La pírrica victoria de Castro II

Después que pase el júbilo por la llegada a Cuba de los tres espías presos en Estados Unidos, cuando los medios oficiales terminen su campaña de panegíricos y se apaguen las luces montadas en las tribunas para que los agentes escuchen el aplauso del pueblo, el gobierno comandado por el General Raúl Castro deberá trazar planes de futuro.

Un futuro ignoto. Todavía el embargo económico y financiero de Estados Unidos tendrá que afrontar una auténtica batalla legislativa en el Congreso.

Pero, por orden ejecutiva del presidente Obama, el Estado cubano puede comprar mercaderías estadounidenses a empresas radicadas en el extranjero y hacer negocios en materia de telecomunicaciones que permitan al cubano de a pie conectarse a internet a precios asequibles.

De una forma u otra, cuando tuvieron dinero a mano, las empresas estatales siempre compraron mercancías en Estados Unidos. Si usted recorre las tiendas habaneras por divisas, encontrará electrodomésticos made in USA, manzanas de California y Coca-Cola.

A partir de ahora, adquirir productos a 90 millas será más simple. Se podrían comprar cientos de ómnibus GM para mejorar el pésimo transporte urbano de pasajeros. También miles de ordenadores Dell o HP para que las escuelas cubanas renueven su equipamiento y puedan acceder a internet. Excepto las universidades, el resto de los colegios públicos no tienen conexión a la red.

Solicitando una licencia, se podrán comprar toneladas de medicamentos para combatir el cáncer infantil, que la propaganda gubernamental nos contaba que debido al riguroso embargo resultaban inaccesibles.

También azulejos, muebles sanitarios y materiales de construcción de calidad, para que la gente pueda remozar sus desvencijadas viviendas.

La lista de lo que puede hacer el gobierno para mejorar la calidad de vida en Cuba es amplia. Curiosamente, la prensa estatal no ha publicado una línea sobre la hoja de ruta diseñada por Obama que benefician a los cubanos.

Del régimen no se espera otra cosa que intolerancia e inmovilismo hacia la oposición. Aceptemos que continuarán los palos, maltratos y linchamientos verbales a la disidencia pacífica.

Pero esperemos que a partir de enero de 2015, la autocracia verde olivo trace una estrategia para que los cubanos puedan vivir en un “socialismo, prospero y sustentable”.

Esto pasa por construir no menos de cien mil viviendas anuales. Reparar los destruidos hospitales y policlínicos. Aumentar la producción de frijoles, viandas y frutas, entre otros.

A lo mejor en las mesas aterriza por fin el prometido vaso de leche, para cada día desayunar como dios manda. La boca se le hace agua a muchos pensando en la venta a precios asequibles de carne de res, camarones y pescado.

Puede que finalmente se rehabilite el añejo acueducto que de acuerdo a informaciones oficiales, provoca que el 60% del agua potable no llegue a su destino.

Y es probable que a un banco estadounidense se le pueda pedir un préstamo destinado a la construcción de viviendas en los más de 50 barrios insalubres existentes en La Habana.

Muchos esperan que Castro II no ponga ahora cortapisas para que los trabajadores particulares puedan negociar directamente una línea de crédito con instituciones financieras de Estados Unidos.

Y de paso, amplíe la Ley de Inversiones Extranjeras, autorizando a los cubanos de la Isla a invertir en pequeñas o medianas empresas.

Por supuesto, después de hacer las paces con el enemigo, deben derogarse los costosos trámites que pagan los cubanos residentes en el extranjero cuando visitan su patria.

Ya en la acera del enfrente, los perversos yanquis no están al acecho, amenazando a la pequeña isla del Caribe, solo por escoger un modelo político diferente.

Entonces ya se puede legalizar que los compatriotas del exilio tengan derecho a la doble ciudadanía, votar en elecciones locales y postularse al aburrido y monocorde Parlamento local.

A fin de cuentas, son pocos “los mercenarios” como Carlos Alberto Montaner, Raúl Rivero o Zoé Valdés, si se comparan con la inmensa mayoría de emigrados que, según el régimen, claman por el fin del embargo y relaciones pacíficas entre las dos naciones.

Se acabó el trillado argumento de país acosado. Ahora Estados Unidos
 es un país hermano. Un vecino que desde el siglo XIX compartió con los mambises su derecho a la emancipación de España, según contaba emocionada una periodista del noticiero de televisión.

Por efecto dominó, pronto debe bajar el precio de la leche en polvo y el “impuesto revolucionario” al dólar que en 2005 le puso Fidel Castro.

Cualquier mañana de 2015, nos despertaremos con la noticia de que en las tiendas en moneda dura se dejarán de aplicar los aberrantes gravámenes de hasta un 400% a las mercancías.

También se espera que el Gobierno revise los precios estilo Qatar en la venta de autos. Y que la hora de internet en las salas de Etecsa sea la más barata del mundo, ahora que nos podremos conectar a cables submarinos estadounidenses que bordeen las costas cubanas.

Como los cuentapropistas no son delincuentes ni “contrarrevolucionarios”, es deseable que el magnánimo Estado los escuche e implemente una reducción de los absurdos impuestos. Esta vez, de seguro, se abrirá el solicitado mercado mayorista para los dueños de negocios privados.

Y, probablemente, con prisa y sin pausa, se estudie el aumento de los salarios a los trabajadores, a ese 90 y tanto por ciento que en 2002 votó a favor de la perpetuidad del socialismo fidelista.

Como Raúl Castro está convencido que con ciudadanos como los cubanos 
la revolución puede extenderse 570 años más, se supone que en la parrilla de salida ya debe estar un aumento sustancial de las jubilaciones a nuestros sufridos ancianos, los grandes perdedores de las tímidas reformas de pan con croqueta.

Las nuevas reglas de juego ponen a prueba al régimen.

Ahora se verá si es el embargo el culpable de que la carne de res y los mariscos estén desparecidos de la dieta nacional desde hace más de medio siglo. O si es el sistema.

Concedámosle a los autócratas un plazo de cien días para implementar mejoras en la calidad de vida de los cubanos. El reloj ya echó andar.

Entre el desemparo y el olvido

Los ancianos son los grandes perdedores de las tímidas reformas económicas del General presidente de Cuba. Miles de los que antaño aplaudieron en la Plaza de la Revolución los largos discursos de Fidel Castro o pelearon en guerras civiles en África, hoy sobreviven como pueden.

Ahí están. Vendiendo periódicos, maní o cigarrillos sueltos. A otros les va peor. La demencia senil los ha consumido y se dedican a pedir limosna o hurgar en latones de basura.

Pero aún más dura es la vida para un viejo disidente. ¿No les dicen nada los nombres de Vladimiro Roca, Martha Beatriz Roque Cabello y Félix Bonne Carcassés? En los noventa fueron de los opositores más activos que apostaban por la democracia y las libertades políticas y económicas. En el verano de 1997 redactaron un lúcido documento titulado La Patria es de Todos.

Por ese legajo coherente e inclusivo recibieron violencia verbal y física por parte del régimen y su Policía secreta. Y fueron a la cárcel. Dieciesiete años después del lanzamiento de La Patria es de Todos, ya ancianos y con un rosario de achaques, a duras penas sobreviven.

Venganza inclemente

Vladimiro, hijo del líder comunista Blas Roca, tuvo que vender su casa en Nuevo Vedado. Con el dinero se compró un apartamento chapucero y con el resto sobrevive. Próximo a cumplir 72 años, nunca recibió la pensión a la cual tenía derecho por haber sido piloto de Migs y trabajado en instituciones del Estado.

Fidel Castro fue implacable con las primeras oleadas de disidentes. Además de encarcelarlos, los expulsó de sus empleos dignos y bien remunerados. Y les negó una chequera de jubilación. A otros los obligó a vivir en el destierro.

Bonne, el único negro del grupo, fue profesor universitario e intelectual de valía. Está casi ciego y entre el olvido y la escasez, espera a que Dios se lo lleve en su casa del reparto Río Verde.

Martha Beatriz, economista ilustre, intenta capear el temporal al frente de una red de comunicadores sociales por la que recibe insultos y violencia de la Seguridad del Estado.

Solidaridad

Si al Estado autocrático no le importan los disidentes históricos, ¿a quién corresponde velar por ellos? A la disidencia más joven. Los actuales opositores debieran encontrar soluciones para ayudar económicamente a los disidentes de la tercera edad.

Es justo y humano. Y no actuar como ha hecho el Gobierno con los cientos de miles de hombres y mujeres que en su juventud no dudaron en entregarle a Fidel Castro y su revolución sus energías, e incluso sus vidas, y cuando envejecieron les abandonaron a su suerte, salvo contadas excepciones.

Para reparar la injusta realidad en las filas de la disidencia, los periodistas independientes José A. Fornaris y Odelín Alfonso están tratando de hacer algo. “Estamos gestionando de qué forma se puede crear un fondo de ayuda destinado a los viejos opositores y que al menos reciban 50 pesos convertibles mensuales. También ese fondo sufragaría un estipendio a colegas incapacitados por accidente o enfermedad”, señala Fornaris, al frente de una asociación de periodistas cubanos libres.

Por su parte, Alfonso piensa en una especie de fondo de pensiones: “Cada periodista que publica sus trabajos y cobra dinero, de manera voluntaria donaría una cantidad. Es lamentable cómo están viviendo algunos disidentes mayores de edad”.

Un gran servicio

Mientras se materializa el proyecto, decenas de opositores septuagenarios apenas tienen entradas que les permitan vivir dignamente. Tania Díaz Castro, poeta y periodista, estuvo en primera línea en los años duros de la década de 1980, cuando pocos se atrevían a disentir contra el castrismo.

Sus nombres no deben ser olvidados. Ricardo Bofill, Reinaldo Bragado, Rolando Cartaya y Marta Frayde, entre otros, gestaron un partido a favor de los derechos humanos.

Díaz Castro, miembro de aquel partido, nunca se imaginó que muchos años después, Cuba seguiría siendo un país totalitario. Reside en Santa Fe, al oeste de La Habana, rodeada de libros y perros. Sobrevive escribiendo notas para sitios digitales y con los dólares que le puedan girar sus hijos desde el extranjero.

Y ella no es de las que peor está. A pocas cuadras de su domicilio vive Manuel Gutiérrez, opositor desde los años ochenta y fundador de un partido disidente. Con más de 70 años, se gana la vida trabajando la tierra y cuidando chivos.

Habita en una miserable choza de tejas y piso de cemento sin pulir. Pero no se queja. “Es lo que me tocó. Peor que yo están los disidentes menos conocidos. Fue mi opción, quedarme en Cuba y luchar por un cambio”, dice, intentando disimular el temblor de sus manos, debido a enferemedades mal atendidas.

La disidencia actual no puede ni debe olvidar el pasado. Cuando los actuales disidentes tenían miedo y en silencio aceptaban los linchamientos verbales y públicos del régimen hacia aquellos aguerridos opositores, ellos hablaban por todos los cubanos.

Ahora los disidentes y periodistas independientes que aún no peinamos canas, debemos ocuparnos de quienes nos precedieron y nos abrieron el camino. Si el presente es menos represivo en la isla, es precisamente por los viejos disidente

El bienestar se esconde detrás de una visa

Aunque Cecilio, médico intensivista, sabe que será duro estar dos años en un paraje desolado de África, continente hoy sinónimo de ébola y muerte, no tiene otra opción a mano para remodelar su precaria vivienda en un barrio pobre de La Habana.

Tampoco tiene herramientas legales para iniciar un pleito contra el régimen cubano, por pagarle poco más del 25% de su salario real. Ni siquiera lo desea.

“¿Qué puedo hacer, salir a la calle a protestar por explotación laboral?. Estoy lejos de ser un héroe. Es verdad que en las misiones médicas el gobierno se apropia de la mayor parte del salario. Pero en la isla los galenos estamos tan mal -ganamos entre 60 y 70 dólares mensuales- que con el dinero que se paga en esas misiones, se pueden resolver muchos problemas materiales acumulados. Luego de dos años en África, con esa plata puedo reparar mi casa y construirle un cuarto a mi hija que está embarazada”, señala Cecilio.

Esa actitud de no poder cambiar su suerte, se resume en una feroz desidia rematada por una mojigatería suprema, que ha sido el sello distintivo de un segmento amplio de ciudadanos desde hace 55 años.

El poeta Virgilio Piñera achacaba esa fatalidad de los cubanos a nuestra condición insular. “La maldita circunstancia del agua por todas partes”, dice en La Isla en peso.

Probablemente tenga razón. Al no poder gestionar su futuro con un salario promedio de 20 dólares al mes, la solución de una parte de la población es obtener una visa y así elevar su calidad de vida.

Al margen de la ideología, raza y nivel educacional, al extranjero casi nadie quiere viajar para visitar museos y conocer otros pueblos y culturas.

Sean representantes del régimen o de la oposición, su premisa es regresar cargados de pacotilla y con suficiente dinero.

Cuando usted charla con algunos disidentes que han viajado a Estados Unidos y Europa, extasiados, cuentan el confort de los hoteles donde se alojaron, la cantidad de alimentos que comieron y los adelantos tecnológicos que los ruborizaron.

Se pierden en detalles sobre las suntuosas tiendas y los precios de los electrodomésticos. Igual hacen los funcionarios del régimen. Solo en los discursos y las tribunas ellos condenan el capitalismo.

Un año y medio después de aprobada la ley de inmigración que flexibiliza los viajes de cubanos al exterior, medio centenar de periodistas independientes han estado en diversos países.

Estoy esperando leer más crónicas, al estilo de las de David Canela o Alberto Méndez publicadas en Cubanet, donde han contado lo que han visto en las ciudades estadounidenses visitadas. Muchos conocen ya la Florida, pero no he leído ningún reportaje sobre las aspiraciones de la última hornada de cubanos residentes en la otra orilla. Y los que han ido a Madrid, no se aventuran a llegarse no ya a la Cañada Real, sino a Lavapiés o Chueca.

El pretexto es la falta de tiempo. Aunque en Miami siempre lo sacan para visitar la tienda Ño que Barato. No sé si es por apatía o pobreza espiritual, pero lo cierto es que, salvo contadas excepciones, los periodistas independientes no cuentan historias de las mujeres y hombres de los lugares que han tenido el privilegio de conocer.

Agobiados por las tertulias académicas, mis colegas están perdiendo una oportunidad de oro, al no relatar la vida y costumbres de la población en las localidades visitadas.

No se le puede pedir al cubano de a pie que se incorpore al activismo en pro de una sociedad democrática, cuando los supuestos líderes disidentes y periodistas, atolondrados por los viajes al extranjero, se han desligado del proselitismo político en sus comunidades.

El mérito ahora es acumular horas de vuelos y visas. Es importante participar en eventos académicos y foros económicos o pasar cursos en prestigiosas universidades.

Pero me pregunto quién le aportará argumentos a tipos como Cecilio, médico intensivista, para que aprenda a luchar por sus derechos salariales o convencerlo de que si la autocracia castrista aprobara los Pactos de la ONU, se abriría una puerta hacia una sociedad democrática.

Nunca, ni en los años duros del período especial, se había visto a tantos cubanos soñando con marcharse definitivamente o de forma temporal de su país. El futuro lo ven lejos de su patria.

Una visa al primer mundo es la prioridad. Cuba duele. Es un verdadero drama que todos los años se marchen más de 20 mil compatriotas de manera legal y ordenada rumbo a Estados Unidos.

En los primeros seis meses de 2014, 14 mil cubanos cruzaron la frontera de México con Estados Unidos. Se desconoce si van a regresar los 40 mil compatriotas que han salido de la isla a partir de la entrada en vigor de la reforma migratoria, el 14 de enero de 2013.

A dichas cifras tenemos que sumar los cientos, tal vez miles, que cada año se lanzan al mar en una balsa de goma. Somos más isla que nunca.

A ese paso, no habrá quien defienda los derechos secuestrados y le plante cara a los hermanos Castro. El régimen pudiera ganar el pleito por abandono. Ya lo está ganando.

La censura al periodismo incómodo

La democracia como narrativa suena agradable. En cualquier sitio del planeta tiene partidarios dispuestos a desafiar gobiernos autocráticos arriesgando incluso sus vidas.

En Cuba los demócratas también corren riesgos. Pregúntenle a cualquier Dama de Blanco o activistas de la UNPACU. Palizas, detenciones breves, y pende como una espada de Damocles una Ley Mordaza que sanciona a 20 años de cárcel a todos aquellos que se oponen a  los Castro.

Ahora, algunos disidentes cubanos pueden viajar al extranjero y denunciar los atropellos de su gobierno. Diez años atrás no era así.

En la primavera de 2003, 75 opositores pacíficos fueron sancionados a penas de cárcel entre 18 y 27 años solo por pensar diferente. Como arma solo tenían la palabra.

Entre los reos había 27 periodistas libres. Gracias a la presión internacional fueron excarcelados en 2010. La mayoría debió marchar al destierro. Los 12 que quedan en Cuba, técnicamente, están en libertad condicional. Si el régimen verde olivo así lo desea, pueden volver tras las rejas.

A pesar de que Martha Beatriz Roque, Jorge Olivera, Arnaldo Ramos o Ángel Moya son rehenes políticos de los hermanos Castro, ellos, con entereza, continúan denunciando los abusos del Estado y apostando por la democracia.

Para todos. No para unos cuantos. Pero cuatro décadas antes de las redadas a los disidentes pacíficos de 2003, en una fosa de la Fortaleza Militar de la Cabaña, al este de La Habana, el gobierno de Fidel Castro fusiló y encarceló a miles de demócratas, cristianos o liberales que luchaban por libertades políticas y económicas y una verdadera democracia.

La historia del presidio político después de 1959 debiera ser un cuaderno de cabecera para cualquier disidente cubano. Los modos de operar y las estrategias son diferentes. Pero el fin es el mismo: un país que respete los estatutos democráticos.

Se sabe dónde está y cómo actúa el adversario. Pero de un tiempo acá han surgido nuevos actores. Trabajan en la sombra. Viven al otro lado del charco y son empresarios de bolsillo amplio que patrocinan proyectos disidentes a cambio de sumisión y acomodar el perfil según sus intereses.

Mientras critiques al gobierno de Raúl Castro y el estado de cosas, aplausos. Cuando tus notas reprochan el comportamiento y tímido desempeño de un sector de la disidencia, amenazas. O ninguneo.

Yo lo he vivido. Las tácticas son conocidas. Desde llamadas telefónicas sibilinas para que cambies de actitud hasta la guerra sucia. Igual te pueden acusar de agente de los servicios especiales en la Isla que llamarte envidioso, colaboracionista o mediocre.

En nombre de una supuesta y falsa unidad, piden silencio y no sacar a la luz los trapos sucios. No pertenezco a ningún proyecto disidente y mis relaciones de trabajo con los medios para los cuales escribo se basa en el respeto mutuo y la plena libertad de expresión.

Desde luego, algunos textos pueden no interesar a los editores. Están en todo su derecho. Pero jamás he recibido presión de medios como DIARIO DE CUBA, El MundoInfobaeDiario las Américas o Martí Noticias.

Ni las aceptaría. Lamentablemente no todos tienen esa independencia. Hace unos días, los patrocinadores suecos que financian el semanario Primavera Digital, fundado el 22 de noviembre de 2007, decidieron cortarle la ayuda utilizando como pretexto argucias demasiado tontas para ser creídas 

Fue un vulgar chantaje. Si quieren plata, deben hacer lo que pedimos. Por supuesto, Juan González Febles y su equipo de cerca de 40 colaboradores no aceptaron. El asunto es simple: escribir sin mandato.

Son periodistas incómodos. En sus notas describen y analizan la otra Cuba que el Gobierno pretende ocultar. También con mirada crítica juzgan a ciertos sectores disidentes y el clan de millonarios cubanoamericanos de La Florida que sueñan con un nuevo trato con los hermanos Castro.

Uno puede estar de acuerdo o no con las apreciaciones periodísticas de los redactores y colaboradores de Primavera Digital. O con su diseño o formato. Pero nadie puede negarles el derecho a existir y tener su propia línea editorial. La cacareada libertad de prensa queda en dudas.

Esto se veía venir. Desde 2009, al menos que yo conozca, hay una puja por ocupar espacios y desplazar a un grupo de periodistas independientes que la llamada “nueva disidencia” considera ineptos y políticamente incorrectos.

Es una estrategia. Rehacer la historia ninguneando el pasado. Y, con el pretexto de que los decanos del periodismo independiente no dominan las nuevas tecnologías, marginarlos. No conozco la mano negra que está detrás. Pero si algunos ejecutores en La Habana.

Durante seis años tuve magníficas relaciones personales con Yoani Sánchez. Me consta de su labor de zapa. Mientras algunos optaban por dialogar, para salvar las lógicas diferencias que pueden existir en cualquier grupo, la bloguera prefería conquistar a periodistas independientes que trabajaban en Primavera Digital con promesas materiales o profesionales.

Esa noción de “competencia y democracia” de Yoani Sánchez no puede ser aceptada. Pero ocurre que muy pocos en Cuba se atreven a criticar abiertamente sus métodos.

Si usted hace un sondeo entre los opositores y periodistas libres, percibirá una amplia antipatía hacia la bloguera. No es por un asunto personal o de bajas pasiones humanas. Es por su forma de proceder, de no respetar al prójimo y por su inveterada costumbre de hablar en nombre de los demás.

Muy pocos periodistas independientes se sienten representados por Yoani, en 2013 nombrada por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) como integrante de la Comisión de Libertad de Prensa, un cargo que se supone debe velar por los intereses de todos los periodistas cubanos.

Ahora mismo, tras el grosero chantaje financiero que reciben los colegas de Primavera Digital, ni la SIP, Reporteros sin Frontera ni 14ymedio, web de la Sánchez, se han solidarizado con ellos.

La solidaridad ha llegado de la disidencia interna, de las Damas de Blanco y del exilio. Para los patrocinadores suecos de Primavera Digital, ya resultaban aburridos los reportes semanales de las marchas, palizas y represiones a la oposición cubana.

Quieren gente joven. Comedida. Obediente. Y que la publicación no sea descaradamente anticastrista. Los de Primavera… lo están pagando.

Cuando La Habana perdió el miedo

La noche anterior al viernes 5 de agosto de 1994, la barriada habanera de La Víbora sufría uno de los tantos apagones a los cuales “el período especial en tiempos de paz” (eufemismo con que el Gobierno denominaba la profunda crisis económica) nos tenía acostumbrados. A las 7 de la mañana todavía no había venido la electricidad. Sin ventilador, estaba empapado de sudor. Me levanté y decidí bañarme, con un cubo de agua (tener ducha era un verdadero lujo).

Ya en mi casa habían comprado los cinco panes que nos tocaban por la libreta de racionamiento, agarré el mío y me lo comí, a capela (la mayonesa, la mantequilla y el queso crema también eran un lujo). En el refrigerador quedaba un poco de yogurt, le eché azúcar y me lo tomé. Salí con el único short bermuda que tenía, una vieja camiseta sin mangas y unas chancletas gastadas. Me senté en la esquina, a hablar con varios amigos, que estaban tomando fresco y dejando correr el tiempo. Era lo mejor que se podía hacer en el caluroso verano de 1994 si no se quería tener problemas con la Policía y la Seguridad del Estado.

Enseguida, el tema de conversación se centró en lo que entonces era una obsesión para los habaneros: ver cómo podían llegar a la Florida sin ser detectados por guardacostas cubanos o estadounidenses y, sobre todo, no ser merienda de tiburones.

En eso estábamos, cuando un amigo llegó corriendo y nervioso nos pregunta si no habíamos escuchado la última noticia, que parientes de Miami lo habían llamado y le habíán dicho que estaban preparando embarcaciones para recoger a todos los que quería irse, que ya había mucha gente congregándose a lo largo del Malecón.

Subí rápido a la casa, me cambié las chancletas por el único par de tenis, igual de gastados, pero más resistentes que teníá. En eso, mi madre me dijo que desde España había llamado Lissette Bustamente, una periodista amiga que trabajaba para el diario español ABC para saber si nos habíamos enterado de lo que estaba pasando por el Malecón (en aquella época, casi siempre nos enterábamos de lo que pasaba en Cuba por llamadas de periodistas y amigos en el exterior). Lissette quería saber si por la televisión estaban diciendo algo, le dijo que nuestro televisor -ruso, de la marca Krim- llevaba más un año roto, que yo iba a ir a casa de una vecina, a ver si estaban dando alguna información. No le comenté a mi madre sobre el rumo que ya estaba circulando por la calle y lo que hice fue quitarme la camiseta sin mangas y ponerme un pulóver, por si las cosas se complicaban.

Cuando bajé, un chofer de la ruta 15, cuyo paradero o terminal en aquel tiempo quedaba al doblar de la casa, había logrado sacar una guagua y nos invitaba a montarnos e irnos con él, para llegar más rápido al caos que en cuestión de horas se formó por las céntricas avenidas del Puerto y Malecón, en el Paseo del Prado y los barrios marginales de la capital, como Colón, San Leopoldo, Jesús María y Cayo Hueso.

Para ganar tiempo, el chofer desvió el trayecto de la 15, un ómnibus que hacía uno de los recorridos más largos de la ciudad, atravesando zonas populosas de los municipios 10 de Octubre, Cerro, Centro Habana y Habana Vieja. Durante el viaje, al vehículo fue subiendo gente ansiosa por llegar a las proximidades del Malecón, por si se producía una nueva estampida migratoria como la de 1980, cuando por el Puerto del Mariel se fueron más de 125.000 cubanos.

De aquel día, lo que más grabado se me quedó fue una multitud, mayoritariamente formada por negros y mulatos, gritando ¡Abajo Fidel! y ¡Abajo la dictadura!

Cerca de las 8 de la noche regresé a la casa. En el televisor de la vecina de enfrente, mi madre había visto cuando el gobernante cubano, rodeado de escoltas con armas largas, se bajaba de un auto frente al Capitolio. Ella no sabía de dónde yo venía y quiso compartir conmigo la escena trasmitida por la televisión cubana: “Iván, cuando vieron a Fidel, los que hasta ese momento estaban gritando contra él, enseguida empezaron a aplaudir y darle vivas. Eso es prueba de las dos caras y del temor de este pueblo, por eso esta dictadura va a durar 100 años o más”, me dijo.

Pese al vaticinio materno, el 5 de agosto de 1994 ha quedado como el día en que los habaneros por unas horas perdieron el miedo y salieron a las calles a protestar. Una fecha para no olvidar.

Lo que nos dejó la URSS

Todavía en los libros de historia universal de escuelas secundarias o preuniversitarias en Cuba, el tema soviético se maneja con pinzas.

Se recuerda a su padre fundador Vladimir Ilich Lenin, la epopeya de la Segunda Guerra Mundial con sus 20 millones de muertos (dato viejo, fueron 27 millones y no pocos murieron por un disparo en la nuca de sus propios camaradas o en un tenebroso gulag), y la ayuda desinteresada de la URSS en los primeros años de la revolución verde olivo. 

A Zoraida, estudiante de tercer año de bachillerato y amante de la historia, cuando le pregunto sobre aquella nación conformada por quince repúblicas europeas y asiáticas, sin apenas tomar aire, me suelta una parrafada calcada de los manuales escolares.

“La Revolución de Octubre fue fundada en 1917 por Lenin, y a pesar de las agresiones de naciones occidentales se consolidó como una gran potencia mundial. Fue el país con más muertos durante la Segunda Guerra Mundial, 20 millones (persiste en el error), y tuvo que luchar sola frente a las hordas fascistas. Estados Unidos y sus aliados se vieron obligados a abrir el Segundo Frente en Normandía ante el avance vertiginoso del Ejército Rojo”, responde con ese dejo de orgullo habitual en los alumnos aplicados.

No sé cuál será su vocación futura. Pero en ella el Partido tiene un buen prospecto de comisario político. Como deseaba indagar sobre otros aspectos históricos menos divulgados en los medios nacionales, le hice las siguientes preguntas:

¿Qué me podrías decir de las brutales purgas de Stalin, que costaron millones de vidas al pueblo soviético? ¿Sabías que la aplicación de la colectivización agrícola provocó hambruna y entre 7 y 10 millones de muertos en Ucrania, llamada Holodomor? ¿Habías leído acerca del pacto de no agresión Molotov-Ribbentrop donde en una cláusula secreta Hitler y Stalin se repartieron las repúblicas bálticas y una zona de Europa del Este?

¿Has leído o escuchado sobre la matanza en el bosque de Katyn por tropas élites soviéticas a militares polacos? ¿Conocías que el escritor Aleksandr Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura en 1970, al igual que otros muchos intelectuales, estuvo preso en el Gulag sólo por pensar diferente?

¿No crees que la URSS fue una nación imperialista, pues ocupó parte de Europa del Este como trofeo de guerra e instauró gobiernos vasallos? ¿Has estudiado sobre la agresión soviética a Checoslovaquia en 1968 o Afganistán en 1979?

¿Alguna vez te contaron que por decisión de Fidel Castro y Nikita Kruschev, en Cuba estuvieron emplazados 42 cohetes atómicos de alcance medio que pudieron provocar una conflagración nuclear?  ¿Sabías que al igual que Estados Unidos tiene una base militar en contra de la voluntad del pueblo cubano, Fidel Castro sin consultar al pueblo autorizó un centro de instrucción militar con tropas soviéticas y una base de espionaje  electrónico en las afueras de La Habana?

A cada una de estas preguntas, la joven respondió con evasivas: “No, no lo sé. No, no lo he leído. O eso no lo hemos dado en la escuela”.

Es conocido que el sistema de enseñanza en Cuba intenta pertrechar a sus alumnos de una visión marxista y exaltar a Fidel Castro y su revolución. En temas rigurosamente comprobados, el método utilizado no es mentir, sino reconocer que no se tiene información o no decir toda la verdad. 

Aunque hace más de 20 años la URSS  desapareció del mapa y dijo adiós a su estrafalaria ideología, la educación en la Isla continúa siendo un celoso albacea de la narrativa soviética.

Manuel, graduado de Filosofía, reconoce que en sus estudios universitarios de Historia no hicieron hincapié en la Perestroika y la Glasnost. “De pasada los profesores encaraban aquella etapa. De Gorbachov se nos dijo que fue un traidor, que desmontó piedra a piedra el poderío y la influencia soviéticos. El enterrador del comunismo. Un paria”.

En las estructuras del poder existe un núcleo poderoso que aún recuerda con nostalgia el período soviético. El general Raúl Castro, al frente de los destinos de Cuba, es un gran admirador del comunismo ruso. En una de las visitas al apartamento de Juan Juan Almeida, hijo del comandante guerrillero, cuando vivía en Nuevo Vedado, Juan Juan me contó que en la antesala de la oficina del General Castro en el MINFAR, había un cuadro de Stalin, el carnicero de Georgia.

En el discurso de viejos aparatchiks, formados en severas escuelas del Partido, sigue latente la Cuba soviética de antaño. Joel, funcionario retirado, añora los viajes a Moscú y las visitas al mausoleo del Kremlin, donde Lenin yace embalsamado. En su casa, en un estante de madera, reposa una colección de libros de Boris Polevoi, Nicolai Ostrovski e Iliá Ehrenburg, entre otros que escribieron sobre las proezas del Ejército Rojo en la Gran Guerra Patria.

Carlos, sociólogo, considera “que la URSS puede parecer periódico viejo, pero no está muerta del todo: la población ya no se acuerda de la carne de lata, la compota de manzana ni los muñequitos rusos; es en las estructuras del poder donde extrañan la era soviética”.

La historia de amor hacia la URSS entre un sector intelectual y político es de vieja data en el país. Muchos que juran ser nacionalistas a pie firme, acusan de anexionistas a las personas que admiran el estilo de vida y las estructuras institucionales de Estados Unidos. Pero donde de veras existe anexionismo, es en el comunismo. No solo importaron la ideología, también pretendieron clonar el modelo soviético en un archipiélago del Caribe a 9.500 kilómetros de Moscú.

Y no eran tontos o analfabetos los que aplaudían la teoría de una Cuba soviética. Entre ellos, intelectuales de talla como Nicolás Guillén, Salvador García Agüero y Juan Marinello, miembros del Partido Socialista Popular (PSP).

Con la llegada al poder de Fidel Castro, el oportunismo político de los barbudos se acopló al imaginario comunista de hombres curtidos en el quehacer sindical y el proselitismo marxista en diversos sectores académicos e intelectuales de la nación.

A pesar de la afinidad del Gobierno cubano con el soviético, entre un segmento amplio de la ciudadanía, la cultura rusa no caló. Tampoco cuajaron su moda y costumbres, sus comidas y creencias religiosas.

Lo que la URSS nos dejó fueron algunos cientos de matrimonios entre rusos y cubanos. Y nombres como  Iván, Tatiana, Vladimir, Irina, Boris, Natasha… Poco más.

Aunque los añejos dinosaurios políticos traten hoy a cuerpo de rey a Rusia en los medios y, la nomenclatura se esfuerce en reactivar nuevos pactos, el país eurasiático sigue siendo una música lejana y exótica para la gente de a pie.

Y es que, por geografía y cultura, los cubanos siguen mirando al Norte.