La eficiencia de una autocracia se mide, entre otras cosas, por su capacidad inalterable de controlar la información. Todo pasa por un tamiz ideológico. Unos tipos, sentados en una oficina climatizada, revisan con lupa lo que la gente debe ver, escuchar o leer. Libros, discos, noticias, novelas, filmes y seriales deben ser autorizado por el censor ideológico del Partido Comunista de Cuba. Todo aquello que el régimen no haya autorizado puede ser considerado delito. Granma, Juventud Rebelde, Trabajadores y el resto de los órganos provinciales del Partido deben tocar la misma melodía. Todo se planifica. Pocas cosas quedan a la espontaneidad.
A una orden de arriba, los dóciles reporteros deben escribir, por ejemplo, sobre la a crisis económica en Europa, la indisciplina social en la isla o culpar a los intermediarios privados por el alto precio de los productos agrícolas. Fidel Castro siempre lo dijo: la prensa en Cuba es un arma de la revolución. Y con ella disparan. En los medios usted puede encontrar reportajes de calibre o crónicas sociales agudas, pero nunca una encendida polémica política. Los periodistas oficiales más talentosos juegan en tercera división. No son bien vistos. La obediencia prima. La prensa local, sinónimo de mediocridad, está diseñada para desinformar. Su manual de estilo es verde olivo.
Antaño, Fidel Castro recorría a grandes zancadas por un pasadizo secreto desde su oficina en el Palacio de la Revolución, los pocos metros que le separaban del director del diario Granma, para revisar noticias de cabecera o enmendar la plana. Se cuenta que personalmente escribió los más inflamados editoriales. A un periodista oficial, salvo si ha sido autorizado por el Partido, un ministro puede no responder la llamada y hasta tirarle el teléfono. Funcionarios e instituciones, si así lo consideran, le ocultan informaciones o estadísticas. Raúl Castro pretende darle un vuelco a la prensa.
De un tiempo acá, algunos medios provinciales, emisoras radiales y espacios televisivos han estrenado una discreta y muy comedida glasnost tropical. Ya se leen algunas crónicas rojas, los comentaristas deportivos discrepan de ciertas políticas del INDER y un reportero atrevido acusa de torpe el trabajo de un organismo estatal. Es bueno que la prensa nacional refleje las opiniones del cubano de a pie. Pero llegan tarde. Desde mediados de los 90, un puñado de mujeres y hombres, por nuestra cuenta, comenzamos a escribir sobre esa otra Cuba que el régimen ha pretendido ocultar.
Casi todos éramos periodistas empíricos, formados en la cotidianeidad. Una veintena, entre ellos yo, tuvimos la suerte de adiestrarnos en talleres impartidos por el poeta y periodista Raúl Rivero. Teníamos un razonable nivel cultural. Y enormes deseos de aprender y superarnos. El periodismo para nosotros era salir a buscar noticias, en los barrios y en las filas de la disidencia. Redactar a diario en viejas máquinas de escribir, en papeles amarillentos y, a falta de computadoras, trasmitir los textos por teléfono.
Como todo en la vida, hay periodistas independientes buenos, regulares y malos. Y gente que piensa bien, pero rima mal. Mejores o peores, siguen reportando franjas de la vida nacional que los medios oficiales callan. La credibilidad de los periodistas independientes ha crecido de 1995 a la fecha. Sus puntos de vista y denuncias sociales han creado estados de opinión fuera de la isla. El régimen lo sabe. Por eso se han abocado a una competencia sin mencionar al contrincante. Ha sido el periodismo alternativo el que ha obligado al periodismo oficial a refundarse y hacer que sus reporteros salgan a la calle. No es una batalla por la información. Los periodistas libres nadan a contracorriente y sus notas jamás serán publicadas en periódicos estatales. Tampoco los colegas autorizados por el régimen son vigilados, golpeados o acusados de la comisión de un supuesto delito. Sí, porque existe una ley mordaza que puede condenar a un reportero que escribe fuera del control del Estado a más de 20 años de cárcel. La prensa oficial juega con la cancha inclinada. Así y todo, va perdiendo el partido.