Por: Iván Carrino
Con una inflación que supera el 30% anualizado y un tipo de cambio fijado en el entorno de los 8 pesos desde enero de este año, el debate sobre si se debe o no devaluar vuelve a cobrar protagonismo en Argentina. En este sentido, es preciso hacer algunas aclaraciones.
La devaluación
En primer lugar, bajo ningún concepto es deseable que el gobierno devalúe la moneda. Un tipo de cambio más alto deteriora el poder de compra de los salarios empobreciendo a la población. Por poner un ejemplo, si en el mercado determinado producto se consigue a 1 dólar y el gobierno decreta que ahora se necesitan más pesos para comprar dólares, es claro que todos tendremos que trabajar más para acceder a ese producto. Puede argumentarse que los argentinos no deberíamos preocuparnos por productos cuyos precios están en dólares, pero eso sería darle la espalda al comercio internacional y, de la misma forma que no deberíamos darle la espalda al comercio con el panadero del barrio, no es sensato hacer lo mismo con los de otros países.
Se argumenta también que la devaluación es buena porque mejora la balanza comercial. En efecto, si el precio del dólar sube, exportar se hace más atractivo mientras que importar se vuelve más oneroso. Sin embargo, debe tenerse cuidado con estas afirmaciones ya que puede suceder lo que pasó en Japón, donde la reciente devaluación del Yen llevó al déficit comercial más alto de la historia. Además, incluso cuando una mejora del tipo de cambio mejore la balanza comercial, eso no quita que el efecto concreto sobre el consumidor argentino haya sido la merma de su poder de compra.
Por otra parte, una mejora del tipo de cambio no puede mágicamente dotar de competitividad a la economía o a su sector exportador. En definitiva, una empresa es más competitiva que otra cuando administra mejor sus recursos, invierte mejor y satisface mejor la demanda de sus clientes. Para el caso de los países, buenas instituciones, bajos impuestos y mercados flexibles son la clave de la competitividad, no la simple manipulación del precio del dólar.
La “devaluación”
Si bien el tipo de cambio no puede dotar mágicamente de competitividad a una economía, definitivamente sí puede quitársela. Por ejemplo, si el gobierno arbitrariamente mantiene el precio del dólar subvaluado (por ejemplo, sin dejarlo subir cuando hay inflación), entonces todos los exportadores recibirán por su trabajo menos pesos de los que recibirían en un mercado desregulado. Por otro lado, el abaratamiento del dólar subsidia las importaciones, lo que claramente conspira contra los productos de origen nacional.
Es claro cómo un sistema de tales características se vuelve inviable. Sin embargo, tal sistema termina cuando al Banco Central se le acaban las reservas internacionales, algo que el gobierno puede evitar imponiendo un control de cambios, lo que perpetúa la situación. Con un dólar artificialmente barato y un control de cambios que prolonga el sistema en el tiempo, es esperable que el sector exportador quiebre, mientras que la producción nacional también lo haga producto de la competencia extranjera subsidiada por el gobierno.
En este contexto sí se vuelve necesaria y urgente la “devaluación”, pero esta es una devaluación entre comillas, porque no se trata de subir el precio del dólar para mejorar la competitividad o la balanza comercial, sino que se trata de eliminar el control de cambios y reconocer la devaluación ya hecha para dejar de destruir esa competitividad.
Gracias al inflacionismo del gobierno, desde el año 2003 el peso se devaluó un 83% respecto de todos los bienes de la economía. Sin embargo, respecto del dólar solo lo hizo un 45% en el intervenido “mercado oficial”. La “escasez de dólares” producto de esta política de control de precios es la principal causa de la recesión que vivimos.
En conclusión, devaluar no resolverá de ninguna manera todos nuestros problemas pero, definitivamente, “devaluar” es el primer paso para evitar que se sigan agravando.