Democracia y ex presidentes

Al conmemorarse 10 años de existencia de la Fundación Fernando Henrique Cardoso (presidente de Brasil entre 1995 y 2002), en Sao Paulo, se produjo una sorprendente y a la vez predecible coincidencia de opinión de cuatro ex presidentes de Iberoamérica (el que escribe, en realidad, no tenía mucho que hacer en tan augusta compañía) en torno a tres puntos centrales de democracia para toda América Latina y, en particular, para México. Sorprendente porque dos de ellos -Felipe González y Ricardo Lagos- fueron y son socialistas; uno -Julio María Sanguinetti-, francamente conservador, y otro -el propio Cardoso-, siendo una persona de izquierda, condujo a un gobierno calificado de centrista o incluso de centro-derecha. Se trata de una alineación plural de demócratas, ciertamente, mas no todos ubicados en el mismo sitio del espectro político. Previsible porque lo que ha sucedido en América Latina en estos últimos años está llevando de manera ineluctable a personas como éstas y otras a sostener posiciones cada vez más alejadas de otros líderes regionales, menos enfáticos a propósito de la defensa de la democracia y los derechos humanos.

¿Cuáles coincidencias? La primera, muy sencilla, es que no basta ser electo democráticamente para gobernar democráticamente o, como lo dijo Felipe González, la legitimidad de origen debe compaginarse con la legitimidad de gestión. No se pueden justificar conductas de gobierno antidemocráticas -represión, suspensión de libertades, censura de los medios, por el simple hecho de haber ganado una elección, aun suponiendo, que no siempre es el caso, que dicha elección haya sido limpia, y menos si no fue equitativa. Cardoso subrayó la deriva autoritaria creciente en la región: se justifican las sucesiones dinásticas y las reelecciones permanentes o elecciones cada vez menos transparentes debido a la utilización del aparato de Estado, de los medios y del dinero del erario para que gane el saliente o su esposa o su hijo o su hermano o quien fuera.

La segunda coincidencia fue lo que Lagos llamó la necesidad de una voz común para una América Latina cada vez más dividida entre Norte y Sur, entre Atlántico y Pacífico, y entre una izquierda radical, y en ocasiones autoritaria, y un centro izquierda o centro derecha moderado, democrático y globalizado. Pero esa voz común, agregué por mi parte, con el acuerdo de los demás, sólo puede basarse en ciertos valores: la defensa colectiva de la democracia y de los derechos humanos, tanto en los países de América Latina como en el mundo entero. América Latina no tiene mucho más que decir; hablar con esa voz común, como dijo Sanguinetti, implica abandonar el respeto sacrosanto al principio de no intervención, que si bien adquirió relevancia para combatir la injerencia de superpotencias en los asuntos internos de pequeños países, hoy es un pretexto para justificar la pasividad ante los excesos de gobiernos “amigos”.

La tercera coincidencia fue la concreción de esta tesis: los demócratas en América Latina no han elevado la voz ante la deriva autoritaria o represiva, en particular en Venezuela durante estos últimos meses, pero sí en varios otros países, en otros momentos, durante los últimos años. Lagos lamentó, casi desesperado, el intento de equiparar a Nicolás Maduro con Salvador Allende; él, que fue colaborador de Allende. Cardoso, que como Presidente fue un abanderado de la no intervención, lamentó el silencio del gobierno brasileño ante la situación en Venezuela; y Felipe González, hablando de una región que también le es cercana, lamentó la complicidad de la Unión Europea con el derrocamiento por la calle de un payaso corrupto y asesino como Yanukovych, en Ucrania, pero también un cierto silencio europeo ante la anexión rusa de Crimea y, mañana, de Ucrania Oriental.

Al igual que con la legalización de las drogas, los cuatro no necesariamente pensaban o decían lo mismo cuando se encontraban en funciones. Para eso sirve el debate, y el paso del tiempo.

Chile y Venezuela

Entre las muchas estupideces que un sector de la izquierda mexicana sigue manifestando a propósito de la situación en América Latina figura una triple analogía falsa y aberrante. En este pensamiento troglodita, Venezuela hoy es Chile en 1973, Nicolás Maduro es Salvador Allende y Barack Obama es Richard Nixon. Hay que ser muy idiotas y muy ignorantes.

En primer lugar, si bien tanto Allende como Maduro fueron electos, uno lo fue sin cuestionamiento por parte de los candidatos derrotados, al grado de que por no haber obtenido el 50% del voto, Allende fue electo por el Congreso chileno gracias a los sufragios de la democracia cristiana. No es que el margen de victoria de Maduro sea menor o mayor que el de Allende; la otra mitad de la sociedad venezolana cuestionó a tal grado la elección que desconoce a Maduro.

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Snowden: nadie come lumbre

El tragicómico episodio del vuelo presidencial boliviano entre Moscú y La Paz encierra, como buena novela de espionaje, todo tipo de enigmas, engaños, excesos y connotaciones. Seguramente, en los próximos días nos enteraremos de una de parte los chismes pertinentes y otros permanecerán en el misterio. Por lo pronto podemos utilizar el incidente -grave por la resonancia y, como hubiera dicho una tía de Héctor Aguilar Camín, ”el retintín’’ europeo frente a los países tropicales- pero también envuelto en lo que en algunos momentos parece ser una comedia de mayor o menor mal gusto. Como todo es especulación, conviene proceder por preguntas sin respuestas.

Para empezar, ¿por qué uno de los gobiernos más pobres de América Latina tiene un avión presidencial Dassault Falcon 900 de fabricación francesa con autonomía de vuelo de 7,400 kilómetros? Uno puede legítimamente preguntarse si un país que padece el atraso de Bolivia debe enviar a su presidente a decenas de miles de kilómetros de distancia a una conferencia, por importante que sea, en avión privado. De haber viajado en avión de línea, nada de esto le hubiera sucedido a Evo.

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