Sin líneas rojas: el conflicto intersectario árabe

George Chaya

Cuando el influyente clérigo Yusuf Al-Qaradawi llamó en su sermón del pasado viernes a los musulmanes suníes a unirse masivamente a los rebeldes que luchan contra el régimen del presidente sirio, Bashar al-Assad, lo que hizo efectivamente fue quitar el manto de hipocresía reinante en el mundo árabe islámico en torno del desenfrenado enfrentamiento histórico entre sunitas y chiítas en el Oriente Medio.

Qaradawi dijo que no era su intención demonizar a todos los musulmanes chiítas -lo cual es difícil de creer conociendo sus posiciones- pero ese ha sido precisamente el efecto de sus palabras que inflamaron más aún la confrontación en curso. El clérigo suní denunció a la secta alawita (rama del islam chiita) a la que pertenece Bachar Al- Assad, como “más infiel que los cristianos y los judíos“. Extendiendo, precisamente, a todos los chiítas la demonización que indicó no iba a hacer. También sostuvo que la organización chiíta Hezbollah (cuyo nombre se traduce como “partido de Dios”) es realmente “el partido del diablo.”

Lejos de bajar el nivel del conflicto sectario, Qaradawi lo estimulo profundamente cuando ante sus seguidores se pregunto: ¿Cómo podrían cien millones de chiitas en todo el mundo, derrotar a 1.700 millones de sunitas? En palabras poco componedoras, Yusuf Al-Qadarawi dijo que eso sólo podría suceder si ellos (los sunitas) fueran débiles.

Estas provocativas declaraciones de Qaradawi, quien en 2008 advirtió de la “chiitization” de Oriente Medio, han arrojado más combustible al fuego y seguramente podrían intensificar el conflicto en Siria, Irak y Líbano. Su retórica también podría envalentonar a la mayoría sunita de Arabia Saudita y generar profunda reacción con la mayoría chiíta de Bahréin, donde la familia real sunita está luchando contra el levantamiento chiíta. Además, sus declaraciones pueden agregar legitimidad a la alarma en Egipto, donde los sunitas temen una posible, aunque improbable, infiltración del Islam chiíta de Irán.

Qaradawi es una figura polémica en Occidente, pero tiene millones de seguidores sunitas en el mundo árabe y es sumamente peligrosa su posición antagónica con Hassan Nasrallah, el líder de Hezbollah. Cuando Nasrallah reconoció lo que era un secreto conocido por millones -que los combatientes de Hezbollah están luchando contra la oposición sunita en apoyo del régimen alawita de Al-Assad-, Qaradawi sugirió que un buen musulmán sunita debería encargarse de Nasrallah, en clara alusión a perpetrar un ataque contra la vida de Nasrallah, y si algo así sucediera, la orgía de sangre y venganzas se convertiría en una espiral de violencia de nunca acabar. Algo peligrosísimo para la estabilidad de los pueblos de la región.

Como Qaradawi, Nasrallah dijo que su condena a los sunitas no se aplicaba a toda la secta suní -sino a aquellos que luchan para derrocar a su amigo Assad- pero él también tuvo como objetivo intensificar la animosidad sectaria que ya ha comenzado a cuajar en el mundo musulmán. Lo que llama la atención sobre las declaraciones cruzadas entre Nasrallah y Qaradawi es que el otro secreto a voces -un conflicto sectario profundizado dramáticamente a partir de los levantamientos árabes- es conocido públicamente en todo el mundo árabe desde hace miles de años. En el pasado, ambos líderes hablaron falsedades acerca de la otra secta. Nasrallah afirmo que Hezbollah estaba luchando encarnando la “resistencia” de todos los musulmanes en su guerra contra Israel, y Qaradawi propuso cerrar filas entre chiítas y sunitas en tal causa.

Pero el 31 de mayo pasado, Qaradawi dio un mensaje muy distinto en lengua árabe en su discurso de Doha y sostuvo que aquellos musulmanes que asesinan sunitas merecen que les sea arrancado el corazón, en claro mensaje para Nasrallah y las tropas de Hezbollah que combaten en siria actualmente.

Qaradawi declaro también que durante muchos años llevó adelante esfuerzos para cerrar la brecha sectaria, y que por ello viajó a Irán en tiempos del ex presidente Mohammad Khatami, pero según sus propias palabras, “los fanáticos del gobierno iraní tienen por objetivo debilitar a los sunitas’’. Y confesó que había sido engañado por los iraníes, que han engañado también a muchos otros clérigos sunitas diciendo que ellos quieren superar las diferencias, cuando en realidad lo que desean es ampliar el poder persa chiita en los países árabes sunitas.

Es muy posible que la escalada del conflicto sectario conduzca a una profunda división entre algunos estados árabes. Esto ya es una posibilidad altamente probable en Siria si no se llega a un acuerdo negociado entre el gobierno de Al-Assad y la oposición. Así, el presidente Al-Assad y la minoría alawita podrían dividir el país mediante la formación de su propio enclave, quedando la actual Siria dividida territorialmente y a manos de la mayoría sunita.

En Irak, el primer ministro Nuri Al-Maliki está tratando de sostener y consolidar la dominación chiíta al excluir a los sunitas de las instituciones más importantes del estado y etiquetarlos de terroristas. En términos concretos, el país está dividido y es testigo de un retorno del choque entre chiítas y sunitas a nivel político, social y religioso, un choque que no se veía desde la peor época de la posguerra en 2006. Incluso antes de que comenzara la guerra civil siria.

El conflicto sectario fue un importante resultado de la intervención de los EEUUen Irak, pero no acumulaba la cantidad de ataques terroristas mutuos y diarios como los que se observan hoy con desesperanzador saldo en vidas humanas entre chiitas y sunitas. Y nada indica que Siria no acabará siendo un espejo del Irak actual.

La tensión entre chiítas y sunitas es improbable que disminuya. La dialéctica de Qaradawi es posible que aumente, el poder de Nasrallah, quien una vez fue un líder que tuvo el apoyo de los sunitas para enfrentar a Israel, puede que transite complicaciones graves dentro del Líbano.

Ello porque en su lucha en favor al presidente Assad, Hassan Nasrallah transformó su movimiento en una fuerza estrictamente paramilitar chiíta comprometiéndose en una guerra de resultado incierto. Esa no ha sido una decisión estratégica positiva para Hezbollah en directa relación al apoyo popular árabe que disponía y que hoy está resquebrajándose.

Al tiempo que Qaradawi vive la ola de creciente triunfalismo sunita en la región y su retórica sectaria es probable que refuerce el predominio sunita sin importar lo que suceda en Siria. Lo concreto es que las declaraciones de los dos hombres dejan poca esperanza para la reconciliación entre chiítas y sunitas en el corto plazo. En su lugar, la batalla mediática a la que se han lanzado abiertamente opera como una invitación a mayor violencia sectaria con resultados sumamente negativos para los ciudadanos de aquella región del planeta. El peligro de represalias suníes podría obligar a Hezbollah a tomar un mayor control militar sobre el terreno tanto en Siria como en Líbano, y si Irán evalúa necesario amortiguar la situación de su socio Assad, podría ordenar a Nasrallah desencadenar otra guerra con Israel, exactamente igual a la del julio de 2006.

Hezbollah ha dicho que no va a ser arrastrado a una guerra sectaria en Líbano, donde es la milicia más poderosa, pero el peligro puede provenir de grupos satelitales de Al-Qaeda tanto en Trípoli como en Sidón, esos grupos wahabíes y/o salafistas pueden tomar represalias contra Hezbollah con ataques suicidas. Esta hipótesis es la manejada actualmente por las agencias de seguridad libanesas.

Políticamente, la guerra en Siria y la rivalidad entre los partidos pro y antisirio del Líbano han impedido la formación de un nuevo gobierno y ha retrasado las elecciones parlamentarias de este año con fecha incierta. Hay un peligroso vacío de poder. Las fuerzas militares y de seguridad libanesas están sobrecargadas en Trípoli, el valle del Bekaa y otros lugares al norte del río Litani. En tal escenario, Hezbollah se ha convertido en la fuerza dominante en este corredor de poder y es el grupo político que dispone de mayor fuerza militar como base de ese poder político.

Al mismo tiempo, esta situación ha hecho que Nasrallah pierda credibilidad en la calle árabe. Él no está de humor para un compromiso intersectario y ha demostrado que no tiene respeto por ninguna línea roja. Sus líneas rojas se cruzan y se diluyen cuando sus hombres salen a las calles y cuando siente que los sunitas ponen en peligro su poder político y su hegemonía militar.

Si la opinión pública vio con asombro y rechazo la violencia de los últimos dos años de las revueltas árabes, debe saber que en el mundo árabe siempre se puede caer más profundo en las crisis que lo acucian. En esta línea de comprensión, bien vale mencionar el pensamiento popular árabe que indica, que en aquella región del planeta, ‘’cuando las cosas están mal, siempre pueden estar peor’’. Y que los próximos meses, infortunadamente, pueden ser mucho más turbulentos y caóticos de lo visto hasta hoy.