Por: George Chaya
Días pasados, cuando el presidente sirio Bashar Al-Assad anunció su candidatura para un tercer mandato presidencial, recordé un pasaje de la obra Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Este clásico del teatro del absurdo, cuya trama carece intencionalmente de hecho relevante alguno, es altamente repetitiva y simboliza el tedio y la carencia de significado de la vida humana. En uno de sus pasajes, Estragón, uno de los dos vagabundos que esperan en vano a Godot afirma: “¡No puede ser peor!’ El comentario se completa con la respuesta de Vladimir, el otro vagabundo, que responde: “Eso es lo que tú piensas”.
La impresión de que hay un toque del absurdo en la situación siria se reforzó hace unos días, cuando los medios de comunicación oficiales en Teherán informaron que la República Islámica planea enviar “veedores” para asegurar la “libertad y la regularidad de la elección de Siria” el próximo mes de junio. De mínima, suena kafkiano que los mullah iraníes serán los garantes de unas elecciones libres en Siria. Es como colocar al gato al cuidado del canario.
La guerra civil de Siria es una obra trágica que ya se ha convertido en todo lo que podría llegar a ser antes de que el telón se levante. El conflicto sirio comenzó hace más de tres años debido a que un segmento de la población simplemente estaba harta de décadas de poder arrogante y despótico del clan Assad y sus socios corruptos. Con el transcurrir de unos meses, las quejas iníciales de los manifestantes de la ciudad de Deraa encontraron una resonancia sorprendentemente profunda en la mayoría de las ciudades y pueblos del país.
Para ser justos, Bashar ciertamente no era responsable de todo lo que había ido mal en Siria desde que el país cayó bajo el dominio de las sucesivas administraciones del partido Baas encabezadas por su padre, el fallecido Haffez Al-Assad. De hecho, incluso es posible que Bashar, un debilucho indeciso, bien pudo haber sido un mero títere de una pandilla que opera en las sombras del partido. Sin embargo, a las pocas semanas del levantamiento en Deraa, el llamado a la salida de Bashar se convirtió en el tema unificador de un levantamiento popular que reunió a una amplia variedad de grupos con muchas ideologías diferentes y aspiraciones políticas también distintas.
En 2013, la demanda de que Bashar debía irse se convirtió en el único punto en el que casi todo el mundo, incluyendo a muchos dentro del régimen de Assad, parecía estar de acuerdo. En un momento, una iniciativa diplomática que involucró a altos cargos en Damasco y la administración del presidente Barack Obama en Washington se abroqueló alrededor de la idea de que Bashar debía dar un paso al costado para permitir la formación de un gobierno de coalición y transición. El eufemismo “un paso al costado” fue elegido en lugar de “dimitir” para tranquilizar a los rusos que se oponían a un cambio de régimen en Siria.
La frase “Bashar debe irse” se convirtió en el tema central de todos los esfuerzos diplomáticos, comenzando con la desesperada misión de Kofi Annan y Lakhdar Brahimi, pero en última instancia nada de eso sucedió. El primer acuerdo de Ginebra aprobado por Washington y Moscú se basaba en la salida de Bashar. Eso habría allanado el camino a una transición más o menos pacífica. Habría permitido que las estructuras estatales sirias permanecieran en gran parte intactas, evitando el colapso sistémico. El Partido Baas y sus aliados hubieran sido capaces de mantener una cuota de poder en un nuevo acuerdo nacional, con apoyo de la mayoría de los sirios y garantizado por las grandes potencias a través de Naciones Unidas.
Al mismo tiempo, reconociendo el compromiso como un medio eficaz de resolución de conflictos, se habría tirado de la alfombra de ambos lados cuya visión de la política se basaba en la represión y la violencia. Quizás aún más importante, el compromiso habría salvado a los sirios del calvario causado por divisiones en las familias, los clanes y comunidades, mientras que la domesticación del odio sectario que se escondía bajo la alfombra desde siglos pudo haber sido controlado. Sin embargo, nada de eso sucedió. Tal vez animada por segmentos de línea dura desde Teherán, la camarilla de Damasco decidió no sólo rechazar el reparto de poder de un futuro gobierno de coalición, sino también humillar a la oposición manteniendo Bashar en su cargo.
Al momento de escribir estas líneas, los medios de comunicación oficiales iraníes prevén que Bashar será reelegido con “una mayoría aún más grande” de la que obtuvo la última vez cuando ganó por el 97% de los votos. Esto podría significar una victoria por el 100% en junio, repitiendo así, la recordada hazaña Saddam Hussein en su tiempo al frente de Irak. El levantamiento sirio comenzó porque en 2011 cuando el statu quo se torno insostenible. Tres años de conflicto han creado una nueva coyuntura aún más inestable. En ambos casos, el status quo era, con razón o sin ella, simbolizado por Assad. Por lo tanto, si su salida era necesaria cambiarlo en 2011, es una necesidad aun mayor hoy en día.
La decisión de postularse a un nuevo periodo presidencial de Bashar, entierra la opción de un cambio dentro del régimen. La cuestión ahora es el cambio de régimen. Esto puede suceder de dos maneras. Ya sea porque la camarilla de Assad tiene éxito en el aplastamiento de la oposición, algo que a mi juicio no podrá lograr completamente por muchísimos años; o la oposición agrupada y re-armada comienza una nueva ronda en su camino a la conquista de Damasco, algo que, a pesar de las probabilidades, tampoco creo que por el momento sea posible. La tercera opción sería la transformación de Siria en un mosaico de territorios no gobernados, parte del cual estaría bajo control de la camarilla de Assad.
La candidatura de Assad es una mala noticia no sólo para Siria sino para el propio Baas, también para Irán y para Rusia que tendrán que seguir financiando un conflicto prolongado y sin perspectivas de victoria. Así, Teherán y Moscú estarán pagando por una amante que se vuelve más exigente y más cara cada día. Finalmente, la candidatura de Bashar incluso puede ser perjudicial para el propio Assad. Un acuerdo para dar un “paso al costado” sería un buen negocio para él y configuraría su última opción de maniobra incluso para salvaguardar su seguridad y la de su familia.