El gran cuento de los republicanos

Es un gran cuento. Por unos momentos, el Partido Republicano hizo creer a los hispanos y a los inmigrantes que realmente quería una reforma migratoria para este año. Pero, la verdad, todo parece indicar que no va a pasar nada. El final del cuento es que los inmigrantes indocumentados se quedarán sin legalización por mucho tiempo más y los republicanos se volverán a quedar sin la Casa Blanca en el 2016.

 

Es todo un juego político. El año pasado, el Senado (con mayoría demócrata) aprobó una propuesta de reforma inmigratoria. El punto central era legalizar a la mayoría de los indocumentados y darle un camino a la ciudadanía. Llegó, entonces, el turno de la Cámara de Representantes, dominada por los republicanos, y ahí todo se echó a perder.

Después de muchos titubeos y consultas internas, el Partido Republicano dio a conocer hace unos días una “lista de principios” sobre inmigración. La lista incluía, como era suponerse, más seguridad en la frontera, más visas, más verificación en los empleos, más registros de entradas y salidas de visitantes. Pero lo importante es que le daría un estatus legal a la mayoría de los indocumentados.

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Lo que me gusta (y no tanto) de Estados Unidos

A pesar de que llevo 30 años viviendo en Estados Unidos, no deja de sorprenderme cuando este país hace algo atrevido, promoviendo la igualdad, rompiendo prejuicios de décadas y sale a defender lo moralmente correcto. Cuando esto ocurre, el mundo (a pesar de su sano escepticismo, larga memoria y malos recuerdos) no tiene más remedio que tomar nota y seguir el ejemplo.

Dos de estos momentos históricos acaban de ocurrir: la Corte Suprema de Justicia prohibió la discriminación en contra de parejas gay y el Senado aprobó el proyecto de reforma migratoria para legalizar a millones de indocumentados. Son dos decisiones como para quitarse el sombrero. Jueces y senadores están diciendo que aquí nadie puede estar por encima de los otros. Ser muchos no les da el derecho de imponerse sobre los que son menos. Esto es lo que más me gusta de Estados Unidos; esa idea -expresada maravillosamente en su acta de independencia- de que todos somos iguales. Todos.

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