Apostillas del ¿tiempo histórico que no fue?

Un amigo y compañero que conduce una agrupación peronista de la ciudad de Buenos Aires me llama preocupado. Durante todo enero, las charlas con él en este temperamento fueron recurrentes. Esta vez, el tema es la cesión a grupos privados de la gestión de las líneas ferroviarias Mitre, San Martín, Belgrano Sur y Roca. Federico, así se llama este amigo, y su agrupación (La Scalabrini) son especialistas en el tema transporte. Por eso su preocupación es todavía más profunda. El nombre elegido para la agrupación da cuenta de la pertenencia histórica y perfila, de alguna manera, los lineamientos que delimitan su práctica política.

La charla, irremediablemente, se torna más abarcativa: gira en torno a la coyuntura, atraviesa anclajes históricos y se proyecta a futuro. No es lúcida, porque las urgencias del trabajo cotidiano restringen el tiempo de análisis. La charla se parece, más bien, a un ejercicio parecido a la catarsis.

Pero vale la pena diseccionar algunos elementos que constituyen esta charla urgente, y ponerlos en perspectiva.

¿Por qué esas líneas ferroviarias no serán gestionadas por el Estado? Es un interrogante retórico a partir del cual podemos examinar el desarrollo político de nuestro movimiento desde el 27 de octubre de 2011, cuando la consigna “vamos por todo” caracterizó el espíritu de una tiempo efímero que, parece, finalizó antes de comenzar.

El reciente “deslizamiento cambiario” (Kicillof dixit) da cuenta del debilitamiento político que sufrió el kirchnerismo, del deterioro de algunas de las herramientas que permitieron el manejo de las variables macroeconómicas y, por supuesto, de las tensiones que debe afrontar un proyecto político cuya matriz está constituida por la intervención del Estado en pos de la distribución y redistribución de la riqueza y ampliación de derechos; ergo: la tensión con los mercados, eufemismo tras el cual se esconden los capitanes de la especulación financiera trasnacional.

Sin perder de vista el clivaje político (kirchnerismo como modalidad concreta del populismo peronista de inclusión)-especulación financiera, es vital que dirigentes, funcionarios y militantes realicen un análisis de la coyuntura (para proyectar el futuro) que no esté a salvo de la autocrítica, y que tampoco sean atravesados por una lógica que desprecie la naturaleza de la política. Es decir, debería prevalecer la voluntad de evitar ideologismos, posturas esencialistas o rabietas revolucionarias que no son otra cosa que escapes o resortes sectarios. Sería bueno, para paliar los espasmos, revisar las definiciones de Juan Perón acerca de la “revolución” y la estrategia política.

“Vamos por la guita de las corporaciones, entonces”, podría ser una respuesta y posible solución a la situación de los trenes. Respuesta y posible solución que podrían exportarse para los diversos problemas que enfrenta el Gobierno Nacional.

Por supuesto que ningún militante, dirigente o funcionario más o menos lúcido de los que confluyen en el movimiento nacional podría ubicarse en una postura antagónica ante lo que implica, conceptualmente, la consigna “vamos por la guita de las corporaciones”.

Pero en ese mismo paso de comedia, deberíamos preguntarnos por qué esa no es la decisión de quienes conducen; o valdría la pena, también, consignar la naturaleza del modelo político inaugurado el 25 de mayo de 2003 por Néstor Kirchner; y sería saludable analizar variables geopolíticas y comprender que el mundo y especialmente la región no son lo que eran en 2003; ni siquiera se parecen a lo que eran en 2006, 2009 o 2011.

Pero está claro: las consignas son apenas enunciados si no están sostenidas estratégicamente y ejecutadas tácticamente con referencias coyunturales sólidas, que posibiliten la planificación de políticas públicas que pongan al “pueblo” como sujeto central; las consignas son apenas enunciados si no tienden a generar construcciones políticas inclusivas, que den contención a la mayor cantidad posible de militantes, cuadros, dirigentes; una consigna es apenas un enunciado si prescinde de la búsqueda de interpelar a los ciudadanos.

Reducir la práctica política a la repetición maquinal de consignas que endulzan los oídos, en tiempos difíciles, es antipopular; aun más que una devaluación (concedida, finalmente, luego de tanto batallar).

Los militantes no deben tenerle miedo a la política democrática: deben asimilar los golpes, comprender la coyuntura y dar las batallas que sean necesarias; se trata de no esquivarle el bulto a su esencia: confrontar proyectos en tensión ante el electorado y hacia adentro de los sistemas políticos. Se trata de reconocer otras legitimidades, visiones, demandas y necesidades. Si tenemos razón, si nuestros argumentos  son válidos, si la historia reciente evidencia que las convicciones no quedaron en la puerta de la Casa Rosada, pues entonces es la hora de entender que la política nunca es definitiva, que las tensiones son permanentes y que a veces hay que saber surfear sobre ellas.

No se trata sólo de defender la legitimidad de Cristina y de estos 11 años, sino también de generar nuevas legitimidades, construir más y mejores vínculos con los ciudadanos y entre los actores políticos. A pesar de las dificultades y de las condiciones que no supimos construir.

Es que la polìtica  es un arte complejo pero hermoso, aunque muchos de los que la habitan ni siquiera se enteren. Para que el “vamos por todo” no se convierta en la letra residual de un tiempo que al final no fue, será necesario salir de las posiciones cómodas y el consignismo sectario, para intentar construir sobre terrenos áridos pero que necesariamente deben ser cultivados. En serio, una Patria más justa, libre y soberana requiere esos esfuerzos.

Cristina: regreso y una interpretación a futuro del peronismo

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner  regresó con un programa social que implica una enorme inversión del tesoro nacional. Se trata del Progresar, un programa asimilado conceptual, política e ideológicamente con los lineamientos centrales que le otorgan sentido al kirchnerismo en tanto modalidad histórica concreta del populismo peronista de inclusión: impactará, esencialmente, sobre jóvenes que forman parte de los sectores más vulnerables (el 78% de los beneficiarios habitan los dos primeros quintiles) al tiempo que reduce la desigualdad (el índice Gini bajará dos puntos porcentuales). Cristina agregó luz a los números: “Tenemos que marchar hacia la utopía de una sociedad absolutamente igualitaria”.

Cristina, con textura, rictus y oralidad peronista, explicitó una vez más ante sus jovenes “compañeros” (que desbordaron los pasillos de Casa Rosada para acompañar a la conductora del movimiento al que pertenecen) que la base del proyecto son esos militantes y su militancia, en tanto emergentes del proyecto político que la presidenta y Néstor Kirchner construyeron.

Cristina regresa didáctica, precisa, con reivindicaciones y críticas; con gestos y señales políticas que se ajustan a la coyuntura y al futuro. Un cuadro político de excepción. Una comunicadora nata. Una conductora. Su figura, omnipresente y determinante, ordena el tablero político nacional.

La presidenta elige que sean los jovenes de las organizaciones nucleadas en Unidos y Organizados quienes la rodeen en su regreso al escenario público luego de algunas semanas de sosiego. UyO es una especie de sistema o un paraguas que cobija a decenas de agrupaciones en un intento de encontrar cierta organicidad en la construcción y acumulación política y territorial.

Desde su lanzamiento, el 27 de abril de 2012 en un acto multitudinario que reunió en Vélez a 100 mil militantes, UyO evidenció una gran voluntad de trabajo (en la gestión, ocupando cargos intermedios y otros en instancias de decisión; y en los territorios donde florecieron unidades básicas, agrupaciones estudiantiles y universitarias), y una saludable perseverancia en la disputa por la construcción de poder (toda organización política integrada a un proyecto nacional, provincial o municipal debe aspirar a a influir en los espacios de decisión). UyO resultó, además, una herramienta interesante y eficaz para contener y formar nuevos militantes. La fisonomìa cuantitativa de las organizaciones que habitan UyO da cuenta de ello.

Algunos de los dirigentes más importantes fueron espadas del proyecto nacional y popular desde la arena legislativa.

Pero también mostró falencias. En lo que respecta a la construcción política, el papel que los responsables de UyO imaginaron e intentaron desarrollar para ese espacio entraron en tensión con la voluntad, ambiciones, mecanismos de legitimación, prácticas y ciertas tradiciones de muchos dirigentes y estructuras territoriales. En algunas ocasiones esas tensiones se saldaron favorablemente para el desarrollo no ya de UyO, sino del proyecto conducido por CFK. Pero en la mayoría de los casos, los roces forzados significaron un progresivo debilitamiento que erosionó lo que debería ser una acumulación expansiva con capacidad de contención. ¿Cómo equilibrar la tensión entre la pujanza, la voluntad y un puñado de buenas y poderosas razones que movilizan a los integrantes de UyO, y la legitimidad que ostentan muchos dirigentes, sustentados por miles de votos, años de trabajo territorial y en la gestión (en no pocos casos, destacan administraciones o desempeños legislativo-político exitosos)?

Durante su regreso, Cristina fustigó con ironía y a ciertos medios que, durante su falta de apariciones públicas, sembraron todo tipo de intrigas al respecto.

Pero lo más importante: también hubo una indicación a la tropa propia (ya fuera del ámbito protocolar del anuncio y la cadena): instó a que la militancia se haga carne en los ciudadanos, que las construcciones territoriales propias sean sólidas, que logren ser un canal válido y al mismo tiempo aporten valor agregado. No se trata sólo de defender la legitimidad de CFK, sino también de generar nuevas legitimidades, construir más y mejores vínculos con los ciudadanos y entre los actores políticos. Siempre, en el marco de un proyecto que tiene una conducción estratégica clara. 

Cristina interpeló a las generaciones más jóvenes en un claro gesto político a mediano plazo, en una señal conceptual en tiempos de turbulencia macroeconómica y de intensos embates de ciertos sectores protagonistas de la vida política nacional: la política debe estar robusta para determinar los destinos del país; para seguir equilibrando la tensión ante los sectores que pugnan por imponer las condiciones de la especulación financiera y el imperio de los mercados. 

La política, al menos en el peronismo (un partido de Estado, hoy en la conducción del gobierno nacional), tiene una conducción clara. Pero hacia adentro alberga tensiones constitutivas de la política, que son saludables y que le aportarán volumen, pues Cristina viene dando algunas pistas de cómo se dirimirán: trabajo, debate e inclusión.

La foto de la actualidad a nivel local y regional, siempre condicionadas por los movimientos tectónicos de las potencias, dejan a la luz las virtudes del exitoso modelo inaugurado en 2003. Destacan también la férrea voluntad transformadora y los aciertos en la conducción política de CFK. Pero también quedan a la interperie los desgastes políticos y ciertas inconsistencias en la gestión que merecen atención. El populismo peronista de inclusión, conducido por el kirchnerismo, ha demostrado saber saltear las encrucijadas. En esta que se presenta ahora, dura e inédita por su naturaleza, requerirá de un esfuerzo de todos los actores y sectores que confluyen en la FpV, correcciones, apertura y trabajo para ayudar a Cristina y estar a la altura de los desafíos que presentarán estos dos años hasta 2015. Está claro que la inclusión, como lo demostró CFK en su regreso, es el camino.

Lanata y la comunicación que sujeta al sujeto

Hablar de una “grieta cultural” que genera una “separación irreconciliable” entre los argentinos representa, en este tiempo histórico, una premisa absolutamente falsa. En realidad, esa grieta de la que habló Jorge Lanata es una fisura sobre el consenso desplegado desde la irrupción de la dictadura militar en 1976 y profundizado (culturalmente) en la década del 90.

Ernesto Laclau sostiene que todo consenso implica un acto de exclusión. Podemos asumir que no existen consensos absolutos.

En los 90, los excluidos del consenso político, económico, social y cultural desplegado estaban condenados a habitar en las márgenes del sistema. Las expresiones organizadas que encarnaban lucha y resistencia en diferente ámbitos no formaban parte de ninguna agenda.

Los diarios y radios dominantes no recogían ni reflejaban ninguna de las demandas de los sectores marginados o, por lo menos, eran enfocadas editorialmente como expresiones que representaban nichos radicalizados de violencia y/o delincuencia. Vale un ejemplo bien claro: en los días finales del neoliberalismo económico de Estado, Clarín intentó vender que los asesinatos de Kosteki y Santillán habían sido producto de un enfrentamiento interno entre organizaciones sociales.

La televisión, los ámbitos académicos, la producción literaria, las cátedras universitarias, las editoriales más importantes responsables de la divulgación de los productos que moldean los consumos culturales y la creación de sentidos, expresaban un consenso en torno a las ideas fuerza y conceptos que sostenían el neoliberalismo cultural.

¿No era acaso ese consenso la expresión de una grieta profunda, honda, criminal, lacerante? Esa grieta real, explícita y opresora, no era parte de la agenda de los medios dominantes; no leíamos a conspicuos editorialistas preocupados por la grieta cultural; no escuchábamos en la radio a los periodistas más renombrados evidenciar, en tono apesandumbrado y casi al borde de la neurosis, como escuchamos ahora, relatar y describir una situación socio-cultural opresora; no había en televisión un primerísimo primer plano de un presentador de noticias diagnosticándole al presidente una enfermedad que no le permitía ver una realidad que asfixiaba a millones de argentinos.

No había nada de eso. Lo que hubo, cuando los sectores de poder concentrado entendieron que la alianza con el poder político en el gobierno ya había sido exprimida el máximo, hubo entonces una decisión: cambiar. ¿El modelo? No amigos. Cambiar de figuritas. El poder político sólo era gerente del poder real.

¿Entonces? Comenzaron las tapas y las “investigaciones” periodísticas que daban cuenta de la corrupción estructural. Algo que era estrictamente cierto, pero que respondió a una decisión estratégica: seguir invisibilizando las causas estructurales de la crisis económica y socio-cultural; preservar el modelo neoliberal que era estrictamente la grieta. El poder comunicacional en función de la preservación de la grieta, del modelo que perpetuaba y profundizaba las asimetrías sociales, el desguace del Estado, la entrega de soberanía.

HOY

En la entrega de los premios Martín Fierro, la fiesta máxima de la televisión argentina, Jorge Lanata lanzó su tesis sobre la “grieta cultural”: una “división irreconciliable entre los argentinos” dijo el conductor del show Periodismo Para Todos. No es casual que lo haya hecho en un ámbito no político, atravesado por la industria de la espectacularización y de la inmediatez por sobre lo analítico.

Luego, en una columna para el diario Clarín, Lanata reforzó su concepto y describió a los gobiernos de Juan Perón (1946-1955) y a los de Néstor y Cristina Kirchner como los generadores de la grieta. ¿Curioso no? Los lapsos en lo que diversos actores sociales fueron empoderados e incluidos en el sistema como sujetos de pleno derecho, son estigmatizados editorialmente, con todo el peso de la estructura del grupo de medios más importante del país.

No es casual. Lanata persiste con su impronta noventosa: ahora en un show en el que se despoja a la política de la complejidad y la densidad que la constituyen, se la reduce a gags de corte moral o denuncistas que poseen como característica principal la efectividad en términos comerciales.

De esa manera, se eluden los verdaderos debates y encrucijadas que atañen a la sociedad argentina y ofrece un mosaico reducido a sus intereses. ¿No es igual a los noventa?

Hace algunos días, la Juventud Platense para la Victoria (la organización política de la ciudad de La Plata en la que milito) lanzó un corto de campaña que se vertebra a partir del concepto “grieta cultural”. #LaGrietaDeLanata se llama (fue TT en Twitter el día de su lanzamiento en redes sociales). Es un cortometraje de ficción inspirado en la vida cotidiana de los militantes, rodado en lugares que usualmente habitan estos jóvenes.

El corto refuta el concepto “grieta cultural” a partir de las conquistas de los últimos 10 años. Lo curioso es que el portal Clarín.com, y el propio Lanata, se encargaron de fustigar la producción.

Lanata descalificó la producción dando a entender que lo mostrado no forma parte del cotidiano de nadie. Pero esencialmente, descalificó cualquier forma de organización de los jóvenes. Lo hizo con una elipsis, ya que disfrazó de crítica a la realización del corto, lo que es en realidad una constante: la estigmatización del militante.

“¿Vieron que naturales que son? ¿Vieron que no hay nada guionado?”, ironizó Lanata. En realidad, lo que expresa esa postura es un desprecio a los militantes, a los que creen (Lanata y el Grupo para el que trabaja) incapaces de construir conceptos políticos y de expresarlos con cierto nivel de complejidad.

Michel Foucault afirmaba que el poder mediático tiene un enorme poder, porque coloniza las conciencias. “Sujeta al sujeto”, explicó el francés.

Que un concepto como grieta cultural sea parte de la agenda de los medios dominantes en este tiempo histórico, que esa idea sea concebida y expresada en términos laxos y asentado sobre lógicas meramente comerciales, es un puente a Foucault y al poder que sujeta al sujeto.

Pero que una agrupación política pequeña compuesta por jóvenes profesionales, estudiantes y trabajadores construya con esfuerzo y artesanalmente una pieza que refute ideas que impone el discurso dominante, y que desde ese sector se la fustigue con crudeza, da cuenta de la inexistencia de una grieta cultural en los términos expuestos por Clarín, y demuestra el vigor del ciclo cultural, social, político y económico inaugurado el 25 de mayo de 2003.

El Gobierno y la oposición en el espejo del #18A

Analizar el #18A a través de las consignas que lo atravesaron y pensarlo en función del acontecer democrático de la última década permite trazar un diagnóstico menos urgente que el que devuelve la agenda diaria: el kirchnerismo, en tanto una modalidad histórica concreta del populismo peronista (Artemio López dixit), ha realizado enormes esfuerzos para fortalecer, consolidar y ampliar la democracia, y quienes todavía no han aportado en ese sentido son los integrantes de la oposición política.

El #18A fue, antes que una protesta contra el Gobierno Nacional, una querella contra la ausencia de un programa de gobierno opositor que dispute hegemonía con el peronismo kirchnerista.

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La tragedia, el periodismo liberal y la militancia

Juan Miceli pregunta con fidelidad, con honesta fidelidad al dogma liberal que quizás marcó su práctica durante su extensa trayectoria en el Grupo Clarín: ¿Por qué las pecheras “partidarias” si esta causa (la solidaridad y asistencia a los afectados por la tormenta más grande que haya azotado a La Plata en su historia) es “apartidaria”?

El que escucha es Andrés Larroque, diputado nacional y referente de La Cámpora. O mejor dicho: el que recibe la inquietud del periodista Miceli es un militante del campo nacional-popular. El “Cuervo” parece descolocado al principio: la pregunta lleva implícita la lógica de la antipolítica, de la incomprensión de los procesos colectivos de liberación, de la desaprensión en torno a la confluencia de la decisión política con las demandas populares y la participación de la juventud.

Parece una paradoja: la TV Pública es una marca de este nuevo tiempo histórico comunicacional, donde los paradigmas lineales del periodismo liberal (supuesta independencia, pretendida objetividad, la ilusión del cuarto poder impoluto) son debatidos y resignificados en el marco de la construcción de una comunicación popular, inclusiva e igualitaria.

Entonces el Cuervo no termina de demoler el argumento progre-liberal porque se ofusca, pero responde con la convicción y la vehemencia que debemos tener todos los militantes del proyecto que inició Néstor Kirchner en 2003 y que conduce la Presidenta Cristina. No es que Larroque no tenga herramientas para hacerlo, ya demostró con holgura en infinidad de ocasiones que es uno de los mejores cuadros políticos del kirchnerismo. Es que el razonamiento de Miceli está tan ligado a la lógica con la que se ataca a diario a la organización política más expansiva, sólida y con más sensibilidad social que hoy muestra el tablero político nacional, que descoloca. El Cuervo finaliza con una sutileza: invita al periodista a presenciar in situ el incesante trabajo que se realiza en la Facultad de Periodismo. Es un convite a abandonar por un segundo los clichés liberales antipolíticos, para trabajar (militar, decimos nosotros los militantes) un ratito en función de los que lo necesitan.

Lo que hace Miceli cuando utiliza conceptos como “partidario” o “apartidario” es reproducir el paradigma liberal desplegado en las últimas décadas en torno a la política, a la participación, a la democracia y a los actores que la motorizan.

Según esa visión, en ocasiones excepcionales como esta que atravesamos, al abordaje de la tragedia debería hacerse ataviados con
las virginales ropas del onegeísmo, siempre promocionado por las independientes cadenas de emporios comunicacionales y suplementado por las dadivosas fuerzas emergentes del mercado.

Aquel paradigma liberal no acepta nuevos actores ni novedosas formas de participación y construcción que hoy parecen ser centrales. En definitiva, no son tan novedosas. Más bien son las mejores tradiciones de participación popular, recuperadas desde 2003 por Néstor Kirchner, el presidente que fortaleció la política y empujó la participación y la organización.

Este nuevo paradigma que inició Néstor y que continúa Cristina es el que contiene e interpela a los jóvenes. Es para celebrar: en estas circunstancias tan dolorosas, vemos a los actores que siempre participaron (Cruz Roja, Cáritas, etcétera) y uno nuevo: la juventud política.

Convencido, militante, organizado y solidario, este “nuevo” actor se convierte en una de las herramientas más importante para canalizar la solidaridad de los ciudadanos, y para lograr que los recursos del Estado lleguen con fluidez, transparencia e inmediatez a los damnificados. Es una escena que reivindica y fortalece la democracia participativa.

Y, finalmente, las pecheras. Existe ahí, en la querella a las pecheras, otra dimensión que la lógica política liberal desprecia: la identificación, la dimensión afectiva y la convicción en la práctica político-social.

Primero y simple: la pechera identifica y refuerza la responsabilidad. Segundo: una de las dimensiones que le dan volumen al kirchnerismo es la dimensión afectiva en la construcción de una identidad colectiva que pueda ayudar a las personas que la conforman a dar sentido a lo que están experimentando y, a la vez, esperanza en el futuro. En resumen: la identificación que promueve la acción política. En este caso, para colaborar en una circunstancia catastrófica.

En línea con lo que expresó Larroque, los invitamos a participar y sumarse a cualquiera de las iniciativas solidarias que consideren. Y si quieren, también sería bueno que militen para seguir haciendo de la política la herramienta esencial para la transformación.