Aunque Cecilio, médico intensivista, sabe que será duro estar dos años en un paraje desolado de África, continente hoy sinónimo de ébola y muerte, no tiene otra opción a mano para remodelar su precaria vivienda en un barrio pobre de La Habana.
Tampoco tiene herramientas legales para iniciar un pleito contra el régimen cubano, por pagarle poco más del 25% de su salario real. Ni siquiera lo desea.
“¿Qué puedo hacer, salir a la calle a protestar por explotación laboral?. Estoy lejos de ser un héroe. Es verdad que en las misiones médicas el gobierno se apropia de la mayor parte del salario. Pero en la isla los galenos estamos tan mal -ganamos entre 60 y 70 dólares mensuales- que con el dinero que se paga en esas misiones, se pueden resolver muchos problemas materiales acumulados. Luego de dos años en África, con esa plata puedo reparar mi casa y construirle un cuarto a mi hija que está embarazada”, señala Cecilio.
Esa actitud de no poder cambiar su suerte, se resume en una feroz desidia rematada por una mojigatería suprema, que ha sido el sello distintivo de un segmento amplio de ciudadanos desde hace 55 años.
El poeta Virgilio Piñera achacaba esa fatalidad de los cubanos a nuestra condición insular. “La maldita circunstancia del agua por todas partes”, dice en La Isla en peso.
Probablemente tenga razón. Al no poder gestionar su futuro con un salario promedio de 20 dólares al mes, la solución de una parte de la población es obtener una visa y así elevar su calidad de vida.
Al margen de la ideología, raza y nivel educacional, al extranjero casi nadie quiere viajar para visitar museos y conocer otros pueblos y culturas.
Sean representantes del régimen o de la oposición, su premisa es regresar cargados de pacotilla y con suficiente dinero.
Cuando usted charla con algunos disidentes que han viajado a Estados Unidos y Europa, extasiados, cuentan el confort de los hoteles donde se alojaron, la cantidad de alimentos que comieron y los adelantos tecnológicos que los ruborizaron.
Se pierden en detalles sobre las suntuosas tiendas y los precios de los electrodomésticos. Igual hacen los funcionarios del régimen. Solo en los discursos y las tribunas ellos condenan el capitalismo.
Un año y medio después de aprobada la ley de inmigración que flexibiliza los viajes de cubanos al exterior, medio centenar de periodistas independientes han estado en diversos países.
Estoy esperando leer más crónicas, al estilo de las de David Canela o Alberto Méndez publicadas en Cubanet, donde han contado lo que han visto en las ciudades estadounidenses visitadas. Muchos conocen ya la Florida, pero no he leído ningún reportaje sobre las aspiraciones de la última hornada de cubanos residentes en la otra orilla. Y los que han ido a Madrid, no se aventuran a llegarse no ya a la Cañada Real, sino a Lavapiés o Chueca.
El pretexto es la falta de tiempo. Aunque en Miami siempre lo sacan para visitar la tienda Ño que Barato. No sé si es por apatía o pobreza espiritual, pero lo cierto es que, salvo contadas excepciones, los periodistas independientes no cuentan historias de las mujeres y hombres de los lugares que han tenido el privilegio de conocer.
Agobiados por las tertulias académicas, mis colegas están perdiendo una oportunidad de oro, al no relatar la vida y costumbres de la población en las localidades visitadas.
No se le puede pedir al cubano de a pie que se incorpore al activismo en pro de una sociedad democrática, cuando los supuestos líderes disidentes y periodistas, atolondrados por los viajes al extranjero, se han desligado del proselitismo político en sus comunidades.
El mérito ahora es acumular horas de vuelos y visas. Es importante participar en eventos académicos y foros económicos o pasar cursos en prestigiosas universidades.
Pero me pregunto quién le aportará argumentos a tipos como Cecilio, médico intensivista, para que aprenda a luchar por sus derechos salariales o convencerlo de que si la autocracia castrista aprobara los Pactos de la ONU, se abriría una puerta hacia una sociedad democrática.
Nunca, ni en los años duros del período especial, se había visto a tantos cubanos soñando con marcharse definitivamente o de forma temporal de su país. El futuro lo ven lejos de su patria.
Una visa al primer mundo es la prioridad. Cuba duele. Es un verdadero drama que todos los años se marchen más de 20 mil compatriotas de manera legal y ordenada rumbo a Estados Unidos.
En los primeros seis meses de 2014, 14 mil cubanos cruzaron la frontera de México con Estados Unidos. Se desconoce si van a regresar los 40 mil compatriotas que han salido de la isla a partir de la entrada en vigor de la reforma migratoria, el 14 de enero de 2013.
A dichas cifras tenemos que sumar los cientos, tal vez miles, que cada año se lanzan al mar en una balsa de goma. Somos más isla que nunca.
A ese paso, no habrá quien defienda los derechos secuestrados y le plante cara a los hermanos Castro. El régimen pudiera ganar el pleito por abandono. Ya lo está ganando.