La soja y el doble filo del tipo de cambio atrasado

Juan Gasalla

En enero los productores de soja liquidaron por exportaciones la mitad que en el mismo mes de 2012. Esta reducción significó unos u$s1.400 millones, en un mes tradicionalmente positivo para sumar reservas a las arcas del Banco Central. Los activos de la entidad ganaron en enero de 2012 unos u$s218 millones, mientras que en el mismo período de 2013 cedieron 640 millones de dólares. Esta pérdida se explica en parte porque los productores agropecuarios vendieron un 55% menos oleaginosa en el arranque del año, a la espera de mejores precios internacionales para su producto y de un tipo de cambio oficial más ventajoso, pero, sobre todo, porque la última cosecha -39,9 millones de toneladas- fue 19% menor a la de la campaña anterior.

Cuando en marzo de 2008 se desató la disputa entre el Gobierno y los productores sojeros por la aplicación de retenciones móviles para el principal producto de exportación argentino, sorprendió la iniciativa del Banco Central de colocar importantes posiciones vendedoras de dólares en el mercado mayorista para bajar la cotización. Así fue que la divisa retrocedió cerca de 6%, a $3,04, precio en el que osciló entre junio y agosto de aquel año, como una forma de escarmentar a quienes habían comprado dólares con la especulación de una suba importante, así como instar a un recorte de la rentabilidad de la soja, aun cuando por entonces se hacía efectivo el cese de comercialización por el paro agrario. Como los exportadores deben liquidar los dólares que ingresan al tipo de cambio oficial, una baja de la paridad reduce la cantidad de pesos que reciben a cambio de su producto.

A diferencia del 2007, el actual escenario macroeconómico acota el margen del Gobierno para depreciar el peso y mejorar la competitividad a través del tipo de cambio, debido a que el propio Estado es el mayor importador, en particular en materia energética, rubro que demandó compras al exterior por u$s9.266 millones el año pasado. Un dólar más alto obligaría al Gobierno a desembolsar más pesos para adquirir las divisas necesarias para esas operaciones, cuando las cuentas fiscales están muy ajustadas.

En el 2001, último año de la convertibilidad, la tonelada de soja promedió un precio de u$s172, con una retención del 3,5% que no se destinaba al Estado, sino a fondear un subsidio para la industria aceitera. El productor recibió entonces una media de u$s166 por tonelada, mientras que en la actualidad percibe unos u$s347 por tonelada (u$s534 en el mercado de Chicago menos el 35% de retenciones), que se liquidan al tipo de cambio de 5 pesos. Con esos $1.735 por tonelada, se pueden comprar sólo u$s226 en el mercado paralelo.

Mientras que la alícuota de las retenciones aumentó por diez y el precio internacional de la soja creció tres veces, el ingreso del productor aumentó 36% en dólares, una proporción significativamente menor, cuando muchos costos en moneda norteamericana en el mercado interno lo hicieron por encima de ese rango. Con el correr de los años y la creciente inflación, lo que no se logró por retenciones móviles se consiguió por atraso cambiario: los ingresos por la soja crecieron más para el fisco que para el productor.

Es por eso que al recibir en su bolsillo un 58% menos que el valor en el mercado exterior, y con la actual brecha entre el dólar “blue” y el oficial, hay reticencia de los chacareros a liquidar la cosecha, a la espera de que la divisa oficial se acerque más a los seis pesos, como sugirió el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. Por el mismo motivo, no es de extrañar la inquietud oficial que se evidencia en las inspecciones de la AFIP a los campos en las últimas semanas.

En tanto, esta tasa de cambio afecta la rentabilidad en las áreas marginales de siembra, impulsa el acopio de granos en las silo-bolsas, posterga el ingreso de dólares al fisco y a las reservas del Banco Central, desincentiva la inversión en un sector muy competitivo y empobrece a la economía en general.