Por: Jorge Castañeda
El tragicómico episodio del vuelo presidencial boliviano entre Moscú y La Paz encierra, como buena novela de espionaje, todo tipo de enigmas, engaños, excesos y connotaciones. Seguramente, en los próximos días nos enteraremos de una de parte los chismes pertinentes y otros permanecerán en el misterio. Por lo pronto podemos utilizar el incidente -grave por la resonancia y, como hubiera dicho una tía de Héctor Aguilar Camín, ”el retintín’’ europeo frente a los países tropicales- pero también envuelto en lo que en algunos momentos parece ser una comedia de mayor o menor mal gusto. Como todo es especulación, conviene proceder por preguntas sin respuestas.
Para empezar, ¿por qué uno de los gobiernos más pobres de América Latina tiene un avión presidencial Dassault Falcon 900 de fabricación francesa con autonomía de vuelo de 7,400 kilómetros? Uno puede legítimamente preguntarse si un país que padece el atraso de Bolivia debe enviar a su presidente a decenas de miles de kilómetros de distancia a una conferencia, por importante que sea, en avión privado. De haber viajado en avión de línea, nada de esto le hubiera sucedido a Evo.
Suponiendo que efectivamente los países europeos en cuestión, a saber Francia, Italia, España y Portugal, le negaron o le revocaron a Morales los permisos de sobrevuelo y/o de aterrizaje para reabastecimiento de combustible, ¿por qué lo hicieron? La explicación más fácil es la de la izquierda troglodita: porque Washington los presionó o, como dijo el vicepresidente Álvaro García Linera, porque Morales ”ha sido secuestrado por el imperialismo y está retenido en Europa’’. Una respuesta menos simplista, pero quizás más interesante, podría subrayar el interés de los propios europeos por evitar que Snowden siguiera filtrando información. Es perfectamente posible que en sus cuatro laptops aparezcan datos sobre la complicidad de los servicios de inteligencia europeos con la NSA estadounidense en vigilar y en su caso castigar a supuestos terroristas, actuales o potenciales. Snowden en Moscú de alguna manera está bajo control: es Putin el que decide si habla o no habla, si filtra o no filtra, si denuncia o no denuncia. Y tanto los europeos como Washington pueden entenderse con Putin, como lo hicieron durante los 40 años de la Guerra Fría con la dirigencia soviética. En cambio Snowden suelto en los países del ALBA -Cuba, Venezuela, Ecuador o Bolivia- puede volverse inmanejable, salvo tal vez por una hipotética residencia en La Habana. No estoy convencido de que los europeos carezcan de un interés propio consistente en evitar el traslado de Snowden a los paraísos antiimperialistas de América Latina.
¿Dónde está Nicolás Maduro y en qué avión viajó a la Cumbre de Países Exportadores de Gas en Moscú? ¿Usó el Airbus 319CJ que compró Hugo Chávez en 2002 y que tiene un autonomía de vuelo de 11,650 kilómetros? ¿Puede ese avión volar de Moscú a Caracas o al noreste brasileño sin escalas, sin sobrevolar Europa Occidental, o vía África haciendo escala en sobre algún país amigo del ALBA?
Si Estados Unidos es ya una potencia declinante, incapaz de ejercer su anterior hegemonía en un mundo multipolar, a punto de ser rebasado por China, la India, Brasil y otros países emergentes como actor mundial, ¿por qué al mes de haber empezado la aventura de Snowden ningún país le ha otorgado asilo: ni China, ni Rusia, ni Cuba, ni Ecuador, ni Venezuela, ni Bolivia, ni Nicaragua? Ninguno come lumbre. La saga sigue. El desenlace permanece incierto. Y la perplejidad y el entretenimiento que todo esto nos ofrece resultan irresistibles.