Se cumplieron 50 años del asesinato de Kennedy. Como es lógico, en un país que no recuerda su historia antigua inexistente, pero evoca a cada rato recuerdos más recientes, han proliferado los programas especiales, los libros y los ensayos sobre aquellos acontecimientos ya lejanos. Nada demasiado nuevo ha surgido, salvo quizás dos o tres enfoques diferentes sobre el magnicidio de Dallas.
El primero lo resumió bien el académico Larry Sabato en su nuevo libro, después de haber utilizado tecnología del siglo XXI para escudriñar audios, videos y documentos delegados del siglo XX. Concluye que Oswald actuó solo, pero que nunca sabremos si fue inducido por alguien o si procedió por su cuenta. En el espacio de esa duda se insertan varios libros más, empezando por el recién publicado JFK: caso abierto, de Philip Shenon; el prólogo a la edición de bolsillo de Brian Latell, Los secretos de Castro; y uno de hace cinco años, de Jefferson Morley, Nuestro hombre en México. Winston Scott y la historia oculta de la CIA. Estos tres textos se centran en múltiples interrogantes abiertas por la investigación tanto de la Comisión Warren como del Comité Selecto sobre Asesinatos del Congreso norteamericano de 1979.