El respirador artificial del intervencionismo

Un respirador artificial es, según Wikipedia, una “máquina diseñada para mover aire hacia dentro y fuera de los pulmones, con el fin de suplir el mecanismo de la respiración de un paciente que físicamente no puede respirar”. Como se lee, se trata de una herramienta vital para tratar a pacientes que corren riesgo de vida.

Ahora bien, una vez que el paciente supera ese proceso, asumiendo que así lo hace, el respirador artificial deja de ser importante. De hecho, una buena noticia para el paciente, los familiares y el equipo médico llega el día en que dicho respirador deja de ser utilizado. Así, podemos coincidir en que lo bueno es dejar de utilizar respiradores artificiales, no comenzar a hacerlo.

Si trasladamos este análisis a la economía argentina, sin embargo, vemos que está sucediendo precisamente lo opuesto. Recientemente, como medida de apoyo a las pequeñas y medianas empresas, el Gobierno anunció la extensión de líneas de crédito con tasas negativas con respecto a la inflación. Además, el banco público BICE, de Inversión y Comercio Exterior, se comprometió a otorgar siete mil millones de pesos en créditos para microempresas y empresas medianas. Ambas medidas constituyen un primer respirador artificial, destinado en este caso al sector pyme. Continuar leyendo

Contra la devaluación, a favor de la “devaluación”

Con una inflación que supera el 30% anualizado y un tipo de cambio fijado en el entorno de los 8 pesos desde enero de este año, el debate sobre si se debe o no devaluar vuelve a cobrar protagonismo en Argentina. En este sentido, es preciso hacer algunas aclaraciones.

La devaluación

En primer lugar, bajo ningún concepto es deseable que el gobierno devalúe la moneda. Un tipo de cambio más alto deteriora el poder de compra de los salarios empobreciendo a la población. Por poner un ejemplo, si en el mercado determinado producto se consigue a 1 dólar y el gobierno decreta que ahora se necesitan más pesos para comprar dólares, es claro que todos tendremos que trabajar más para acceder a ese producto. Puede argumentarse que los argentinos no deberíamos preocuparnos por productos cuyos precios están en dólares, pero eso sería darle la espalda al comercio internacional y, de la misma forma que no deberíamos darle la espalda al comercio con el panadero del barrio, no es sensato hacer lo mismo con los de otros países. Continuar leyendo

La tortuga y la liebre de la economía latinoamericana

Es conocida la fábula de la tortuga y la liebre. La liebre rápida se reía de lo lento que caminaba la tortuga, hasta que un día la tortuga la desafió a correr una carrera. Para sorpresa de los animales del reino, la tortuga, que iba lento pero a paso sostenido terminó ganando el desafío.

Algo parecido sucede en la economía latinoamericana. A principios de la década pasada, fundamentalmente luego de la crisis argentina, nuestro país se volvió la estrella del crecimiento emergente. Incluso premios Nobel alabaron nuestro modelo enfocándose solo en el crecimiento de nuestro PBI. Lo mismo le pasó a Venezuela, que crecía a tasas altas ayudada por los precios del petróleo y una política económica marcadamente expansiva.

Si observamos el gráfico de más abajo, que muestra el crecimiento de algunos países sudamericanos (se toma un promedio móvil de tres años para suavizar las líneas), se ve claramente que Argentina y Venezuela eran, hasta el 2006-2007, la liebre.

Éramos los más rápidos y nos reíamos de los demás. El gasto público crecía, también la emisión monetaria y manteníamos un tipo de cambio competitivo para estimular el crecimiento. La idea fundamental: impulsar el consumo y el mercado interno. Las instituciones, que afectan principalmente la inversión de largo plazo, no eran una variable importante.

La tortuga (en nuestro caso, Chile, Colombia y Perú) optó por un camino diferente. Los países vecinos se preocuparon mucho más que nosotros por sus instituciones, empezando por sus monedas, que se apreciaron frente al dólar durante todo el período. Por otro lado, saludaron y le dieron una cálida bienvenida a las inversiones del exterior, a la espera de que eso fuera lo que, gracias a la mejora de la productividad, estimulara el consumo y la balanza comercial.

Además, mantuvieron a raya las cuentas públicas. Con aumentos de gasto, sí, pero siempre dentro de las posibilidades de un financiamiento razonable.

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En nuestro caso y en el venezolano, el gasto se financió con emisión monetaria y finalmente las variables se descontrolaron. Hoy la inflación es el peso más importante que acarrea la economía. Porque distorsiona los precios relativos y genera malas inversiones, y porque achica el horizonte de planificación, llegando incluso a paralizar la actividad económica. A esto se le suma, además, una batería de innumerables controles y regulaciones que solo sirven para ahogar aún más a los sectores productivos.

No es extraño que hoy hasta el INDEC reconozca la recesión y que las perspectivas para los años venideros tengan a Argentina y Venezuela en los últimos puestos del ránking regional de crecimiento. Viendo las cosas desde esta perspectiva, parece mucho más razonable recorrer el camino de la tortuga. En ese contexto, tal vez no volvamos a tener “tasas chinas” de crecimiento. Pero ¿quién las necesita? Lo que necesitamos es un crecimiento sostenido y sostenible, algo que solo se logra con apertura económica, respeto por la propiedad privada y equilibrio fiscal.

Lo demás es el camino de la liebre, que luego de tanto ensayarlo, ya debería tenernos cansados.

Un eventual acuerdo con el FMI sería mala noticia

Aunque el ministro de economía asista a la reunión de ministros del FMI sin corbata, eso no quita que el gobierno esté intentando un acercamiento con el Fondo para, de esa manera, recuperar el acceso al mercado de capitales internacional que el default, la megadevaluación y 10 años de intervencionismo estatal y arbitrariedades nos quitaron.

Sin embargo, de concretarse, este acercamiento sería una mala noticia.

El objetivo del gobierno parece ser reducir la inflación con medidas un poco más profundas que los famosos “Precios Cuidados”. Es cierto que “Precios Cuidados” sigue en pie y que mucho se habla de él, pero este programa afecta una cantidad menor de productos y, al ir actualizándose, no representa un control de precios tradicional sino, más bien, una canasta familiar que gobierno y empresas acordaron subsidiar.

Sin embargo, no es esto lo que va a parar la inflación sino una acción conjunta de la política monetaria y fiscal. La primera, como vimos, comenzó con la suba del tipo de interés hasta el 30%. Sin embargo, se sabe que esto no es suficiente para frenar la inflación sino que se necesita achicar el déficit para evitar seguir exigiendo financiamiento al Banco Central. El recorte de subsidios debe entenderse, entonces, también en esta dirección.

Ahora bien, en lugar de seguir el camino del recorte de subsidios y dedicarse a seguir achicando gastos (sobran: la Televisión Pública, el Fútbol Para Todos, los festivales “gratuitos”, las obras de infraestructura hechas a la medida de los amigos, las pérdidas de Aerolíneas Argentinas, etc., etc.), el gobierno tiene otra cosa en mente.

Si ajusta alguna tuerquita por aquí y por allá, es decir, si luego del acuerdo con Repsol, cierra otros conflictos abiertos y vuelve amistosamente al FMI, podrá seguir manteniendo el gasto elevado, pero sin necesidad de pedir financiamiento al Banco Central. Ahora se financiará en el mercado de deuda aprovechándose de la ultraliquidez internacional que todavía se mantiene.

¿El problema? Que la lógica de fondo no cambia y los incentivos de los políticos (de izquierda y de derecha, progresistas o conservadores, “nacionales y populares” o amigos de los “vecinos”), suele ser siempre la de aumentar el gasto. En definitiva, a más gasto, más obras, más subsidio, más “cosas” que se ven y que pueden atribuirse directamente a la gestión del gobernante. En síntesis, más rédito político…. De corto plazo.

En el largo plazo, si el gasto excesivo se financió con el Banco Central, la gente no tolerará más la inflación, que es el caso actual. Pero si este no es el caso y el gasto se financió con deuda pública colocada en el mercado, en algún punto se volverá insostenible. Para saber cómo termina esa película solo basta una imagen.

Entonces, un verdadero cambio que termine con la inflación pero también con la deuda improductiva del sector público es eliminar la lógica del gasto populista. Para eso se necesita más que algunos ajustes menores y un Fondo Monetario siempre listo para rescatar insolventes

Finalmente, si la normalización de las relaciones con el FMI solo sirve para que el gobierno cambie la fuente de financiamiento del gasto, lo único que se conseguirá será posponer el día del ajuste, que puede incluso llegar a ser mucho más traumático, como ya hemos experimentado otras veces en nuestra historia.

Inflación más control de precios: el peor de los mundos

El principal problema económico de la Argentina es la inflación, que nos ubica (al llegar al 26%) en los primeros puestos del ranking mundial y en el segundo en la región. Sin embargo, hay algo que es todavía peor: los funcionarios públicos no tienen la más remota idea (o la más remota gana) de cómo combatirla de manera seria.

Como consecuencia, Argentina se encuentra en el peor de los mundos ya que sufre, no sólo de una inflación galopante, sino de las consecuencias de los controles de precios, lo que agrava aún más las cosas.

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Las PASO, mejores que Moreno para frenar al “blue”

Desde que se implementó el cepo cambiario en octubre de 2011, el precio del dólar libre (el que se consigue sin autorización burocrática) subió casi un 100%. Queda en evidencia que los llamados telefónicos y los enojos del secretario Guillermo Moreno son fracasados intentos por controlar el precio del billete verde.

Sin embargo, luego de las PASO 2013, el dólar blue cedió levemente y se muestra ahora relativamente calmo.

¿Qué pasó?

A partir de la implementación del control de cambios en octubre de 2011, el gobierno fue, por un lado, “perfeccionándolo” (cerrándolo cada vez más) y, por el otro, tomando nuevas medidas que avasallan la libertad de los ciudadanos.

Más allá del fundamento macro de inflación y atraso cambiario, medidas como la expropiación de YPF, la prohibición de comprar dólares para “atesoramiento”, el decreto que intentó anular la venta del predio de La Rural, y la suba del 15% al 20% del recargo por utilizar la tarjeta de crédito en el exterior, contribuyeron directamente a hacer subir el dólar, ya que éste protege el patrimonio de los ciudadanos frente al desborde del gobierno.

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Por el contrario, el blanqueo anunciado en mayo de este año, una medida que en lugar de perseguir evasores los seducía a traer sus dólares al país, generó expectativas favorables y tumbó la cotización del dólar blue (con ayuda de la ANSES, que vendió bonos para influir en el mercado del “contado con liquidación”). Sin embargo, la percepción de que –como se advertía- el CEDIN y el BAADE no serían exitosos, volvió a presionar al alza al billete verde.

 

¿Y qué hicieron las PASO?

 

Si bien ningún candidato es la panacea, la derrota del kirchnerismo en las primarias anuló la posibilidad de la re-reelección. Por otro lado, generó expectativas de que en el futuro (cualquiera sea la opción elegida tanto en las legislativas de octubre como en las presidenciales de 2015) se moderará el rumbo de la política económica de manera que evitaremos el vuelo directo hacia la Venezuela chavista.

 

Esta expectativa de moderación no hace que ahora haya una euforia vendedora de dólares, pero probablemente haya afectado la demanda y bajado los niveles de ansiedad. Evidentemente, lo que ahora se ve como el fin de la venezolanización Argentina ha relajado las tensiones en el mercado (verdaderamente) libre (pero no único) de cambios.

 

¿Qué puede pasar?

 

Si bien ahora las expectativas son mejores, lo cierto es que las expectativas no son todo lo que importa.

 

Si una persona le teme a las víboras y se convence de que ninguna víbora se le aparecerá en el cuarto mientras duerme, probablemente baje su nivel de ansiedad. Sin embargo, cuando vea que efectivamente hay una víbora en su cuarto, saldrá corriendo de su casa.

 

Con el dólar pasa lo mismo. Después de las PASO se moderó porque muchos están pensando que el futuro será más tranquilo que el presente. Pero, mientras tanto, la inflación sigue siendo altísima y no podemos descartar que el gobierno saliente siga “profundizando su modelo” en lo que le quede de gestión.

 

En el futuro, entonces, la tendencia no cambia, pero no deja de ser elocuente que las PASO y las expectativas funcionaron con mucha más eficacia que la prepotencia y la arrogancia de Guillermo Moreno y otros funcionarios del gobierno.

 

Volvé oposición, te perdonamos

En plena carrera electoral para las legislativas de octubre, los candidatos comienzan a mostrar sus perfiles para acaparar al electorado. La antesala de las PASO, entonces, se transforma en un buen período para evaluar las diferentes propuestas económicas de los partidos a ver qué alternativas al “modelo K” tenemos a la vista. Lamentablemente son pocas.

El Frente Renovador

Por el lado del Frente Renovador de Sergio Massa, ya han anunciado que presentarán una propuesta para elevar el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, que ya alcanza a trabajadores que ganan por encima de 8000 pesos. Esta es una buena idea ya que liberaría del pago del impuesto a muchos empleados que, en realidad, no ganan más que antes sino que simplemente reciben un salario nominal más alto para poder hacerle frente a la inflación. Sin embargo, el mismo Massa declaró, en el programa de Alejandro Fantino, que esta modificación impositiva tiene que estar necesariamente acompañada de otra para “reemplazarle ese recurso al Estado”.

En este sentido, su equipo económico ya trabaja en una propuesta para gravar la renta financiera, algo que ya existe y que el mismo kirchnerismo se apuró a reflotar. Poco queda de Renovador en el Frente de Massa.

El PRO

Otro partido que lanzó su campaña con propuestas económicas fue el PRO que, en Capital Federal, lleva al presidente del Banco Ciudad, Federico Sturzenegger, como candidato a diputado.

En una entrevista, Sturzenegger sorprende gratamente cuando afirma que la Argentina está llena de oportunidades y que “el crecimiento lo hace la gente. La cuestión es darle libertad y la economía florecerá sola”. Además, también afirma que la inflación es un impuesto que debe eliminarse.

Sin embargo, sugiere que la eliminación implicará la creación de algún nuevo impuesto para sustituir la fuente de ingresos que generaba la inflación: “el Gobierno debe sustituir ese impuesto, muy regresivo por cierto, por otros impuestos. Tiene que dar la cara y explicarle a la sociedad en qué gasta, y convencer al Congreso de subir los impuestos necesarios para sostener ese gasto”. Lo extraño del caso es que Sturzenegger siempre sostiene que bajar la inflación es un factor de reactivación de la economía porque equivale, justamente, a reducir un impuesto. Pero si en lugar de bajar un impuesto se lo sustituye por otro, ¿cómo espera que vaya a haber una reactivación?

Devolverle la economía a la gente

Ambos candidatos muestran buenas intenciones pero también una llamativa preocupación por mantener las fuentes de financiamiento del Estado como si éstas fueran sacrosantas. Lo cierto, no obstante, es que las fuentes de financiamiento del Estado son la principal causa, primero, de que la Argentina tenga un índice de inflación récord a nivel mundial y, en segundo lugar, que la presión tributaria sea la más alta de la historia del país (pasando del 24% del PBI en 2003 al 45% en la actualidad).

En los diez años de kirchnerismo, el Estado aumentó su gasto 450% medido en dólares. Eso disparó la inflación, aumentó los impuestos en todas las provincias, fue el origen de la estatización de los fondos jubilatorios, de la polémica resolución 125 y hoy está poniendo en riesgo las finanzas tanto de la ANSES como del Banco Central.

Sin embargo, ni el PRO ni Massa plantean lo saludable que sería, además de bajar los impuestos, bajar el gasto público. La oposición coincide con el kirchnerismo porque ambos operan bajo la premisa de que bajar el gasto público daría lugar a una catástrofe y una recesión, ignorando que lo que ocurriría sería todo lo contrario.

De hecho, eso es lo que pasó en los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Luego del cese de hostilidades, el gasto público en EEUU cayó del 55% al 16% del PBI dando lugar a las predicciones más oscuras. Sin embargo, ninguna se cumplió y el consumo y la inversión se dispararon a medida que el sector privado generaba empleo para los millones de desafectados del ejército.

¿Qué pasó? Que se le devolvió la economía, altamente dirigida y controlada por el gobierno durante la guerra, a los privados y éstos son los que más saben cómo satisfacer las necesidades del público consumidor.

Los altos impuestos y el elevado gasto público desalientan la inversión y dan lugar a un consumo que necesariamente es ineficiente porque no responde a las preferencias de los consumidores sino a las preferencias políticas de los funcionarios y eso, en el tiempo, no es sostenible, dando lugar a crisis, hiperinflaciones, o a situaciones de largo estancamiento y decadencia.

Volviendo a la escena nacional, los candidatos deberían abandonar la demagogia de prometer lo imposible y comprometerse, en serio, con el crecimiento futuro del país. Ese futuro requiere, por supuesto, de una menor carga tributaria. Pero requiere también de su necesaria contrapartida, la reducción del gasto público, de manera que (junto con una inescapable mejora del ambiente institucional) se le devuelva la economía a la gente para que esta tenga más libertad y la economía florezca sola.

Democraticemos el Ministerio de Economía

Hace unas semanas, los creadores de “me quiero ir” y “es totalmente falso decir que la emisión genera inflación” nos ofrecieron un nuevo blooper para atesorar en el baúl de los recuerdos. En una entrevista con Tiempo Argentino, el ministro de Agricultura, Norberto Yauhar, hablando de la importancia de “cuidar el bolsillo de los argentinos”, afirmó sin anestesia que los precios son altos porque los supermercados “¡Son Chorros, amigo!”.

Ahora bien, lo que parece un mero exabrupto es sólo la punta del iceberg de la teoría oficialista para explicar que el gobierno no tiene nada que ver con la inflación y que los culpables, en realidad, son los supermercados y las grandes cadenas. De hecho, en un reciente artículo del semanario Miradas al Sur busca instalar que el problema es, en realidad, que “aumentaron los márgenes entre los valores mayoristas y los minoristas”.

La culpa de la inflación, entonces, no la tiene el gobierno, sino el súper de la vuelta de tu casa, que te cobra $ 6,85 (¿ya aumentó?) la leche que compra a $ 1,96.

Ahora bien, lo que denuncian tanto Yauhar como Miradas al Sur no tiene nada que ver con la inflación. De hecho, de lo que se quejan es de un supuestamente excesivo margen de ganancia bruta que, por supuesto, ignora todos los costos de alquiler, logística, salarios e impuestos que los supermercados también tienen que pagar para poder llevar adelante su negocio.

Entonces ¿qué pasaría si, en aras de combatir la inflación, el gobierno forzara la reducción de estos márgenes inadmisiblemente explotadores?

En el mejor de los casos (suponiendo, mal, como el oficialismo, que no existen otros costos dentro del margen) el precio se reduciría drásticamente de un día para el otro. Sin embargo, con el pasar del tiempo los precios seguirían aumentando porque nadie combatió la inflación sino que simplemente se redujo la rentabilidad de los supermercados. Inflación y ganancia bruta son cosas distintas.

Por otra parte, en el peor de los casos (es decir, en el caso real) forzar la reducción del margen bruto complicaría la subsistencia de los supermercados. El supermercado se vería obligado a reducir el precio de venta y, como no sólo tiene que pagar la materia prima (la leche a 2 pesos) sino también el alquiler, la publicidad, las góndolas, los salarios, la luz y los impuestos de todo tipo, sus costos superarían a sus ingresos y, finalmente, este quebraría.

La brillante solución propuesta por el ministro Yauhar y el statu quo gobernante, entonces, posibilitaría un mayor consumo en el cortísimo plazo a costa de una recesión de magnitudes espectaculares a los pocos meses junto con la destrucción de la calidad de vida de la gente que, ahora, se quedaría sin supermercados (cosa que a Pimpi Colombo no parece preocuparle).

Para concluir, cualquier libro de texto explica que la inflación es el aumento generalizado de los precios. Es cierto que existen otras definiciones, pero ciertamente “el tamaño del margen bruto de ganancias de los supermercados y los grupos concentrados” no es una de ellas.

La confusión de los funcionarios supuestamente especialistas en estos temas (que esperemos sea sólo una cuestión de ignorancia) es tal que puede dar lugar a problemas graves en el futuro.

Para evitarlos, y ya que está de moda el avance de la democratización, propongo que democraticemos el Ministerio de Economía a ver si la gente, cansada de que la estafen con la inflación, elige a alguien que le dé al tema una solución verdadera y definitiva.