Mafias y prebendas, claves del régimen castrista

Hace 21 años, justo en los años duros del Período Especial en Cuba, Leosvel, un maestro panadero en un barrio habanero, reunió el dinero suficiente para comprar un Ford de 1955.

“Era una etapa donde el hambre y las carencias alcanzaron un tope. Un pan de 80 gramos llegó a costar cinco pesos. Por la izquierda, vendía tres carros de pan que me reportaban más de 6000 pesos de ganancia. También vendía harina, aceite vegetal y levadura. En un año reparé mi casa, compré electrodomésticos y a diario tomaba cerveza importada. Fue una época de vacas gordas. Ahora también uno se  busca billetes. Pero los que se forran con más dinero son los funcionarios. Mientras más arriba estén, más plata se llevan a casa”, cuenta el maestro panadero.

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Cuba: periodismo a contracorriente

La eficiencia de una autocracia se mide, entre otras cosas, por su capacidad inalterable de controlar la información. Todo pasa por un tamiz ideológico. Unos tipos, sentados en una oficina climatizada, revisan con lupa lo que la gente debe ver, escuchar o leer. Libros, discos, noticias, novelas, filmes y seriales deben ser autorizado por el censor ideológico del Partido Comunista de Cuba. Todo aquello que el régimen no haya autorizado puede ser considerado delito. Granma, Juventud Rebelde, Trabajadores y el resto de los órganos provinciales del Partido deben tocar la misma melodía. Todo se planifica. Pocas cosas quedan a la espontaneidad.

A una orden de arriba, los dóciles reporteros deben escribir, por ejemplo, sobre la a crisis económica en Europa, la indisciplina social en la isla o culpar a los intermediarios privados por el alto precio de los productos agrícolas. Fidel Castro siempre lo dijo: la prensa en Cuba es un arma de la revolución. Y con ella disparan. En los medios usted puede encontrar reportajes de calibre o crónicas sociales agudas, pero nunca una encendida polémica política. Los periodistas oficiales más talentosos juegan en tercera división. No son bien vistos. La obediencia prima. La prensa local, sinónimo de mediocridad, está diseñada para desinformar. Su manual de estilo es verde olivo.

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