como de Sarmiento. Ello no solo se debe a la exuberancia de su carácter. Sirve, además, para informarnos de otra Argentina, un país en el que la moral no se escondía y la decencia económica era una materia que no servía para hacer campaña electoral, la virtud era un valor entendido, había que acreditar distintos méritos (inteligencia, coraje, imaginación, talento, capacidad para proponer soluciones a problemas concretos), la pretensión de ser refractario a un supuesto soborno no estaba considerada y si alguien la hubiese planteado, solo habría despertado mofas. Continuar leyendo

La maldición Tejedor

Hace tiempo que -con una frecuencia llamativa- insisten sus allegados en que la candidatura de Daniel Scioli podría verse afectada por la maldición que pesa sobre los gobernadores de Buenos Aires. Tal vez los que efectúan esa manifestación recurran al eufemismo de omitir el nombre del autor de esa maldición o se encuentren abriendo el paraguas antes de la lluvia. Quizás ni siquiera sepan que se trataba del Dr. Carlos Tejedor.

Tejedor fue gobernador de la provincia de Buenos Aires hasta junio de 1880, oportunidad en que su mandato debió resignarlo a manos de su vice, el doctor José M. Moreno como consecuencia de la derrota operada en la cruentísima revolución que lo tuvo por protagonista decisivo.

La provincia de Buenos Aires, soberbia y veleidosa, había amenazado varias veces con transformarse en república. No lo hizo, en parte por el patriotismo de sus hijos, en parte porque las guerras civiles en pocas ocasiones -como en esta- tienen el mérito de unir a sus hijos. Sin embargo, las relaciones entre nación y “la” provincia no eran cordiales. La nación se sentía inquilina de aquella, que tenía el puerto, la aduana, el banco, la universidad, el teatro, la cultura y el dinero. Para colmo, Buenos Aires era la capital… ¡de la provincia!, por lo cual las autoridades nacionales de inquilinas se convertían en intrusas, dado que la ley de compromiso (por la cual, después de la batalla de Pavón, la provincia se obligaba a que Buenos Aires albergara a los gobernantes nacionales) había cumplido su vigencia varios años atrás. Continuar leyendo

Buitres eran los de antes

En 1875, hacía menos de un año que “Taquito” era presidente de la República. Un notorio pacifista como él, había llegado al poder cuando los mitristas, disconformes con el resultado electoral, habían tomado las armas. Es cierto que el entonces mayor Arias los derrotó en La Verde y Roca (por esa acción fue ungido general) venció a Arredondo en Santa Rosa, pero el mitrismo conspiraba como “un cañón en la calle”, según la frase del presidente Avellaneda. Justo a él, a Nicolás “Taquito” Avellaneda le había tocado ingresar a la Presidencia en medio de una guerra civil e irse en medio de otra en 1880: el enfrentamiento entre Nación y Provincia de Buenos Aires por la cuestión Capital.

Pero ahora, los nubarrones que se vislumbraban en el horizonte no tenían olor a pólvora. Más bien exudaban el aroma que producen las monedas que tienen la efigie de la reina Victoria en su anverso y se las conoce con el nombre de libras esterlinas.
Nos hemos referido en una reciente columna a la crisis que sobrevino cuando una publicación vana y trivial “levantó” la noticia del quebranto argentino y después un medio serio y de jerarquía reeditó la información. Se trataba en realidad de una maniobra especulativa para hacer bajar los bonos argentinos, comprarlos a precio vil y venderlos cuando el potencial de nuestro país desmitificara la gravedad de la situación nacional.

El embuste ocurrió de esta manera. En esos años de 1874 y 1875, ocurrieron varias asonadas en Sudamérica; algunas de ellas triunfaron con la lógica consecuencia que era previsible: cambio de gobierno. Otras fueron vencidas y en algunas la represión fue mortal. Para los inescrupulosos que pululaban -y pululan- en todas las bolsas del mundo, la ocasión era inmejorable: había que incluir a la Argentina en la categoría de nostálgica del desorden, como toda América del Sur. Así lo hicieron los chacales de entonces y les hubiera ido bien, porque muchos compatriotas dieron más fe a la publicación inglesa que a los datos de la realidad, que solo indicaban la existencia de una mala cosecha. Se les escapó un detalle que no tuvieron en cuenta:
presidía el Banco de la Provincia de Buenos Aires -“el Banco que financió la libertad de medio continente”, como solía decirse- nada menos que Dardo Rocha, quien sumaba a su valentía y talento una inquebrantable amistad con el Presidente de la Nación. Rocha presidía un Banco al que las sucesivas buenas administraciones le habían producido una ganancia que cuadruplicaba su capital. Con menos de la mitad de aquellas podía atender los reclamos ingleses, parar las corridas, asestar una bofetada a aquellos “buitres”, seguir prestando dinero, etcétera.

Por supuesto, Dardo Rocha puso a disposición de Avellaneda todas las sumas necesarias para tranquilizar a los acreedores y la maniobra, pergeñada por mentalidades inescrupulosas, corruptas y agiotistas, fracasó de manera rotunda. ¿Cuál es la diferencia con el actual default? En primer lugar los personajes; hay una amplia distancia entre el doctor Avellaneda y la señora de Kirchner, como la hay entre Dardo Rocha y cualquiera que se presente en la grilla. Si la de 1875 fue una maniobra perpetrada por estafadores, a expensas de la Generación del 80, la actual tiene su origen en la prepotencia con que se formalizó el canje, en la “obligatoriedad” de su acatamiento, en la soberbia con que se enfrentó el trámite judicial. Fundamentalmente, en que aquella fue una maniobra casi delictiva concebida a partir de datos inexactos. Fue un ardid inductor. Ésta ha sido la consecuencia de actos gubernamentales que despertaron la voracidad carroñera de los buitres, que sobrevuelan un país empobrecido por la incapacidad y el peculado.

En pocas palabras, la diferencia entre los “caranchos” de 1875 y los actuales está dada por el país: aquél irradiaba optimismo y esa sensación llegaba a los acreedores; este representa a una nación pobre, subordinada, además, a las repúblicas marginadas del mundo.