Sentado en una grada de cemento del terreno número uno de la Ciudad Deportiva, en Primelles y Vía Blanca, en el municipio habanero del Cerro, Rosniel cuenta sus proyectos de futuro.
Es el padre de un pelotero de 16 años que juega en la selección de Artemisa, en el campeonato nacional juvenil, que en estos momentos se efectúa en la Isla. La novena de Artemisa tiene pactado un doble juego con la potente escuadra de La Habana.
Bajo un sol de fuego, los bisoños juegan una pelota agresiva. Junto a cucuruchos de maní vacíos y un pomo plástico de agua congelada, Rosniel observa el partido.
“Desde que mi hijo integró la selección artemiseña en la categoría 11 y 12 años, es raro que yo o lo madre no acudamos a los juegos y entrenamientos. Antes el Estado costeaba los implementos y la alimentación. Ahora es a medias. Si el muchacho tiene talento, obtiene una beca en una escuela deportiva. Aunque la comida es mala y los bates, guantes y pelotas también, al menos le garantizan un mínimo. Los que no están en una EIDE o Centros de Alto Rendimientos, la familia debe correr con los gastos”, señala.
“El béisbol puede ser un buen negocio si tienes un hijo con talento. Desde luego, tienes que hacer una inversión. Comprarle guantes en pesos convertibles, bate de aluminio, pelota y spikes, te gastas de 150 a 200 cuc. Para los torneos provinciales tienes que mandarle a hacer los uniformes, que pueden costar hasta 30 cuc, o que un pariente en Miami te mande uno”, apunta, mientras sigue con atención el turno al bate de su hijo.
Una curva del prometedor lanzador derecho capitalino Jorge Castro lo hace lucir ridículo. El padre se levanta como un resorte y se acerca detrás de la malla. Con sus manos como bocina vocifera: “No vires la cara, no abras tan rápido los hombros. Ya lo viste, que no te sorprenda de nuevo con el rompimiento”, imparte a gritos un cursillo exprés de bateo.
El chico conecta una línea feroz al centro del terreno y el padre salta de júbilo en las gradas. “Ése es mi chama. Además de la preparación por parte de los entrenadores, yo le diseñé un plan de preparación a base de pesas y repeticiones de swings. Lo ideal sería que integrará el equipo nacional de categoría juvenil. La cosa está dura, hay mucha calidad, pero voy a mi gallo”, apunta con un dejo de orgullo.
Según Rosniel, su proyecto debe fructificar a mediano plazo. “Cuatro, cinco años quizás. Por el camino que van los acontecimientos, mi hijo y otros muchachos no van tener que huir en una balsa. Puede que para esa fecha los contratos en la MLB sean legales. Aunque yo prefiero manejar las finanzas de mi hijo. Bastante he gastado y me he jodido”, confiesa.
Y añade: “Desde luego que una granja en organizaciones de Grandes Ligas, con técnicas avanzadas de preparación, es importante para dar un salto adelante en su progresión. Pero es paso a paso. Ahora la meta es llegar a Series Nacionales y pulir deficiencias. Luego veremos”.
Como Rosniel, dos docenas de padres se apiñan en un sector de las gradas, intentando protegerse del sol. En el intermedio del primer partido, les llevan almuerzo, jugo y agua fría a los jugadores.
El sueño de todos es que sus hijos puedan jugar pelota de manera profesional y ganar salarios jugosos. Si son de seis ceros, mucho mejor.
Hacen anécdotas de peloteros cubanos que triunfan en la MLB y cómo han sacado a su familia o ayudan a sus parientes pobres en Cuba.
“Si llegan a Grandes Liga ya no tienen agobios financieros. Pero conozco a familiares de peloteros como Joel Galarraga y Yasser Gómez [dos ex peloteros de Industriales]. Ellos no han llegado, pero les giran remesas suculentas a los suyos”, indica Carmen, madre de un jugador de campo del equipo La Habana.
Desde edades tempranas, padres, madres y abuelos acompañan a sus hijos y nietos a los campos de entrenamientos. A partir del éxito de un grupo de peloteros cubanos en la MLB, muchos ven una posibilidad en invertir y apoyar a sus hijos como una forma de allanar el camino hacia la Gran Carpa.
“No todos llegan, pero si juegas en cualquier organización de la MLB ya te pagan un buen billete en dólares. Con los 1.000 pesos que pagan a los peloteros aquí, no alcanza ni para las meriendas”, apunta Onelio, abuelo de un chico que juega en la categoría Sub-15.
No solo las familias de niños y jóvenes que practican béisbol lo ven desde la perspectiva de un negociante. El Estado ya ocupó un lugar en la cancha.
Luego de 52 años de discursos virulentos contra del deporte profesional, tras un goteo incesante de atletas que saltan las cercas, el Estado se ha sumado a lo que pudiera ser un lucrativo negocio.
Potencialmente, sobre todo después del éxito en la MLB de jugadores como Aroldis Chapman, José Dariel Abreu y Yasiel Puig, el béisbol cubano es un negocio que puede mover entre 600 y 900 millones dólares en conceptos de contratos.
Antonio Castro, hijo de Fidel y playboy de la burguesía verde olivo, ha pedido abiertamente negociar con los dueños de equipos en la MLB. Ha realizado un lobby agresivo para que, en 2017, los jugadores cubanos emigrados puedan competir con la escuadra nacional en el IV Clásico.
Su deseo es que las Grandes Ligas abran las puertas a la pelota nacional y tras bambalinas, forrarse de dólares mediante la afilada cuchilla fiscal impositiva y las coimas a Cubadeportes.
Para el régimen, es un negocio al seguro. Para los padres que están hasta 6 horas sentados en una grada de cemento durante una jornada de doble juego vespertino, que sus hijos triunfen en el mejor béisbol del mundo es un sueño posible. Lo mismo que sacarse la lotería.