Obama en Argentina, los temas en agenda

Entre los varios temas que se aborden en la visita del presidente Barack Obama a Buenos Aires, no debería estar ausente la ayuda de los Estados Unidos a la República Argentina en materia de los atentados terroristas acaecidos en Buenos Aires.

La nueva administración del presidente Mauricio Macri ha dado muestras de que en la Argentina finalmente se buscará hacer justicia por las víctimas del atentado de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) y por resolver la dudosa muerte —hace poco más de un año— del fiscal especial Alberto Nisman, quien conducía la investigación sobre aquel ataque terrorista.

Mayoritariamente, la sociedad argentina alberga la esperanza de que se esclarezcan estos crímenes. Lo mismo en cuanto al papel de Irán en ambos casos, así como con la penetración ideológica y operativa en el continente latinoamericano de la Guardia Revolucionaria iraní, según sostenía la investigación del fiscal Nisman antes de morir.

La derrota del candidato Daniel Scioli, elegido como último recurso por la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner, significó cierto alivio para la comunidad internacional, principalmente en aquellos actores preocupados por las relaciones cercanas de Argentina con Irán, dados los canales de comunicación no oficiales y los secretos de personas y agrupaciones políticas cercanas al Gobierno kirchnerista, como lo exponía el fiscal Nisman. Continuar leyendo

El kirchnerismo y los pueblos de Potemkin

Al evaluar las múltiples crisis que enfrenta la Argentina, se observa que el régimen de la presidente Cristina Fernández se jacta a diario en sus innumerables cadenas televisivas sobre sus “políticas de inclusión social y lucha contra la pobreza”.

Todo ello, presumiblemente, en contraste con la vieja modalidad que, según el kirchnerismo, hizo necesario reescribir un discurso para relegar todo lo anterior al basurero de la historia.
En cierto sentido, la Presidente ha tenido éxito en la comercialización de esa nueva modalidad de hacer política basada en la creencia de que la percepción es más importante que la realidad. En otras palabras, lo que importa es cómo se ven las cosas en este momento, y particularmente antes de octubre, y no lo que las cosas son realmente o pudieran ser en el largo plazo.

Como concepto, esa visión de la política del kirchnerismo no es nueva, fue descrita claramente por el escritor marxista francés Guy Debord en un muy buen libro del año 1967 titulado La sociedad del espectáculo. En una sociedad como la que describe Debord, nada es bueno ni malo. Las cosas no se ven bien ni mal. Lo que importa es la superficie, la fachada y la decoración.

Un supuesto clave del que parte Debord es que el espectador, es decir, la sociedad civil, tiene una capacidad de atención limitada y es incapaz de retener demasiadas imágenes durante mucho tiempo, por tanto hay que hacerla feliz en el momento y mañana: ¡que la suerte los ayude! Continuar leyendo

La sociedad no puede ser indiferente ante la muerte

La tolerancia al autoritarismo no puede ser infinitamente elástica por parte de las sociedades civiles. La medida en que puede estirarse o circunscribirse dependerá de las circunstancias históricas, y, sobre todo, de la proximidad de la amenaza que los autoritarios presentan a las instituciones democráticas cuando recurren a la violencia o a otros métodos ilegales.

En el caso argentino, la dificultad estriba en que si la oportunidad para que crezca una amenaza totalitaria se mantiene abierta demasiado tiempo y esa amenaza anida justamente en personas cercanas al propio Gobierno, cuyo ejercicio autoritario del poder pareciera ir en dirección a la profundización de la violencia física hacia el otro, es entonces que la ciudadanía debe necesariamente manifestarse democráticamente en contra del poder autoritario que, aunque electo por vías democráticas, se apartó de las reglas políticas de la democracia en su sentido amplio.

Así, el cristinismo violó la Constitución del país cuando decidió aplicar mayorías automáticas parlamentarias para votar la Ley 26.843 que propicio el acuerdo con Irán por el caso AMIA, asegurando impunidad a los encausados por la voladura de la mutual judía de Buenos Aires. Hay que recordar que ese acuerdo luego fue declarado inconstitucional por la Sala I de la Cámara Federal en dictamen firmado por los jueces Eduardo Farah y Jorge Ballestero, aunque el magistrado Eduardo Freiler, tercer integrante de la Sala I, no firmó por encontrarse excusado. Del lado iraní, el Parlamento jamás voto afirmativamente el perfeccionamiento del documento. En consecuencia, jurídica, ética y políticamente, el acuerdo no vale ni la tinta con la que fue firmado.

En este escenario político, donde la vulgaridad gobierna y actos rampantes de corrupción empañan a no pocos funcionarios, alcanzando incluso al propio Vicepresidente, que vergonzosamente continua presidiendo la Honorable Cámara de Senadores de la Nación, la sociedad no puede ser neutral al elegir entre la vida y la muerte. No solo las balas matan, también lo hace la corrupción, el silencio cómplice y las palabras que generan violencia política cuando se la justifica. Una sociedad debe elegir sin dudar entre aquellos que están preparados para trabajar dentro de los límites de un sistema democrático y aquellos que están trabajando para su eliminación. La falta de criterio a este respecto por parte de mucha dirigencia política en Argentina es evidente. Mientras tanto, el Gobierno mira al mundo de la política como a una glorificada sociedad de debates y diagnósticos casi siempre estériles y carentes de las soluciones concretas que reclama la ciudadanía.

Las circunstancias que envuelven la extraña muerte del Fiscal Alberto Nisman fortalecen una realidad que era evidente en materia de los desmanes gubernamentales. En este escenario todo esta en el plano de “la duda, aunque nadie descarta horribles certezas”.

El propósito del cristinismo en materia de respetar e imponer ideas fracasadas como sacrosantas a menudo muestra su ineptitud en organizar la defensa eficaz de sus propias posiciones políticas y filosóficas, y expone con inapelable claridad su desgobierno en áreas sensibles como economía, salud, educación, seguridad y un sinfín de etcéteras que no acaban en el desquicio de convertir “la Casa Rosada” en un mero recinto partidista, olvidando que es y ha sido la Casa de Gobierno a través de toda la historia de la República Argentina.

La noble aunque muy gastada afirmación de fe democrática (“Puedo no estar de acuerdo con su opinión, pero moriría por su derecho a decirla”) pierde significado convirtiéndose en “candidaticidio” si a quien se dirige es precisamente al que se propone amordazar al orador, algo que el gobierno argentino se empeña a diario en su intento de forzar a las personas a que comiencen a pensar de manera única cuando muestra que “hay muertes” -como la del Fiscal Nisman- por las que no se debe guardar respeto, duelo nacional y en ultima instancia, hasta no hay que lamentarlas. En ese estado de situación ya no es justamente una cuestión acerca de lo que toleraremos, sino de lo que defenderemos.

En una sociedad democrática el consenso debe ser notablemente inclusivo y tolerante. Pero la tolerancia no puede incluir a grupos y sectores que son abiertamente antidemocráticos y capaces de manipular las libertades, la vida y las oportunidades políticas que ofrece una sociedad libre y pacífica ante la propia agudización de la corrupción e intolerancia diaria oficialista.

Ahora que la muerte se hizo presente. El caso Nisman debe ser un aviso indubitable y un punto de inflexión en la sociedad ante la política que el Gobierno ha venido desarrollando desde la confrontación, el doble discurso, la soberbia, la corrupción y la impunidad que, inevitablemente ha fracturado y divido la sociedad civil.

Es tiempo de mirar hacia adelante. La Justicia tendrá mucho trabajo y deberá realizarlo con imparcialidad y sin intromisiones. El país necesita de una oferta seria de gobernabilidad de cara a las elecciones presidenciales del año en curso. La ciudadanía debe hacer valer sus derechos y dejar atrás las historias de fracasadas internas de los movimientos mayoritarios. Solo así se podrá garantizar que el caso Nisman jamás vuelva a repetirse en la política argentina.