Irak: reaparece el fantasma de Saddam

George Chaya

 

Cualquier persona que por estos días escuche noticias sobre Irak escuchara el batir de tambores de guerra. El primer ministro Nuri Al-Maliki parece estar preparándose para un asalto militar contra los grupos opositores en la provincia de Anbar, específicamente con la ciudad de Falluyah como blanco principal de su ofensiva para acabar con la sedición sunita que alberga los residuales leales a Saddam Hussein, hoy asociados con elementos de Al-Qaeda. Aunque puede ser demasiado tarde para debatir la conveniencia de tal medida o para ofrecer consejos sobre la solución de la crisis. Sin embargo, el mejor consejo que Maliki podría tomar es el de reconsiderar su estrategia militar.

Puede parecer que el primer ministro tenga la situación a su favor pues el nuevo ejército iraquí con casi un millón de hombres, incluidas las fuerzas armadas regulares y los equipos de seguridad y policiales es controlado absolutamente por él. También tiene algunos aliados entre las tribus árabes sunitas en Anbar, incluyendo parte de la As-Sahwah (una coalición que ayudó a derrotar la resistencia favorable a Saddam hace casi una década). Su estrategia patriotera también goza de apoyo entre varios grupos chiítas dentro del país. El referente de la política iraquí chiíta, Sheikh Mokhtada Al-Sadr, ha suavizado su tono beligerante de otros tiempos contra Maliki en nombre de la solidaridad chiíta, lo cual fortalece al primer ministro en sus planes militares y lejos de buscar un consenso político, cada vez lo empuja más hacia la salida armada.

Es claro que el primer ministro está dispuesto a buscar un tercer mandato en las próximas elecciones generales, el ha conseguido un impresionante nivel de apoyo extranjero. Los mulás iraníes, a quienes nunca les simpatizo porque pensaban que era el hombre de Washington en Irak, ahora lo apoyan y sostienen que es la única figura chiíta iraquí capaz de mantener unida a la comunidad ante los próximos desafíos políticos locales y regionales. También la administración Obama está jugando ficha a favor de Maliki proporcionándole sofisticados aviones no tripulados y misiles. Algunos círculos en Washington y Teherán están propagando la idea que EEUU y la República Islámica tienen un interés compartido en el aplastamiento de los grupos de la resistencia sunita iraquí, tanto igual que en el mantenimiento de un debilitado presidente Bashar Al-Assad en Siria para mantenerlo como marioneta a manipular de forma conjunta.

En cualquier caso y como lo más importante, Maliki tiene al menos dos argumentos que operan en su favor:

a) El primero es que tanto EEUU como Irán no desean permitir que ningún grupo armado desestabilice Irak. Ello sin mencionar los planes de la insurgencia para derrocar un gobierno electo por medio del voto popular (tal lo que representa a su manera el gobierno de Maliki). Esto último es lo que fortalece al primer ministro en sus planes militares ya que es lo que los rebeldes de Falluyah y Ramadi parecen estar planeando.

b) El segundo argumento es que los insurgentes de Anbar pertenecen al mismo grupo nebuloso de yihadistas que han estado tratando de hundir a Irak en la guerra sectaria desde la caída de Saddam Hussein en 2003, y ninguno de los actores principales en suelo iraquí desea un escenario futuro donde los grupos satelitales de Al-Qaeda se fortalezcan y adquieran mayor poder militar con el que fragmenten territorialmente el país.

Sin embargo, todos los elementos de la estrategia de Maliki, incluidos los argumentos a su favor, podrían convertirse rápidamente en su opuesto. Para empezar, si el primer ministro tiene éxito en aplastar la insurrección por la fuerza y con ello abre camino a su victoria en las próximas elecciones, se pondría en peligro el único logro importante de Irak desde la caída de Saddam. El logro en cuestión, es que los iraquíes podrían, como ya lo han hecho en tres ocasiones, cambiar su gobierno a través de elecciones en lugar de golpes militares, guerra civil o el accionar del terrorismo. Pero al invadir Falluyah, Maliki se arriesgaría a perder legitimidad democrática, y en caso de ganar, se convertiría en otro ‘dictador árabe’ que se aferra al poder masacrando a sus oponentes. ‘Esta regla, que debe su legitimidad a la espada, en el mundo árabe ha mostrado siempre que quien así se legitima se enfrenta al riesgo de caer del mismo modo: por la espada’.

Una estrategia basada en la neutralización por la fuerza de los sunitas seguramente sacudirá e intranquilizara a los kurdos, que representan por lo menos una quinta parte de la población de Irak, y que seguramente se preguntaran cuánto demorará en disparar y volverse contra ellos un gobierno que dirime sus batallas políticas con tanques y aviones no tripulados aplastando hoy a los sunitas.

Si Maliki rompe los puentes de diálogo con la comunidad sunita, todo lo que lograra es erigirse como una figura sectaria simbolizando un factor de división en momentos en que Irak necesita de la unidad. Eso lo convertiría en rehén de poderes regionales con un pedigrí clerical que, en el mediano plazo lo eclipsará y afianzará la presencia teocrática en el país. Incluso entonces, no es seguro que con alrededor del 40 % del electorado, Maliki pueda formar un gobierno dentro de un marco de legitimidad constitucional y sólo llevará de retorno al país a los años más violentos y oscuros de la era de Saddam Hussein. Más importante aún, quizás los chiítas serían repudiados por las demás sectas iraquíes, lo que atizará la sectarización no sólo de la política en Irak, sino también los enfrentamientos y el mayor derramamiento de sangre inter-árabe en la región. Ese es el peligro de la estrategia actual de Maliki que podría dividir al país y generar el asilamiento de la comunidad chiíta además de alienar a la dirigencia clerical sunita de Najjaf.

Ganar con el apoyo de Irán y los EEUU también debilitaría la posición del primer ministro. Él aparecería inexorablemente en el papel de títere, tanto de EEUU como de Irán, países que desprecian la agenda política de Irak según la visión sunita. Lo que generara el rompimiento de la frágil tregua entre sectores moderados sunitas con el poder chiíta del país. Un peligro aún mayor es la utilización y el uso de los militares para alcanzar el poder político, tal cosa revivirá la tradición que los ejércitos árabes se alinean como árbitros de las luchas de poder y terminan tomando el poder para sí. Si eso sucediera, los iraquíes podrían preguntarse de que valió una década de sufrimiento luego de la caída de Saddam Hussein.

Lo inexplicable es que Maliki está actuando en contra de su experiencia, incluso de su carácter. Personalmente tengo una opinión positiva de Maliki por su capacidad de ofrecer una variante de firmeza y flexibilidad en su gestión. Él debería usar esa habilidad en el trato con varios grupos armados chiítas en las provincias mayormente chiítas, en particular mediante la domesticación de Al Shaysh Al-Mahdi (el Ejército del Mahdi) y evitar la proliferación los grupos revanchistas sunitas.

Maliki debe recordar que sigue siendo un primer ministro que goza de legitimidad democrática. Mediante el uso de la fuerza para “reconquistar” Falluyah, estaría comportándose como Bachar Al-Assad, por no mencionar a su antecesor, Saddam Hussein.

Como sea, Nuri Al-Maliki dispone del beneficio de la duda aunque no sea más que por lo hecho hasta aquí en ayudar a enterrar la cultura política represiva de Saddam. Ahora, mientras está enviando tropas a invadir Falluyah, puede estar perdiendo la brújula política ‘del consenso’ que lo caracterizó, y con ello está llevando a Irak al peligro de regresar a la cultura diabólica de Saddam Hussein.