Guerra contra los niños

Nadie sabe qué ha desatado el flujo de menores de edad a Estados Unidos procedentes de El Salvador, Honduras, Guatemala y México. El número de niños detenidos en la frontera entre México y EEUU se ha duplicado en los últimos meses y se estima que alcanzará más de 100 mil este año. Se calcula que 3/4 de este total provienen de Centroamérica y 1/4 de México, pero eso supone que todos los menores de edad dicen la verdad cuando se les pregunta de dónde son. Sería lógico disimular su nacionalidad mexicana, ya que es más fácil deportarlos a México que a Centroamérica.

La explicación legal del flujo es sencilla. Desde 2002, cualquier menor de edad detenido en Estados Unidos sin papeles debe ser remitido al Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS), a más tardar a 72 horas de haber sido aprehendido. En menos de un mes en promedio, debido a la exigüidad de los centros de detención para un flujo de esta magnitud, son liberados y entregados a familiares en EEUU, mientras se lleva a cabo su juicio de migración. Para todos los fines prácticos, cualquier menor de edad que entre a EEUU sin papeles tiene una muy alta probabilidad de permanecer ahí durante años antes de ser deportado, y en condiciones de legalidad. En el ejercicio pasado, de los 50 mil migrantes menores de edad detenidos por la Patrulla Fronteriza, sólo 2 mil fueron devueltos a sus países de origen.

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¿Mejor el fracaso que el éxito?

Desde su campaña, y en varios de sus discursos pronunciados después de su victoria electoral, Enrique Peña Nieto ha insistido que la principal diferencia entre su estrategia para combatir al crimen organizado y la inseguridad, frente a la de su predecesor, estribaría en concentrar los recursos humanos y materiales disponibles en combatir la violencia que afecta a la gente… dando a entender, sin decirlo, que no se concentrarían dichos recursos en el combate al narco. Parecía una solución y una formulación astuta y correcta: el problema en México no es el narco, sino el secuestro, la extorsión, los homicidios como tales, etcétera. A un año y dos meses de su toma de posesión contamos ya con algunos elementos para saber si esta estrategia se ha tratado de poner en práctica, y qué resultados ha arrojado. Aunque en realidad persiste una gran incógnita, que dificulta el análisis.

Como ya se ha comentado aquí, concentrar los recursos humanos y materiales disponibles en la lucha contra el secuestro, la extorsión, el asalto en vía pública y en domicilio, en un país con recursos escasos, implica cambiar el acento y de alguna manera replegarse en la lucha contra el narco. No sabemos si esto ha sucedido, en parte por buenas razones -el gobierno no tiene por qué andarlo diciendo-, en parte porque los medios no hacen su trabajo -no nos reportan cuántos retenes se han desmontado, cuántas tropas siguen en las carreteras y fuera de sus cuarteles, en dónde se encuentran los contingentes de la Policía Federal- y en parte porque los resultados de esta posible táctica novedosa tardarán en notarse. Ojalá así sea: nada tendría más sentido que combatir la extorsión, en particular en Michoacán, y dejar que los narcos, grandes o chicos, desarrollen con la mayor libertad posible su vocación originaria: cultivar amapola y marihuana, e instalar laboratorios de metanfetaminas.

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