Despartidizar la sociedad

Meses atrás, la agencia tributaria estadounidense se vio envuelta en un escándalo cuando medios de comunicación sacaron a la luz que había investigado con mayor celo a algunos grupos relacionados con el partido republicano. La reacción de Obama fue inmediata: “Los estadounidenses tienen derecho a estar enojados al respecto, y yo estoy enojado al respecto. No debería importar la línea política en estos temas. Lo cierto es que el Servicio de Impuestos Internos tiene que operar con absoluta integridad”, declaró el presidente. El New York Times, que suele apoyar la agenda de Obama, cubrió la noticia y criticó lo ocurrido. Diversas ONG cercanas a los demócratas repudiaron lo sucedido. Los hechos derivaron en la renuncia de tres altos funcionarios. Lo acontecido en Estados Unidos ofrece algunas pautas interesantes para reflexionar sobre un aspecto de la realidad argentina: la sobrepartidización de lo público.

Intentaré explicarme mejor. Imaginemos que el ascensor de un edificio tiene fallas. Si se convoca una reunión de consorcio para discutir el tema, será esperable una división lógica entre los propietarios de arriba –que desean el arreglo para evitar que el ascensor se caiga mientras lo usan– y los de abajo –que, supongamos, no tienen un especial interés en el gasto, ya que ellos se bastan con las escaleras–. Ahora bien, si los consorcistas se dividiesen entre quienes apoyan al gobierno y quienes lo rechazan, en vez de agruparse entre los que quieren arreglarlo y los que no, la discusión terminaría muy lejos de las cuestiones pertinentes al ascensor.

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¿Se puede pensar bien de los que no piensan como vos?

Elena Kagan es, sin duda, una mujer exitosa. Egresada de Harvard, ejerció durante seis años como decana de su Facultad de Derecho, hasta que, en 2009, Barack Obama la nominó como procuradora general de Estados Unidos. Poco tiempo después, fue designada jueza de la Corte Suprema. A lo largo de los años, sus posiciones políticas fueron claras y coherentes, con una notoria opción por la plataforma demócrata en los temas morales y sociales que dividen hoy a Estados Unidos. Así, promovió el aborto como un derecho, criticó la política militar de “no preguntes, no cuentes” en materia de homosexualidad, y apoyó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Tuve la oportunidad de escucharla recientemente en un diálogo con estudiantes de derecho de todo el mundo. Respondió preguntas de lo más variadas, algunas personales, otras profesionales. El tono de las contestaciones no fue académico, sino familiar, casi campechano.

En un Estados Unidos profundamente dividido entre los llamados liberales y conservadores en temas morales, económicos, en el que existen dos fuerzas políticas de ideas contradictorias muy definidas (demócratas y republicanos), y en el que la misma Corte Suprema tiene dos alas marcadas de “conservadores” y “liberales”, una alumna le preguntó, en tono cómplice, cómo se llevaba con los otros jueces, particularmente con los conservadores. Tal vez la estudiante esperaba un frontal y directo “pésimo, cómo me voy a llevar bien con esos que no quieren la igualdad o los derechos de la mujer”. Supongo que la edulcorada contestación de manual hubiera sido una apelación diplomática a las buenas formas. Sin embargo, la respuesta de Kagan fue simple y concisa: “perfecto”. Y la palabra quedó flotando en el aire, ocupando el espacio y tiempo por su contundencia.

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