Por: Juan Gasalla
El importante ascenso del dólar paralelo en los últimos dos meses, que amplió la brecha entre la cotización oficial de la divisa y la marginal al 60%, volvió a traer a nuestros días la discusión acerca de una posible devaluación del peso para sincerar el tipo de cambio, abaratar los costos locales y mejorar la competitividad de la producción nacional.
La economía argentina está ávida de dólares -las reservas del Banco Central retrocedieron al nivel de 2007- y la única forma de ingresarlos es a través de las exportaciones, ante la ausencia de crédito externo e inversión extranjera directa, en un marco de “fuga” de capitales. Por este motivo, tal como ocurrió en el 2002 -cuando la salida de la convertibilidad disparó el precio del dólar a cerca de 4 pesos- hay analistas económicos que avalan una devaluación de magnitud para impulsar la demanda agregada de bienes locales, retraer la de los bienes importados y ayudar a exportar más por los menores costos internos en dólares.
El mundo cambió en la última década y alteró las condiciones globales para la inserción de la producción argentina. La apertura de China, hoy actor central en el comercio mundial, cambió el perfil exportador de nuestro país, que profundizó la primarización de sus ventas, detrás de la escalada de los precios de los commodities, principalmente la soja y sus derivados.
Aun con una devaluación, los menores costos industriales de China y otros países emergentes hacen más difícil sustituir importaciones de manera eficaz para ampliar el superávit comercial. Por otro lado, el volumen de las exportaciones argentinas depende cada vez más del crecimiento económico de nuestros socios comerciales y menos de la competitividad cambiaria. La elasticidad de las exportaciones es escasa cuando los cupos para colocar productos en el exterior están fuertemente disputados. Asimismo, la cotización de los commodities, punto fuerte de la matriz exportadora argentina, se fija en los mercados internacionales y no mejora necesariamente por depreciar la moneda.
En ese caso, es probable que una devaluación sólo pueda tener utilidad para mejorar el desempeño de la actividad económica si forma parte de un programa que incluya ponerle freno a una inflación que, de lo contrario, consumirá en el corto plazo los beneficios de una depreciación de la moneda.
Puede ser un error pensar que se compensa con demanda externa la caída de la demanda interna derivada de una devaluación, que reduce el poder de compra de los salarios. En ese caso, el costo de devaluar con un bajo desempleo y una inercia inflacionaria -lo contrario de lo que sucedía en 2002- puede tener más efectos contractivos que reactivadores para la actividad económica.
El camino más adecuado para crecer es estabilizar los precios de la economía y mejorar la capacidad del salario en lugar de reducirla. Y para lograr este objetivo hay que ganar mercados en el exterior a fuerza de productividad, por mayor eficiencia en la relación entre los recursos utilizados y los bienes elaborados, y no por sólo por ofrecerle al mundo productos más baratos.