Si bien abarca aspectos de lo más variados, que completan un panorama general del país que muchos queremos, la revolución inversa de la que venimos hablando es esencialmente una revolución de corte cultural. Porque la cercanía de un pueblo con sus leyes, con las normas de convivencia que se da a sí mismo, es un hecho cultural.
Cuando hablamos de lo cultural nos referimos a lo educacional, por un lado, porque el proceso cultural va de la mano con la educación, pero especialmente apuntamos a las conductas mecánicas, casi automáticas que todos tenemos, o casi todos. Desayunar, detenernos en un semáforo en rojo, cepillarnos los dientes o bañarnos, cuidar a nuestros hijos, trabajar. Son conductas culturalmente reconocidas, habituales, casi automáticas.