Alto costo por el bajón de la soja

Mientras toda la atención se concentra en las negociaciones entre los funcionarios argentinos y representantes de los holdouts en Nueva York, un dato trascendente para la economía local pasó inadvertido: el retroceso de los precios de la soja, fuente de ingreso de divisas y puntal de las exportaciones argentinas.

La baja que se extendió a toda la semana se produjo luego de la difusión de informes que prevén una importante cosecha en los EEUU, principal exportador del grano. El Departamento de Agricultura norteamericano anunció el lunes que se registró una siembra récord en el país norteamericano, dato que anticipa abundancia de producto y consiguiente descenso de las cotizaciones. En tanto, el jueves, la consultora Informa Economics, con sede en Memphis (EEUU), elevó su pronóstico para la cosecha de soja de los Estados Unidos a unos 100 millones de toneladas.

Aunque el viernes pasado no hubo actividad en el mercado de Chicago, debido al feriado por el día de la independencia de los EEUU, desde el viernes 27 de junio al jueves 3 de julio, la oleaginosa retrocedió 3,3% en los contratos para entrega inmediata, y 8,6% para la posición más negociada, a noviembre de este año. Fueron cinco jornadas consecutivas en negativo.

El contrato para julio, que expira en una semana, se situó en u$s509,63 por tonelada aunque representó apenas el 2% de las operaciones, mientras que los contratos para noviembre, los más influidos por la futura producción de los EEUU y que concentraron 55% de los negocios, se pactaron a u$s416,67, su valor más bajo del año.

En el Mercado a Término de Buenos Aires, la caída de precios fue de 5%, desde los u$s312 por tonelada a los u$s296,5 para las entregas en este mes. En la cotización local ya está aplicada la retención por exportaciones del 35%, más costos logísticos, por cuanto el precio en puerto descendió a u$s496 por tonelada, según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires.

La Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (CIARA) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC), indicaron que el año pasado se exportaron unos 38 millones de toneladas de soja y productos industrializados derivados, sobre una cosecha total de 49,4 millones de toneladas. Es decir que el 76,9% de lo producido se destinó a la exportación, que permitió ingresos por unos u$s21.345 millones, con un valor promedio de u$s561 por tonelada, al tener en cuenta la cotización del poroto, harinas y aceites. Este monto representó el 92% del total registrado como ventas externas de CIARA-CEC de 2013, que alcanzaron los 23.209 millones de dólares.

Este año, la cosecha será un 12,3% mayor, estimada en 55,5 millones de toneladas según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. De mantenerse la proporción de ventas del año anterior, significará exportaciones en 2014 por 42,7 millones de toneladas sólo por la oleaginosa y sus derivados, de los cuales poco menos de la mitad, unos 20 millones, todavía no se comercializó.

En el primer semestre de 2014, el complejo cerealero-oleaginoso exportó u$s13.106 millones y, según el esquema del año anterior, algo más de u$s12.000 millones debieron a la soja e industrias afines. El remanente de 20 millones de toneladas, que antes del bajón de precios iniciado el 27 de junio se estimaba en unos u$s10.600 millones, se redujo en unos u$s530 millones en pocos días, a cerca de 10.000 millones de dólares. Y si se lo comparara con los precios promedio del año pasado, la caída del valor de esta soja acopiada ronda los u$s1.100 millones.

De sostenerse la tonelada en torno a los u$s416,67, como fija hoy el contrato a noviembre en Chicago, la pérdida de valor de esas 20 millones de toneladas de soja sumará un 16% extra (u$s1.600 millones), para totalizar unos u$s2.100 millones -bastante más que lo reclamado por los holdouts-, de los cuales el fisco perderá de recaudar más de u$s700 millones por derechos de exportación.

La soja resiste al cambio de escenario

El debate público de las últimas semanas fue acaparado por los discursos de los políticos que disputan las elecciones primarias este domingo y, como es lógico, las cuestiones económicas quedaron postergadas, pero no implica que pierdan vigencia. Al contrario, en las últimas jornadas hubo indicadores que mostraron señales de un cambio de escenario internacional, como las caídas de precios de las materias primas, que aún dejan sin respuesta el interrogante sobre cómo condicionarán la realidad económica y financiera del año próximo.

La Argentina mantiene su “sequía” de dólares, no porque falten, sino porque los que ingresan salen del sistema financiero con el mismo ritmo. Por ejemplo, la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (CIARA) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC), entidades que concentran la exportación de granos, oleaginosas y derivados, informaron que en los primeros siete meses de 2013 liquidaron unos u$s15.136 millones por ventas al exterior, contra u$s14.575 millones del año anterior, un 3,7% más.

Aunque por la cosecha récord este año se hubiera justificado un volumen de liquidación mayor al del año pasado, queda claro que no están ingresando menos divisas. Pero son los precios, a diferencia de 2012, los que acompañan menos. El miércoles, la soja tocó su piso más bajo desde enero de 2012, nítidamente debajo de los u$s500 por tonelada, y finalizó la semana en u$s434,40 (contrato a noviembre) y u$s492,81 (entrega inmediata), aún lejos de sus precios de u$s581,01 y u$s598,92, respectivamente, del 8 de agosto de 2012. Es un declive entre 18 y 25 por ciento.

Al ser la soja –porotos, aceites y harinas- el principal producto de exportación argentino, la evolución de su precio en el mercado internacional gravita en el ingreso de divisas al país, en las reservas que dispone el Banco Central y en la recaudación en concepto de retenciones. Un informe de Empiria Consultores calculó que con una cosecha 2013/14 de 52,5 millones de toneladas de soja, las cotizaciones actuales restarían u$s1.670 millones al balance cambiario y $4.230 millones a la recaudación. Es decir que se pierden u$s1.000 millones de divisas y u$s325 millones de recaudación por cada u$s25 que cae la cotización de la tonelada o por cada 2,5 millones de toneladas menos que se produzcan.

Estos montos son relevantes, sin embargo hay que reconocer que las exportaciones agrícolas, que representan un tercio del total, mantienen el flujo de dólares aún con la fuerte volatilidad que sobrelleva este mercado, pues al crecer los stocks globales –como en 2013-, cae el precio internacional en proporción similar. El año pasado ocurrió al revés: disminuyó la producción mundial –incluida la Argentina- y la respuesta del mercado fue un incremento de precios, ante una demanda que se mantuvo constante.

Así, las ventas cursadas por CIARA y CEC totalizaron u$s23.069 millones en 2012 (un año de esmerilada cosecha por la sequía: 90,4 millones de toneladas), frente a exportaciones totales por u$s81.205 millones (28,4% del total). En 2011 (entonces con cosecha de 104,3 millones) rindieron u$s25.033 millones contra exportaciones totales por u$s84.269 millones (29,7% del total). En 2010, el agro liquidó u$s22.234 millones (cosecha de 92,2 millones de toneladas), de los u$s68.500 millones que exportó el país (32,5%). En el primer semestre de 2013, CIARA y CEC liquidaron u$s12.799 millones, un 31,3% de las exportaciones totales de la Argentina en ese período, por 40.921 millones de dólares.

Estos números reflejan por qué no prosperó la propuesta de retenciones móviles a las ventas del agro, como sí funcionaron en el rubro petrolero desde 2007. La alícuota marginal que fijaba la resolución 125 de marzo de 2008 determinaba que el Estado captaría la mayor parte de los aumentos de cotización de la oleaginosa cuando ésta superase los u$s400 por tonelada en el mercado de Chicago, sin tener en cuenta ese natural equilibrio entre stock y precio. En su libro Yo no me quiero ir, el economista Federico Sturzenegger explica que el esquema tenía una “inconsistencia inquietante”, porque “aumentaba considerablemente los ingresos del fisco en épocas de ‘vacas gordas’ (cuando la cosecha y/o los precios no eran buenos) y los disminuía en épocas de ‘vacas flacas’, pero no incorporaba la creación de un fondo anticíclico para ahorrar los recursos extraordinarios de los momentos de bonanza y gastarlos luego en tiempos de debilidad económica”.

Todo indica que el sector agrícola cumplirá con su aporte de dólares como cada año a pesar de los fluctuantes precios y cantidades. Por lo tanto, hay que buscar la respuesta al drenaje de divisas en otros rubros altamente deficitarios en términos comerciales, como turismo, energía y automotrices (incluidas las autopartes), que a la vez profundizan la caída de reservas del Banco Central, ya disminuidas por los vencimientos de deuda, en torno a u$s7.300 millones este año y u$s8.700 en 2014, si se concreta el pago del cupón atado al PBI.

La AFIP y el BCRA, con objetivos cruzados

La Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) es el ente recaudador de impuestos que depende del Ministerio de Economía, encargado además de regular las obligaciones y derechos de los contribuyentes. El Banco Central (BCRA) es la institución encargada de la emisión de pesos y de fijar la política monetaria, entre otras varias funciones. Entre sus objetivos, la AFIP, que conduce Ricardo Echegaray, procura obtener recursos para que el Gobierno pueda financiar las políticas públicas, mientras que el organismo que preside Mercedes Marcó del Pont promueve la estabilidad monetaria y del sistema, además de instar al “pleno empleo de los recursos y el desarrollo de la economía con equidad social”.

Ambas entidades, una como fiscalizadora y la otra como reguladora, se complementaron para el establecimiento de las restricciones cambiarias a partir de octubre de 2011. Sin embargo, sus roles dentro del Gobierno no siempre armonizan y sus objetivos se cruzan y contrarrestan, en un marco de desaceleración económica y déficit de las cuentas públicas.

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La soja protagoniza la agenda económica

El Gobierno comenzó a ajustar los mecanismos para fortalecer la recaudación, en la que la soja desempeña un rol fundamental para mejorar las finanzas del Estado a través de las retenciones, cuando el gasto público sigue subiendo a mayor velocidad que los ingresos y se reducen las reservas del Banco Central.

Según la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública (ASAP), en el primer bimestre del año, el gasto primario sumó $73.780 millones y creció un 36% interanual, contra el 23% del superávit primario, a 81.462 millones de pesos. En tanto, el Ministerio de Economía informó que en enero, las cuentas públicas registraron un superávit primario de $815,7 millones, gracias a las transferencias del Banco Central, el PAMI y la ANSeS. Contabilizado el pago de deuda, otra vez hubo déficit financiero: 1.582,5 millones de pesos.

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Por qué no sirve devaluar

El importante ascenso del dólar paralelo en los últimos dos meses, que amplió la brecha entre la cotización oficial de la divisa y la marginal al 60%, volvió a traer a nuestros días la discusión acerca de una posible devaluación del peso para sincerar el tipo de cambio, abaratar los costos locales  y mejorar la competitividad de la producción nacional.

La economía argentina está ávida de dólares -las reservas del Banco Central retrocedieron al nivel de 2007- y la única forma de ingresarlos es a través de las exportaciones, ante la ausencia de crédito externo e inversión extranjera directa, en un marco de “fuga” de capitales. Por este motivo, tal como ocurrió en el 2002 -cuando la salida de la convertibilidad disparó el precio del dólar a cerca de 4 pesos- hay analistas económicos que avalan una devaluación de magnitud para impulsar la demanda agregada de bienes locales, retraer la de los bienes importados y ayudar a exportar más por los menores costos internos en dólares.

El mundo cambió en la última década y alteró las condiciones globales para la inserción de la producción argentina. La apertura de China, hoy actor central en el comercio mundial, cambió el perfil exportador de nuestro país, que profundizó la primarización de sus ventas, detrás de la escalada de los precios de los commodities, principalmente la soja y sus derivados.

Aun con una devaluación, los menores costos industriales de China y otros países emergentes hacen más difícil sustituir importaciones de manera eficaz para ampliar el superávit comercial. Por otro lado, el volumen de las exportaciones argentinas depende cada vez más del crecimiento económico de nuestros socios comerciales y menos de la competitividad cambiaria. La elasticidad de las exportaciones es escasa cuando los cupos para colocar productos en el exterior están fuertemente disputados. Asimismo, la cotización de los commodities, punto fuerte de la matriz exportadora argentina, se fija en los mercados internacionales y no mejora necesariamente por depreciar la moneda.

En ese caso, es probable que una devaluación sólo pueda tener utilidad para mejorar el desempeño de la actividad económica si forma parte de un programa que incluya ponerle freno a una inflación que, de lo contrario, consumirá en el corto plazo los beneficios de una depreciación de la moneda.

Puede ser un error pensar que se compensa con demanda externa la caída de la demanda interna derivada de una devaluación, que reduce el poder de compra de los salarios. En ese caso, el costo de devaluar con un bajo desempleo y una inercia inflacionaria -lo contrario de lo que sucedía en 2002- puede tener más efectos contractivos que reactivadores para la actividad económica.

El camino más adecuado para crecer es estabilizar los precios de la economía y mejorar la capacidad del salario en lugar de reducirla. Y para lograr este objetivo hay que ganar mercados en el exterior a fuerza de productividad, por mayor eficiencia en la relación entre los recursos utilizados y los bienes elaborados, y no por sólo por ofrecerle al mundo productos más baratos.