La maldición de las guerras inconclusas

Dos semanas le tomó al Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, emitir un llamado al “cese al fuego en Gaza”. Su gesto diplomático -de forma y de orden tan bajo y endeble que ni el mismo se lo creyó- fue recibido por las partes como un efímero soplo del viento. El gesto del funcionario no hizo más que reflejar la falta de voluntad, la sumisión y la imposibilidad de la comunidad internacional para hacer frente a las causas reales de este absurdo, innecesario y sangriento conflicto.

De todos los temas en la agenda global, evidentemente el conflicto palestino-israelí “es el más cargado de emociones” y, pareciera ser, el menos adecuado al análisis político. Sin embargo, sin tal lectura y sin abordar las verdaderas causas, sus disparadores y actores interesados en su permanente continuidad, no se puede esperar que un alto el fuego constituya algo más que un momento de calma para la siguiente ronda.

Como sea, es inevitable efectuarse una pregunta central: ¿por qué la guerra estalló en este momento? La guerra siempre estalla cuando una o más partes -en una relación de confrontación- perciben que el statu quo vigente es intolerable y debe modificarse. No procede en las tensiones geopolíticas de Medio Oriente hablar de cuestiones humanitarias, tanto Hamas como Israel dejan eso a los verdes a pacifistas y antibelicistas que piensan que pueden parar las bombas vociferando en plazas europeas o latinoamericanas. Rechazando la endemia de la guerra, a lo que me refiero es al punto de vista político-militar de dos energías en pugna.

Personalmente, no debato ideologías ni apoyos a tal o cual sector, eso se lo dejo al lector pensante. Me refiero siempre a los hechos. Y en el caso de Gaza, Hamas fue el primero en encontrar que debía cambiar el status quo establecido desde la efectiva retirada israelí del enclave, ocurrida en el año 2005. Así fue que se dio a la acción para modificarlo.

Varios acontecimientos llevaron a esto, a saber:

a) El colapso de la Hermandad Musulmana en Egipto, un aliado primario de Hamas desde la era del derrocado presidente Hosni Mubarak. Los Hermanos brindaban logística y apoyo de altísimo valor político, estratégico y militar que se perdió con la caída del presidente Mohamed Mursi, meses atrás.

b) Los crecientes problemas económicos de Irán, producto de las sanciones económicas sobre el régimen de los mullah’s y la consiguiente reducción del apoyo de Teherán a Hamas. Este punto se hizo sentir fuerte en el enclave gobernado por la organización islamista.

c) El fracaso de Hamas en reactivar la economía, combinado con métodos autoritarios y de rígido control le significó una pérdida de apoyo popular entre los propios habitantes de la Franja, por lo que había que apelar al pueblo con acciones convincentes para mantenerse presente en la reivindicación de sus postulados como movimiento de resistencia ante el enemigo externo.

Así, para cambiar el status quo, Hamas tuvo que volver a recalentar el escenario con sus ataques con cohetes contra Israel. De esta manera se dio a la acción, al tiempo que sometió a civiles de uno y otro lado a la devastación. En ello, dio relativa importancia a la devastación –incluso- para su propio pueblo y, mostrando su “resistencia al enemigo sionista”, se lanzo en una ofensiva temeraria. Esta ha sido la táctica de siempre, aunque esta vez, colisiono con una realidad inesperada para su conducción, salvo Qatar, “no hay apoyo de las naciones islámicas para Hamas”. Esto se aprecia en los críticos “silenciosos” dentro del mundo árabe y la comunidad palestina, incluidos los de Gaza.

Lo que Hamas ignoró es que Israel sintió también que el status quo era insostenible e insoportable, y decidió no recibir más misiles y cohetes a diario sobre sus poblaciones. El cálculo estratégico de Hamas erró esta vez. No consideró que el propio Israel puede aprovechar la oportunidad para intentar cambiar el status quo definitivamente en esta guerra y, saldar así, cuentas pendientes como vienen desde 2009 con la “Operación Plomo Fundido”.

En política, “si no se puede decir en una frase cuál es la meta que se persigue, siempre es mejor guardar silencio hasta que se pueda hacerlo”. Hamas no supo entender este principio básico. Ahora ¿cuál es -en una frase- la meta de Hamas? La pregunta no es de difícil respuesta. Se encuentra establecida en los estatutos de conformación del movimiento y, claramente se puede leer en su articulado: “la destrucción de Israel”.

Es claro que el mundo está lleno de movimientos utópicos mesiánicos, milenaristas y otros dedicados a las agendas idealistas, y no hay razón por la cual Hamas no debería ser uno de ellos. Sin embargo, Hamas vive en un mundo de fantasía donde ha olvidado el destino y el futuro de la población de Gaza. Hamas no calculó que los habitantes de Gaza son, en su mayoría, refugiados, bastante más apegados al modelo de la Autoridad Nacional y su justo reclamo por construir un Estado Nacional Palestino. Lo que no es lo mismo que un Estado islamista.

Si en el pasado Hamas obtuvo el respaldo de los habitantes de Gaza contra las autoridades de la Autoridad Nacional Palestina, fue precisamente por su posición frente a las viejas falencias de la ANP del presidente Mahmmud Abbas. Pero no para un programa pan-islamista ni para establecer allí un califato, como pretende Hamas.

En el contexto de la situación actual, el objetivo de Israel para detener los ataques con cohetes hacia su territorio fue facilitado por Hamas. Israel cuenta con los recursos para alcanzar esa meta y desmantelar los sitios de lanzamiento de cohetes. Lo mismo para neutralizar el mando y control de la red operativa de Hamas. Habrá por tanto que ver si es esta una nueva guerra inconclusa como las anteriores, o si esta vez tiene un final, sea por medio de las armas o, como sería más aconsejable, por medio de un acuerdo definitivo.

Vivimos en un mundo en el que la guerra rara vez se permite llevar a cabo en forma completa. Ello debido a que el estado de ánimo de la comunidad internacional es hostil a ella y, a pesar de que la guerra siempre ha sido, y es posible, infortunadamente, que continúe siendo, el instrumento de regulación de las relaciones conflictivas entre los pueblos.

En el futuro, la opinión pública internacional, la presión de EE.UU. y el creciente costo de la guerra moderna no permitirán al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, hacer uso pleno de la guerra como instrumento de remodelación de la realidad geopolítica. Peor aún, en vez de perseguir a Hamás en Gaza, Netanyahu puede terminar ayudando a Hamas a volver a Cisjordania. También puede que Hamas quede demasiado débil para conformar un nuevo status quo en el enclave. Una vez que las armas se hayan silenciado, entonces veremos dónde estamos con el nuevo status quo. Y más importante aún, cuales habrán sido las implicancias y consecuencias reales de una guerra “terminada o de una guerra a medio terminar”. Está visto que los dos adversarios no pueden entenderse desde 1948.

Sin embargo, a través de los años hemos sido testigos del auge y la caída de 17 movimientos palestinos de “liberación”. Con una sola excepción, todos eran grupos nacionalistas que decían luchar por la liberación y bajo una idea que aglutinó el pensamiento marxista, estalinista y maoísta. Todos esos grupos incluyeron la palabra “Palestina” en su identificación. La única excepción es Hamas, que con sus acciones y postulados representa al Estado teocrático, y con ello, socava las esperanzas de los palestinos por un Estado propio.

La tragedia de Gaza nos debería recordar un hecho trascendental a través de la historia de los conflictos humanos: “Si hay algo peor que la guerra, es una guerra a medio terminar”.

La beligerancia de Hamas sabotea cualquier solución pacífica

No hubo nunca ningún eslogan más poderoso y exitoso en la propaganda del radicalismo durante el siglo XX y lo que va del XXI como la frase: “El fin de la ocupación”.

Estas cinco palabras no solo han logrado revertir la derrota árabe de la guerra de 1967, sino que han sido el disparador del estado de confrontación permanente en el conflicto palestino-israelí en ámbitos tan disimiles como encontrados donde los medios de prensa, la opinión pública y hasta los organismos internacionales han sido objeto de su influencia. Todo ello ha tenido lugar, con la salvedad y el ocultamiento, de que nunca antes se utilizó tal eslogan en referencia a la ocupación que ejerció Jordania -como ocupante árabe- entre 1948 y 1967 de lo que los palestinos reclaman desde la victoria israelí de la Guerra de los Seis Días.

Si algo ha hecho bien la maquinaria de propaganda opositora a la creación y el reconocimiento del Estado israelí ha sido la utilización y el rédito del eslogan, aunque ello no ocurrió jamás de forma inversa en referencia a Jordania. Nada de esto se escuchó en 1937 cuando la Comisión Peel emitió su informe, ni en 1947 cuando Naciones Unidas recomendó la partición de Palestina Occidental en un Estado árabe y otro judío. Tampoco sucedió entre 1948-1964, en aquellos años no tuvo lugar ninguna objeción o reclamo de grupo étnico alguno sobre ese territorio que cualquier pueblo árabe podría haber reclamado y obtenido para sí a través de una rápida decisión de la Liga Árabe después de que ese territorio había sido étnicamente limpiado de judíos que habían vivido allí antes de 1948.

Lo cierto es que los palestinos irrumpieron en la comunidad internacional en 1964 y ello ocurrió cuando se promulgó la Carta de la OLP cuyo artículo 1º indica: “Palestina es la patria del pueblo palestino árabe; es parte indivisible de la nación árabe, y del mismo modo, el pueblo palestino es parte integral de la nación árabe”. El artículo 5º de la Carta señala: “Los palestinos son nacionales árabes que hasta 1947, residían en Palestina independientemente de si fueron desalojados de la misma o si se hubieran quedado allí, y toda persona nacida después de esa fecha de un padre palestino dentro o fuera de Palestina es también considerada un palestino”.

Diez años más tarde, el 13 de noviembre de 1974, el líder de la recién creada entidad, Yasser Arafat, dijo ante la Asamblea General de Naciones Unidas que la OLP había ganado su legitimidad debido a su sacrificio y al liderazgo dedicado a la lucha por la liberación de su tierra. Arafat sostuvo que su organización fue elegida por las masas palestinas para liderar esa lucha y esta legitimidad que menciono el líder de la OLP se vio luego fortalecida por el apoyo de los demás países árabes, y fue consagrada durante la Conferencia árabe de aquel mismo año la cual ratifico el derecho y liderazgo de la OLP como el único representante del pueblo palestino para establecer un Estado nacional e independiente en todos los territorios palestinos liberados en el futuro.

Sin embargo, desde el 2011, la legitimidad, la función y el liderazgo de la OLP está sometida a interrogantes por su disputa y continuos choques con el movimiento de resistencia islámico palestino Hamas, que ha impugnado toda acción política de la OLP y ha rechazado cada opción de reconciliación entre las dos agrupaciones. En la actualidad, se disputan la representación de los palestinos en lo que configura un conflicto interno que ya lleva diez años y no parece que vaya a resolverse dadas las distancias en los objetivos políticos y estratégicos en el liderazgo de ambos grupos.

En consecuencia, los esfuerzos para alcanzar a una solución pacífica al conflicto palestino-israelí han sido obstaculizados siempre internamente, ya por la beligerancia de Hamas como por la negativa de la OLP a reunirse y llevar adelante negociaciones directas con Israel. Esto nunca ha sucedido en los últimos años, pero incluso si llegara a ocurrir mañana, la perspectiva de cualquier éxito sería extremadamente improbable dada la debilidad actual de la OLP y del gobierno de Mahmud Abbas frente a su contraparte interna de Hamas, que ha prometido continuar la lucha armada hasta expulsar a cada judío de la tierra que denominan ocupada.

La pregunta que pocos se efectúan en los organismos internacionales es: ¿qué dice o hace Jordania dentro de esta situación de crisis extendida? La respuesta la ha dado el propio secretario de asuntos regionales del Reino Hachemita al informar que Jordania abandonó toda pretensión sobre Judea y Samaria (Cisjordania) y Jerusalén Oriental en 1988, y es claro que no ha mostrado desde ese año ningún interés por estos asuntos que considera ajenos a los intereses del Reino.

Lo concreto es que estos males y esta distorsión de la realidad histórica implican en el fracaso de las Naciones Unidas en reconocer los siguientes e irrefutables hechos, a saber:

a) Que las disposiciones del artículo 80 de la Carta de las Naciones Unidas reservan al pueblo judío el derecho a constituir un Estado nacional judío que incluye Judea, Samaria y Jerusalén Oriental de conformidad con las disposiciones establecidas en el artículo 6° del Mandato para Palestina.

b) que las Resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de la ONU siguen siendo las únicas herramientas jurídicas internacionalmente exigibles y aceptadas para resolver el conflicto entre palestinos e israelíes.

El fracaso de la ONU en trabajar sobre estos principios básicos del derecho internacional y sobre su implementación, respeto y observancia ha demostrado todos estos años ser el principal obstáculo para resolver el conflicto entre judíos y árabes. El propio Yasser Arafat declaró ante las Naciones Unidas el 13 de diciembre de 1988: “Nuestra gente no quiere ningún derecho que no tenga y que no sea compatible con las leyes y la legalidad internacional”, y agregó: “Los palestinos no pretendemos libertades que invadan las libertades de los demás, ni deseamos ningún destino que niegue el destino de otros pueblos y personas”.

Sin embargo, desde entonces, cediendo a la presión de la Liga árabe y la Organización de la Conferencia Islámica, el mencionado organismo ha sucumbido a un sinfín de resoluciones de la Asamblea General que han sepultado cualquier tipo de leyes y fundamentalmente a la legalidad internacional.

En consecuencia, lo que debería hacer Naciones Unidas es resucitar, debatir y aplicar el derecho internacional en el marco de la legalidad perdida. Esto configurará la única posibilidad de poner fin al conflicto palestino-israelí y, cuanto antes se inicie este proceso, más posibilidades habrá de que regrese la cordura al Oriente Medio.

Erdogan frente al error más grave de su gestión

¿Cuál es el peor error que se puede cometer en política? Según el estadista francés del siglo XVIII, Charles Maurice Talleyrand, la respuesta es “hacer algo inoportuno en un momento innecesario”. Esto es lo que Recep Tayyip Erdogan ha decidido hacer en Turquía al anunciar que modificara la Constitución para asegurarse no solo una reelección sino el título de Presidente de la República.

Para todo análisis, Erdogan podría ser considerado como una figura destacada en la política turca moderna. Un outsider provincial que ha roto las barreras sociales para escalar a lo más alto de la cima de la política turca sin el apoyo de clanes poderosos o de un currículum militar personal. Erdogan se ha convertido en el Primer Ministro que más tiempo gobernó su país con 12 años de gestión en los 90 años de vida de la moderno Estado Turco.
También ha marcado otros hitos: es el primer político en ganar tres elecciones generales y el primero en hacerlo como líder de un partido conservador con acento islamista. La tasa de crecimiento económico anual de Turquía, históricamente con un promedio de seis por ciento, es otro récord para Erdogan. Bajo su gestión, la economía turca creció más del doble y logro en 10 años lo que no tuvo en ocho décadas.

Del mismo modo, Erdogan logró controlar y cortar las alas de los generales del Ejército quienes configuraban el núcleo militarizado fuerte del llamado “modelo turco”, mientras que avanzó sobre el Poder Judicial, otrora muy independiente en el país. También se las arregló para transformar los medios de comunicación turcos, que se autodenominaban “un tigre feroz” desde la década de 1980 y ahora pasaron a ser un gatito dócil.

El año pasado, sin embargo, Erdogan decidió arriesgar toda su reputación cuando lanzo un paquete de reformas diseñado para transformar Turquía de una democracia parlamentaria en una presidencialista. La idea era que él se convertiría en presidente y avanzaría en la nueva formación radical de una nueva Turquía, tal vez conforme a su sueño neo-otomano, y lo implemento sin temer a posibles trabas en el parlamento. Pero Erdogan hizo caso omiso al hecho de que no había ninguna demanda de los cambios que proponía y no midió que estaba promoviendo una solución a un problema inexistente. Así, fue redefiniendo su identidad política y después de haber tenido éxito como un conservador, ahora se está reinventando a sí mismo como un radical que cree poder cambiar las cosas con un golpe de timón y sin oposición política alguna.

Lo cierto es que un conservador reconoce el valor de las cosas como son y trata de mantener lo que vale la pena preservar. El cambio no es un valor, sino un método para ser utilizado con moderación y con la mayor precaución. Al contrario, un radical adora el cambio por sí mismo. Su lema es “destruir lo viejo para crear lo nuevo”. Y piensa que debe hacer frente a todo para rehacer la historia rápidamente. En otras palabras, actuando radicalmente y sin olfato político, Erdogan arrasó su propio paquete de reformas a través de decisiones que necesitaban meses o incluso años de reflexión y discusión con todas las partes interesadas. Aun así, el decidió hacerlo en una sola tarde de forma impropia y autoritaria.

El resultado de la prisa de Erdogan ha sido ruinoso. Mientras se prepara para su primera elección presidencial directa en cinco semanas, Turquía se enfrenta a un horizonte turbio, por decir lo menos. Gracias a su potente máquina electoral, Erdogan probablemente gane la presidencia. Sin embargo, él haría bien en tener más cuidado. El sistema que ha inventado para consagrarse presidente irritara al poder militar histórico y ello traerá problemas a su futuro gobierno.

En cierto sentido, el nuevo sistema se parece mucho a lo que Francia ha tenido que cargar desde 1958, cuando Charles De Gaulle dio a conocer una Constitución hecha a su medida para satisfacer sus propias ambiciones. En ese sistema, el presidente, elegido por sufragio directo, podía ejercer un poder virtualmente ilimitado. Pero para hacer eso, el presidente tendría que tener mayoría en el parlamento y no está claro que eso pueda suceder en Turquía hoy.

Con esta movida, Erdogan podría haberse pegado un tiro en el pie. El ha soñado con un sistema en el que, como presidente, operaría como el Guía Supremo iraní, alegando la última palabra en todas las decisiones. Este tipo de pretensión no será fácilmente aplicable en una Turquía que aparece como una democracia islámica moderna con una clase media urbana en constante ascenso, movilidad y crecimiento.

En el futuro, Erdogan puede vivir para lamentar su error estratégico. Internamente, él cambió Turquía para mejor, pero terminó por cambiarse a sí mismo para peor.

Más problemas para Obama en el plano internacional

Desde los anales de la política internacional, académicos, analistas y comentaristas han comparado el orden mundial de un determinado momento histórico con una estructura arquitectónica diseñada por una potencia líder que actúa como garante de su estabilidad. En términos bien simples de comprender esto ha sido así por siempre.

Históricamente fueron varias las potencias líderes que han desempeñado ese papel: asirios, babilonios, persas, macedonios y romanos en el mundo antiguo y, en tiempos más recientes: Inglaterra. Después de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. asumió ese papel, conduciendo el diseño y la construcción de Naciones Unidas, como lo hizo con la Sociedad de las Naciones después de la Primera Guerra Mundial.

También EE.UU. fue el principal facilitador de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el poder detrás de una amplia gama de organizaciones internacionales, incluido el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, por no hablar de la UNESCO y la UNICEF. Por tanto, guste o no, en gran medida el sistema internacional se ha sustentado en el liderazgo estadounidense y su dinero.

Este sistema, a su vez, ha desarrollado leyes y regulaciones internacionales que proporcionan el marco para el debate sobre casi todos los temas, desde el registro de pesos y medidas hasta las normas de navegación marítima y aérea, y más recientemente, aeroespacial.

En las últimas siete décadas, EE.UU. ha patrocinado o colaborado con la promulgación de más de 16.000 tratados internacionales sobre todos los temas imaginables e inherentes a todo el globo.

El colapso del imperio soviético, su principal rival y al mismo tiempo su socio en el orden mundial, reforzó el papel estadounidense como garante del orden internacional. EE.UU. ha cumplido esa misión en numerosas ocasiones por medio de esfuerzos diplomáticos o mediante su poder económico y cultural con la finalidad de generar estabilidad. Esos esfuerzos incluyen el Plan Marshall y el establecimiento de sistemas democráticos en Alemania Occidental, Italia y Japón. A menudo, como en la crisis de Suez, el compromiso diplomático estadounidense fue suficiente para contener una crisis.

Una década antes de Suez, los EE.UU. habían utilizado su influencia diplomática para detener a Stalin en su deseo de invadir Grecia y ocupar la región noroeste de Irán. En algunos casos, por ejemplo, como cuando los EE.UU. lideraron los esfuerzos por romper el cerco soviético de Berlín, el poder estadounidense logró su objetivo sin disparar una bala. Y hasta cumplió con los comunistas cuando no intervino a favor de los disidentes y opositores en las revueltas de Polonia, Hungría y Checoslovaquia a causa de las concesiones otorgadas a Moscú bajo los acuerdos de Yalta.

Sin embargo, cuando fue necesario, EE.UU. hizo uso de la fuerza militar para proteger el orden mundial. Por ejemplo en la península de Corea, donde encabezó una fuerza enviada por la ONU para impedir a los chinos la anexión de Corea del Sur al feudo comunista Norte de Kim Sung-II. Marines norteamericanos intervinieron en decenas de lugares, como Jordania y Líbano. Más recientemente, hemos sido testigos de intervenciones estadounidenses en Granada, Panamá, Kuwait, Afganistán e Irak.

Nos agrade o no, no sería exagerado hablar de un orden mundial ‘hecho por los EE.UU.’ Pero, ¿qué sucede cuando el principal garante de un orden mundial existente decide abdicar?

Esto fue lo que ocurrió después de la Primera Guerra Mundial y el desplome del orden mundial llevó a décadas de caos, guerras regionales, numerosos crímenes y limpieza étnica de parte de potencias coloniales y finalmente llevo a la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que el mundo en ese momento no era tan ‘globalizado’ como lo es hoy, ayudó a limitar los efectos de las diversas crisis, pero no las evitó.

Un segundo período de abdicación estadounidense se produjo en la década de 1970, durante la presidencia de Jimmy Carter. La explotación de la ingenuidad de Carter por parte de los opositores al orden mundial dio lugar a cruentas revoluciones para socavarlo.

Los desastres mundiales que sucedieron mientras Carter estaba en la Casa Blanca son demasiados para enumerarlos en su totalidad. Éstos incluyeron una dramática expansión de la influencia soviética en África, la aparición de regímenes sanguinarios como en Etiopía, la decisión del régimen del Apartheid de privar a millones de sudafricanos negros de la ciudadanía, el genocidio organizado por el Khmer Rouge en Camboya, la anexión de parte del territorio de Vietnam por parte de China, la proliferación de guerrillas estalinistas respaldadas por Cuba en Centro y Sudamérica, la primera crisis del petróleo, la toma del poder de Khomeini en Irán, el ataque terrorista a La Meca, la invasión soviética de Afganistán y la decisión de la India y Pakistán de desarrollar arsenales nucleares.

Pero sin duda que la debilidad de EE.UU. no fue la única razón detrás de esos eventos. Aunque ha contribuido a la creación de un clima de incertidumbre en la que los opositores del orden mundial creyeron que podían hacerle mella a la estabilidad y la paz con absoluta impunidad.

Hace seis años, cuando Barack Obama obtuvo la victoria en las presidenciales estadounidenses, fuimos pocos los académicos, analistas y politólogos que manifestamos dudas y reservas ante lo que vislumbramos que iba a ser “una versión lujosa de Jimmy Carter”.

Es difícil determinar por qué Obama lleva adelante esta política exterior. Su doctrina “hands off” sobre una gama de temas, desde las ambiciones rusas sobre Europa y la peligrosa estrategia de China en el Lejano Oriente ya ha tenido impacto en el orden mundial. Y ni siquiera he mencionado otros problemas que enfrenta en el plano internacional, como por ejemplo el proceso de paz en Oriente Medio, las ambiciones nucleares de Irán, la tragedia de Siria, la prolongación efectiva de la guerra en Afganistán por su decisión de retirar a los EE.UU. de allí, y el más reciente, el descalabro en Irak.

Hoy en día, los triunfalistas del progresismo estadounidense mantienen silencio absoluto. Esa es la prueba evidente con la que reconocen nuestras oportunas advertencias.

¿Es Rohani quien la comunidad Internacional supone?

Si todo continúa según lo previsto, en las próximas semanas, la República Islámica de Irán deberá anunciar otro “acuerdo provisional” respecto de su programa nuclear. Aunque publicitado con mucho ruido, el pacto que se dio a conocer en Ginebra meses atrás no se firmó, configurando un fiasco de magnitud para la comunidad internacional. Por tanto, aquel documento no puede ser considerado como vinculante. Contrario a ello, fue degradado a la categoría de un “plan de acción conjunto” y no un tratado internacional. En otras palabras, no era más que una lista de promesas y una declaración de voluntades incumplidas. Exactamente como lo adelante en mi columna en Infobae de diciembre del año pasado.

Lo concreto es que el presidente Hassan Rohani puso en juego su mandato apostando al éxito de las negociaciones con el llamado grupo 5+1 liderado por los EE.UU. El presidente iraní cree que un acuerdo sobre la cuestión nuclear sería cortar el nudo gordiano de las sanciones que pesan sobre Irán y una nueva era de las relaciones de la República Islámica con el mundo exterior. Y eso, en cierto sentido, es el primer error en su estrategia. Las agrias relaciones de Irán con grandes potencias como Rusia, que ha actuado recientemente como un aliado táctico del régimen, no se debieron a la preocupación sobre la intención real o imaginaria de Irán por construir una bomba.

Las grandes potencias consideran con recelo y desconfianza al régimen khomeinista desde el principio mismo de constitución. Antes de que los mulláh tomaran el poder, los líderes de las grandes potencias ya evitaban visitar Irán. En todo el decenio de 1970 dos presidentes de EE.UU, dos de la ex Unión Soviética, tres cancilleres alemanes, un presidente francés, dos primeros ministros británicos y un presidente chino estuvieron en Teherán. Sin embargo, con los mullah en el poder, esas visitas se esfumaron mucho antes que la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) revelara que Teherán tenía un programa nuclear clandestino con posibles dimensiones militares.

Por lo tanto, incluso si la cuestión nuclear no fuera el motivo, no hay ninguna garantía de que las grandes potencias alterarían su postura adversa. De hecho, hay varias otras conductas -violaciones a los derechos humanos, violencia contra la mujer y los homosexuales, por nombras algunas- con la que Irán genera la preocupación de las grandes potencias antes de poner el asunto nuclear sobre la mesa. Si esos poderes consideran a Irán poco digno de confianza en muchas cuestiones, no hay ninguna razón para no sospechar de sus intenciones con respecto a la cuestión nuclear. Después de todo, Irán tenía un programa nuclear ambicioso antes de los mullah, y nadie protestó. De hecho, los países del grupo 5+1 compitieron en el pasado para proveer tecnología a las ambiciones nucleares de Irán.

El segundo error de Rohani es considerar las negociaciones nucleares como medio de silenciar a la oposición. “Consideramos que estas conversaciones son un paso hacia el desarme y la desarticulación de nuestros rivales”, dijo días pasados. Cualquier colega estudioso de la política regional e incluso un estudiante de ciencias políticas sabe que sencillamente es un error de amateur hacer algo con la esperanza de servir a un propósito no relacionado.

El tercer error en la estrategia de Rohani es que se lo ve apurado para conseguir algo y se lo nota enredado y complicado en su propia estrategia. No deja de repetir que Irán “no va a retroceder un paso en su proyecto de investigación nuclear”. Sin embargo, el problema no refiere a la investigación. Cualquiera podría hacer una investigación, incluso en Internet. Lo que importa es lo que uno hace con la investigación. Es decir, “con el desarrollo de la misma”. Irán tendrá que probar y demostrar las hipótesis a las que llegue en la investigación que su presidente sugiere. Y eso significa hacer las cosas diferentes de lo que ha estado haciendo antes. En otras palabras, no se necesita una industria nuclear de amplia base para hacer una investigación significativa si ella es de naturaleza médica, científica y no militar.

El siguiente error de Rohani es que rechaza la posición de “la contraparte”. Acusa al grupo 5+1 de “falsedad” al afirmar que Irán está llevando a cabo un proyecto militar. Y entonces él debe mentir afirmando -sin demostrarlo- que su objetivo es un plan nuclear no militar. Pero ¿cómo se puede probar tal cosa? Aquí es donde Rouhani ha caído en su propia trampa. En lugar de preguntar “a la otra parte” para responder a sus preocupaciones con evidencia que quite esas preocupaciones, Rohani elimina y descarta esas preocupaciones llamándolas “injustificadas”. Sin embargo, no hay ninguna evidencia que indique que Irán no esté avanzando hacia el umbral cada vez más cercano de obtener una ojiva nuclear.

Inicialmente, Irán tuvo una disputa técnico-legal con la OIEA. La ineptitud de los dirigentes de Teherán transformó aquella diferencia en una crisis diplomática en la que se implico la ONU. El Consejo de Seguridad ha aprobado seis resoluciones exigiendo que Irán tome una serie de acciones precisas. Hubiera sido más fácil para Irán satisfacer la demanda de la OIEA, al no hacerlo, quedo expuesto al cumplimiento de las resoluciones. En su lugar, Irán está ahora atrapado en un procedimiento sin precedentes en la diplomacia internacional y a negociar el cumplimiento de las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas o asumir los costos y su responsabilidad ante la comunidad internacional.

La candidatura de Assad es mala para todos, incluso para él mismo

Días pasados, cuando el presidente sirio Bashar Al-Assad anunció su candidatura para un tercer mandato presidencial, recordé un pasaje de la obra Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Este clásico del teatro del absurdo, cuya trama carece intencionalmente de hecho relevante alguno, es altamente repetitiva y simboliza el tedio y la carencia de significado de la vida humana. En uno de sus pasajes, Estragón, uno de los dos vagabundos que esperan en vano a Godot afirma: “¡No puede ser peor!’ El comentario se completa con la respuesta de Vladimir, el otro vagabundo, que responde: “Eso es lo que tú piensas”.

La impresión de que hay un toque del absurdo en la situación siria se reforzó hace unos días, cuando los medios de comunicación oficiales en Teherán informaron que la República Islámica planea enviar “veedores” para asegurar la “libertad y la regularidad de la elección de Siria” el próximo mes de junio. De mínima, suena kafkiano que los mullah iraníes serán los garantes de unas elecciones libres en Siria. Es como colocar al gato al cuidado del canario.

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Obama y el “soft power”

Aunque dividida como pocas veces antes, la élite política estadounidense está unida en su forma de evaluar la política exterior del presidente Obama como un rotundo fracaso. La huida precipitada de Irak quedó claramente distanciada del retiro ordenado al que refería la administración; el juego de “suma cero” en relación a Siria, mas la posición patológica de eludir las ambiciones nucleares de Irán y el intento surrealista para alcanzar la paz en Oriente Medio, junto a su falta de respuesta a la temeraria conducta del presidente ruso, Vladimir Putin, en relación a Ucrania, son los elementos citados para definir el fracaso estratégico tanto por la derecha como por la izquierda norteamericana.

Algunos analistas afirman que el problema se debe a la falta de experiencia de Obama en su gestión como presidente de los EE.UU. Otros lo culpan de obsesivo y narcisista, y hasta hay quienes refieren a la brutal desconexión con la realidad del presidente con un mundo que interpreta a su manera, pero que tal manera es una absoluta fantasía. Reconozco que me encontraba entre los que adherían a la última opción. Sin embargo, ante la cadena de dislates que lleva adelante la administración Obama es tiempo de aportar nuevas ideas y reflexiones. Por ejemplo: ¿Y si la percepción de fracaso se debe a la negativa de Obama en hacer lo que los críticos, tanto de la derecha como de la izquierda desean que hagan los EE.UU.? ¿Y si Obama tiene éxito en lograr lo que se propuso lograr?

Profundicemos el análisis. En la era Obama, EE.UU. perdió gran parte de su prestigio como superpotencia comprometida con una determinada visión del mundo por negarse a asumir el liderazgo en la defensa de esa doctrina donde quiera que estuvo amenazada. ¿Pero por qué Obama rechaza esa visión? ¿Por qué no quiere que los EE.UU. ejerzan el liderazgo mundial? ¿Mantiene Obama las ideas de su época de estudiante, en que estaba de moda sostener que los EE.UU. eran una potencia imperialista que intimidaba a las naciones más débiles para imponer su voluntad por medio de la fuerza militar o su poderío económico? Si reflexionamos sobre estas cuestiones, la política exterior del presidente podría empezar a tener sentido. En tal contexto, su comportamiento no sería el resultado de la inexperiencia ni la ingenuidad, sino una estrategia deliberada para rediseñar los EE.UU. y redefinir su lugar en el mundo.

Para ser justos con el presidente norteamericano, no es ningún secreto su deseo por hacer de EE.UU. “un lugar diferente”. Su lema principal de campaña en 2008 fue sobre el “cambio”. ¿Y qué es lo que uno cambia? No hay duda que se cambian las cosas que a uno no le gustan y es evidente que a Obama no le gustaba el modelo de los EE.UU. de la post Guerra Fría. Aunque en aquellos días, después de haber firmado un acuerdo de cooperación con la OTAN, Putin estaba pidiendo ayuda económica a Washington para Rusia. El Medio Oriente también estaba tratando de adaptarse a la “Agenda de la Libertad” de EE.UU. y en Teherán los mulás estaban ofreciendo sus servicios a Washington en Irak y Afganistán.

El deseo de Obama es la refundación de los EE.UU. como un ‘soft power’ y lo ha demostrado en muchas ocasiones. El presidente abandonó los planes de la administración Bush para la expansión de la OTAN en el Cáucaso y Asia Central, rechazó mantener el escudo antimisiles en Europa Central y Oriental para complacer a Rusia y desmanteló las bases de misiles inteligentes en los países bálticos y Europa del Este. No apoyó los planes para atraer a Estados árabes a la OTAN y replegó la presencia militar estadounidense en todo el mundo, especialmente en Oriente Medio. La retirada de Irak fue seguida por la reducción de tropas en Afganistán con la promesa de retirada total al final de este año. El brutal asesinato del embajador de EE.UU. en Libia generó un incomodo examen político, pero también psicológico importante en la administración. Ello demostró que, con Obama, en términos de castigar enemigos, EE.UU. había vuelto a la posición que tenía antes de los Comodoros William Bainbridge y Stephen Decatur a principios del siglo XIX.

La determinación de Obama en diseñar EE.UU. como una “Gran Noruega” no se ha limitado a la política exterior. También ha presionado con recortes masivos en gastos de seguridad y defensa que redujeron el tamaño del ejército de los EE.UU. Hoy, la fuerza aérea y la marina se encuentran operativamente en su punto más bajo desde la Segunda Guerra Mundial. En 2019, cuando los recortes completen su cronograma, EE.UU. ya no tendrá la capacidad militar necesaria para enfrentar dos guerras simultáneamente, algo que había sido un elemento clave de su doctrina militar desde 1980.

La estrategia de rediseño de Obama también incluye un aumento del papel del Estado en la economía interna como lo ilustra la legislación propuesta en materia económica, laboral y de seguridad social, la adquisición participativa de General Motors y una avalancha de legislación reguladora que es, como mínimo, extraña a la idiosincrasia estadounidense.

Suponiendo que Obama quiera emular a las socialdemocracias nórdicas, hay que admitir entonces que su política exterior ha sido rutilante y exitosa, aunque propició la caída del liderazgo de los EE.UU. Hoy, luego de casi dos mandatos de Barack Obama, el número de personas que respeta y admira a los EE.UU. en todo el mundo no ha aumentado ni caído, pero el número de los que le temen ha disminuido un 60%.

Según lo veo, diría que en lugar de burlarse de la inexperiencia o la ingenuidad de Obama, sus críticos deben tomar muy en serio su elección ideológica. Y es ese el punto de partida desde el cual se debe exponer sus implicancias para analizar sus resultados invitando a los estadounidenses a reflexionar sobre la visión de su presidente del rol de su país en el mundo.

¿Hacia dónde marcha Siria?

A medida que la crisis siria entra en su trágico cuarto año, la pregunta sigue siendo si el régimen del presidente Bashar Al- Assad será vencido y derrocado o si finalmente será capaz de someter a la oposición y mantener el poder en su devastado país. El número y la intensidad de las batallas diarias en toda Siria muestran que los tres años transcurridos no han inclinado la balanza claramente en favor de alguno de los contendientes. A pesar del apoyo ruso-iraní que el régimen dispone y del soporte que Arabia Saudita y Qatar brindan a los rebeldes, ambos bandos parecen estancados más allá de los combates y las victorias parciales.

Hace dos años, Assad trataba de comprar algunas semanas de tiempo con la comunidad internacional para establecer el control sobre algunas regiones que los rebeldes habían conquistado. A principios del año pasado, Bashar dijo estar de acuerdo -en principio- para negociar la incorporación de extra-partidarios a su gobierno con el fin de continuar ganando tiempo. Entonces ocurrió el ataque con gas neurotóxico en la zona de Ghouta, Damasco, ante lo cual, Assad nuevamente movió ficha confiando en las garantías de sus aliados rusos e iraníes e hizo una propuesta para entregar su arsenal de armas químicas. La propuesta era -y fue- también una táctica con la que Assad evito la intervención de EE.UU, y a través de la cual, obtuvo más tiempo para ejecutar su estrategia y finalizar la batalla aplastando a la oposición en varias ciudades en manos de los rebeldes.

Sin embargo, a pesar de todo el tiempo que el régimen se procuro, de las armas que adquirió de Moscú y Teherán, de los expertos y de la participación activa en los combates del Hezbollah libanes, Assad aún no ha logrado afianzar su control sobre toda Siria. El único éxito que ha tenido el régimen tanto como los grupos islamistas que lo combaten, ha sido la completa destrucción del país llevando a sus ciudadanos en un viaje sin retorno al enfrentamiento sectario y al odio más profundo a nivel comunitario.

Entrados ya en el cuarto año de una de las guerras más feroces que haya conocido la región para derrocar un régimen la mitad de la población siria está desplazada y perdió sus hogares, el 90% de ciudades y pueblos del país están destruidos y el número de muertos contabilizados por la ONU -hasta octubre de 2013 en que dejo de hacerlo- es de unas 175.000 personas. Al mismo tiempo, los combates se están desarrollando en los suburbios de Damasco en momentos en que el régimen parece haber consumido el tiempo que compró en el pasado cuando ofreció deshacerse de su arsenal químico. Assad y el Baath sirio saben que esta noticia no es buena para su supervivencia y no desean quedar expuestos ante la comunidad internacional sin su arsenal de armas tácticas. Pero puede que sean escasas para el régimen las posibilidades de ganar más tiempo. Moscú no desea que la crisis siria humille más aun a los EE.UU, pues tiene asuntos más importantes que atender en Crimea y Sebastopol y necesita buen clima con Washington. Esto último puede no ser bueno en el corto y mediano plazo para Damasco ni para Teherán.

Cabe preguntarse ¿qué ha pasado con el apoyo internacional a la oposición siria y al Ejército Sirio Libre (ESL)? ¿Tiene aun el mundo libre entusiasmo, capacidad y voluntad para armar al ESL, para ayudar a los millones de refugiados y participar en batallas políticas contra Assad e Irán en el escenario político internacional? Aquellos que creen en la oposición y apoyan el pueblo sirio -en particular Arabia Saudita, los Emiratos Árabes y Qatar- siguen comprometidos con su postura. Estos países dan cuenta de las amenazas que se plantean si abandonaran a la oposición. Ellos entienden que quitar su apoyo significaría la victoria del régimen iraní en el conjunto regional. También son conscientes que la tragedia se expandirá si abandonan su papel en la ayuda y que la lucha contra Assad debe ser llevada hasta el final.

La oposición también tiene una responsabilidad importante por su fracaso en conseguir apoyo político global y no ha sabido evitar los temores de la comunidad internacional respecto a su capacidad para administrar las zonas liberadas, sus habitantes y los recursos que le fueron dados ante la expansión e infiltración en suelo sirio de grupos criminales como el Frente Al-Nusra y el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS). Estos grupos han sido funcionales a los intereses del régimen amenazando las minorías y aterrorizando a la mayoría de las personas que se sublevaron contra el régimen, y con ello, colocaron al mundo en la dicotomía de brindar apoyo al mal menor, pero lo cierto es que han paralizado mucha ayuda occidental.

En todos los casos, la Siria actual no será nunca más la de antes. Seguramente no va a ser un camino de rosas construir una nueva Siria plural y tolerante entre las distintas sectas religiosas que la han compuesto en el pasado. La situación del país ha cambiado de manera dramática y para siempre. Assad y su régimen son parte de una historia que el mismo presidente ha decidido, no cuenta lo duro que pudo resultar tal decisión. Inclinándose por Irán y Hezbolllah, Assad ha mostrado a las claras su adhesión a las acciones de violencia dentro y fuera de la región.

Una transición rápida podría aliviar el sufrimiento del pueblo sirio que no dispone de demasiadas opciones y pareciera tener que escoger entre el mal menor sin encontrar una salida pacificada. Tanto el régimen como los islamistas no tienen mucho que ofrecer en dirección a la pacificación del país. Mientras tanto, el mundo se empeña en prolongar el derramamiento de sangre y el dolor de los ciudadanos sirios ante la brutalidad a la que los someten ambos bandos en el día a día.