Meses atrás, la agencia tributaria estadounidense se vio envuelta en un escándalo cuando medios de comunicación sacaron a la luz que había investigado con mayor celo a algunos grupos relacionados con el partido republicano. La reacción de Obama fue inmediata: “Los estadounidenses tienen derecho a estar enojados al respecto, y yo estoy enojado al respecto. No debería importar la línea política en estos temas. Lo cierto es que el Servicio de Impuestos Internos tiene que operar con absoluta integridad”, declaró el presidente. El New York Times, que suele apoyar la agenda de Obama, cubrió la noticia y criticó lo ocurrido. Diversas ONG cercanas a los demócratas repudiaron lo sucedido. Los hechos derivaron en la renuncia de tres altos funcionarios. Lo acontecido en Estados Unidos ofrece algunas pautas interesantes para reflexionar sobre un aspecto de la realidad argentina: la sobrepartidización de lo público.
Intentaré explicarme mejor. Imaginemos que el ascensor de un edificio tiene fallas. Si se convoca una reunión de consorcio para discutir el tema, será esperable una división lógica entre los propietarios de arriba –que desean el arreglo para evitar que el ascensor se caiga mientras lo usan– y los de abajo –que, supongamos, no tienen un especial interés en el gasto, ya que ellos se bastan con las escaleras–. Ahora bien, si los consorcistas se dividiesen entre quienes apoyan al gobierno y quienes lo rechazan, en vez de agruparse entre los que quieren arreglarlo y los que no, la discusión terminaría muy lejos de las cuestiones pertinentes al ascensor.
La sobrepartidización es nociva porque traza separaciones en asuntos que deberían abordarse con la flexibilidad que requiera el problema: los vecinos del último piso no deberían ver como un obstáculo para unirse en pos del arreglo su pertenencia a partidos políticos antagónicos. El problema que la sobrepartidización trae consigo consiste en que, en vez de discutir sobre presupuestos y conveniencias acerca de la reparación del ascensor, se debate si quienes proponen arreglarlo son cipayos y quienes no, fascistas.
No quiero decir con esto que siempre y en todo caso sea irrelevante la orientación partidaria. Es bueno que existan compromisos políticos con las ideas, las personas y los partidos. Pero, la lógica partidaria no puede informar cada una de las interacciones de la sociedad. Los compromisos político partidarios no deben llevar a que la medida de todo sea la adhesión o no a un proyecto político. ¿O es que acaso la pertenencia del administrador del consorcio a determinado partido será la vara para juzgar si el ascensor funciona?
Parte de la sociedad civil puede tener características partidarias -un think tank, por ejemplo-, pero cuando la lógica partidaria se filtra en toda la sociedad civil y las organizaciones intermedias -las universidades, los clubes, los medios, las asociaciones profesionales, las ONG y hasta los consorcios-, estas entidades corren el riesgo de perder de vista la realidad concreta y su función propia.
La reacción de la sociedad norteamericana frente a la prepotencia de la administración tributaria fue efectiva porque voces de todos los sectores se unieron en el reclamo. La sociedad no se dividió entre quienes apoyaban o no al gobierno de Obama para rechazar lo ocurrido. Más aún, el mismo presidente limitó el alcance de la lógica partidaria; la excluyó de un sector del propio Estado, como es la agencia de impuestos. Diferenció el gobierno del Estado, lo partidario de la cosa pública. Los partidos son fundamentales, la sobrepartidización es una desviación corrosiva. Algunos problemas se resuelven a través de los partidos políticos, pero hay otros muchos que no, y para hacer frente a estos últimos se necesita una sociedad civil fuerte e independiente, capaz de ocuparse, si de consorcios hablamos, de los ascensores en vez de la liberación nacional.