En el pasado reciente, el debate sobre cuestiones económicas se concentró en la realidad palpable de la inflación que se acelera y el dólar que se desdobla, pero no se profundizó sobre los motivos que en forma reiterada nos llevaron al atraso cambiario y al incremento de los precios internos por décadas. Uno de estos es la productividad, el indicador que los economistas relevan para medir la utilización óptima de los recursos en la producción de bienes y servicios. Si el trabajo de los argentinos fuera “más productivo”, probablemente la inflación y la tasa de cambio serían temas menores en la lista de preocupaciones nacionales.
Siempre en este análisis teórico, una mayor productividad permite obtener más cantidad y calidad de dichos productos o servicios, o bien reducir los costos de fabricación o prestación de servicios por unidad. Un error es circunscribir la productividad a los trabajadores, cuando las cualidades de un producto en una economía globalizada no dependen sólo del capital humano (capacitación de los operarios), sino también de la tecnología (capital físico) y los niveles adecuados de inversión que estos factores demandan.