Por: Jorge Castañeda
Entre las muchas estupideces que un sector de la izquierda mexicana sigue manifestando a propósito de la situación en América Latina figura una triple analogía falsa y aberrante. En este pensamiento troglodita, Venezuela hoy es Chile en 1973, Nicolás Maduro es Salvador Allende y Barack Obama es Richard Nixon. Hay que ser muy idiotas y muy ignorantes.
En primer lugar, si bien tanto Allende como Maduro fueron electos, uno lo fue sin cuestionamiento por parte de los candidatos derrotados, al grado de que por no haber obtenido el 50% del voto, Allende fue electo por el Congreso chileno gracias a los sufragios de la democracia cristiana. No es que el margen de victoria de Maduro sea menor o mayor que el de Allende; la otra mitad de la sociedad venezolana cuestionó a tal grado la elección que desconoce a Maduro.
Pero sobre todo Maduro no es Allende porque El Chicho, aunque pudo haber gobernado mal, lo hizo de manera democrática. No cerró medios masivos de comunicación; no reprimió a estudiantes; no encarceló a los líderes de la oposición demócrata cristiana o del Partido Nacional; no cambió la Constitución, ni la Suprema Corte, ni buscó reformar a las instituciones. La gestión de Maduro difícilmente ha sido democrática, como tampoco lo fue la de Chávez. Ambos -Chávez y Maduro- han expropiado, comprado y censurado medios de comunicación, detenido a dirigentes de la oposición, manipulado las instituciones y, en general, han incurrido en una conducta gubernamental todo menos que democrática. Sólo la ceguera ideológica y la ignorancia histórica pueden comparar a un demócrata martirizado con un payaso.
Otra diferencia radical reside en las características de cada oposición. En Chile, buena parte de la Democracia Cristiana, del Partido Nacional y del Ejército eran efectivamente fascistas. Tan golpistas fueron… que dieron un golpe de Estado. Algunos dirán que eso mismo sucedió en Venezuela hace 12 años. Pero justamente: hace 12 años.
Difícilmente se puede equiparar a Leopoldo López o a Henrique Capriles o a María Corina Machado con Augusto Pinochet o muchos otros fascistas de verdad de aquella época. Uno puede discrepar o avalar las estrategias de cada uno. Pero sus credenciales democráticas, al día de hoy están intactas. El que está en la cárcel es López, no Maduro.
La última vertiente de la analogía absurda es la de Estados Unidos. Nixon y Kissinger empezaron a conspirar contra el gobierno de Allende antes de que fuera gobierno. Quizás Bush lo hizo también en 2002; pero hace cinco años que ya no es presidente de Estados Unidos y no hay absolutamente ningún indicio de que Obama haya tenido o tenga la menor intención de conspirar para derrocar al pobre Maduro. A menos de que en la estulticia extrema de un sector de la izquierda mexicana, opinar sobre lo que sucede en Venezuela equivalga a intervenir en lo que sucede en Venezuela. En eso nuestra izquierda se identifica con nuestro gobierno priísta: decir algo es intervenir, y como no queremos intervenir, no decimos nada. Sólo en una cabeza asaltada por el trasnochado nacionalismo revolucionario cabe la idea que la comunidad internacional no debe pronunciarse sobre lo que acontece en Venezuela o en Ucrania o en Cuba o en Siria, aunque supongo que sí en Chile cuando Pinochet, en Sudáfrica bajo el apartheid, en Argentina bajo Videla, o en México bajo… el PRI (de antes, por supuesto).
Nadie sabe cómo va a terminar lo de Venezuela, salvo que va a terminar mal. Hay como evitarlo: una intervención colectiva, defensora de la democracia representativa, en un país que suscribió la Carta Democrática Interamericana y, en su momento, el Pacto de San José. Como por distintas razones, ningún país de América Latina le quiere entrar al toro, o bien esa desdichada nación seguirá a la deriva, u otros empezarán a actuar, por sus razones. No conspirando, no subvirtiendo, no asesinando, sino simplemente cancelando visas y congelando cuentas. Que para las élites venezolanas, viejas y nuevas, es el peor de los mundos posibles: no ir de compras a Miami por el día.