Una guerra por poder político no es una guerra sectaria

La actual crisis en Irak es descripta de forma rutinaria por los comentaristas de medios internacionales, especialmente en Occidente, como una guerra sectaria. El supuesto es que Irak está siendo destrozado porque sus diferentes elementos, especialmente los árabes sunitas y chi’ítas, han decidido, de alguna manera, que ya no pueden vivir juntos.

Sin embargo, Irak no es Siria. Entonces ¿qué tan preciso es este el análisis? Es claro que la respuesta a la pregunta podría tener un impacto importante en la configuración del resultado de la crisis. Algunos de los que afirman que los iraquíes ya no pueden vivir juntos insisten en que las fronteras dibujadas tras el colapso del Imperio Otomano han perdido el sentido y ya no son válidas. En consecuencia, debería considerarse establecer nuevas fronteras para los estados-nación modernos.

Lo cierto es que en el origen de este tipo de análisis se afirma -a mi juicio erróneamente- que Irak es un país artificial e inviable desde su creación misma. Es aquí donde me permitiré recordar una experiencia profesional. Unos años atrás, en un programa de la TVE en Madrid, fui agraviado intelectualmente por un profesor universitario español porque sugerí que EEUU debió haber permanecido durante unos años más al lado de Irak, como ocurrió en el caso de Alemania Occidental después de la Segunda Guerra Mundial, huelga indicar que los hechos actuales han ratificado mi posición acertada, ayudar a los iraquíes a consolidar sus nuevas instituciones era de fundamental importancia y tal cosa no estuvo presente por la decisión del presidente Obama de retirarse de allí.

Recuerdo que en tono de burla, el profesor español me replicó que “al ser un estado nuevo y sin experiencia democrática, Irak no podía ser comparado con Alemania puesto que la última tenía una larga historia y una gran experiencia democrática”. Al parecer, nuestro profesor no sabía que Irak tiene una historia que se remonta a unos 4.000 años, es decir, mucho antes de que las primeras tribus germánicas aparecieran en Europa. Tampoco sabía que Alemania se convirtió en Estado-nación en 1870. Y que el Irak moderno alcanzó el mismo estatus en 1921, y que tanto Alemania como Irak surgieron de los escombros de distintos imperios. En cuanto a la “experiencia democrática”, ni la tragedia de Alemania bajo el nazismo, ni Irak en la era del ba’azismo fueron lo que podríamos denominar una “experiencia democrática”.

Pero no es mi intención humillar al pobre hombre más de lo que hizo por sí mismo en aquel programa televisivo, menos aun transcurridos cuatro años de la anécdota. Lo traje al artículo para mostrar el calibre y la magnitud del daño que los ignorantes causan y han causado al mundo árabe en particular y a los países en general cuando hablan y se constituyen en ‘soberbios opinologos’ sin la mínima formación académica sobre la temática. Por tanto, dejo al profesor que vaya de tapas y pinchos y me remito al rigor histórico y al pensamiento proactivo que pretende aportar soluciones claras.

Bajo su monarquía, Irak disfrutó de toda la libertad que los diversos componentes del futuro estado alemán habían tenido bajo sus respectivos príncipes.

La fundamentación que esgrimen contra Irak sus detractores -como el profesor español- ha sido y es, que los iraquíes, por ser árabes o musulmanes, son incapaces de vivir en libertad. A los árabes y los musulmanes, en esta corriente de opinión, generalmente se los considera programados genéticamente para favorecer un gobierno despótico. Sin embargo, si la ‘artificialidad’ de Irak significa que no tiene derecho a ser un Estado-nación moderno y unificado, ¿por qué no aplicar la misma norma a los 158 miembros de Naciones Unidas que son más recientes y tan artificiales como Irak? Con el criterio de los detractores de Irak cualquier país del mundo se puede dividir en dos o más partes y cada uno puede redibujar sus fronteras. Sostener tal cosa es un absurdo. Lo crea o no el lector, con prescindencia del caos politico del presente, Irak en su forma actual es uno de los tres estados árabes modernos más antiguos.

Es innegable que hay varias potencias y algunas energías dentro del propio Irak con especial interés en que el país sea desmembrado. Desmontar Irak podría adaptarse a las estrategias de esos poderes y esas energías, pero no será una solución a la crisis actual que tiene sus raíces en otros lugares.

A mi juicio, la crisis en curso podría describirse como una guerra entre fanáticos en lugar de una guerra sectaria. La masa de los sunitas y los chi’ítas de Irak no están involucrados en este conflicto, salvo como víctimas, pues son ellos los que están muriendo.

El hecho de que facciones sectarias de ambos bandos utilicen un lenguaje teológico no nos debe inducir al error. La razón es que la lengua islámica y en particular el idioma árabe, carece de un vocabulario político secular. Esta manifestación ha sido una constante en toda la historia árabe-islámica.

La primera guerra civil en el islam, entre Ali Ibn-Taleb y Muawiya I, no tuvo nada que ver con las interpretaciones de rivalidades en la fe. Se trato únicamente de vencerse entre sí  para ganar poder político.

Sin embargo, la única manera de expresar la rivalidad en aquel momento era a través de un léxico discursivo-teológico, el cual a su vez y durante varios siglos, alentó la confrontación y el cisma doctrinal. Esto es bien simple y no debería ser de difícil comprensión para los analistas occidentales, deben estudiar historia antigua del mundo árabe y con ella el comportamiento del liderazgo y las masas. Previamente, claro que deben aprender el idioma árabe ya que no hay bibliografía en español o inglés sobre la materia. Pero hay colegas de este lado del atlántico que podrían lograrlo, desde luego que sí.

El escenario iraquí es bien sencillo de interpretar, el primer ministro, Nuri Al-Maliki, quiere mantenerse en el poder tanto tiempo como le sea posible. Esto no tiene nada que ver con que él sea un chi’íta. Saddam Hussein, era un sunita que tuvo una actitud similar hasta las últimas consecuencias, no creo que haga falta mencionar su bien conocido final.

Es cierto que el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS) y sus enemigos están causando estragos en Irak, pero también es cierto que están motivados por la sed de poder político en lugar de cualquier interpretación específica de la fe. A quien lo quiera ver despojado de sectarismo, hay que decirle que estos sujetos realizan sus desmanes y luchan militarmente por objetivos políticos disfrazados de fines religiosos.

Esto que expongo queda demostrado en el hecho de que ningún teólogo creíble suní o chía ha proporcionado una cubierta religiosa a los combates. En el lado suní, casi todos los teólogos han hecho un llamamiento de buena fe por la paz y la reconciliación. En el lado chií también, el tono abrumador de los clérigos de alto nivel ha estado a favor de calmar los ánimos. A pesar de una serie de presiones políticas, los religiosos de alto rango, como el ayatollah de la ciudad de Nayaf, Ali al-Sistani y el ayatollah de Qom, Alawi Boruyerdi, se han negado a declarar la ‘yihad’ contra el ISIS. En Qom, sólo el ayatollah, Makrem Shirazi utilizo el término yihad, indicando con ello su ignorancia sobre los principios y las reglas bajo las cuales se realiza una llamada de este tipo. Sin embargo, Shirazi, al igual que el líder supremo iraní Ali Khamenei, es una figura política más que religiosa, por lo tanto ‘no puede pretender expresar una posición teológica, cuando lo que efectúa es absoluta acción política’.

En esta situación, el que ha demostrado inteligencia y pragmatismo ha sido el teólogo Alawi Boruyerdi, quien a través de una fatwa, ha declarado, independientemente de posiciones sectarias, que los iraquíes deben luchar en defensa propia, en el apoyo de sus fuerzas armadas regulares, por su propio país y contra los que quieren desmembrar su estado. Por tanto, el actual conflicto no debería ser capitalizado por aventureros para revivir sus milicias sectarias y empujar a Irak de regreso a los viejos tiempos del terror en nombre de la fe.

Irak puede y debe resistir la tormenta. Debe preservar su soberanía e integridad territorial intacta y es en el mejor interés de todos los iraquíes que lo debe hacer. Con ello se quitara a todo aquel que desee deglutirlo utilizando la cortina de humo teológica.

El liderazgo iraquí dilapida oportunidad de construir un Estado unificado

La dirigencia política de Irak ha perdido la oportunidad de conformar un Estado iraquí fuerte y unificado. La pregunta es ¿por qué sucedió algo así? De hecho, han tenido tiempo suficiente para hacer un mejor trabajo. Pasaron ocho años desde que se ratificó la actual constitución y seis desde que un parlamento estable fue electo democráticamente, lo que luego dio a la conformación de un gobierno permanente como el de Nuri Al-Maliki. La respuesta es que “todas estas instituciones no han representado mayoritariamente a la ciudadanía ni han sabido direccionar la política, la economía, la seguridad y la lucha contra la corrupción para generar la realidad de un estado unificado”.

¿Dónde está la enfermedad? Antes de que Saddam Hussein fuera derrocado, todos en Occidente, incluso las fuerzas del islam político en el mundo árabe, se unieron en oposición a su gobierno. El pueblo de Irak estaba listo para una alternativa democrática real para librarse de aquella terrible dictadura y poner fin a una larga historia de dolor, guerra y tragedia. Esta esperanza fue agitada por la llegada de las fuerzas estadounidenses en 2003. Sin embargo, lo ocurrido desde entonces “no se parece en nada a la democracia”. ¿Usted cree que si? Yo no me atrevería a conceptualizar de tal modo el escenario actual de Irak donde los islamistas capean a sus anchas y diariamente observamos el incremento de la carnicería entre sunitas y chiítas, y los kurdos no les van en zaga.

Continuar leyendo

Irak: reaparece el fantasma de Saddam

 

Cualquier persona que por estos días escuche noticias sobre Irak escuchara el batir de tambores de guerra. El primer ministro Nuri Al-Maliki parece estar preparándose para un asalto militar contra los grupos opositores en la provincia de Anbar, específicamente con la ciudad de Falluyah como blanco principal de su ofensiva para acabar con la sedición sunita que alberga los residuales leales a Saddam Hussein, hoy asociados con elementos de Al-Qaeda. Aunque puede ser demasiado tarde para debatir la conveniencia de tal medida o para ofrecer consejos sobre la solución de la crisis. Sin embargo, el mejor consejo que Maliki podría tomar es el de reconsiderar su estrategia militar.

Puede parecer que el primer ministro tenga la situación a su favor pues el nuevo ejército iraquí con casi un millón de hombres, incluidas las fuerzas armadas regulares y los equipos de seguridad y policiales es controlado absolutamente por él. También tiene algunos aliados entre las tribus árabes sunitas en Anbar, incluyendo parte de la As-Sahwah (una coalición que ayudó a derrotar la resistencia favorable a Saddam hace casi una década). Su estrategia patriotera también goza de apoyo entre varios grupos chiítas dentro del país. El referente de la política iraquí chiíta, Sheikh Mokhtada Al-Sadr, ha suavizado su tono beligerante de otros tiempos contra Maliki en nombre de la solidaridad chiíta, lo cual fortalece al primer ministro en sus planes militares y lejos de buscar un consenso político, cada vez lo empuja más hacia la salida armada.

Es claro que el primer ministro está dispuesto a buscar un tercer mandato en las próximas elecciones generales, el ha conseguido un impresionante nivel de apoyo extranjero. Los mulás iraníes, a quienes nunca les simpatizo porque pensaban que era el hombre de Washington en Irak, ahora lo apoyan y sostienen que es la única figura chiíta iraquí capaz de mantener unida a la comunidad ante los próximos desafíos políticos locales y regionales. También la administración Obama está jugando ficha a favor de Maliki proporcionándole sofisticados aviones no tripulados y misiles. Algunos círculos en Washington y Teherán están propagando la idea que EEUU y la República Islámica tienen un interés compartido en el aplastamiento de los grupos de la resistencia sunita iraquí, tanto igual que en el mantenimiento de un debilitado presidente Bashar Al-Assad en Siria para mantenerlo como marioneta a manipular de forma conjunta.

Continuar leyendo

Sin líneas rojas: el conflicto intersectario árabe

Cuando el influyente clérigo Yusuf Al-Qaradawi llamó en su sermón del pasado viernes a los musulmanes suníes a unirse masivamente a los rebeldes que luchan contra el régimen del presidente sirio, Bashar al-Assad, lo que hizo efectivamente fue quitar el manto de hipocresía reinante en el mundo árabe islámico en torno del desenfrenado enfrentamiento histórico entre sunitas y chiítas en el Oriente Medio.

Qaradawi dijo que no era su intención demonizar a todos los musulmanes chiítas -lo cual es difícil de creer conociendo sus posiciones- pero ese ha sido precisamente el efecto de sus palabras que inflamaron más aún la confrontación en curso. El clérigo suní denunció a la secta alawita (rama del islam chiita) a la que pertenece Bachar Al- Assad, como “más infiel que los cristianos y los judíos“. Extendiendo, precisamente, a todos los chiítas la demonización que indicó no iba a hacer. También sostuvo que la organización chiíta Hezbollah (cuyo nombre se traduce como “partido de Dios”) es realmente “el partido del diablo.”

Continuar leyendo