Los habaneros, hartos con la crisis del transporte urbano

Pasada las siete de la mañana, en la populosa intersección habanera de 10 de Octubre y Acosta, un enjambre de personas espera un ómnibus del servicio público. Es horario pico. Decenas de trabajadores, estudiantes o ancianos que deben asistir a una cita médica, se aglomeran en la parada.

Cuando arriba la guagua, la gente forcejea para poder subir. Pero siempre parte con un racimo de jóvenes colgados en las puertas. Niurka, que es enfermera, no puede subir al ómnibus y debe esperar el siguiente.

“Es mi drama diario. Desde que nací en 1976, lo del problema del transporte en La Habana es endémico”, comenta.

Hay pequeños oasis, pero si algo nunca han tenido los habaneros es un transporte público decente. Sergio, obrero, está que suelta humo. En el zarandeo por subir al P-6 le hurtaron su billetera con 120 pesos [cubanos]. “Además de perder tres horas en ir y venir al trabajo, los carteristas me roban el dinero. No sé cuándo estos descarados del Gobierno van a mejorar el desastre que son las guaguas”, reclamó.

El servicio de ómnibus urbano siempre ha sido una asignatura pendiente del régimen verde olivo. Incluso en la etapa que el Kremlin de Moscú extendió un cheque en blanco y conectó una tubería de petróleo hacia la Isla, el transporte no gozó de buena salud.

En los años 60 Castro adquirió un lote de ómnibus Leyland en Gran Bretaña para sustituir a los GM estadounidenses que por falta de piezas de recambio dejaban de circular. También se compraron Skoda a la antigua Checoslovaquia. Pero ni así. En 1970-1980 se trajeron ómnibus Hino de Japón, Pegaso de España e Ikarus de Hungría.

En La Habana llegaron a circular 2 mil 500 ómnibus y existían más de 110 rutas. Pero en horario de máxima afluencia, los autobuses viajaban atestados con personas colgadas en los estribos y hasta en el techo.

Tras el derribo del muro de Berlín y la desaparición del campo socialista de Europa del Este, se instauró en Cuba el llamado ‘periodo especial en tiempos de paz’, un estado de guerra sin bombardeos, llegó lo peor. La flota de vehículos se redujo a poco más de cien. Desaparecieron casi todas las rutas de ómnibus y la gente tuvo que optar por caminar varios kilómetros cada día o utilizar pesadas bicicletas chinas para desplazarse de un sitio a otro.

Entonces, algún burócrata que seguramente tenía auto, diseñó el ‘camello’. Un remolque chapucero adosado en un camión de carga que podía transportar hasta 350 personas apiñadas como reses camino al matadero a más de 33 grados de temperatura. Una verdadera sauna.

En los ‘camellos’ se vio de todo. Peleas de boxeo dignas de una final olímpica, hurtos por habilidosos carteristas y un lugar preferido para maniáticos sexuales.

“Una vez, en un camello me quitaron una cadena de oro 18 quilates y ni cuenta me di. El tipo era un artista del robo. Sin contar las broncas con los masturbadores y ‘jamoneros’, que se te pegaban por detrás durante todo el trayecto. Era alucinante”, rememora Ana, quien ahora reside en Roma.

En 2007, el régimen compró más de 500 ómnibus articulados a China, Rusia y Bielorrusia para sustituir los infernales ‘camellos’. La empresa Metrobus, encargada del servicio del transporte urbano por las principales arterias de La Habana, diseñó un plan maestro.

Creó 16 rutas principales, antecedidos con la sigla P, que cubrían las vías más importantes de la ciudad. Las rutas debían tener una frecuencia entre 5 y 10 minutos en horario pico.

Pero el buen servicio apenas duró un año. Por falta de piezas de repuestos o impagos a los compradores, más de 200 ómnibus articulados dejaron de circular creando un caos en el servicio.

En La Habana, como promedio, unas 600 mil personas se trasladan diariamente en ómnibus. El gobierno no tiene un proyecto coherente para paliar el déficit en el transporte capitalino.

“Todo es a cuentagotas. Hace casi dos años comenzaron a rodar 30 ómnibus articulados Yutong, en sustitución de los Laz de Bielorrusia. Pero el parque real que necesitamos es de 90 buses. Para cubrir la diferencia se desviste un santo para vestir a otro. Se cogieron diez guaguas de la terminal del Alberro, en el Cotorro -al sureste de La Habana- intentando mejorar el servicio. Conclusión: ni damos un buen servicio nosotros ni la terminal del Alberro”, dijo Arsenio, chofer de la ruta P-3 con paradero en Alamar, al este de la ciudad.

A día de hoy, ruedan menos de mil ómnibus en La Habana, insuficientes para una urbe con más de dos millones de habitantes. La capital no cuenta con tren suburbano ni metro.

En el verano de 2012, el Estado autorizó las cooperativas en el transporte de pasajeros. Circulan alrededor de 60 vehículos con aire acondicionado y capacidad para 27 pasajeros sentados. Cada uno paga cinco pesos por el viaje.

Son autobuses dados de baja en turismo que tienen más de 200.000 kilómetros recorridos. “Hay que hacer milagros para mantenerlos rodando. Los trabajadores deben pagar de su bolsillo las piezas de repuesto. El ómnibus que manejo lleva casi un mes parado”, aclara Francisco Valido, cooperativista y disidente.

“Con la hoja de ruta del presidente Obama, espero que los cooperativistas de mi base podamos solicitar un crédito en Estados Unidos y adquirir piezas y ómnibus nuevos. Si el gobierno nos autorizara, compraríamos 50 guaguas nuevas y podríamos ofrecer un servicio de calidad”, explica.

Francisco Valido ha escrito un par de cartas al ministro de transporte [César Ignacio Arocha], abogando por una estrategia racional para mejorar las prestaciones del transporte urbano. Hasta ahora, ha recibido la callada por respuesta.

El béisbol como negocio

Sentado en una grada de cemento del terreno número uno de la Ciudad Deportiva, en Primelles y Vía Blanca, en el municipio habanero del Cerro, Rosniel cuenta sus proyectos de futuro.

Es el padre de un pelotero de 16 años que juega en la selección de Artemisa, en el campeonato nacional juvenil, que en estos momentos se efectúa en la Isla. La novena de Artemisa tiene pactado un doble juego con la potente escuadra de La Habana.

Bajo un sol de fuego, los bisoños juegan una pelota agresiva. Junto a cucuruchos de maní vacíos y un pomo plástico de agua congelada, Rosniel observa el partido.

“Desde que mi hijo integró la selección artemiseña en la categoría 11 y 12 años, es raro que yo o lo madre no acudamos a los juegos y entrenamientos. Antes el Estado costeaba los implementos y la alimentación. Ahora es a medias. Si el muchacho tiene talento, obtiene una beca en una escuela deportiva. Aunque la comida es mala y los bates, guantes y pelotas también, al menos le garantizan un mínimo. Los que no están en una EIDE o Centros de Alto Rendimientos, la familia debe correr con los gastos”, señala.

“El béisbol puede ser un buen negocio si tienes un hijo con talento. Desde luego, tienes que hacer una inversión. Comprarle guantes en pesos convertibles, bate de aluminio, pelota y spikes, te gastas de 150 a 200 cuc. Para los torneos provinciales tienes que mandarle a hacer los uniformes, que pueden costar hasta 30 cuc, o que un pariente en Miami te mande uno”, apunta, mientras sigue con atención el turno al bate de su hijo.

Una curva del prometedor lanzador derecho capitalino Jorge Castro lo hace lucir ridículo. El padre se levanta como un resorte y se acerca detrás de la malla. Con sus manos como bocina vocifera: “No vires la cara, no abras tan rápido los hombros. Ya lo viste, que no te sorprenda de nuevo con el rompimiento”, imparte a gritos un cursillo exprés de bateo.

El chico conecta una línea feroz al centro del terreno y el padre salta de júbilo en las gradas. “Ése es mi chama. Además de la preparación por parte de los entrenadores, yo le diseñé un plan de preparación a base de pesas y repeticiones de swings. Lo ideal sería que integrará el equipo nacional de categoría juvenil. La cosa está dura, hay mucha calidad, pero voy a mi gallo”, apunta con un dejo de orgullo.

Según Rosniel, su proyecto debe fructificar a mediano plazo. “Cuatro, cinco años quizás. Por el camino que van los acontecimientos, mi hijo y otros muchachos no van tener que huir en una balsa. Puede que para esa fecha los contratos en la MLB sean legales. Aunque yo prefiero manejar las finanzas de mi hijo. Bastante he gastado y me he jodido”, confiesa.

Y añade: “Desde luego que una granja en organizaciones de Grandes Ligas, con técnicas avanzadas de preparación, es importante para dar un salto adelante en su progresión. Pero es paso a paso. Ahora la meta es llegar a Series Nacionales y pulir deficiencias. Luego veremos”.

Como Rosniel, dos docenas de padres se apiñan en un sector de las gradas, intentando protegerse del sol. En el intermedio del primer partido, les llevan almuerzo, jugo y agua fría a los jugadores.

El sueño de todos es que sus hijos puedan jugar pelota de manera profesional y ganar salarios jugosos. Si son de seis ceros, mucho mejor.

Hacen anécdotas de peloteros cubanos que triunfan en la MLB y cómo han sacado a su familia o ayudan a sus parientes pobres en Cuba.

“Si llegan a Grandes Liga ya no tienen agobios financieros. Pero conozco a familiares de peloteros como Joel Galarraga y Yasser Gómez [dos ex peloteros de Industriales]. Ellos no han llegado, pero les giran remesas suculentas a los suyos”, indica Carmen, madre de un jugador de campo del equipo La Habana.

Desde edades tempranas, padres, madres y abuelos acompañan a sus hijos y nietos a los campos de entrenamientos. A partir del éxito de un grupo de peloteros cubanos en la MLB, muchos ven una posibilidad en invertir y apoyar a sus hijos como una forma de allanar el camino hacia la Gran Carpa.

“No todos llegan, pero si juegas en cualquier organización de la MLB ya te pagan un buen billete en dólares. Con los 1.000 pesos que pagan a los peloteros aquí, no alcanza ni para las meriendas”, apunta Onelio, abuelo de un chico que juega en la categoría Sub-15.

No solo las familias de niños y jóvenes que practican béisbol lo ven desde la perspectiva de un negociante. El Estado ya ocupó un lugar en la cancha.

Luego de 52 años de discursos virulentos contra del deporte profesional, tras un goteo incesante de atletas que saltan las cercas, el Estado se ha sumado a lo que pudiera ser un lucrativo negocio.

Potencialmente, sobre todo después del éxito en la MLB de jugadores como Aroldis Chapman, José Dariel Abreu y Yasiel Puig, el béisbol cubano es un negocio que puede mover entre 600 y 900 millones dólares en conceptos de contratos.

Antonio Castro, hijo de Fidel y playboy de la burguesía verde olivo, ha pedido abiertamente negociar con los dueños de equipos en la MLB. Ha realizado un lobby agresivo para que, en 2017, los jugadores cubanos emigrados puedan competir con la escuadra nacional en el IV Clásico.

Su deseo es que las Grandes Ligas abran las puertas a la pelota nacional y tras bambalinas, forrarse de dólares mediante la afilada cuchilla fiscal impositiva y las coimas a Cubadeportes.

Para el régimen, es un negocio al seguro. Para los padres que están hasta 6 horas sentados en una grada de cemento durante una jornada de doble juego vespertino, que sus hijos triunfen en el mejor béisbol del mundo es un sueño posible. Lo mismo que sacarse la lotería.

Con las reformas de Raúl Castro, los cubanos pobres viven peor

Junto a su esposa y cinco hijos, José vive hacinado en una habitación de tres metros por cuatro con una barbacoa de madera, en una cuartería de Santos Suárez, barriada del sur de La Habana. El solar es un sitio precario donde los cables de electricidad cuelgan del techo, el agua corre por el angosto pasillo central debido a las filtraciones en las cañerías y un olor nauseabundo de los albañales se impregna en la nariz durante horas.

Esa cuartería forma parte de la colección de asentamientos desvencijados donde residen más de 90 mil habaneros, según cuenta Joel, funcionario de vivienda en el municipio 10 de Octubre.

Hay sitios peores. En los alrededores de la capital, como el marabú, crecen las villas miserias. Suman más de 50. Casas de chapas de aluminio, tejas y cartón tabla sin servicios sanitarios donde sus moradores obtienen la electricidad de manera clandestina. Continuar leyendo

La disidencia cubana en tierra de nadie

Probablemente el panorama político en el sinuoso Medio Oriente sea más complejo. Desde luego. Después del 17 de diciembre, tras el espectacular giro diplomático entre Cuba y Estados Unidos, dos naciones agazapada en sus respetivas trincheras y enemigos de la Guerra Fría, la Casa Blanca no esperaba que un segmento significativo de la disidencia pacífica en la isla enfilara sus cañones a la alfombra roja tendida por el presidente Obama a la autocracia verde olivo.

Las diferencias son sanas. No hay nada más dañino que la falsa unanimidad. Pero cuando usted lee la hoja de ruta del Foro por los Derechos y Libertades, difundida por un ala de la oposición liderada por Antonio Rodiles, Berta Soler, Ángel Moya, Guillermo Fariñas y Félix Navarro, y los cuatros puntos de consenso promulgados el pasado 22 de diciembre por otro grupo disidente, las diferencias son mínimas.

El periodista independiente Juan González Febles, director del diario Primavera de Cuba, cree que las divergencias no son de carácter ideológico, si no programático. “El personalismo y la ausencia de memoria histórica es una de las claves de ciertos disidentes para ningunear a otros opositores”.

El viernes 23 de enero esas incongruencias de la oposición cubana salieron a la palestra. Tras el desayuno de una docena de disidentes con Roberta Jacobson, funcionaria estadounidense al frente del equipo que negocia con el régimen la implementación de una futura embajada, las divisiones entre la oposición han provocado un sismo de mediana intensidad.

Ya el adversario no solo es el Gobierno de los hermanos Castro. Ahora Obama también está en la diana. El segmento que descalifica los pasos dados por Washington son disidentes por partida doble.

El cisma es evidente. El viernes, la facción liderada por el veterano opositor Elizardo Sánchez, Héctor Maseda y José Daniel Ferrer, a última hora convocó a una conferencia de prensa a la una de la tarde.

Con anterioridad, Antonio Rodiles había anunciado un intercambio con la prensa independiente y extranjera a las 2 de la tarde. José Daniel considera que las divergencias son de matices. “Cuando tu lees el documento emitido por ellos, hay puntos de coincidencias con nuestro documento. Todos queremos democracia, libertades políticas y amnistía para los presos políticos”.

Elizardo Sánchez opina que en un 90% la oposición local está de acuerdo en no menos de cuatros puntos básicos. “Es una exageración que esas diferencias provoquen otro tipo de confrontaciones”. Pero cuando usted le pregunta por qué entonces no se ofreció una única conferencia de prensa, evade la respuesta.

Cada parte asegura que cuenta con la mayoría. “Los que estamos de acuerdo con los cambios promulgados por Obama somos el 70% de la disidencia”, dice Ferrer.

Desde la otra acera, Antonio Rodiles señala lo contrario. “Casi un 80% de la oposición tiene dudas considerables y no apoya el nuevo proceso. Estados Unidos ha apostado por el neo castrismo. Es una estrategia fatal soslayar el apartado de derechos humanos y ningunear a la disidencia en el proceso negociador”.

Guillermo Fariñas considera que Estados Unidos está ignorando a líderes históricos de la disidencia como Oscar Elías Biscet, Antúnez, Vladimiro Roca o activistas recientes como Sonia Garro y a un sector importante del exilio.

El nuevo panorama le otorga una indiscutible independencia al grupo que cuestiona las negociaciones Obama-Castro. El régimen cubano siempre ha acusado a los opositores de “mercenarios al servicio de Washington”.

Leña al fuego añadió Josefina Vidal, probable embajadora de la Isla en Estados Unidos, al declarar que la disidencia no representa al pueblo. “En Cuba hay diversas asociaciones de masas que son los auténticos representantes de los cubanos”, subrayó.

Es evidente que el nuevo escenario ha descolocado a la disidencia, a la que está a favor y a la que está en contra. Se impone un giro de 180 grados para llegar a la gente y transformarse en un actor importante. Cada grupo lo argumenta a su manera y así lo contempla en sus respectivas hojas de ruta. El desafío se antoja formidable.

Entre tanto, el régimen militar sigue controlando con mano de hierro a los medios, y mediante el miedo, ha logrado que un alto porcentaje de la población, disgustada por el desastre económico, se mantenga ajena, viendo pasivamente el juego sentada en las gradas.

Como muestra de protesta a la política de Obama, Berta Soler y una decena de opositores no acudieron a un cóctel de despedida ofrecido a Roberta Jacobson por la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana.

Pero a pesar de que disidentes como Elizardo Sánchez y José Daniel Ferrer apoyan las nuevas medidas de la Casa Blanca, el General Raúl Castro tampoco cuenta con ellos. Están en tierra de nadie.

Fidel Castro, de protagonista principal a actor de reparto

Cuando Norge, gerente de una discoteca, supo por un amigo que tiene internet en su casa, del revuelo mediático internacional sobre el presunto deceso del barbudo Fidel Castro, la noticia le provocó sensaciones encontradas.

“Para el mundo el gran titular podría ser la muerte de Fidel. Pero para los cubanos el día después de su fallecimiento sumaría una cuota insoportable de culto a la personalidad y constantes evocaciones en la prensa. ¿Te imaginas? Un mes como mínimo de duelo nacional, largas colas en el Memorial José Martí de la Plaza de la Revolución para firmar un libro de condolencias y programas especiales todo el día en la televisión y radio nacionales. Tiradas extras de Granma y Juventud Rebelde, libros, conferencias sobre su vida y obra. Probablemente se inaugure un museo, diversas efigies en todo el país y sus citas y discursos importante nos saldrían hasta en la sopa. Su presencia intangible volvería a planear sobre la vida de los cubanos, que ya bastante tenemos con la escasez de dinero, comida y falta de futuro”, señala Norge gesticulando con las manos.

Fidel Castro es un personaje controvertido. Lo quieren o lo odian con la misma intensidad. Para sus devotos, está por encima del bien o el mal. Para sus detractores, es el culpable del desastre económico en Cuba, el déficit habitacional y la infraestructura del cuarto mundo. Durante 47 años gobernó con puño de hierro los destinos de la Isla. Su revolución hizo más hincapié en lo político que en lo económico. Coartó la libertad de expresión y de prensa y eliminó el habeas corpus.

Administró el país como una finca de su propiedad. Tenía prerrogativas ilimitadas. Sin consultar a los ministros, al soso parlamento nacional o a sus ciudadanos, abría la caja de caudales del erario público para construir un centro de biotecnología, refugios antiaéreos o comprar en África una manada de búfalas y experimentar con su leche. Dirigió la nación a golpe de campañas. Una mañana movilizaba al país para sembrar café, plátanos o edificar un centenar de círculos infantiles.

En política exterior tuvo una estrategia subversiva. Hasta su llegada al poder, jamás un mandatario de América Latina dedicó tanto dinero y recursos intentando exportar un modelo social. Entre 1960 y 1990 Castro envió tropas o asesores a una decena de países africanos. También una brigada de tanques a Siria, en la guerra de Yom Kipur con Israel en 1973.

Tenía una reserva gigantesca de autos, camiones o sardinas en lata. Desde una casona en el reparto Nuevo Vedado, sentado en una silla giratoria de cuero negro, dirigió a distancia la guerra civil de Angola. Como un bodeguero de barrio, estaba al tanto del rancho consumido por las tropas que tomaban parte en la batalla de Cuito Canavale, al sur de Angola.

Era puntilloso. Sus interlocutores, simples esculturas de cera y mantenía un gobierno paralelo que a una orden suya, desviaban fondos de la nación para conseguir algunos de sus caprichos. Con frecuencia caminaba por un pasadizo subterráneo que conectaba su oficina con la sala de redacción del diario Granma y escribía extensas gacetillas, cambiaba la plana o editaba las noticias.

En tiempos de huracanes, se desplazaba hasta el Instituto de Metereología, en Casablanca, al otro lado de la bahía de La Habana, y desde allí predecía el probable rumbo de un ciclón. O apartaba al manager de la selección nacional de béisbol para trazar personalmente las estrategias a seguir en un tope bilateral de Cuba contra los Orioles de Baltimore.

Durante 47 años, Fidel Castro fue protagonista indiscutible en la administración de Cuba. En toda sus facetas. Luego de su jubilación por enfermedad, en 2006, se dedica a escribir extravagantes reflexiones donde augura el fin del mundo y a investigar las propiedades “excepcionales” de la moringa.

La última noticia de Fidel Castro fue un escrito en el diario Granma analizando un editorial del New York Times sobre Cuba. Después de tres meses de silencio, en los últimos días los rumores sobre su muerte se han disparado en los medios internacionales.

Tal vez el runrun partió del Twitter donde el ex ministro de Kenia y líder de la oposición en ese país, Raila Odinga, el 4 de enero anunció el fallecimiento de su hijo de 41 años, llamado Fidel Castro Odinga. Pero lo cierto es que el anciano guerrillero no ha opinado públicamente sobre el histórico acuerdo del 17-D entre La Habana y Washington. Y ni siquiera se ha tirado una foto con los tres espías cubanos encarcelados en Estados Unidos, y cuyo regreso a la Isla fue una de sus políticas prioritarias desde 1998.

Mientras en el mundo se encienden las alarmas, la sensación que se percibe entre muchos cubanos de a pie es que prefieren a un Fidel Castro con bajo perfil noticioso.

“Que se muera cuando Dios quiera. Calladito es mejor. Ya habló bastante. Fue demasiado intrusivo y protagonista en nuestras vidas durante casi 50 años”, acota Daniel, chofer de ómnibus urbanos en La Habana.

El estresante quehacer diario en Cuba apenas ofrece espacio para especular sobre la salud del ex comandante en jefe. Juliana, jubilada, espera la noticia de un momento a otro. “Probablemente no goce de buena salud. Pero es que lo han matado tantas veces en Miami, que cuando se muera de verdad la gente no se lo va creer”.

En los últimos nueve años, Castro I ha pasado a ser un actor secundario en la política nacional. Mucha gente lo agradece y se pregunta en qué cambiaría la situación en Cuba tras su muerte. Si algo ha sabido vender el régimen es que el castrismo perdurará después de Fidel.

Los cubanos esperan un 2015 diferente

Aunque Yaumara, psicóloga, lleva tres noches haciendo cola en una feria del municipio 10 de Octubre, a ver si logra comprar un pavo pequeño por 170 pesos (8 dólares), para la cena de fin de año, ella espera grandes cosas de 2015.

En medio del bullicio de vendedores ambulantes, tenderetes portátiles de lona ofertando pan con lechón, papel sanitario o pintura, rodeada de estantes de hierro oxidados con boniatos, yucas y otras viandas y el suelo lleno de tierra rojiza, Yaumara no pierde la fe de poder comprar un pavo y festejar el nuevo año con su familia.

“Si no es así, no puedo comprar pavo. En las tiendas por divisas un pavo congelado cuesta entre 42 y 55 cuc (44 y 60 dólares), que representa dos meses y medio de mi salario. Soy optimista, pienso que en 2015 las cosas van a cambiar para bien. Peor no podemos estar”.

Entre varios cubanos de a pie consultados, nadie supo argumentar con una narrativa coherente por qué los próximos doce meses serán diferentes. Tal vez un reflejo condicionado. Una corazonada. Continuar leyendo