Por: Gonzalo Santos
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner regresó con un programa social que implica una enorme inversión del tesoro nacional. Se trata del Progresar, un programa asimilado conceptual, política e ideológicamente con los lineamientos centrales que le otorgan sentido al kirchnerismo en tanto modalidad histórica concreta del populismo peronista de inclusión: impactará, esencialmente, sobre jóvenes que forman parte de los sectores más vulnerables (el 78% de los beneficiarios habitan los dos primeros quintiles) al tiempo que reduce la desigualdad (el índice Gini bajará dos puntos porcentuales). Cristina agregó luz a los números: “Tenemos que marchar hacia la utopía de una sociedad absolutamente igualitaria”.
Cristina, con textura, rictus y oralidad peronista, explicitó una vez más ante sus jovenes “compañeros” (que desbordaron los pasillos de Casa Rosada para acompañar a la conductora del movimiento al que pertenecen) que la base del proyecto son esos militantes y su militancia, en tanto emergentes del proyecto político que la presidenta y Néstor Kirchner construyeron.
Cristina regresa didáctica, precisa, con reivindicaciones y críticas; con gestos y señales políticas que se ajustan a la coyuntura y al futuro. Un cuadro político de excepción. Una comunicadora nata. Una conductora. Su figura, omnipresente y determinante, ordena el tablero político nacional.
La presidenta elige que sean los jovenes de las organizaciones nucleadas en Unidos y Organizados quienes la rodeen en su regreso al escenario público luego de algunas semanas de sosiego. UyO es una especie de sistema o un paraguas que cobija a decenas de agrupaciones en un intento de encontrar cierta organicidad en la construcción y acumulación política y territorial.
Desde su lanzamiento, el 27 de abril de 2012 en un acto multitudinario que reunió en Vélez a 100 mil militantes, UyO evidenció una gran voluntad de trabajo (en la gestión, ocupando cargos intermedios y otros en instancias de decisión; y en los territorios donde florecieron unidades básicas, agrupaciones estudiantiles y universitarias), y una saludable perseverancia en la disputa por la construcción de poder (toda organización política integrada a un proyecto nacional, provincial o municipal debe aspirar a a influir en los espacios de decisión). UyO resultó, además, una herramienta interesante y eficaz para contener y formar nuevos militantes. La fisonomìa cuantitativa de las organizaciones que habitan UyO da cuenta de ello.
Algunos de los dirigentes más importantes fueron espadas del proyecto nacional y popular desde la arena legislativa.
Pero también mostró falencias. En lo que respecta a la construcción política, el papel que los responsables de UyO imaginaron e intentaron desarrollar para ese espacio entraron en tensión con la voluntad, ambiciones, mecanismos de legitimación, prácticas y ciertas tradiciones de muchos dirigentes y estructuras territoriales. En algunas ocasiones esas tensiones se saldaron favorablemente para el desarrollo no ya de UyO, sino del proyecto conducido por CFK. Pero en la mayoría de los casos, los roces forzados significaron un progresivo debilitamiento que erosionó lo que debería ser una acumulación expansiva con capacidad de contención. ¿Cómo equilibrar la tensión entre la pujanza, la voluntad y un puñado de buenas y poderosas razones que movilizan a los integrantes de UyO, y la legitimidad que ostentan muchos dirigentes, sustentados por miles de votos, años de trabajo territorial y en la gestión (en no pocos casos, destacan administraciones o desempeños legislativo-político exitosos)?
Durante su regreso, Cristina fustigó con ironía y a ciertos medios que, durante su falta de apariciones públicas, sembraron todo tipo de intrigas al respecto.
Pero lo más importante: también hubo una indicación a la tropa propia (ya fuera del ámbito protocolar del anuncio y la cadena): instó a que la militancia se haga carne en los ciudadanos, que las construcciones territoriales propias sean sólidas, que logren ser un canal válido y al mismo tiempo aporten valor agregado. No se trata sólo de defender la legitimidad de CFK, sino también de generar nuevas legitimidades, construir más y mejores vínculos con los ciudadanos y entre los actores políticos. Siempre, en el marco de un proyecto que tiene una conducción estratégica clara.
Cristina interpeló a las generaciones más jóvenes en un claro gesto político a mediano plazo, en una señal conceptual en tiempos de turbulencia macroeconómica y de intensos embates de ciertos sectores protagonistas de la vida política nacional: la política debe estar robusta para determinar los destinos del país; para seguir equilibrando la tensión ante los sectores que pugnan por imponer las condiciones de la especulación financiera y el imperio de los mercados.
La política, al menos en el peronismo (un partido de Estado, hoy en la conducción del gobierno nacional), tiene una conducción clara. Pero hacia adentro alberga tensiones constitutivas de la política, que son saludables y que le aportarán volumen, pues Cristina viene dando algunas pistas de cómo se dirimirán: trabajo, debate e inclusión.
La foto de la actualidad a nivel local y regional, siempre condicionadas por los movimientos tectónicos de las potencias, dejan a la luz las virtudes del exitoso modelo inaugurado en 2003. Destacan también la férrea voluntad transformadora y los aciertos en la conducción política de CFK. Pero también quedan a la interperie los desgastes políticos y ciertas inconsistencias en la gestión que merecen atención. El populismo peronista de inclusión, conducido por el kirchnerismo, ha demostrado saber saltear las encrucijadas. En esta que se presenta ahora, dura e inédita por su naturaleza, requerirá de un esfuerzo de todos los actores y sectores que confluyen en la FpV, correcciones, apertura y trabajo para ayudar a Cristina y estar a la altura de los desafíos que presentarán estos dos años hasta 2015. Está claro que la inclusión, como lo demostró CFK en su regreso, es el camino.