La soja se acopla al retroceso del petróleo

El indicador que marcó la directriz de los mercados en los últimos meses fue sin duda el precio del petróleo. Una guerra tácita entre los países tradicionalmente productores de crudo, encabezados por Arabia Saudita, y aquellos que apostaron fuerte por el desarrollo de recursos no convencionales, como los EEUU, generó un excedente en la producción de hidrocarburos que motivó que las cotizaciones se desplomaran en forma deliberada a instancias de la OPEP.

Desde que comenzó el año, el barril de crudo en los EEUU retrocede un 14,8%, hasta los u$s46,07, un precio que no se registraba desde el 20 de abril de 2009, cuando aún golpeaba con fuerza la crisis financiera global de la década pasada. Para los gigantes del sector es un trámite duro de atravesar: Chevron, socio de YPF en Vaca Muerta, cede 5,6% en enero, y Exxon Mobil, un 3 por ciento. La brasileña Petrobras, con conflictos propios por denuncias de corrupción, se hunde 10% en enero, a u$s6,57 por acción, su precio más bajo en casi 11 años. YPF cayó aún más que sus competidores: un 11,7%, a u$s23,37 por acción. Hace tres años, antes de la estatización de la compañía más grande de la Argentina, la acción se negociaba en Wall Street a 39 dólares.

A YPF la afecta además que un fracking menos rentable archiva temporalmente los proyectos de explotación en el reservorio de Vaca Muerta en la Argentina, aún cuando abarata las importaciones de gas de las que depende el país, deficitario en materia energética. El campo neuquino requiere unos u$s150.000 millones para desarrollarse en los próximos diez años. Son inversiones de largo plazo, provistas de dólares que ingresan del exterior y que precisan la actividad en conjunto con grandes multinacionales. Los expertos consideran que un barril debajo de los u$s80 impide que la explotación de shale en Argentina sea rentable. Hace sólo seis meses se negociaba por encima de u$s100 el barril.

En la evolución del índice Merval de la Bolsa de Comercio porteña el desempeño del petróleo es también el rector del movimiento de las cotizaciones, debido a que YPF, Petrobras Brasil y Tenaris, tres compañías ligadas al rubro energético, concentran la mitad de la operatoria local en acciones. Así, un declive del crudo también arrastra a la baja al valor de los activos financieros y la valuación de las empresas nacionales.

En forma indirecta, el descenso de los precios internacionales de la energía es un factor de presión a la baja para los productos agrícolas, a través del recorte de cotizaciones de los biocombustibles. En el mismo sentido incide un fortalecimiento global del dólar, que debilita a los commodities valuados en moneda norteamericana. El mercado de granos es crucial para la Argentina por su potencial exportador: un tercio de las ventas externas del país se reduce a soja, maíz, trigo y productos derivados. Las cerealeras y la agroindustria liquidaron por exportaciones más de u$s24.000 millones en 2014.

Este lunes, el Departamento de Agricultura de los EEUU (USDA) adelantó que aquel país producirá 108 millones de toneladas de soja y otras 284 millones de toneladas de maíz, un volumen superior al previsto. En tanto, la producción de Brasil será de 75 millones de toneladas de maíz y 95 millones de soja. Tras este informe, que vaticina rendimientos máximos en el sur y el norte de América, los precios de la oleaginosa recortaron un abrupto 3,4%, a u$s373,32 por tonelada para los contratos a marzo. Ya en 2014, el principal producto de exportación de la Argentina había perdido un 22,4 por ciento.

Para nuestro país, el tercer mayor proveedor internacional de soja, el cuarto de maíz y uno de los más importantes exportadores de trigo, el USDA mantuvo firmes sus pronósticos para la campaña de 2014/2015. Se espera una cosecha de 55,5 millones de toneladas de soja, 22,5 millones de maíz y una zafra de 12 millones de toneladas de trigo. Argentina también es el principal exportador de harinas y aceites de soja.

El analista Manuel Alvarado Ledesma señaló en Agrositio que “al estar valuados en dólares, los granos han pasado a ser más caros para los importadores y su capacidad de compra ha disminuido”, en un marco de “sobreoferta derivada de las buenas condiciones climáticas básicamente registradas en el gran productor del mundo. Nos referimos a EEUU”. En el caso de la producción agrícola, la “sobreoferta” no es voluntaria, está expuesta a incidencias climáticas, no es un mercado “cartelizado” como el de hidrocarburos y las áreas destinadas a siembra se determinan varios meses antes, en función de las cotizaciones pasadas y las volátiles expectativas de ganancia que pueda ofrecer cada cultivo.

Como síntesis, los importantes rindes agrícolas neutralizan, por el descenso de precios, la posibilidad de expandir el ingreso de dólares por esta vía, mientras que la caída del crudo, si bien alivia la salida de divisas por el déficit energético, también restringe la llegada de fondos como inversión extranjera directa, cuando el país está ávido de financiamiento y no cuenta con acceso efectivo a los mercados de deuda.

Resignados a la sojadependencia

El complejo agroindustrial continúa empujando a la actividad económica, por los volúmenes producidos, su penetración en los mercados externos gracias a su alto grado de competitividad, y el consiguiente ingreso de divisas que el país tanto necesita, junto con un aporte decisivo de fondos al fisco, principalmente por los derechos de exportación. Pero el sector también tiene flancos débiles, como la pronunciada volatilidad de precios y las altas y bajas en los rindes por factores climáticos, cuyas consecuencias impregnan irremediablemente al resto de la economía: las empresas nucleadas en la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (CIARA) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC) contribuyen con un tercio  del total de las exportaciones del país.

Algunas de estas debilidades podrían materializarse el año próximo. Carolina Schuff, coordinadora de Análisis Sectorial de Abeceb.com, señala que “la proyección inicial para la campaña 2013/14 se encuentra marcada por precios internacionales que tienden a la baja y una cosecha que a priori será superior a la anterior para la soja y el trigo, y menor en el caso del maíz”. Para la experta, “el buen comportamiento de la soja llevaría al volumen de los tres principales cultivos a un incremento del 2,4% con respecto al ciclo 2012/13. Sin embargo, la tendencia a una baja de los precios internacionales tendrá sus efectos sobre el valor total de este nivel de producción, el cual tendría una caída del 5,5% contra la campaña pasada”, medida en dólares.

En el mismo sentido, Dante Romano, director del Centro de Agronegocios de la Universidad Austral, apunta que “un dato curioso en cuanto a las proyecciones del USDA (Departamento de Agricultura norteamericano) es que este año Brasil desplazaría a EEUU como primer país productor de soja. Más allá de la curiosidad esto muestra que hay muchas chances de que esta campaña sigamos en Sudamérica generando la famosa reconstrucción de oferta, que podría terminar debilitando los precios”.

La tendencia de precios bajista es continuación de la advertida en los últimos 13 meses y equilibrada por los rindes. Hace un año, concluido septiembre, las liquidaciones de exportaciones del complejo cerealero-oleaginoso alcanzaban el 80% del total del año, unos u$s18.396 millones sobre u$s23.069 millones al cierre de 2012. Con una cosecha récord de 105 millones de toneladas, la presente campaña, un 16,2% superior a la del año pasado, registró exportaciones por u$s19.206 millones en los primeros nueve meses del año, un 4,4% más en divisas. Si en el último trimestre de 2013 restara liquidar un 20% de las ventas, el año podría concluir con exportaciones agrícolas y agroindustriales cercanas a 24.100 millones de dólares.

Pese al récord de la zafra, esta sería la segunda marca histórica, por debajo de los u$s25.133 millones de 2011. La baja de los precios de este año explica por qué el ingreso de divisas muestra una modesta mejora a pesar del sensible incremento de volumen producido y exportado.

La sequía de la campaña 2011-2012 en las zonas productoras de Sudamérica se trasladó al Hemisferio Norte hacia el segundo semestre del año pasado, fenómeno que catapultó las cotizaciones en el mercado de Chicago. El 4 de septiembre del año pasado, la soja al contado alcanzaba el récord de u$s650,95 por tonelada, mientras que el contrato para noviembre -el más negociado de la plaza- ascendía también a un máximo histórico de 649,04 dólares.

Un año atrás (4 de octubre de 2012), el contrato de noviembre 2012 finalizó a u$s570,08 por tonelada. Este viernes la posición noviembre 2013 concluyó a u$s475,83 por tonelada, un 16,5% menos, cuando la producción de la oleaginosa, el principal cultivo del país, creció 23% (de 39,9 millones a 49,3 millones de toneladas). Sin embargo, los actuales son buenos valores de mercado: a principios de de agosto, la soja a noviembre en Chicago cayó debajo de u$s440 por tonelada, un precio mínimo para el contrato más activo desde el 31 de enero de 2012.

Otro frente adverso a considerar es el fuerte recorte de exportaciones argentinas de biodiesel debido a la suba de aranceles impuesta arbitrariamente por la Unión Europea. En este ítem, la caída de exportaciones este año superaría los u$s1.000 millones respecto del año pasado. Aunque a las ventas al exterior que realizan las empresas adheridas a la Cámara Argentina de Biocombustibles se les aplica un 5% de retenciones –poco relevante en el plano fiscal-, ese ingreso de divisas al país es significativo en este período de caída de reservas y “cepo” cambiario.

La soja resiste al cambio de escenario

El debate público de las últimas semanas fue acaparado por los discursos de los políticos que disputan las elecciones primarias este domingo y, como es lógico, las cuestiones económicas quedaron postergadas, pero no implica que pierdan vigencia. Al contrario, en las últimas jornadas hubo indicadores que mostraron señales de un cambio de escenario internacional, como las caídas de precios de las materias primas, que aún dejan sin respuesta el interrogante sobre cómo condicionarán la realidad económica y financiera del año próximo.

La Argentina mantiene su “sequía” de dólares, no porque falten, sino porque los que ingresan salen del sistema financiero con el mismo ritmo. Por ejemplo, la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (CIARA) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC), entidades que concentran la exportación de granos, oleaginosas y derivados, informaron que en los primeros siete meses de 2013 liquidaron unos u$s15.136 millones por ventas al exterior, contra u$s14.575 millones del año anterior, un 3,7% más.

Aunque por la cosecha récord este año se hubiera justificado un volumen de liquidación mayor al del año pasado, queda claro que no están ingresando menos divisas. Pero son los precios, a diferencia de 2012, los que acompañan menos. El miércoles, la soja tocó su piso más bajo desde enero de 2012, nítidamente debajo de los u$s500 por tonelada, y finalizó la semana en u$s434,40 (contrato a noviembre) y u$s492,81 (entrega inmediata), aún lejos de sus precios de u$s581,01 y u$s598,92, respectivamente, del 8 de agosto de 2012. Es un declive entre 18 y 25 por ciento.

Al ser la soja –porotos, aceites y harinas- el principal producto de exportación argentino, la evolución de su precio en el mercado internacional gravita en el ingreso de divisas al país, en las reservas que dispone el Banco Central y en la recaudación en concepto de retenciones. Un informe de Empiria Consultores calculó que con una cosecha 2013/14 de 52,5 millones de toneladas de soja, las cotizaciones actuales restarían u$s1.670 millones al balance cambiario y $4.230 millones a la recaudación. Es decir que se pierden u$s1.000 millones de divisas y u$s325 millones de recaudación por cada u$s25 que cae la cotización de la tonelada o por cada 2,5 millones de toneladas menos que se produzcan.

Estos montos son relevantes, sin embargo hay que reconocer que las exportaciones agrícolas, que representan un tercio del total, mantienen el flujo de dólares aún con la fuerte volatilidad que sobrelleva este mercado, pues al crecer los stocks globales –como en 2013-, cae el precio internacional en proporción similar. El año pasado ocurrió al revés: disminuyó la producción mundial –incluida la Argentina- y la respuesta del mercado fue un incremento de precios, ante una demanda que se mantuvo constante.

Así, las ventas cursadas por CIARA y CEC totalizaron u$s23.069 millones en 2012 (un año de esmerilada cosecha por la sequía: 90,4 millones de toneladas), frente a exportaciones totales por u$s81.205 millones (28,4% del total). En 2011 (entonces con cosecha de 104,3 millones) rindieron u$s25.033 millones contra exportaciones totales por u$s84.269 millones (29,7% del total). En 2010, el agro liquidó u$s22.234 millones (cosecha de 92,2 millones de toneladas), de los u$s68.500 millones que exportó el país (32,5%). En el primer semestre de 2013, CIARA y CEC liquidaron u$s12.799 millones, un 31,3% de las exportaciones totales de la Argentina en ese período, por 40.921 millones de dólares.

Estos números reflejan por qué no prosperó la propuesta de retenciones móviles a las ventas del agro, como sí funcionaron en el rubro petrolero desde 2007. La alícuota marginal que fijaba la resolución 125 de marzo de 2008 determinaba que el Estado captaría la mayor parte de los aumentos de cotización de la oleaginosa cuando ésta superase los u$s400 por tonelada en el mercado de Chicago, sin tener en cuenta ese natural equilibrio entre stock y precio. En su libro Yo no me quiero ir, el economista Federico Sturzenegger explica que el esquema tenía una “inconsistencia inquietante”, porque “aumentaba considerablemente los ingresos del fisco en épocas de ‘vacas gordas’ (cuando la cosecha y/o los precios no eran buenos) y los disminuía en épocas de ‘vacas flacas’, pero no incorporaba la creación de un fondo anticíclico para ahorrar los recursos extraordinarios de los momentos de bonanza y gastarlos luego en tiempos de debilidad económica”.

Todo indica que el sector agrícola cumplirá con su aporte de dólares como cada año a pesar de los fluctuantes precios y cantidades. Por lo tanto, hay que buscar la respuesta al drenaje de divisas en otros rubros altamente deficitarios en términos comerciales, como turismo, energía y automotrices (incluidas las autopartes), que a la vez profundizan la caída de reservas del Banco Central, ya disminuidas por los vencimientos de deuda, en torno a u$s7.300 millones este año y u$s8.700 en 2014, si se concreta el pago del cupón atado al PBI.

Todos los agrodólares para importar energía

Los números del primer semestre del año dieron precisiones sobre la tendencia de los dos sectores que mantienen en un delicado equilibrio la balanza comercial de la Argentina. Mientras que las retenciones al agro permitieron el ingreso a las arcas públicas de unos u$s4.200 millones entre enero y junio de 2013, la importación de gas, petróleo y combustibles para reducir el déficit energético insumieron más u$s6 mil millones en el mismo período.

En cuanto las cifras de el intercambio comercial del primer semestre estimadas por el INDEC, entre los productos primarios las ventas externas de cereales como trigo y maíz ingresaron u$s6.422 millones (+19% interanual) y los granos de soja y girasol, u$s2.284 millones (+36%). En manufacturas de origen agropecuario, los productos de molinería aportaron u$s477 millones (-17%), grasas y aceites, u$s2.946 millones (-6%), y la harina de soja -denominada por el ente estadístico como residuos y desperdicios de la industria alimenticia- u$s5.781 millones (+6%).

Las divisas captadas por el cobro de derechos de exportación en estos rubros sumaron unos u$s4.175 millones según los datos semestrales del INDEC, considerando las diferentes alícuotas: 32% para aceite y harina de soja, 35% para el poroto de soja, 13% para la harina de trigo y 23% para el cereal, 20% para el grano de maíz, y 32% para la semilla de girasol y 30% para sus derivados.

A la vez, si se toma en cuenta que el 30% de lo recaudado por retenciones a la soja y derivados se coparticipa con las provincias y municipios a través del Fondo Federal Solidario creado en 2009, al Estado nacional le quedan en la mano 3.269 millones de dólares.

Del otro lado de la balanza, la importación de combustibles y lubricantes demandó u$s6.120 millones, un 23% más que en el primer semestre del año pasado, una cifra superior a cualquier estimación de recaudación por retenciones agrícolas. Esta fuerte salida de dólares de la economía es comparable a los u$s6.285 millones que cedieron las reservas del Banco Central, desde los u$s43.290 millones del cierre de 2012 a los u$s37.005 del 28 de junio pasado. El déficit energético de los primeros seis meses del año se recorta a u$s3.247 millones debido a las exportaciones de combustibles y energía por u$s2.873 millones, un 19% menores que las registradas en el primer semestre de 2012.

Para dimensionar la importancia del ítem agrícola en las exportaciones, hay que subrayar que las liquidaciones rendidas por la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (CIARA) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC), por u$s12.800 millones, representan un 31,3% del total vendido, 40.921 millones de dólares. Las compras de combustibles y lubricantes fueron un 17% de los u$s35.967 millones importados.

Otro contraste que se registra al comparar los rubros energético y agroexportador es el de la evolución de las cotizaciones, que permiten inferir en el segundo semestre una mayor debilidad del ingreso de dólares frente a los egresos. Mientras que el barril de petróleo en Nueva York, mercado de futuros de referencia, avanzó un 13% a los actuales u$s103,08, la tonelada de soja en Chicago cayó en los primeros siete meses del año un 5%, desde los u$s521,30 del cierre de 2012 a los u$s495,45 de hoy, su valor más bajo de 2013.

Así como la producción global de granos creció con fuerza este año en torno al 20%, debido al rebote de la producción en los tres principales exportadores mundiales (EEUU, Brasil y Argentina), que sufrieron una grave sequía en la campaña anterior, las cotizaciones cayeron en la misma o mayor proporción. El poroto de soja que el 31 de julio de 2012 se pactaba a u$s631,53 por tonelada para los contratos con entrega en agosto, hoy se sitúa 21,5% abajo. La tonelada de maíz se negociaba hace un año a u$s317,40 por tonelada en el contrato para septiembre; la misma posición hoy se negocia a u$s195,36 por tonelada (-38,4% interanual), mientras que el trigo cedió 26,4% en la misma comparación, de u$s327,57 por tonelada en 2012 a los actuales 240,95 dólares. La pulseada entre el costo para abastecerse de energía y el ingreso de agrodólares sigue pareja y sin ganadores a la vista.

Pasó el “trimestre dorado”

El trimestre abril-junio es en términos estacionales el período fuerte para la economía argentina, en particular por el rol exportador del agro que funciona como virtual motor para la actividad general. Pero muchas de las expectativas puestas en cuanto al ingreso de dólares que ayuden a distender algunos de los desequilibrios “macro” no fueron cubiertas y dejan una incertidumbre concreta para la segunda mitad del año.

El 2013 tomó clara ventaja para convertirse el año de mayor caída de reservas de la administración kirchnerista. Hasta el viernes perdieron u$s6.085 millones, un 14%, a 37.205 millones de dólares. En todo 2011, las reservas descendieron u$s5.814 millones, mientras que en 2012 lo hicieron en 3.086 millones. Los más de u$s37 mil millones de reservas constituyen un monto elevado en términos históricos, pero llama la atención la velocidad que está tomando la caída. Los activos del Banco Central están funcionando como un fondo anticíclico, efectivo para mantener el crecimiento económico del lado positivo, pero con un alto costo fiscal que consume el “stock” y avanza hacia un horizonte de empobrecimiento en el futuro.

Continuar leyendo

La importación de energía arrasa con las retenciones al agro

La importación de energía para cubrir las necesidades de gas y petróleo en el mercado interno sigue en ascenso este año y puede superar holgadamente los 10 mil millones de dólares que demandó en 2011 y 2012. Según expertos del sector, en 2013 las compras ascenderán a u$s14 mil millones, según la tendencia del primer bimestre del año. Un leve crecimiento de la actividad económica, junto con una reducción en la producción de crudo y gas, justifica este pronóstico.

Continuar leyendo

La soja protagoniza la agenda económica

El Gobierno comenzó a ajustar los mecanismos para fortalecer la recaudación, en la que la soja desempeña un rol fundamental para mejorar las finanzas del Estado a través de las retenciones, cuando el gasto público sigue subiendo a mayor velocidad que los ingresos y se reducen las reservas del Banco Central.

Según la Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública (ASAP), en el primer bimestre del año, el gasto primario sumó $73.780 millones y creció un 36% interanual, contra el 23% del superávit primario, a 81.462 millones de pesos. En tanto, el Ministerio de Economía informó que en enero, las cuentas públicas registraron un superávit primario de $815,7 millones, gracias a las transferencias del Banco Central, el PAMI y la ANSeS. Contabilizado el pago de deuda, otra vez hubo déficit financiero: 1.582,5 millones de pesos.

Continuar leyendo

La soja y el doble filo del tipo de cambio atrasado

En enero los productores de soja liquidaron por exportaciones la mitad que en el mismo mes de 2012. Esta reducción significó unos u$s1.400 millones, en un mes tradicionalmente positivo para sumar reservas a las arcas del Banco Central. Los activos de la entidad ganaron en enero de 2012 unos u$s218 millones, mientras que en el mismo período de 2013 cedieron 640 millones de dólares. Esta pérdida se explica en parte porque los productores agropecuarios vendieron un 55% menos oleaginosa en el arranque del año, a la espera de mejores precios internacionales para su producto y de un tipo de cambio oficial más ventajoso, pero, sobre todo, porque la última cosecha -39,9 millones de toneladas- fue 19% menor a la de la campaña anterior.

Cuando en marzo de 2008 se desató la disputa entre el Gobierno y los productores sojeros por la aplicación de retenciones móviles para el principal producto de exportación argentino, sorprendió la iniciativa del Banco Central de colocar importantes posiciones vendedoras de dólares en el mercado mayorista para bajar la cotización. Así fue que la divisa retrocedió cerca de 6%, a $3,04, precio en el que osciló entre junio y agosto de aquel año, como una forma de escarmentar a quienes habían comprado dólares con la especulación de una suba importante, así como instar a un recorte de la rentabilidad de la soja, aun cuando por entonces se hacía efectivo el cese de comercialización por el paro agrario. Como los exportadores deben liquidar los dólares que ingresan al tipo de cambio oficial, una baja de la paridad reduce la cantidad de pesos que reciben a cambio de su producto.

A diferencia del 2007, el actual escenario macroeconómico acota el margen del Gobierno para depreciar el peso y mejorar la competitividad a través del tipo de cambio, debido a que el propio Estado es el mayor importador, en particular en materia energética, rubro que demandó compras al exterior por u$s9.266 millones el año pasado. Un dólar más alto obligaría al Gobierno a desembolsar más pesos para adquirir las divisas necesarias para esas operaciones, cuando las cuentas fiscales están muy ajustadas.

En el 2001, último año de la convertibilidad, la tonelada de soja promedió un precio de u$s172, con una retención del 3,5% que no se destinaba al Estado, sino a fondear un subsidio para la industria aceitera. El productor recibió entonces una media de u$s166 por tonelada, mientras que en la actualidad percibe unos u$s347 por tonelada (u$s534 en el mercado de Chicago menos el 35% de retenciones), que se liquidan al tipo de cambio de 5 pesos. Con esos $1.735 por tonelada, se pueden comprar sólo u$s226 en el mercado paralelo.

Mientras que la alícuota de las retenciones aumentó por diez y el precio internacional de la soja creció tres veces, el ingreso del productor aumentó 36% en dólares, una proporción significativamente menor, cuando muchos costos en moneda norteamericana en el mercado interno lo hicieron por encima de ese rango. Con el correr de los años y la creciente inflación, lo que no se logró por retenciones móviles se consiguió por atraso cambiario: los ingresos por la soja crecieron más para el fisco que para el productor.

Es por eso que al recibir en su bolsillo un 58% menos que el valor en el mercado exterior, y con la actual brecha entre el dólar “blue” y el oficial, hay reticencia de los chacareros a liquidar la cosecha, a la espera de que la divisa oficial se acerque más a los seis pesos, como sugirió el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. Por el mismo motivo, no es de extrañar la inquietud oficial que se evidencia en las inspecciones de la AFIP a los campos en las últimas semanas.

En tanto, esta tasa de cambio afecta la rentabilidad en las áreas marginales de siembra, impulsa el acopio de granos en las silo-bolsas, posterga el ingreso de dólares al fisco y a las reservas del Banco Central, desincentiva la inversión en un sector muy competitivo y empobrece a la economía en general.

Por qué no sirve devaluar

El importante ascenso del dólar paralelo en los últimos dos meses, que amplió la brecha entre la cotización oficial de la divisa y la marginal al 60%, volvió a traer a nuestros días la discusión acerca de una posible devaluación del peso para sincerar el tipo de cambio, abaratar los costos locales  y mejorar la competitividad de la producción nacional.

La economía argentina está ávida de dólares -las reservas del Banco Central retrocedieron al nivel de 2007- y la única forma de ingresarlos es a través de las exportaciones, ante la ausencia de crédito externo e inversión extranjera directa, en un marco de “fuga” de capitales. Por este motivo, tal como ocurrió en el 2002 -cuando la salida de la convertibilidad disparó el precio del dólar a cerca de 4 pesos- hay analistas económicos que avalan una devaluación de magnitud para impulsar la demanda agregada de bienes locales, retraer la de los bienes importados y ayudar a exportar más por los menores costos internos en dólares.

El mundo cambió en la última década y alteró las condiciones globales para la inserción de la producción argentina. La apertura de China, hoy actor central en el comercio mundial, cambió el perfil exportador de nuestro país, que profundizó la primarización de sus ventas, detrás de la escalada de los precios de los commodities, principalmente la soja y sus derivados.

Aun con una devaluación, los menores costos industriales de China y otros países emergentes hacen más difícil sustituir importaciones de manera eficaz para ampliar el superávit comercial. Por otro lado, el volumen de las exportaciones argentinas depende cada vez más del crecimiento económico de nuestros socios comerciales y menos de la competitividad cambiaria. La elasticidad de las exportaciones es escasa cuando los cupos para colocar productos en el exterior están fuertemente disputados. Asimismo, la cotización de los commodities, punto fuerte de la matriz exportadora argentina, se fija en los mercados internacionales y no mejora necesariamente por depreciar la moneda.

En ese caso, es probable que una devaluación sólo pueda tener utilidad para mejorar el desempeño de la actividad económica si forma parte de un programa que incluya ponerle freno a una inflación que, de lo contrario, consumirá en el corto plazo los beneficios de una depreciación de la moneda.

Puede ser un error pensar que se compensa con demanda externa la caída de la demanda interna derivada de una devaluación, que reduce el poder de compra de los salarios. En ese caso, el costo de devaluar con un bajo desempleo y una inercia inflacionaria -lo contrario de lo que sucedía en 2002- puede tener más efectos contractivos que reactivadores para la actividad económica.

El camino más adecuado para crecer es estabilizar los precios de la economía y mejorar la capacidad del salario en lugar de reducirla. Y para lograr este objetivo hay que ganar mercados en el exterior a fuerza de productividad, por mayor eficiencia en la relación entre los recursos utilizados y los bienes elaborados, y no por sólo por ofrecerle al mundo productos más baratos.