Revolución cultural

Horacio Minotti

Si bien abarca aspectos de lo más variados, que completan un panorama general del país que muchos queremos, la revolución inversa de la que venimos hablando es esencialmente una revolución de corte cultural. Porque la cercanía de un pueblo con sus leyes, con las normas de convivencia que se da a sí mismo, es un hecho cultural.

Cuando hablamos de lo cultural nos referimos a lo educacional, por un lado, porque el proceso cultural va de la mano con la educación, pero especialmente apuntamos a las conductas mecánicas, casi automáticas que todos tenemos, o casi todos. Desayunar, detenernos en un semáforo en rojo, cepillarnos los dientes o bañarnos, cuidar a nuestros hijos, trabajar. Son conductas culturalmente reconocidas, habituales, casi automáticas.

En esa misma lista debe estar el respeto por la ley. Hace tres años, la Organización de Estudios Sociales y Políticos (OESYP) realizó la primera Encuesta Nacional de Transparencia Institucional y Valores Sociales. Más allá de una diversidad de resultados interesantísimos, hubo una pregunta cuya respuesta llamó poderosamente la atención. Se consultó a la gente “¿Por qué respeta usted la ley?”. El sistema de respuesta era un multiple choice con cuatro posibles.

Sólo una era la correcta: “Porque la ley es universal y obligatoria”. Las otras tres eran consideraciones de tipo subjetivo y/o moral, tal como: “Porque la ley pacifica a la sociedad” u otras similares. Menos del 20% de los consultados eligió la respuesta correcta. Por ende, el 80% de los ciudadanos en realidad no obedece la ley, sino que hace valoraciones personales y subjetivas sobre ella, y la obedece en tanto la valore positivamente, o en tanto le convenga, y la elude en caso contrario. En referencia al ejemplo dado en el párrafo anterior, si uno obedece la ley porque “pacifica a la sociedad”, ¿qué ocurre cuando uno cree que determinada ley no cumple ese rol? Obviamente la incumple, la elude, la viola.

La generalización de este aspecto “deliberativo” sobre las normas hace que cada uno cumpla la que guste, busque la forma de incumplir sin ser sancionado la que no, y se maneje al margen del sistema legal. En términos filosóficos, el sistema legal es una entelequia, es decir, no es un objeto palpable, una mesa o una silla. Su existencia depende en altos porcentajes, de su legitimidad, del grado de adhesión social, porque si el Estado tiene que andar persiguiendo y reprimiendo al 80% de la población para que cumpla las leyes, el sistema normativo en realidad no existe.

Por ende, el cambio de dicho aspecto cultural debe ser un objetivo de política pública a mediano y largo plazo, que normalice el comportamiento social. En la misma encuesta el 86% de los consultados reconocía que era ilegal evadir impuestos, pero el 74% aceptaría pagar el 20% menos por un producto o servicio recibiéndolo “sin boleta” para eludir el pago de IVA. Es decir, hay al menos un 60% de la gente dispuesta a llevar adelante un acto ilegal que reconoce como tal, porque lo considera “injusto” o “porque los impuestos no vuelven al pueblo”.

La conducta tributaria es un ejemplo flagrante, pero no el único. Todos tendríamos algún motivo personal para incumplir una u otra norma, debemos empezar a comprender que eso no debería ser posible, ni rutinario, todo lo contrario. Si las leyes que se dictan no nos gustan, debemos votar legisladores que dicten leyes que nos gusten para cumplirlas. Y para ello debemos exigir saber qué va a hacer con su cargo cada candidato a legislador antes de votarlo. Si lo que define el voto es una sonrisa o un carácter afable, no sabemos que votamos ni las leyes que nos damos.

Por eso resulta fundamental el proceso cultural de acercamiento de los ciudadanos a sus propios derechos. A saber a quién y qué vota, a controlar al candidato que votó, a conocer el alcance de sus libertades y su posibilidad de participar para cambiar la realidad que le disgusta; y su rol en el proceso de formación de las leyes. También cuáles son sus obligaciones, que redundan siempre en beneficio de la comunidad.

Y tiene derecho el ciudadano a exigir que los funcionarios votados o no, pero circunstancialmente en uso de la administración de los asuntos de todos, tengan conductas honestas, a recriminarle las deshonestas y castigarlas, y con todos esos fines, a monitorear constantemente el desempeño de esos funcionarios. Derechos, deberes, reglas claras y parejas a las que ajustarse y acceso a ellas. Pocas cosas podrían ser tan sencillas. Sin embargo dependen hoy de la reversión de un proceso de descomposición de la relación del ciudadano con dichas normas.

El trabajo que implicará ese proceso, probablemente nadie lo note. Los ciudadanos tienen preocupaciones cotidianas alarmantes como el precio del cartón de leche. Pero alguien deberá hacerlo, aun cuando no genere “réditos políticos”, porque la profundización del proceso de descomposición social van a pagarlo las generaciones futuras, y no es posible simplemente detenerlo sin revertirlo.

La cultura de la legalidad es un pilar inalienable de la Revolución Inversa, posiblemente el principal. Porque implica una conducta conducente desde la dirigencia y el trabajo en equipo con la sociedad. Si los impuestos no vuelven correctamente al pueblo, habrá que condenar al funcionario responsable. Pero no se puede dejar de contribuir, porque es la base de la redistribución del ingreso que requiere toda sociedad capitalista. Y para que usted y su familia estén realmente bien, su vecino debe estar al menos más o menos bien. Lo contrario lo condiciona a usted e incluso, en algunos casos, cuando el vecino es empujado a la marginalidad sistémica, lo pone a usted en riesgo. Y reitero: el ejemplo tributario es tan sólo uno evidente, también es un riesgo para usted que un tercero viole la propiedad privada de otro o las libertades políticas de alguien más. Porque necesariamente si esto ocurre, las suyas también están en peligro.

No hay más excusas. Los egoísmos ya son incluso ineficientes, porque el actual estado de cosas nos perjudica a todos. Aunque creamos que nos estamos salvando solos, jamás es así. Por ende habrá que iniciar la reconstrucción de un pilar indispensable del camino de la Revolución Inversa, que ya avanza, aunque no la percibamos.