El paso de la democracia hacia el autoritarismo no siempre aparece como un cambio radical en el régimen institucional de los estados; en muchas oportunidades, se vislumbra como un proceso gradual. Actualmente, el fantasma del autoritarismo aparece disfrazado, oculto, a través de gobiernos populistas que so pretexto de llevar adelante justas reivindicaciones sociales, le retiran al pueblo todas las libertades que le prometen. Esos gobiernos surgen con una legitimidad de origen a través del sufragio, pero cuando llegan al poder se encargan de concentrar todas las prerrogativas en el jefe de Estado. La técnica que opera para ello es el vaciamiento institucional, algo así como la “succión” hacia el órgano ejecutivo de los poderes proyectados como independientes por la Constitución. El proceso descripto suele comenzar con el agotamiento de los partidos políticos tradicionales. A partir de allí le sobrevienen cuatro etapas: la cooptación del Poder Legislativo por parte del órgano ejecutivo; el copamiento del Poder Judicial, arrebatando la independencia de sus jueces; la profundización del acallamiento de la oposición política, a través de la aniquilación de la prensa libre y, finalmente, la subordinación, lisa y llana, de las libertades individuales al interés superior del Estado. Fue este el proceso que se vivió en Alemania con el advenimiento de Adolf Hitler, quien tras llegar al poder legalmente bajo la Constitución de la República de Weimar (paradójicamente, una de las más brillantes del siglo XX) obtuvo en un corto período de tiempo la suma del poder público.